CAPÍTULO VIII
Que
los Santos y siervos de Dios, no solamente no se entristecían con las
tentaciones, antes se holgaban por el provecho que con ellas sentían.
Por
estos bienes y provechos grandes que se siguen de las tentaciones, los Santos y
siervos de Dios, no solamente no se entristecían con ellas, antes se holgaban,
conforme a aquello del Apóstol Santiago: Hermanos míos, cuando os viéredes en diversas tentaciones, tenedlo
por grande ganancia, y holgaos mucho con eso (1).
Y el
Apóstol San Pablo, escribiendo a los romanos, dice: No solamente llevamos las tentaciones y
trabajos con paciencia, sino gloriémonos en ellas, y llevárnoslas con gozo y
regocijo: porque sabemos que en ellas se muestra la paciencia, y en esa
paciencia se prueba uno, y esa prueba da grandes esperanzas (2). De
esta manera declara también San Gregorio aquello de Job : S i me echo a dormir, digo, ¿cuando me
levantaré? y de nuevo esperaré la tarde (3). Por la tarde, que esperaba, entiende
San Gregorio la tentación (4). Y nota que la deseaba el santo Job como cosa
buena y provechosa: porque las cosas buenas y prósperas, decimos que las esperamos;
y las malas y dañosas, que las tememos (S). Pues porque tenía el santo Job la
tentación por cosa que le convenía y le era buena y provechosa, por eso, dice,
que la esperaba.
San
Doroteo (6) trae a este propósito aquel ejemplo que se cuenta en el Prado
Espiritual, de un discípulo de uno de aquellos Padres antiguos, el cual era combatido
del espíritu de la fornicación; y él, favoreciéndole la gracia del Señor, resistía
varonilmente a sus malos y sucios pensamientos; y para mortificarse, ayunaba,
estaba mucho tiempo en oración, y mal trataba su cuerpo con la obra de sus
manos. Como su santo maestro le vio en tanto trabajo, díjole: Si quieres, hijo
mío, rogaré al Señor que te libre de este combate. A esto respondió el
discípulo: Bien veo, Padre, que es grande trabajo el que padezco: mas con todo
eso siento que por causa de esta tentación me aprovecho más, porque acudo más a
Dios con la oración, y con la mortificación y penitencia. Y así, lo que te
suplico es, ruegues a Dios me de paciencia y fortaleza para sufrir este trabajo
y salir de él vencedor, limpio y sin reprehensión alguna. Mucho se holgó el
santo viejo de oír esta respuesta, y dijo: Ahora entiendo, hijo, que vas
aprovechando en el camino de la perfección, porque cuando uno es combatido de algún
vicio y él procura resistir varonilmente, anda humillado, solicito y congojado,
y con estas aflicciones y trabajos se va poco a poco purgando y purificando el
alma, hasta llegar a una puridad y perfección muy grande. De otro santo monje
cuenta San Doroteo (1), que porque le quitó Dios una tentación que tenía, se
entristeció, y llorando decía amorosamente a Dios: Señor, que no fui yo digno de
padecer y ser afligido y atribulado algún tanto por vuestro amor.
San
Juan Clímaco cuenta (2) de San Efrén , que viéndose en altísimo estado de paz y
tranquilidad, a la cual llama el cielo terrenal, é impasibilidad, rogaba a Dios
que le volviese y renovase las batallas antiguas de sus tentaciones, por no
perder la ocasión y materia de merecer y labrar su corona. Y de otro santo
monje (3) cuenta Paladio que vino un día al abad Pastor, y díjole: Ya Dios me
ha quitado las peleas y dádome paz, porque se lo he rogado. Dijo Pastor: Vuelve
á Dios, y pídele que te vuelva tus peleas, porque no le hagas negligente. Fue
al Señor, y díjole lo que Pastor decía. Respondióle Dios que tenía su maestro
razón; y volvióle sus tentaciones. En confirmación de esto vemos que el Apóstol
San Pablo, cuando pidió ser libre de la tentación, no fue oído, sino respóndele
el Señor: Suflicit
tibi gratia mea, nan virtus in infirmitate perpcitur: Bástate mi gracia,
porque en la tentación se perfecciona y echa de ver la virtud.
CAPÍTULO I X
Que en
las tentaciones es uno enseñado, no solamente para sí, sino para otros.
Traen
consigo las tentaciones otro provecho muy grande y muy importante para los que
tratan de ayudar a los prójimos; y es, que en ellas es un alma muy enseñada, no
solamente para sí, sino para otros, por que experimenta en sí lo que después ha
de ver en los que ha de tratar y enderezar. Véase uno ejercitando en la milicia
espiritual, y va advirtiendo con atención las entradas y salidas del demonio;
con lo cual se aprende el magisterio espiritual para guiar almas, porque la
experiencia enseña mucho. Y de ahí vino el proverbio: No hay mejor cirujano que
el bien acuchillado. Así como el andar por el mundo hace a los hombres
rasgados, prácticos y experimentados: *Los que navegan la mar, cuenten los
peligros de ella (2);* así también lo hacen las tentaciones. Y por eso dijo el
Sabio: Qui non est tentatus, quid scit.
El que
no ha sido tentado, ¿qué puede saber?: Ni para sí, ni para otros sabrá. Pero el
hombre ejercitado y experimentado, ese sabrá mucho y será hombre de muchos
medios (1). El que estuviere bien curtido en estas guerras espirituales será
buen pastor. Pues para eso quiere también el Señor que tengamos tentaciones, para
que quedemos enseñados y diestros en el magisterio espiritual de guiar y
enderezar almas. Declarando más esto, quiere también el Señor que seamos tentados
para que cuando viéremos a nuestro hermano tentado y afligido, sepamos tener
compasión de él. Así como acá e n lo corporal aprovecha mucho el haber tenido
uno enfermedades y achaques para compadecerse después de los que los tienen y saberles
acudir con caridad y amor, así es también en lo espiritual.
Cuenta
Casiano (2) que un monje mancebo y muy religioso era muy tentado de tentaciones
deshonestas, y fuese a otro monje viejo y declaróle llanamente todas aquellas
tentaciones y movimientos malos que padecía, pensando que hallaría consuelo y
remedio con sus oraciones y consejos. Pero acontecióle muy al revés; porque el
viejo éralo sólo en los años, y no en la prudencia y discreción; y oyendo las
tentaciones del mancebo, se comenzó á espantar y santiguar, y dale una buena
mano, reprehendiéndole con palabras muy ásperas, llamándole desdichado y
miserable, y diciéndole que era indigno del nombre de monje, pues tales cosas
pasaban por él. Al fin le envió tan desconsolado con sus reprensiones, que el
pobre monje, en lugar de salir curado, salió más llagado con tan grande
tristeza, desconfianza y desesperación, que ya no pensaba ni trataba del remedio
de su tentación, sino de ponerla por obra; tanto que tomaba ya el camino de la
ciudad con esa determinación é intento. Encontróle acaso el abad Apolo, que era
uno de los Padres más santos y más experimentados que allí había, y en
viéndole, conoció en su semblante y disposición que tenía alguna grave
tentación; y comienza con grande blandura a preguntarle qué sentía, y qué era
la causa de la turbación y tristeza que mostraba. El mancebo estaba tan
pensativo y tan embebecido en sus imaginaciones, que no respondía palabra. El
viejo, viendo que la tristeza y turbación era tan grande, que no le dejaba
hablar, y que quería encubrir la causa de ella, importunóle con mucho amor y
suavidad que se la dijese: al fin importunado dícele claramente que, pues no
podía ser monje ni refrenar las tentaciones y movimientos de la carne, conforme
á lo que le había dicho tal viejo, que había determinado de dejar el monasterio
y volverse al mundo y casarse. Entonces el santo viejo Apolo comiénzale á
consolar y animar, diciendo que él también tenía cada día aquellas tentaciones,
que no por eso se había de espantar ni desconfiar; porque estas cosas no se
vencen ni desechan tanto con nuestro trabajo, cuanto con la gracia y
misericordia de Dios. Finalmente, pídele que siquiera por un día se detenga y
se torne a su celda, y que allí pida a Dios luz y remedio de su necesidad. Y
como fue tan breve el plazo que pidió, alcanzólo de él: y alcanzado, vase el
abad Apolo a la ermita o celda del viejo que le había reprendido, y ya que
llegaba cerca, pónese en oración, e hincadas las rodillas y levantadas las
manos y con lágrimas en sus ojos, comienza a rogar á Dios: Señor, que sabéis
las fuerzas y flaqueza de cada uno, y sois médico piadoso de las almas, pasad
la tentación de aquel mancebo á este viejo, para que sepa siquiera en la vejez
compadecerse de las flaquezas y trabajos de los mozos. Apenas había él acabado
esta oración, cuando vio que un negrillo muy feo estaba tirando una saeta de
fuego a la celda de aquel viejo, con la cual herido el viejo salió luego de la
celda, y andaba como loco saliendo y volviendo a entrar; al fin, no pudiendo sosegar
ni quietarse en la celda, tomó el camino que llevaba el otro mancebo para la ciudad.
El abad Apolo que estaba a la mira, y por lo que había visto entendía su
tentación, llégase á él y pregúntale: ¿A dónde vas? ¿y qué es la causa o
tentación que te hace que olvidado de la gravedad y madurez que pide tu edad,
andes con tanta priesa e inquietud? El, confundido y avergonzado con su mala
conciencia, entendió que había conocido su tentación, y no tuvo boca para
responder. Entonces toma la mano el santo Abad, y comiénzale a dar doctrina: Vuélvete,
dice, a tu celda, y entiende que hasta aquí o el demonio no te conocía, o no
hacía caso de tí, pues no peleaba contigo, como él suele hacer con aquellos de
quien tiene envidia; en eso conocerás tu poca virtud, pues a cabo de tantos
años que eres monje, no pudiste resistir a una tentación, ni aún sufrirla y
aguardar siquiera un solo día, sino que luego al punto le dejaste vencer, y la
ibas ya a poner por obra.
Entiende
que por eso ha permitido el Señor que te venga esta tentación, para que
siquiera en la vejez sepas compadecerte de las enfermedades y tentaciones de
los otros, y aprendas por experiencia que los has de enviar consolados y
animados, y no desesperados, como hiciste con aquel mancebo que vino a tí: al
cual sin duda el demonio acometía con estas tentaciones, y te dejaba a tí,
porque tenía más envidia de su virtud y de su aprovechamiento que del tuyo, y
le parecía que una virtud tan fuerte con fuertes y vehementes tentaciones había
de ser contrastada.
Pues
aprende de aquí en adelante de tí á saber compadecerte de los otros, y á dar la
mano al que va a caer, y ayudarle a levantar con palabras blandas y amorosas, y
no ayudarle a caer con palabras ásperas y desabridas; conforme a aquello de
Isaías: Dios me
ha dado prudencia y discreción para que sepa animar y sustentar al que ha caído
(1); y conforme al ejemplo de nuestro Salvador, del cual dice el
mismo Isaías, y lo trae el Evangelista San Mateo: La caña cascada no la acabará de quebrar, y la
torcida que está humeando, no la acabará de apagar (2). Concluyó el
santo viejo diciendo: y porque ninguno puede apagar, ni reprimir los
movimientos y encendimientos de la carne, si no es con el fervor y gracia del
Señor, hagamos oración a Dios, pidiéndole que le libre de esta tentación;
porque Él es el que hiere y el que sana, el que humilla y ensalza, el que
mortifica y vivifica. Pónese el Santo en oración, y así como por oración le
vino la tentación, así también por ella se la quitó luego el Señor. Y con esto quedaron
remediados y enseñados así el mozo como el viejo.
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