La sociedad
humana; tales las insidias tenebrosas de aquellos que, en piel de ovejas,
siendo lobos rapaces, se insinúan fraudulentamente, con especie de piedad
sincera, de virtud y disciplina, penetran humildemente, captan con blandura,
atan delicadamente, matan a ocultas, apartan de toda Religión a los hombres y
sacrifican y destrozan las ovejas del Señor; tal, por fin, para omitir todo lo demás,
muy conocido de todos vosotros, la propaganda infame, tan esparcida, de libros
y libelos que vuelan por todas partes y que enseñan a pecar a los hombres;
escritos que, compuestos con arte, y llenos de engaño y artificio, esparcidos
con profusión para ruina del pueblo cristiano, siembran doctrinas pestíferas,
depravan las mentes y las almas, sobre todo de los más incautos, y causan
perjuicios graves a la Religión.
De
toda esta combinación de errores y licencias desenfrenadas en el pensar, hablar
y escribir, quedan
relajadas las costumbres, despreciada la santísima Religión de Cristo, atacada
la majestad del culto divino, vejada la potestad de esta Sede Apostólica,
combatida y reducida a torpe servidumbre la autoridad de la Iglesia,
conculcados los derechos de los Obispos, violada la santidad del matrimonio,
socavado el régimen de toda potestad, y todos los demás males que nos vemos
obligados a llorar, Venerables Hermanos, con común llanto, referentes ya a la
Iglesia, ya al Estado.
En tal
vicisitud de la Religión y contingencia de tiempo y de hechos, Nos, encargados
de la salvación del rebaño del Señor, no omitiremos nada de cuanto esté a
nuestro alcance, dada la obligación de Nuestro ministerio apostólico; haremos
cuantos esfuerzos podamos para fomentar el bien de la familia cristiana.
Y también
acudimos a vuestro celo, virtud y prudencia, Venerables Hermanos, para que,
ayudados del auxilio divino, defendáis, juntamente con Nos, con valentía, la causa
de la Iglesia católica, según el puesto que ocupáis y la dignidad de que estáis
investidos. Sabéis que os está reservada la lucha, no ignorando con cuántas
heridas se injuria la santa Esposa de Cristo Jesús, y con cuánta saña los
enemigos la atacan. En primer lugar sabéis muy bien que os incumbe a vosotros
defender y proteger la fe católica con valentía episcopal y vigilar, con sumo
cuidado, porque el rebaño a vos encomendado permanezca a ella firme e
inamovible, porque todo aquel que no la guardare íntegra e inviolable, perecerá,
sin duda, eternamente 22 . Esforzaos, pues, en defender y conservar con
diligencia pastoral esa fe, y no dejéis de instruir en ella a todos, de
confirmar a los dudosos, rebatir a los que contradicen; robustecer a los
enfermos en la fe, no disimulando nunca nada ni permitiendo que se viole en lo más
mínimo la puridad de esa misma fe. Con no menor firmeza fomentad en todos la unión
con la Iglesia Católica, fuera de la cual no hay salvación, y la obediencia a
la Cátedra de Pedro sobre la cual, como sobre firmísimo fundamento, se basa la
mole de nuestra Religión. Con igual constancia procurad guardar las leyes santísimas
de la Iglesia, con las cuales florecen y tienen vida la virtud, la piedad y la Religión.
Y como es gran piedad exponer a la luz del día los escondrijos de los impíos y
vencer en ellos al mismo diablo a quien sirven 23 , os rogamos que con todo empeño
pongáis de manifiesto sus insidias, errores, engaños, maquinaciones, ante el pueblo
fiel, le impidáis leer libros perniciosos, y le exhortéis con asiduidad a que,
huyendo de la compañía de los impíos y sus sectas como de la vista de la
serpiente, evite con sumo cuidado todo aquello que vaya contra la fe, la Religión,
y la integridad de costumbres. En procura de esto, no omitáis jamás la predicación
del santo Evangelio, para que el pueblo cristiano, cada día mejor instruido en
las santısimas obligaciones de la cristiana ley, crezca de este modo en la
ciencia de Dios, se aparte del mal, practique el bien y camine por los senderos
del Señor.
Y como
sabéis que sois legados de Cristo, que se proclamó manso y humilde de corazón,
y que no vino a llamar a los justos, sino a los pecadores, dándonos ejemplo
para seguir sus pisadas, a los que encontréis faltando a los preceptos de Dios
y apartados de los caminos de la justicia y la verdad, tratadlos con blandura y
mansedumbre paternal, aconsejadlos, corregidlos, rogadlos e increpadlos con
bondad, paciencia y doctrina, porque muchas veces más hace para corregir la
benevolencia que la aspereza, más la exhortación que la amenaza, más la caridad
que el poder 24 . Procurad también con todas las fuerzas, Venerables Hermanos,
que los fieles practiquen la caridad, busquen la paz y lleven a la práctica con
diligencia, lo que la caridad y la paz piden. De este modo, extinguidas de raíz
todas las disensiones, enemistades, envidias, contiendas, se amen todos con
mutua caridad, y todos, buscando la perfección del mismo modo, tengan el mismo
sentir, el mismo hablar y el mismo querer en Cristo Nuestro Señor.
Inculcad
al pueblo cristiano la obediencia y sujeción debidas a los príncipes y poderes
constituidos, ensenando, conforme a la doctrina del Apóstol 25 que toda
potestad viene de Dios, y que los que no obedecen al poder constituido resisten
a la ordenación de Dios y se atraen su propia condenación, y que, por lo mismo,
el precepto de obedecer a esa potestad no puede ser violado por nadie sin
falta, a no ser que mande algo contra la ley de Dios y de la Iglesia 26 .
Mas
como no haya nada tan eficaz para mover a otros a la piedad y culto de Dios
como la vida de los que se dedican al divino ministerio 27 , y cuales sean los
sacerdotes tal será de ordinario el pueblo, bien veis, Venerables Hermanos, que
habéis de trabajar con sumo cuidado y diligencia para que brille en el Clero la
gravedad de costumbres, la integridad de vida, la santidad y doctrina, para que
se guarde la disciplina eclesiástica con diligencia, según las prescripciones
del Derecho Canónico, y vuelva, donde se relajó, a su primitivo esplendor. Por
lo cual, bien lo sabéis, habéis de andar con cuidado de admitir, según el
precepto del Apóstol, al Sacerdocio a cualquiera, sino que únicamente iniciéis
en las sagradas órdenes y promováis para tratar los sagrados misterios a
aquellos que, examinados diligente y cuidadosamente y adornados con la belleza
de todas las virtudes y la ciencia, puedan servir de ornamento y utilidad a
vuestras diócesis, y que, apartándose de todo cuanto a los clérigos les está
prohibido y atendiendo a la lectura, exhortación, doctrina, sean ejemplo a sus
fieles en la palabra, en el trato, en la caridad, en la fe, en la castidad 28 ,
y se granjeen la veneración de todos, y lleven al pueblo cristiano a la instrucción
y le animen. Porque mucho mejor es -como muy sabiamente amonesta Benedicto XIV,
Nuestro predecesor de feliz memoria tener pocos ministros, pero buenos, idóneos
y útiles, que muchos que no han de servir para nada en la edificación del
Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia 29.
No ignoráis
que debéis poner la mayor diligencia en averiguar las costumbres y la ciencia
de aquellos a quienes confiáis el cuidado y la dirección de las almas, para que
ellos, como buenos dispensadores de la gracia de Dios, apacienten al pueblo
confiado a su cuidado con la administración de los sacramentos, con la predicación
de la palabra divina y el ejemplo de las buenas obras, los ayuden, instruyan en
todo lo referente a la Religión, los conduzcan por la senda de la salvación.
Comprendéis,
en efecto, que con párrocos desconocedores de su cargo, o que lo atienden con
negligencia, continuamente van decayendo las costumbres de los pueblos, va relajándose
la disciplina cristiana, arruinándose, extinguiéndose el culto católico e introduciéndose
en la Iglesia fácilmente todos los vicios y depravaciones.
Para
que la palabra de Dios, viva y eficaz y más penetrante que espada de dos filos
30 , instituida para la salvación de las almas no resulte infructuosa por culpa
de los ministros, no ceséis de inculcarles a esos predicadores de la palabra
divina, y de obligarles, Venerables Hermanos, a que, cayendo en la cuenta de lo
gravísimo de su cargo, no pongan el ministerio evangélico en formas elegantes
de humana sabiduría, ni en el aparato y encanto profanos de vana y ambiciosa
elocuencia, sino en la manifestación del espíritu y de la virtud con fervor
religioso, para que, exponiendo la palabra de la verdad y no predicándose a sí
mismos, sino a Cristo Crucificado, anuncien con claridad y abiertamente los
dogmas de nuestra santísima Religión, los preceptos según las normas de la
Iglesia y la doctrina de los Santos Padres con gravedad y dignidad de estilo;
expliquen con exactitud las obligaciones de cada oficio; aparten a todos de los
vicios; induzcan a la piedad de tal manera, que, imbuidos los fieles
saludablemente de la palabra de Dios, se alejen de los vicios, practiquen las
virtudes, y así eviten las penas eternas y consigan la gloria celestial.
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23S. Leon Magno, Serm´on 8, cap. 4 (Migne
PL. [Serm´on 9, c. 7J 54, col. 159-A).
24Concilio de Trento, sesi´on 13, Cap. 1, de Reforma (Mansi Coll.
Conc. 33, col. 86-B).
25Rom. 12, 1-2. 21
26Rom. 12, 1-2.
27Concilio de Trento sesi´on 22, cap. 1, de Reforma (Mansi Coll. Conc.
33, col. 133-D).
281 Tim. 4, 12.
29Benedicto XIV, Epist. Encicl. Ubi primum. 3-XII-1740 (Gasparri,
Fontes 1, 670).
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