SOBRE
LAS DOCE PRERROGATIVAS DE LA BIENAVENTURADA
VIRGEN
MARÍA, SEGÚN LAS PALABRAS DEL APOCALIPSIS: «UN PORTENTO GRANDE APARECIÓ EN EL
CIELO: UNA MUJER ESTABA CUBIERTA CON EL SOL Y LA LUNA A SUS PIES Y EN SU CABEZA
TENÍA UNA CORONA DE DOCE ESTRELLAS»
1.
Muchísimo daño, amadísimos, nos causaron un varón y una mujer; pero, gracias a
Dios, igualmente por un varón y una mujer se restaura todo.
Y no
sin grande aumento de gracias. Porque no fue el don como había sido el delito,
sino que excede a la estimación del daño la grandeza del beneficio.
Así,
el prudentísimo y clementísimo Artífice no quebrantó lo que estaba hendido,
sino que lo rehizo más útilmente por todos modos, es a saber, formando un nuevo
Adán del viejo y transfundiendo a Eva en María. Y, ciertamente, podía bastar
Cristo, pues aun ahora toda nuestra suficiencia es de Él, pero no era bueno
para nosotros que estuviese el hombre solo. Mucho más conveniente era que
asistiese a nuestra reparación uno y otro sexo, no habiendo faltado para
nuestra corrupción ni el uno ni el otro. Fiel y poderoso mediador de Dios y de
los hombres es el hombre Cristo Jesús, pero respetan en él los hombres una
divina majestad. Parece estar la humanidad absorbida en la divinidad, no porque
se haya mudado la substancia, sino porque sus afectos están divinizados. No se
canta de El sola la misericordia, sino que también se le canta igualmente la
justicia, porque aunque aprendió, por lo que padeció, la compasión, y vino a
ser misericordioso, con todo eso tiene la potestad de juez al mismo tiempo. En fin,
nuestro Dios es un fuego que consume. ¿Qué mucho tema el pecador llegarse a El,
no sea que, al modo que se derrite la cera a la presencia del fuego, así
perezca él a la presencia de Dios?
2.
Así, pues, ya no parecerá estar de más la mujer bendita entre todas las mujeres,
pues se ve claramente el papel que desempeña en la obra de nuestra
reconciliación, porque necesitamos un mediador cerca de este Mediador y nadie
puede desempeñar tan provechosamente este oficio como María. ¡Mediadora
demasiado cruel fue Eva, por quien la serpiente antigua infundió en el varón
mismo el pestífero veneno! ¡Pero fiel es Maria, que propinó el antídoto de la
salud a los varones y a las mujeres! Aquélla fue instrumento de la seducción,
ésta de la propiciación; aquélla sugirió la prevaricación, ésta introdujo la
redención. ¿Qué recela llegar a María la fragilidad humana? Nada hay en ella
austero, nada terrible; todo es suave, ofreciendo a todos leche y lana.
Revuelve con cuidado toda la serie de la evangélica historia, y si acaso algo
de dureza o de reprensión desabrida, si aun la señal de alguna indignación,
aunque leve, se encuentre en María, tenla en adelante por sospechosa y recela
el llegarte a ella. Pero si más bien (como es así en la verdad) encuentras las
cosas que pertenecen a ella llenas de piedad y de misericordia, llenas de
mansedumbre y de gracia, da las gracias a aquel Señor que con una benignísima
misericordia proveyó para ti tal mediadora que nada puede haber en ella que
infunda temor. Ella se hizo toda para todos; a los sabios y a los ignorantes,
con una copiosísima caridad, se hizo deudora. A todos abre el seno de la
misericordia, para que todos reciban de su plenitud: redención el cautivo,
curación el enfermo, consuelo el afligido, el pecador perdón, el justo gracia,
el ángel alegría; en fin, toda la Trinidad gloria, y la misma persona del Hijo
recibe de ella la substancia de la carne humana, a fin de que no haya quien se
esconda de su
3. ¿No
juzgas, pues, que esta misma es aquella mujer vestida del sol? Porque, aunque
la misma serie de la visión profética demuestre que se debe entender de la
presente Iglesia, esto mismo seguramente parece que se puede atribuir sin inconveniente
a María. Sin duda ella es la que se vistió corno de otro sol. Porque, así como
aquél nace indiferentemente sobre los buenos y los malos, así también esta
Señora no examina los méritos antecedentes, sino que se presenta exorable para
todos, para todos clementísima, y se apiada de las necesidades de todos con un
amplísimo afecto. Todo defecto está debajo de ella y supera todo lo que hay en
nosotros la fragilidad y corrupción, con una sublimidad excelentísima en que
excede y sobrepasa las demás criaturas, de modo que con razón se dice que la
luna está debajo de sus pies. De otra suerte, no parecería que decíamos una
cosa muy grande si dijéramos que esta luna estaba debajo de los pies de quien
es ¡lícito dudar que fue ensalzada sobre todos los coros de los ángeles, sobre los
querubines también y los serafines. Suele designarse en la una no sólo el defecto
de la corrupción, sino la necedad del entendimiento y algunas veces la Iglesia
del tiempo presente; aquello, ciertamente, por su mutabilidad, la Iglesia por el esplendor que recibe de otra
parte. Mas una y otra luna (por decirlo así) congruentísimamente está debajo de
los pies de María, pero de diferente modo, puesto que el necio se muda como la
luna y el sabio permanece como el sol. En el sol, el calor y el esplendor son
estables, mientras que en la luna hay solamente el esplendor, y aun éste es
mudable e incierto, pues nunca permanece en el mismo estado. Con razón, pues,
se nos representa a María vestida del sol, por cuanto penetró el abismo profundísimo
de la divina sabiduría más allá de lo que se pueda creer, de suerte que, en
cuanto lo permite la condición de simple criatura, sin llegar a la unión personal,
parece estar sumergida totalmente en aquella inaccesible luz, en aquel fuego
que purificó los labios del profeta Isaías, y en el cual se abrasan los
serafines. Así que de muy diferente modo mereció María no sólo ser rozada ligeramente
por el sol divino, sino más bien ser cubierta con él por todas partes, ser
bañada alrededor y COMO encerrada en el mismo fuego. Candidísimo es, a la
verdad, pero y también calidísimo el vestido de esta mujer, de quien todas las
cosas se ven tan excelentemente iluminadas, que no es lícito sospechar en ella
nada, no digo tenebroso, pero ni oscuro en algún modo siquiera o menos lúcido,
ni tampoco algo que sea tibio o no lleno de fervor.
4.
Igualmente, toda necedad está muy debajo de sus pies, para que por todos modos
no se cuente María en el número de las mujeres necias ni en el coro de las
vírgenes fatuas. Antes bien, aquel único necio y príncipe de toda la necedad
que, mudado verdaderamente como la luna, perdió la sabiduría en su hermosura,
conculcado y quebrantado bajo los pies de María, padece una miserable
esclavitud. Sin duda, ella es aquella mujer prometida otro tiempo por Dios para
quebrantar la cabeza de la serpiente antigua con el pie de la virtud, a cuyo
calcaño puso asechanzas en muchos ardides de su astucia, pero en vano, puesto
que ella sola quebrantó toda la herética perversidad. Uno decía que no había
concebido a Cristo de la substancia de su carne; otro silbaba que no había dado
a luz al niño, sino que le había hallado; otro blasfemaba que, a lo menos,
después del parto, había sido conocida de varón; otro, no sufriendo que la
llamasen Madre de Dios, reprendía impiísimamente aquel nombre grande,
Theocotos, que significa la que dio a luz a Dios. Pero fueron quebrantados los
que ponían asechanzas, fueron conculcados los engañadores, fueron confutados
los usurpadores y la llaman bienaventurada todas las generaciones.
Finalmente,
luego que dio a luz, puso asechanzas el dragón por medio de Herodes, para
apoderarse del Hijo que nacía y devorarle, porque había enemistades entre la
generación de la mujer y la del dragón.
5. Mas
ya, si parece que más bien se debe entender la Iglesia en el nombre de luna,
poi, cuanto no resplandece de suyo, sino que aquel Señor que dice: Sin mí nada
podéis hacer, tendremos entonces evidentemente expresada aquí aquella mediadora
de quien poco ha os he hablado. Apareció una mujer, dice San Juan, vestida del
sol, y la luna debajo de sus pies.
Abracemos
las plantas de María, hermanos míos, y postrémonos con devotísimas súplicas a
aquellos pies bienaventurados. Retengámosla y no la dejemos partir hasta que
nos bendiga, porque es poderosa. Ciertamente, el vellocino colocado entre el
rocío y la era, y la mujer entre el sol y la luna, nos muestran a María,
colocada entre Cristo y la Iglesia. Pero acaso no os admira tanto el vellocino
saturado de rocío como la mujer vestida del sol, porque si bien es grande la
conexión entre la mujer y el sol con que está vestida, todavía resulta más
sorprendente la adherencia que hay entre ambos. Porque ¿cómo en medio de aquel
ardor tan vehemente pudo subsistir una naturaleza tan frágil? Justamente te
admiras, Moisés santo, y deseas ver más de cerca esa estupenda maravilla; mas
para conseguirlo debes quitarte el calzado y despojarte enteramente de toda
clase de pensamientos carnales. Iré a ver, dice, esta gran maravilla . Gran
maravilla, ciertamente, una zarza ardiendo sin quemarse, gran portento una
mujer que queda ilesa estando cubierta con el sol. No es de la naturaleza de la
zarza el que esté cubierta por todas partes de llamas y permanezca con todo eso
sin quemarse; no es poder de mujer el sostener un sol que la cubre. No es de
virtud humana, pero ni de la angélica seguramente. Es necesaria otra más
sublime. El Espíritu Santo, dice, sobrevendrá en ti. Y como si respondiese
ella: Dios es espíritu y nuestro Dios es un fuego que consume.
La
virtud, dice, no la mía, no la tuya, sino la del Altísimo, te hará sombra.
No es
maravilla, pues, que debajo de tal sombra sostenga también una mujer vestido
tal.
6. Una
mujer, dice, cubierta con el sol. Sin duda cubierta de luz como de un vestido.
No lo percibe acaso el carnal: sin duda es cosa espiritual, necedad le parece.
No parecía así al Apóstol, quien decía: Vestíos del Señor Jesucristo. ¡Cuán
familiar de El fuiste hecha, Señora! ¡Cuán próxima, más bien, cuán íntima
mereciste ser brecha! ¡Cuánta gracia hallaste en Dios! En ti está y tú en Él; a
El le vistes y eres vestida por El. Le vistes con la substancia de la carne y Él
te viste con la gloria de la majestad suya. Vistes al sol de una nube y eres
vestida tú misma de un sol. Porque una cosa nueva hizo Dios sobre la tierra, y fue
que una mujer rodease a un varón, que no es otro que Cristo, de quien se dice:
He ahí un varón; Oriente es su nombre; una cosa nueva hizo también en el cielo,
y fue que apareciese una mujer cubierta con el sol. Finalmente, ella le coronó
y mereció también ser coronada por El. Salid, hijas de Sión, y ved al rey
Salomón en la diadema con que le coronó su Madre. Pero esto para otro tiempo.
Entre tanto, entrad, más bien, y ved a la reina en la diadema con que la coronó
su Hijo.
7. En
su cabeza, dice, tenía una corona de doce estrellas. Digna, sin duda, de ser
coronada con estrellas aquella cuya cabeza, brillando mucho más lucidamente que
ellas, más bien las adornará que será por ellas adornada. ¿Qué mucho que
coronen los astros a quien viste el sol? Como en los días de primavera, dice,
la rodeaban las flores de los rosales y las azucenas de los valles. Sin duda la
mano izquierda del Esposo está puesta bajo de su cabeza y ya su diestra la
abraza. ¿Quién apreciará estas piedras? ¿Quién dará nombre a estas estrellas
con que está fabricada la diadema real de María? Sobre la capacidad del hombre
es dar idea de esta corona y explicar su composición. Con todo eso, nosotros,
según nuestra cortedad, absteniéndonos del peligroso examen de los secretos,
podremos acaso sin inconveniente entender en estas doce estrellas doce
prerrogativas de gracias con que María singularmente está adornada. Porque se
encuentran en María prerrogativas del cielo, prerrogativas del cuerpo y
prerrogativas del corazón; y si este ternario se multiplica por cuatro,
tenernos quizá las doce estrellas con que la real diadema de María resplandece
sobre todos. Para mí brilla un singular resplandor, primero, en la generación
de María; segundo, en la salutación del ángel; tercero, en la venida del
Espíritu Santo sobre ella; cuarto, en la indecible concepción del Hijo de Dios.
Así, en estas mismas cosas también resplandece un soberano honor, por haber
sido ella la primiceria de la virginidad, por haber sido fecunda sin
corrupción, por haber estado encinta sin opresión, por haber dado a luz sin
dolor. No menos también con un especial resplandor brillan en María la
mansedumbre del pudor, la devoción de la humildad, de magnanimidad de la fe, el
martirio del corazón. Cuidado vuestro será mirar con mayor diligencia cada una
de estas cosas. Nosotros habremos satisfecho, al parecer, si podemos indicarlas
brevemente.
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