En
los celos humanos, tememos que la cosa amada sea poseída por algún otro; pero
el celo que tenemos por Dios hace que, al contrario, temamos, ante todo, no ser
enteramente poseídos por Él Los celos humanos nos hacen temer no ser bastante
amados; los celos cristianos nos infunden el temor de no amar bastante,
Aviso
sobre la manera de conducirse en el santo celo
Siendo
el celo como un ardor y vehemencia del amor, necesita ser sabiamente dirigido,
pues de lo contrario violaría los términos de la modestia y de la discreción;
no porque el divino amor, por vehemente que sea, pueda ser excesivo, ni en sí
mismo ni en los movimientos e inclinaciones que imprime en los espíritus, sino
porque, en la ejecución de sus proyectos, echa mano del entendimiento, ordenándole
que busque los medios para el éxito, y de la audacia o de la cólera para vencer
las dificultades, con lo cual acaece, con frecuencia, que el entendimiento
propone y hace emprender caminos demasiado ásperos y violentos, y que la cólera
o la audacia, una vez excitadas, no pudiendo contenerse en los limites que
señala la razón, arrastran el corazón al desorden, de suerte que el celo, de
esta manera, se ejerce indiscreta y desordenadamente, lo cual lo hace malo y
reprensible. El celo emplea la ira contra el mal, pero le ordena siempre, con
gran encarecimiento, que, al destruir la iniquidad y el pecado, salve, si
puede, al pecador y al malo. Aquel buen padre de familia que nuestro Señor
describe en el Evangelio, sabía bien que los siervos fogosos y violentos suelen
ir más allá de las intenciones de su dueño, pues, al ofrecerse los suyos para
ir a escardar, a fin de arrancar la cizaña: No - les dijo -porque no suceda que, arrancando la cizaña,
arranquéis juntamente el trigo. Ciertamente, Teótimo la ira es un siervo que, por ser fuerte, animoso y muy
emprendedor, realiza mucha labor; pero es tan ardiente, tan inquieto, tan
irreflexivo e impetuoso, que no hace ningún bien sin que, ordinariamente,
cause, al mismo tiempo, muchos males.
El amor propio nos engaña con frecuencia y nos alucina, poniendo
en juego sus propias pasiones bajo el nombre de celo. El celo se ha servido alguna vez de la
cólera, y ahora la cólera, en desquite, se sirve del nombre del celo, para
encubrir su ignominioso desconcierto. Digo que se sirve del nombre del celo,
porque no puede servirse del celo en sí mismo, por ser propio de todas las
virtudes, sobre todo de la caridad, de la cual depende el celo, el ser tan
buenas, que nadie puede abusar de ellas.
Pero hay personas que creen que es imposible tener mucho celo
sin montar fuertemente en cólera, y que nada se puede arreglar sin echarlo a
perder todo; siendo
así que, por el contrario, el verdadero celo nunca se
sirve de la cólera; porque, así como el hierro y el fuego no se aplican a
los enfermos, sino cuando no queda otro recurso, de la misma manera el santo
celo no echa mano de la cólera sino en los casos de necesidad extrema.
Que
el ejemplo de muchos santos, los cuales, según parece, ejercitaron el celo con
cólera, en nada contradice lo dicho en el capítulo precedente
Un
día en que nuestro Señor pasaba por Samaria, envió a buscar alojamiento en una
ciudad; pero sus habitantes, al saber que nuestro Señor era judío de nación y
que iba a Jerusalén, no quisieron admitirle. Viendo esto sus discípulos,
Santiago y Juan, dijeron: ¿Quieres que mandemos que llueva fuego del cielo y los
devore? Pero Jesús, vuelto a ellos, les respondió, diciendo: No sabéis a qué
espíritu pertenecéis, El Hijo del hombre no ha venido para perder hombres, sino
para salvarlos 41. Santiago y Juan, que querían imitar a Elías
haciendo caer fuego del cielo sobre los hombres, fueron reprendidos por nuestro
Señor, el cual les dio a entender que su espíritu y su celo eran dulces, mansos
y bondadosos, y que no empleaba la indignación y la cólera sino muy raras veces,
cuando no había esperanza de poder sacar provecho de otra manera. Santo Tomás,
aquel gran astro de la Teología, estaba enfermo de la enfermedad de que murió,
en el monasterio de Fosanova, de la orden del Cister, cuando he aquí que los
religiosos le pidieron que les hiciese una breve exposición del sagrado Cantar
de los Cantares, a imitación de San Bernardo.
Respondióles
el Santo: Mis queridos padres, dadme el espíritu de San
Bernardo e interpretaré este divino cántico como San Bernardo. Asimismo,
si a nosotros, pobres cristianos, miserables, imperfectos y débiles, nos dicen:
Ayudaos de la ira y de la indignación en vuestro
celo, como Finées, Elías, Matatías, San Pedro y San Pablo, hemos de responder:
Dadnos el espíritu de perfección y de puro celo, juntamente con la luz interior
de estos grandes santos, y nos llenaremos de ira como ellos. No es patrimonio de todos saber
encolerizarse cuándo conviene y cómo conviene.
Estos
grandes santos estaban directamente Inspirados por Dios, y, por lo tanto, podían,
sin peligro, echar mano de la cólera; porque el mismo espíritu que provocaba en
ellos estas explosiones, sostenía las riendas de su justo enojo, para que no
fuera más allá de los límites que de antemano le había señalado. Una ira que
está inspirada o excitada por el Espíritu Santo no es ya la ira del hombre, y
es precisamente la ira del hombre la que hay que evitar, pues, como dice el
glorioso Santiago, no obra la justicia de Dios 4", Y, de hecho, cuando estos grandes siervos de Dios se servían
de la cólera, lo hacían en ocasiones tan solemnes y por crímenes tan atroces,
que no corrían ningún peligro de que la pena excediese, a la culpa,
Ciertamente,
ninguno de nosotros es San Pablo para saber hacer las cosas a propósito. Pero los espíritus agrios, mal humorados, presuntuosos y
malicientes, al dejarse llevar de sus inclinaciones, de su humor, de sus
aversiones y de su Jactancia, quieren cubrir su injusticia con la capa del
celo, y cada uno, bajo el nombre de fuego sagrado, se deja abrasar por sus propias
pasiones, El celo por la salvación de las
almas hace desear las prelacías, dice el ambicioso; hace correr de acá para
allá al monje destinado al coro, dice este espíritu inquieto; es causa de rudas
censuras y murmuraciones contra los prelados de la Iglesia y contra los
príncipes temporales, dice el arrogante. No hablan estos sino de celo,
mas no aparece tal celo, sino tan sólo la maledicencia, la cólera, el odio, la
envidia y la, ligereza de espíritu y de lengua.
Se
puede practicar el celo de tres maneras: primeramente, realizando grandes actos
de justicia, para rechazar el mal; pero esto sólo corresponde a aquellos que,
por razón de su oficio, están autorizados para corregir, censurar y reprender
públicamente, en calidad de superiores, corno los príncipes, los magistrados,
los prelados y los predica lores; mas, por ser este papel respetable, todos
quieren desempeñarlo y entrometerse en él. En segundo lugar, se ejercita el
celo practicando grandes actos de virtud, para dar buen ejemplo, sugiriendo los
remedios contra el mal, exhortando a emplearlos, obrando el bien contrario al
mal que se quiere exterminar, lo cual incumbe a todos, si bien son pocos los
que lo quieren practicar, Finalmente, se practica el celo de una manera muy
excelente padeciendo y sufriendo mucho para impedir y alejar el mal, y casi
nadie quiere practicar esta clase de celo.
En
verdad, el celo de nuestro Señor se puso principalmente de manifiesto en la
muerte de cruz, para destruir la muerte y el pecado de los hombres, en lo cual
fue excelentemente imitado por aquel admirable vaso de elección 43 Y de
dilección, según lo expresa con palabras de oro el gran San Gregario
Nacianceno; porque, hablando de este santo apóstol, dice: "Combate por todos, derrama sus preces por todos, es
apasionado de celo por todos, está abrasado por todos y se atreve a mis que
todo esto por sus hermanos según la carne, pues llega hasta desear, por
caridad, ser apartada, por ellos, de Jesucristo 44.
iOh
excelencia de un valor y de un fervor de espíritu increíble! imita a
Jesucristo, que se hizo, por nosotros, objeto de maldición 45, cargó con
nuestras dolencias y tomó sobre Sí nuestras enfermedades 46; o, mejor dicho,
fue el primero, después del Salvador, que no rehusó sufrir y ser reputada por
impío por nuestra causa."
El
verdadero celo es hijo de la caridad, porque es el ardor de la misma; por esta
causa, es, como ella, paciente y benigno, sin turbación, sin altercado, sin
odio, sin envidia, y se regocija en la verdad 47.
N. B. Este articulo es muy importante leerlo porque nos muestra lo mala que es la ira sino esta presidida del celo divino. Dice san pablo: "La ira no obra la justicia de Dios" porque tiene mucho de lo nuestro y nada de Dios.
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