VICTOR SOLOVIEF
LIBRO TERCERO EL PRINCIPIO TRINITARIO
Y SU APLICACIÓN SOCIAL
. EL
PRINCIPIO TRINITARIO Y SU APLICACIÓN SOCIAL
La
verdadera Iglesia, templo, cuerpo y Esposa mística de Dios, es una como Dios
mismo. Pero hay unidad y unidad. Hay la unidad negativa, solitaria y estéril,
que se limita a excluir toda pluralidad. Es una simple negación que supone
lógicamente lo que niega y que se manifiesta como el comienzo de un número indeterminado,
detenido arbitrariamente. Porque nada impide que la razón admita varias
unidades simples y absolutamente iguales entre sí, y que luego las multiplique
hasta el infinito. Y si con razón los alemanes han podido llamar a tal
firocessus, «mal infinito » (die schleckte Unendlichkeit) (1), también la simple
unidad, que es su principio, puede ser denominada mala unidad.
Pero
hay la unidad verdadera, que no es opuesta a la pluralidad, que no la excluye,
pero que, en el goce tranquilo de su propia superioridad, domina a su contrario
y lo somete a sus leyes. La mala unidad es el vacío y la nada; la verdadera es
el ser Uno que lo contiene todo en sí mismo. Esta unidad positiva y fecunda, sin
dejar de permanecer como es, superior a toda realidad limitada y múltiple,
contiene en sí, determina y manifiesta las fuerzas vivas, las razones uniformes
y las cualidades variadas de todo cuanto existe.
Con la
profesión de esta unidad perfecta, que todo lo produce y abraza, comienza el
Credo de los cristianos : in unum Deum Patrem Omnipotentem (Paníokráiora).
Dicho
carácter de unidad positiva (de uni-totalidad o de uni-plenitud) pertenece a
todo lo que es o debe ser absoluto en su género. Tal es en sí Dios omnipotente,
tal es idealmente la razón humana que puede comprender toda cosa, tal debe ser,
por último, la verdadera Iglesia esencialmente universal, a saber, la que
abraza en su viviente unidad a la humanidad y al mundo entero.
La
verdad es una y única en el sentido de que no puede haber dos verdades
absolutamente independientes una de otra, y con mayor razón contrarias una a otra.
Pero en virtud de su misma unidad, la verdad única, como no puede encerrar en
sí nada limitado, arbitrario ni exclusivo, ni puede ser particular ni parcial, debe
contener en un sistema lógico las razones de todo cuanto existe, debe bastar
para explicarlo todo. .De igual manera la verdadera Iglesia es una y única por
cuanto no puede haber dos verdaderas iglesias, independientes una de otra y con
mayor razón en lucha una contra otra. Pero justamente por ello la verdadera
Iglesia, como organización única de la vida divino-humana, debe comprender en
un sistema real, toda la plenitud de nuestra existencia, debe determinar todos
los deberes, bastar a todas las necesidades efectivas, responder a todas las
aspiraciones humanas.
La
unidad real de la Iglesia está representada y garantizada por la monarquía
eclesiástica. Pero porque la Iglesia, siendo una, debe ser universal, es decir,
abrazarlo todo en un orden determinado, la monarquía eclesiástica no puede
permanecer estéril, sino que debe engendrar los poderes constitutivos de la existencia
social completa. Y si la monarquía de Pedro, considerada como tal, nos ofrece
el reflejo de la unidad divina y al mismo tiempo la base real e indispensable para
la unificación progresiva de la humanidad, hemos de ver también, en el
desarrollo ulterior de los poderes sociales de la cristiandad, no solamente el
reflejo de la fecundidad inmanente de la Divinidad, sino, además, el medio real
de vincular la totalidad de la existencia humana a la plenitud de la vida
divina.
Cuando
decimos que un ser vivo es, le atribuimos necesariamente una unidad, una
dualidad y una trinidad.
Unidad,
puesto que se trata de un ser. Dualidad, puesto que no podemos afirmar que un
ser es sin afirmar al mismo tiempo que es algo, que tiene una objetividad
determinada. Por consiguiente, las dos categorías fundamentales de todo ser son:
su existencia como sujeto real y su esencia objetiva o su idea (su razón de
ser). Por último, hay una trinidad en el ser vivo; el sujeto del ser se vincula
de tres maneras diferentes a la objetividad que esencialmente le pertenece : la
posee en primer lugar, por el hecho mismo de su existencia, como realidad en
sí, cómo su substancia interior; en segundo lugar, la posee en su acción propia,
que es necesariamente la manifestación de dicha substancia; y, por último, la
posee en el sentimiento o goce de su ser y de su acción, en esa vuelta sobre sí
mismo que procede de la existencia manifestada por la acción. La presencia,
sucesiva, si no simultánea, de estos tres modos de existencia, es indispensable
para constituir un ser vivo. Porque si se sobreentiende que la acción propia y
el sentimiento suponen ia existencia real del sujeto dado, no menos cierto es
que una realidad completamente privada de la facultad de obrar y de sentir no
sería un ser vivo, sino cosa inerte y muerta.
Consideradas
en sí mismas las tres maneras de ser que acabamos de indicar, tienen, sin
discusión, un carácter plenamente positivo. Como un sujeto realmente existente
es más que un ser de razón, también un sujeto que obre y sienta es más que una
materia pasiva o una fuerza ciega.
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