30 de diciembre
S. Sabino,
obispo y sus compañeros, mártires.
(†304)
(†304)
La rabia y crueldad de los
gentiles contra los fieles habían llegado a tal extremo en tiempo de
Diocleciano y Maximiano, que por edicto imperial se habían puesto ídolos en
todos los mercados, en los molinos públicos, en los hornos, en los caminos, en
los mesones, en las fuentes públicas, en los pozos y en los ríos, para que
nadie pudiese tomar agua, moler trigo ni comprar cosa alguna sin que hubiese adorado
antes a los simulacros de los falsos dioses. Pero el Señor suscitaba ilustres
héroes que con su celo apostólico, su ejemplo y sus prodigios, alentaban a los
fieles a menospreciar todos los artificios de aquella tiranía infernal: y uno
de estos héroes cristianos fué el admirable san Sabino, obispo de Espoleto en
Umbría: el cual, cuando más arreciaba la persecución, y se veían en todas partes
horcas levantadas, hogueras encendidas, potros, calderas de aceite hirviendo,
uñas de hierro y otras invenciones de torturas, recorrió todas las ciudades y
pueblos de la provincia, consolando y esforzando a los fieles, con sus exhortaciones
y con los santos sacramentos. Noticioso al fin el gobernador de Toscana,
llamado Venustiano, de que el obispo Sabino estaba en Asís y que no cesaba día
y noche de alentar a los cristianos y visitar aun a los que estaban escondidos
en cuevas subterráneas, pasó a Asís y le hizo buscar y prender juntamente con
Exuperancio y Marcelo, sus diáconos, y cargado de cadenas los encerró en una
horrorosa cárcel. Pocos días después los hizo presentar a su tribunal, y les
mandó adorar una pequeña estatua de Júpiter, hecha de coral y de oro: y el
santo, tomando el ídolo en sus manos, lo arrojó al suelo, y lo hizo pedazos.
Ordenó el presidente que allí mismo le cortasen las manos al santo obispo, y
extendiesen en el potro a Exuperancio y a Marcelo y los moliesen a palos hasta
matarlos, a los cuales no cesó de animar Sabino hasta que murieron. Serena,
dama cristiana y riquísima, visitó al santo en la cárcel, y le rogó que curase
a un sobrino que estaba ciego, y el
mártir le alcanzó luego la vista. Con este milagro se convirtieron quince
presos. También el gobernador Venustiano fué atormentado con grandes dolores en
los ojos, por espacio de un mes, y por esta causa no pasó adelante en el
suplicio del santo obispo, y como el dolor creciese cada día, y le dijesen que Sabino acababa de dar la vista a un ciego, fué a la cárcel con su mujer
y dos hijos y rogó al santo que le perdonase los tormentos que le había hecho
sufrir, y le aliviase los que él padecía en los ojos. Respondióle el santo que alcanzaría
esta gracia si quería creer en Jesucristo y se bautizaba. Aceptó el gobernador
el partido, y arrojando al río los pedazos del ídolo de coral, pidió al santo
que le instruyese en la fe, y al instante se halló curado, y recibió el
bautismo con toda su familia: lo que habiendo legado a oídos del emperador,
mandó que les cortasen la cabeza. Finalmente, Lucio, sucesor de Venustiano,
hizo conducir a Espoleto a san Sabino, donde le mandó azotar con látigos
forrados de plomo, hasta que expiró.
Reflexión:
¡Cuánta verdad es que
jamás Dios se deja vencer en generosidad de sus siervos! Si como san Sabino
resiste denodado y confiesa su fe, parece que pone a su disposición toda su
omnipotencia, según, son los milagros y conversiones que obra. Por muchos
sacrificios que hagas por El, siempre serán mayores las gracias que te conceda.
Oración:
¡Oh Dios omnipotente!
Vuelve tus ojos compasivos sobre nuestra debilidad, y pues nos agrava el peso
de nuestras miserias, concédenos la protección del bienaventurado Sabino, tu
mártir y pontífice. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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