RUSIA Y EL MUNDO
(Fin del artículo)
Los nuevos desafíos y amenazas
Irán se encuentra actualmente bajo la luz de los proyectores. Es evidente
que Rusia siente preocupación por la creciente amenaza de desencadenamiento de
una operación militar contra ese país. Si eso ocurriese, las consecuencias
serían desastrosas. Es imposible imaginar su verdadero alcance. Estoy
convencido de que ese problema debe resolverse de forma pacífica. Nosotros
proponemos que se reconozca el derecho de Irán a desarrollar su programa
nuclear de carácter civil, incluyendo la producción de uranio enriquecido. Pero
eso debe hacerse poniendo toda la actividad nuclear iraní bajo el control
minucioso y confiable del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA). Si
eso funciona, será posible levantar todas las sanciones adoptadas contra Irán,
incluyendo las de carácter unilateral. Occidente se ha dejado llevar por su
tendencia a querer castigar a ciertos países. A la menor contrariedad,
[Occidente] impone sanciones e incluso emprende una operación militar. Yo
quisiera recordar que ya no estamos en el siglo XIX y ni siquiera en el siglo
XX. También es muy seria la situación alrededor del problema nuclear norcoreano.
En contradicción con el régimen de no proliferación, Pyongyang exige
abiertamente el derecho a disponer de un programa nuclear de carácter militar y
ya ha realizado dos ensayos nucleares. El estatuto nuclear de Corea del Norte
es inaceptable para todos. Seguimos siendo favorables a la desnuclearización de
la península de Corea, por vías exclusivamente políticas y diplomáticas, y
exhortamos al restablecimiento de las negociaciones a seis bandas.
Sin embargo, es evidente que no todos nuestros socios comparten ese
enfoque. Tengo la convicción de que en este momento hay que ser especialmente
prudentes. Son inadmisibles los intentos de poner a prueba la resistencia del
nuevo dirigente norcoreano, lo cual puede provocar reacciones apresuradas. Recordemos
que Rusia y Corea del Norte tienen una frontera común y, como sabemos, nadie
escoge a sus vecinos. Continuaremos un diálogo activo con el gobierno de ese
país y el desarrollo de relaciones de convivencia, mientras incitamos a
Pyongyang a resolver el problema nuclear. Es evidente que ello sería más fácil
si se fortaleciera la atmósfera de confianza mutua en la península y se
reanudara el diálogo intercoreano. En el contexto de las pasiones que los
programas nucleares de Irán y de Corea del Norte han desencadenado, se comienza
a reflexionar inevitablemente sobre cómo aparecen los riesgos de proliferación
del armamento nuclear y aquello que los refuerza. Tenemos la impresión de que
los casos cada vez más frecuentes de injerencia extranjera, brutal e incluso
armada, en los asuntos nacionales de un país pueden incitar a tal o más cual
régimen autoritario (y no sólo a estos) a dotarse del arma nuclear, creyendo
que la posesión de esa arma puede protegerlos. Y a quienes no la tengan sólo
les queda esperar una “intervención humanitaria”. Nos guste o no, la injerencia
extranjera da lugar a esa manera de pensar. Y es por ello que aumenta, en vez
de disminuir, el número de países donde las tecnologías nucleares militares
están “al alcance de la mano”. En esas condiciones, crece la importancia de las
zonas libres de armas de destrucción masiva creadas en diferentes partes del
planeta. Por iniciativa de Rusia, ha comenzado una discusión sobre los
parámetros para la creación de ese tipo de zona en el Medio Oriente.
Hay que tratar por todos los medios de que nadie se sienta tentado a
obtener el arma nuclear. Para lograrlo tiene que producirse un cambio entre los
propios combatientes de la no proliferación, sobre todo entre aquellos que
están acostumbrados a castigar a otros países recurriendo a la fuerza militar,
despreciando así la diplomacia. Fue ese, por ejemplo, el caso de Irak, cuyos
problemas no han hecho más que empeorar después de casi 10 años de ocupación. Si
lográsemos eliminar por fin las razones que llevan a los Estados a tratar de
poseer el arma nuclear pudiéramos dar por fin al régimen internacional de no
proliferación un carácter verdaderamente universal y sólido gracias a los
tratados en vigor. Gracias a ese régimen, todos los países podrían beneficiarse
plenamente con la tecnología nuclear de carácter civil bajo el control del
OIEA. Eso sería muy positivo para Rusia ya que trabajamos activamente en los
mercados internacionales, construimos nuevas centrales nucleares con
tecnologías modernas y seguras y participamos en la creación de centros
internacionales de enriquecimiento de uranio y de bancos de combustible
nuclear. El futuro de Afganistán es igualmente preocupante. Hemos respaldado la
operación militar tendiente a aportar ayuda internacional a ese país. Pero el
contingente militar internacional dirigido por la OTAN no ha cumplido con la
misión asignada. Subsisten el peligro terrorista y la narcoamenaza provenientes
de Afganistán. Mientras anuncia la retirada de sus tropas de ese país para el
2014, Estados Unidos está creando bases militares en ese mismo país y en los
países vecinos sin disponer de ningún mandato para ello, sin objetivo
claramente definido y sin anunciar plazos de duración de la actividad. Está
claro que eso no nos conviene.
Rusia tiene intereses vitales en Afganistán. Y esos intereses son
perfectamente legítimos. Afganistán es nuestro vecino inmediato y nos interesa
que ese país se desarrolle de forma estable y pacífica. Y sobre todo que deje
de ser la principal fuente de narcoamernaza. El tráfico de estupefacientes se
ha convertido en una de las principales amenazas, está socavando el fondo
genético de naciones enteras, crea un ambiente favorable a la corrupción y el
crimen y conduce a la desestabilización de la situación en el propio
Afganistán. Hay que señalar que la producción de estupefacientes afganos no
sólo no se reduce sino que el año pasado incluso aumentó en cerca del 40%.
Rusia está siendo blanco de una verdadera agresión de la heroína, que inflige
une enorme perjuicio a la salud de nuestros conciudadanos. Dada la envergadura
de la amenaza que representa la droga afgana sólo es posible luchar contra ella
uniéndonos, con el apoyo de la ONU y de las organizaciones regionales –la OTSC
(Organización del Tratado de Seguridad Colectiva), la OCS (Organización de
Cooperación de Shangai) y la CEI (Comunidad de Estados Independientes). Estamos
dispuestos a prever un significativo aumento de la participación de Rusia en la
operación de ayuda al pueblo afgano. Pero con la condición de que el
contingente internacional en Afganistán actúe de manera más enérgica también en
interés nuestro, de que se dedique a la destrucción física de las plantaciones
de droga y los laboratorios clandestinos.
La intensificación de las operaciones antidroga en Afganistán debe
acompañarse con el desmantelamiento de las redes de transporte de los opiáceos
hacia los mercados externos, la supresión de los flujos financieros que
sostienen el tráfico de estupefacientes, así como el bloqueo del
aprovisionamiento de los productos químicos utilizados en la fabricación de
heroína. El objetivo es instaurar en la región un complejo sistema de seguridad
antidroga. Rusia contribuirá realmente a la eficaz unificación de los esfuerzos
de la comunidad internacional por lograr un cambio radical en la lucha contra
la narcoamenaza mundial. Es difícil hacer pronósticos sobre la evolución de la
situación en Afganistán. La historia nos enseña que la presencia militar
extranjera no le ha aportado la paz. Sólo los afganos pueden resolver sus
propios problemas. A mi entender, el papel de Rusia consiste en ayudar al
pueblo afgano a crear una economía estable y a mejorar la capacidad de las
fuerzas armadas nacionales en la lucha contra la amenaza del terrorismo y del
tráfico de droga, con la participación activa de los países vecinos. No nos
oponemos a que la oposición armada, incluyendo los talibanes, se una al proceso
de reconciliación nacional, a condición de que renuncie a la violencia, de que
reconozca la constitución del país y rompa sus vínculos con Al-Qaeda y con
otras organizaciones terroristas. En principio, estimo que el establecimiento
de un Estado afgano pacífico, estable, independiente y neutro es algo
perfectamente realizable.
La inestabilidad anclada a lo largo de años y décadas es terreno fértil
para el terrorismo internacional. Todo el mundo reconoce que constituye uno de
los más peligrosos desafíos para la comunidad internacional. Yo quisiera
subrayar que las zonas de crisis que engendran las amenazas terroristas se
hallan mucho más cerca de las fronteras rusas que de las fronteras de nuestros
socios europeos o americanos. Las Naciones Unidas han adoptado una Estrategia
Antiterrorista Mundial, pero da la impresión de que la lucha contra ese mal no
siempre se desarrolla siguiendo un plan universal común y de manera coherente
sino en respuesta a las manifestaciones más agudas y bárbaras del terror,
cuando llega a su apogeo la indignación pública ante acciones provocadoras de
los terroristas. El mundo civilizado no debe esperar a que se produzca otra
tragedia similar a la del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York o algo
parecido a lo ocurrido en la escuela de Beslan para empezar a actuar de forma
colectiva y decidida. Lejos estoy, sin embargo, de negar los resultados
obtenidos en la lucha contra el terrorismo internacional. Están a la vista. En
estos últimos años, se ha fortalecido la cooperación entre los servicios de
inteligencia y las fuerzas del orden de diversos países. Pero son evidentes las
reservas en la cooperación antiterrorista. ¿Qué otra cosa podemos decir ante el
hecho que hasta ahora se mantiene una política de doble rasero y que los
terroristas son vistos de forma diferenciada, según los países,
considerándoselos como “buenos” o “no demasiado malos”. Algunos no vacilan en
utilizar a estos últimos en sus rejuegos políticos, por ejemplo, para
desestabilizar regímenes considerados indeseables.
Yo diría igualmente que todas las instituciones de la sociedad –los medios
de prensa, las asociaciones religiosas, las ONGs, el sistema de educación, la
ciencia y las empresas– deben utilizarse plenamente en la prevención del
terrorismo. Es necesario un diálogo interconfesional y, en un sentido más
amplio, intercivilizacional. Rusia es un país multiconfesional y nunca hemos
tenido guerras de religión. Nosotros podríamos aportar nuestra contribución a
la discusión internacional sobre ese tema.
Fin de la primera parte
No hay comentarios:
Publicar un comentario