Breve relato sobre el Anticristo
(primera parte)
Vladimir Soloviev
¡Pan-mongolismo! Aunque es un nombre salvaje,
Su sonido me acaricia, Como si presagiara un gran destino Pleno de lo divino.
La Dama: ¿De dónde
proviene este epígrafe?
El Señor Z: Creo que
ha sido compuesto por el mismo autor del relato.
La Dama: Pues bien,
léalo.
El Señor Z: (lee) - El
siglo XX después de Cristo fue la época de las últimas grandes guerras
internacionales y decisivas revoluciones. La más grande de estas guerras exteriores
tuvo como causa remota el movimiento intelectual surgido en Japón hacia fines del
siglo XIX con el nombre de pan-mongolismo. Los japoneses, buenos
imitadores, asimilaron con sorprendente rapidez y éxito las formas sustanciales
de la cultura europea, apropiándose también de algunas ideas europeas de orden
inferior.
Habiendo conocido a través de periódicos y manuales de historia la
existencia en Occidente del pan-helenismo, pan-germanismo, pan-eslavismo,
pan-islamismo, proclamaron la gran idea del pan-mongolismo —unificación de
todos los pueblos del Asia oriental bajo su liderazgo, con el objetivo de
llevar adelante una guerra decisiva contra los extranjeros, es decir, contra
los europeos—. Aprovechando que a comienzos del siglo XX Europa se encontraba
ocupada en la última y decisiva batalla contra el mundo musulmán, se aprestaron
a realizar su gran plan: primero la ocupación de Corea, luego Pekín, donde, con
la ayuda del partido progresista chino, depusieron a la antigua dinastía
Manchú, sustituyéndola por la japonesa. A esta última los conservadores chinos
también se adaptaron fácilmente, comprendiendo que entre dos males es mejor
escoger el menor, pues después de todo, los japoneses eran sus hermanos. Por lo
demás, la independencia estatal de la antigua China no tenía la fuerza para
sostenerse por sí misma y la sumisión a los europeos o a los japoneses se
tornaba inevitable.
Posteriormente se vio con claridad que el dominio de los japoneses,
aunque suprimiera las estructuras externas del gobierno chino —que para entonces
se mostraban absolutamente inútiles— no interferiría en los asuntos internos de
la vida nacional. En cambio, la ocupación de potencias europeas con gusto
habría apoyado por razones políticas a los misioneros cristianos, amenazando
los profundos principios espirituales de China. El antiguo odio nacional entre
chinos y japoneses surgió cuando ni unos ni otros conocían a los europeos. Sin
embargo frente a estos últimos la mutua enemistad entre dos naciones similares
se tornaba una guerra civil sin sentido. Los europeos aparecían como extranjeros,
enemigos radicales, y su predominio no prometía en lo absoluto algo que pudiera
incrementar el amor a la propia raza, mientras que en manos de los japoneses, los
chinos veían más atractivo el pan-mongolismo, que al mismo tiempo se tornaba
más justificable ante sus ojos que la triste e inevitable realidad de la
europeización.
“Comprendan, obstinados hermanos” —terqueaban los japoneses— “que de
estos perros occidentales buscamos solamente sus armas, no por simpatía hacia
ellos, sino tan sólo para golpearlos con ellas. Si os unís a nosotros y
aceptáis nuestra orientación práctica, seremos capaces no sólo de expulsar a
los demonios blancos de nuestra Asia, sino también de conquistar sus propios
países y establecer un verdadero Imperio Medio sobre todo el mundo. Es legítimo
vuestro orgullo nacional y el desprecio hacia los europeos, pero estos
sentimientos deben ser nutridos no sólo con sueños ilusorios, sino con una acción
apropiada. En esto os hemos superado y debemos mostraros los caminos de nuestros
intereses comunes. Como podéis ver, son pocas las ganancias obtenidas a través
de una política autosuficiente y desconfiada hacia nosotros, vuestros amigos naturales
y protectores. Poco faltó para que Rusia e Inglaterra, Alemania y Francia nos dividiesen
sin dejarnos ni los restos de nuestro territorio. Todas vuestras empresas de tigres
solamente han mostrado la impotencia del último coletazo de la serpiente”. La
sensatez china encontró este argumento razonable, estableciéndose así
firmemente la dinastía japonesa. Su primer cometido fue evidentemente la
creación de una flota y un poderoso ejército. Gran parte de las fuerzas
militares japonesas fueron trasladadas a China, donde sirvieron de núcleo al
nuevo y colosal ejército. Los oficiales japoneses que dominaban el idioma
chino, demostraron tener mayor eficiencia como instructores que los europeos,
mientras que la inmensa población de China con Manchuria, Mongolia y Tibet, proveyó
un beneficioso potencial de guerra.
Ya el primer Bogdijan (1) de la dinastía japonesa probó exitosamente el poder del nuevo imperio
expulsando a los franceses de Tonkín y Siam, a los ingleses de Burma y anexando
toda Indochina al Imperio Medio. Su sucesor, el segundo emperador, de origen chino
por parte de madre, unía en sí la astucia y la determinación china con la
energía, agilidad e iniciativa japonesas. Éste movilizó hasta el Turquestán
chino un ejército de cuatro millones de hombres y mientras que Tzun-Li-Jamin
comunicaba confidencialmente al embajador ruso que este ejército estaba
destinado a la ocupación de la India, el Bogdijan invadía nuestra Asia central.
Aquí, sublevando a toda la población, cruzó rápidamente los Urales, ocupando
con sus soldados la Rusia oriental y central. Entre tanto, las tropas rusas se
movilizaron rápidamente, con contingentes venidos de Polonia y Lituania, Kiev y
Volinia, Petersburgo y Finlandia. Ante la ausencia de una estrategia militar y
la superioridad numérica de los enemigos, las fuerzas rusas tan sólo pudieron replegarse
con honor. La rapidez de la agresión no les dio tiempo para la necesaria
concentración de fuerzas y así numerosas tropas, una tras otra, fueron
aniquiladas en desesperadas y encarnizadas batallas. Los mongoles lograron esta
victoria a un precio muy alto, pero con la ocupación de todas las líneas
ferroviarias del Asia recuperaron fácilmente sus pérdidas. Mientras tanto, dos
cuerpos del ejército ruso compuestos por doscientos mil hombres, concentrados
desde tiempo atrás en la frontera con Manchuria, hicieron un fallido intento
invadiendo el bien defendido territorio chino.
Después de dejar parte de sus fuerzas restantes en Rusia con el objetivo
de impedir la formación de un nuevo ejército en el país y también para expulsar
las numerosas guerrillas, el Bogdijan cruzó las fronteras alemanas con tres
divisiones del ejército. Por su parte, los alemanes tuvieron suficiente tiempo
para prepararse y las tropas mongolas se encontraron con una poderosa defensa.
Paralelamente en Francia el partido nacionalista tomó el poder y prontamente
movilizó millones de bayonetas al lugar del conflicto. Puesto entre la espada y
la pared, el ejército alemán se vio obligado a aceptar los términos de paz
ofrecidos por el Bogdijan. Los entusiastas franceses, que simpatizaban con la
raza amarilla, se expandieron por Alemania perdiendo pronto todo sentido de
disciplina militar. El Bogdijan ordenó a su ejército eliminar a los aliados
considerados inútiles, orden que fue ejecutada con el esmero y la precisión
propia de los chinos. Simultáneamente, en París se dio la insurrección de los
trabajadores sans patrie (2) y la capital universal de la cultura occidental abrió sus
puertas con júbilo al Señor del Oriente. El Bogdijan se dirigió hacia Boloña,
donde escoltado por una flota venida del Pacífico, preparó rápidamente las
naves que llevarían a su ejército hasta Gran Bretaña. Como el emperador estaba
necesitado de fondos, los ingleses lograron comprar su libertad con un millón
de libras esterlinas. En el transcurso de un año todas las potencias europeas reconocían
su vasallaje al Bogdijan, el cual, dejando en Europa suficientes fuerzas de ocupación,
regresó al Oriente para emprender campañas navales contra América y Australia.
Por medio siglo pesa sobre Europa el nuevo yugo mongol. En el aspecto
interno, esta época se caracteriza por la mezcla y el intercambio profundo de
ideas europeas y orientales, repitiendo en grand (3) el antiguo sincretismo alejandrino. En la
vida práctica se evidencian tres aspectos como los más representativos: la
vasta afluencia en Europa de obreros chinos y japoneses y como consecuencia la
agudización del problema económico-social; la prolongación por parte de la
clase dirigente de una serie de paliativos para resolver este problema; y,
finalmente, la creciente actividad de sociedades internacionales secretas,
organizando una gran conspiración pan-europea con el fin de expulsar a los
mongoles y restablecer la independencia de Europa. Esta colosal conspiración,
apoyada por los gobiernos nacionales, —en la medida en que podían evadir el
control de los funcionarios del Bogdijan—, fue preparada hábilmente logrando admirables
resultados. En el momento fijado, se dio inicio al exterminio de los soldados
mongoles, el exilio y expulsión de los obreros asiáticos. Unidades secretas de
tropas europeas aparecieron repentinamente en diversos lugares, llevándose a
cabo una movilización general de acuerdo a una estrategia previamente
planificada. El nuevo Bogdijan, nieto del gran conquistador, se trasladó de
China a Rusia, donde encontró su numerosa tropa completamente derrotada por el
ejército europeo. Las fracciones dispersas regresaron al Asia, y Europa quedó
liberada. Si la sumisión de medio siglo a los bárbaros asiáticos fue causada
por la desunión de los estados europeos —ocupados tan sólo en sus propios
intereses nacionales— la gran y gloriosa liberación se debió a la organización
internacional de las fuerzas unidas de la población europea. Como consecuencia
natural de este hecho, la antigua estructura del mundo constituida por estados
individuales perdió su vigencia y trascendencia y los últimos restos de las
antiguas monarquías desaparecieron poco a poco.
La Europa del siglo XXI aparece como la unión de mayor o menor número de
estados democráticos: “La Unión de los Estados de Europa”. El exitoso avance de
la cultura, algunas veces interrumpido por la invasión mogólica y la lucha de
liberación, retomó nuevamente su curso con rapidez. Los problemas internos de
la conciencia, como las preguntas sobre la vida y la muerte o el destino final
del mundo y del hombre, se tornaron más complejos y confusos ante la multiplicidad
de investigaciones y descubrimientos fisiológicos y psicológicos, permaneciendo
como antes, sin solución. Se hizo patente un importante resultado, aunque de
índole negativa: la decisiva caída de la teoría materialista. La concepción del
universo como un sistema de átomos en movimiento o de la vida como resultado de
la suma mecánica de pequeñísimas y móviles partículas de materia, eran ya
totalmente insatisfactorias. La humanidad había superado para siempre este
estadio de infancia filosófica. Se evidenció claramente que había quedado atrás
la pueril credulidad de una fe ingenua e inconsciente. Aquellas ideas como “Dios
ha creado el mundo de la nada”, dejaron de ser enseñadas en las escuelas
primarias. En su lugar, se elaboró un nivel superior común, una visión de estas
ideas, ante las cuales no se concede ningún tipo de dogmatismo. Y aunque la
mayor parte de las personas pensantes permanecían totalmente incrédulas, los pocos
creyentes —por necesidad—, se convirtieron en hombres pensantes, cumpliendo el mandato
del apóstol: Sean niños en el corazón, más no en la mente (4).
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