12 DE MAYO
SANTOS NEREO Y AQUILEO, MARTIRES
Y SANTA FLAVIA DOMITILA, VIRGEN Y MARTIR
III Clase – Paramentos Rojos
Epístola – V, 1-5
Evangelio – San Juan, IV, 46-53
LOS MÁRTIRES. — Según las Actas, por
desgracia en gran parte legendarias, Nereo y Aquileo fueron soldados romanos,
convertidos por San Pedro. Después del bautismo abandonaron la milicia y
entraron al servicio de una gran dama, Domitila, pariente próxima del emperador
Tito, que se hizo cristiana muy pronto, siendo bautizada por el Papa San
Clemente. Condenados los tres como cristianos, fueron verosímilmente
decapitados.
SUS RELIQUIAS. —
No se sabe dónde fueron depositadas primitivamente las reliquias de Santa Domitila.
Los cuerpos de los Santos Nereo y Aquileo fueron honrosamente sepultados en las
catacumbas del cementerio de Domitila en la Vía Ardeatina, a medio kilómetro de
Roma. Conservamos aún una homilía pronunciada por San Gregorio en la Basílica
subterránea que el Papa Siricio había hecho construir sobre sus tumbas. San
Gregorio insiste en su discurso sobre la caducidad de los bienes de este mundo
y evoca el recuerdo de los héroes que descansaban bajo el altar alrededor del
cual se habían reunido los fieles de Roma: "Estos santos, dice, en torno
de cuyo sepulcro nos hallamos reunidos en este momento, desdeñaron en la flor
de la edad el mundo hollándole con sus pies. Tenían ante sí, vida larga, salud
asegurada, fortuna opulenta, la esperanza de una familia en la cual habrían
perpetuado su nombre y habrían podido gozar de estos placeres por largo tiempo
en la paz y tranquilidad; pero en vano el mundo hizo ostentación de sus galas
ante ellos; en su corazón estaba ya marchito." (Homilía 28 sobre el
Evangelio.) Más tarde las reliquias debieron ponerse en una basílica vecina,
situada en la Vía Apia, y llamada hasta entonces Fasciola. A
partir del siglo VIII
se llamará sólo de los Santos Nereo y Aquileo
y llegará a ser título cardenalicio. Pero a causa de los desastres de Roma, por
hallarse casi en ruinas la basílica, los cuerpos de los santos fueron
trasladados, en el siglo XIII, a la basílica de
San Adrián en el Foro. Allí permanecieron hasta fines del siglo XVI, en que
Baronio, habiendo sido creado cardenal con el título de los Santos Nereo y
Aquileo pensó restaurar para ellos la antigua basílica Fasciola. Por su
munificencia las naves.se levantaron de nuevo y sobre los muros se pintó la
historia de los tres mártires; la cátedra de mármol sobre la cual se cuenta pronunció
San Gregorio su homilía, fué restablecida a esta iglesia y en su respaldo se
gravó completa dicha homilía. Finalmente la Confesión, decorada con mármoles y
mosaicos recibió también" las reliquias de que había estado privada durante
tres siglos.
EL TRIUNFO. —
Baronio comprendió que era tiempo de terminar el destierro demasiado largo de
los santos mártires y por cuyo honor se sentía obligado a velar en adelante.
Pudo unir a las reliquias de los dos soldados' mártires, los de una Santa,
Domitila que desde entonces era honrada y que él tenía fundadas razones para
creer que era la santa compañera de su martirio, preparando todo un triunfo
para conducirlos, el 12 de mayo de 1597, a la antigua morada. Roma cristiana, sabe
cómo ninguna, unir en sus cultos los recuerdos de la antigüedad clásica con los
sentimientos que inspira la religión de Cristo. Una solemne procesión condujo
primeramente al Capitolio la carroza en que se hallaban colocados, bajo
suntuoso dosel, los cuerpos sagrados de los tres mártires. Dos inscripciones
paralelas atrajeron las miradas en el momento en que el cortejo llegaba a la
cima del Clivus
Capitolinus. En la una se leía: "A Santa Fiavia
Domitila, virgen romana y mártir, el Capitolio, purificado del culto nefasto de
los demonios, y restaurado más dignamente que lo fué por Flavio Vespaisano y por
Domiciano, Augustos, parientes de la virgen Cristiana." La otra decía:
"El Senado y el pueblo romano a santa Flavia Domitila, virgen romana y
mártir, que dejándose consumir en el fuego por la fe de Cristo, dió a Roma más
gloria que sus parientes Flavio Vespasiano y Domiciano, Augustos, cuando
restauraron a su costa el Capitolio, dos veces incendiado." Depositaron un
momento las cajas de los mártires sobre el altar levantado cerca de la estatua ecuestre
de Marco Aurelio y después de recibir sus homenajes fueron de nuevo colocados en
el carro, bajando por el lado opuesto del Capitolio hasta encontrar el arco de
Triunfo de Septimio Severo. En él se leen estas dos inscripciones: "A los
Santos Mártires Flavia Domitila, Nereo y Aquileo, excelentes ciudadanos, el
Senado y el pueblo de Roma por haber ilustrado el nombre romano con su gloriosa
muerte y obtenido con su sangre la paz para la república romana." "A
Flavia Domitila, Nereo y Aquileo invencibles mártires de Jesucristo, el Senado
y el pueblo romano por haber glorificado a la ciudad con el noble testimonio
que dieron de la fe cristiana." Siguiendo la Vía Sacra la procesión llegó frente
al arco de Triunfo de Tito, monumento de la victoria de Dios sobre la nación
deicida. En uno de sus lados se leía esta inscripción: "Este arco triunfal
otorgado y erigido en otro tiempo a Tito Flavio Vespasiano Augusto, por haber
puesto de nuevo bajo el yugo del pueblo romano a la Judea sublevada, el Senado
y el pueblo romano' le otorgan y consagran de una manera más justa a la sobrina
del mismo Tito, Flavia Domitila, por haber aumentado y propagado con su muerte
la religión cristiana." La inscripción en el otro lado del arco de Triunfo
decía así: "A Flavia Domitila, virgen romana y mártir, sobrina de Tito
Flavio Vespasiano Augusto, el Senado y el pueblo romano porque con la efusión
de su sangre y el sacrificio de vida por la fe, rindió homenaje a la muerte de
Cristo con una gloria que no adquirió el mismo Tito, cuando por vengar esta
muerte derribó a Jerusalén por inspiración divina." Dejaron a la izquierda
el Coliseo, cuya arena había sido el teatro de los combates de tantos mártires
y pasaron por el arco de Triunfo de Constantino, monumento que habla tan alto
de la victoria del cristianismo en Roma y en el imperio que repite todavía el
nombre de la familia Flavia a la cual pertenecía el primer Emperador cristiano.
He aquí las dos inscripciones que decoraban el arco Triunfal: "A Flavia
Domitila, a Nereo y Aquileo, el Senado y el pueblo romano. En esta Vía Sacra en
que muchos emperadores romanos, augustos, obtuvieron los honores del triunfo
por haber sometido al imperio del pueblo romano diversas provincias, triunfan hoy
estos mártires con gloria aún mayor por cuanto vencieron por la superioridad de
su valor a los mismos triunfadores." "A Flavia Domitila, el Senado y
el pueblo romano. Si doce emperadores parientes suyos augustos ilustraron con
sus grandes hechos a la familia Flavia y a Roma misma, la virgen sacrificando por
Cristo los honores y la vida, dió a ambos mayor lustre aún." Continuando
después por la Vía Apia llegaron finalmente a la basílica. A la puerta rodeado de
un gran número de cardenales, Baronio recibió con profundo respeto a los tres
mártires y les llevó al altar mayor, mientras el coro cantaba esta antífona del
Pontifical: "Entrad, santos de Dios; el Señor ha preparado aquí vuestra morada;
el pueblo fiel ha seguido con alegría vuestra marcha y os suplica roguéis por
él a la potestad de Dios. Alleluia!"
LA VERDADERA GLORIA. — ¡Qué triunfo tan sublime
os ha preparado Roma, oh mártires invictos después de tantos siglos
transcurridos desde vuestra gloriosa muerte! ¡Qué cierto es que en la tierra no
hay nada comparable con la gloria de los santos! ¿Dónde están, oh Domitila, los
Flavios, esos doce emperadores de tu nombre? ¿Quién se preocupa de sus cenizas?
¿Quién conserva incluso su recuerdo? A uno de ellos se le llamó "las
delicias del género humano". Y el pueblo ignora hasta su nombre. Otro, el
último de todos, tuvo la gloria de ser escogido para proclamar la victoria de
la cruz sobre el mundo romano; Roma cristiana guarda su memoria con honor y
reconocimiento; mas no le tributa culto religioso, Roma lo reserva para ti, oh
Domitila, al tuyo. ¿Quién no sentirá el poder del misterio de la resurrección
de nuestro divino Caudillo en el amor y entusiasmo que inspiran a todo este pueblo
la vista y la procesión de vuestras reliquias, oh mártires de Dios vivo? Quince
siglos pasaron sobre vuestros miembros fríos y los fieles les saludan con
entusiasmo como si los sintiesen aún llenos de vida. Pero el pueblo cristiano sabe
que Jesús, "el primer nacido de entre los muertos", ha resucitado y
que vosotros debéis resucitar un día gloriosos como El. Saluda anticipadamente esa
inmortalidad que será la parte de vuestros cuerpos inmolados para gloria del Redentor;
contempla ya con la fe el esplendor con que brillaréis un día, proclama la
dignidad del hombre rescatado, para quien la muerte no es sino el tránsito a la
vida verdadera y la tumba un surco que recibe el grano para hacerle más vivo y
más hermoso.
PLEGARIA. —
"Dichosos, dice la profecía, los que lavaron sus túnicas en la sangre del
cordero'". Pero más dichosos aún, nos dice la Santa Iglesia, aquellos que
después de haber sido purificados, mezclaron su sangre con la de la Víctima divina,
porque "suplieron en su carne lo que faltaba a las tribulaciones de
Cristo". Por eso es poderosa su intercesión y debemos dirigirnos a ellos
con amor y confianza. Sednos propicios, ¡oh Nereo, Aquileo y Domitila! Haced que
esperemos a Jesús resucitado; conservadnos la vida que nos comunicó; apartadnos
de los encantos de este mundo y disponednos a pisotearlos si hay peligro de que
nos seduzcan. Hacednos fuertes contra todos nuestros enemigos, prontos para la
defensa de la fe, vigorosos para la conquista de este reino que debemos arrebatar
por la violencia'. También los defensores de la Iglesia romana que, cada año,
renueva, en este día vuestro culto con tanto fervor; proteged al Pontífice en
quien Pedro reside; disipad las tormentas que amenazan a la cruz sobre el Capitolio
y conservad la fe en el corazón de los romanos.
EL MISMO DIA
SAN PANCRACIO, MARTIR
Un nuevo mártir viene a
unirse a los que hemos festejado. Sale también de Roma para ir a participar de
la gloria del Vencedor de la muerte. Los anteriores fueron segados en los
primeros tiempos de nuestra fe; éste luchó en el momento en que el paganismo
daba a la Iglesia los últimos asaltos en los cuales debía sucumbir él mismo. Sobre
el cementerio en que fué depositado su cuerpo se alzó en los primeros siglos
una basílica, honrada con el título cardenalicio, y un monasterio; y los monjes
enviados por San Gregorio Magno a convertir a Inglaterra le consagraron muy
pronto una iglesia.
VIDA. —
Las Actas, reconocidas hoy como legendarias, nos dicen que Pancracio nació
en Frigia y que fué muy pronto a Roma. Allí fué instruido en la religión cristiana
no tardando en derramar su sangre por Cristo. Su cuerpo fué enterrado en la Vía
Aurelia y su culto se hizo célebre en Roma, Francia e Inglaterra. La Edad Media
le consideró como patrón de los juramentos y el vengador de su violación.
GLORIA INMORTAL. — L
a gracia divina que te llamaba a la corona del martirio fué a buscarte hasta el
fondo de Frigia, para conducirte, oh Pancracio, a la capital del imperio, al
centro de todos los vicios y de todos los errores del paganismo. Tu nombre
confundido entre tantos más brillantes o más oscuros parecía que no debía dejar
huella ninguna en la memoria de los hombres. Hoy, sin embargo, tu nombre es
pronunciado en toda la tierra con acento de veneración y resuena en el altar en
las oraciones que acompañan al sacrificio del Cordero. ¿De dónde te viene, ¡oh
santo mártir! esta celebridad que sólo acabará con el mundo? Pero era justo que
habiéndote asociado a la muerte sangrienta de Cristo, se reflejase sobre ti la
gloria de su inmortalidad. ¡Gloria, pues, a El que así honra a sus compañeros
de armas! y ¡gloria a ti que mereciste tal corona! Como recompensa de nuestros homenajes
dígnate dirigirnos una mirada compasiva y haznos propicio a Jesús tu Jefe y nuestro
Jefe. En este lugar de destierro cantamos el Alleluia
por su Resurrección que nos llena de esperanzas; haz que
un día repitamos ni contigo en el cielo este mismo Alleluia ya
eterno y que entonces significará no la esperanza sino la posesión.
EL MISMO DIA
SANTO DOMINGO DE LA CALZADA,
CONFESOR
He aquí un caso más de la
fecundidad de la Iglesia. No hay miseria ni necesidad entre los hombres, que no
sea inmediatamente socorrida por algún hijo de esta buena madre. El Espíritu Santo,
que es amor, suscita almas abnegadas para enjugar todas las lágrimas. En una
época será Santo Domingo de Silos el que tendrá la misión de rescatar a los
cautivos cristianos de los moros; en otra será un San Juan de Dios quien
cuidará de los dementes, o bien un Ponce de León quien se encargará de hacer
hablar a los sordomudos. Hoy nos presenta la Iglesia a Santo Domingo de la
Calzada, que fué inspirado por Dios para consagrarse al servicio de los
peregrinos que se dirigían a Santiago de Compostela.
Vida. — Nació en el Siglo XI en la Rioja cerca de
Haro. Después de haber intentado, aunque en vano, entrar en la vida monacal,
por consejo del Cardenal Gregorio Ostiense, se dedicó a arreglar caminos, a
construir puentes y a levantar hospitales para alivio de los peregrinos que se
dirigían a Santiago de Compostela, a los cuales servía él mismo en persona. En
esta abnegada ocupación no le faltaron alientos por parte de su compatriota y
homónimo de Silos y de S. Juan de Ortega. Su residencia habitual estuvo en un
pueblo a quien por su causa dieron su nombre de Domingo de la de la Calzada.
Murió en 1109.
PLEGARIA. — ¡Cuánta
fue tu humildad, oh Domingo y cuánta tu docilidad! Por eso la divina Sabiduría
te enseñó donde se encuentra la verdadera santidad. Comprendiste que sirviendo a
los huéspedes y peregrinos servías a Cristo que dijo: "Fui huésped y me
recibisteis." ¡Quién podrá contar el número de peregrinos que acogiste en
los sesenta años que duró tu ministerio! Pide a Dios que España siga tus
huellas y que de modo particular la Rioja se santifique con tus ejemplos y que
conserve el ideal de vida cristiana que practicaste con tanta abnegación.
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