LA PASION Y LA
SEMANA SANTA
CAPITULO I
HISTORIA DEL
TIEMPO DE L A PASION
Y DE LA SEMANA SANTA.
PREPARACIÓN A LA PASCUA. — Después de haber propuesto a
la meditación de los fieles durante las cuatro primeras semanas de Cuaresma, el
ayuno de Jesús en la montaña, ahora la Iglesia consagra a la consideración de
los dolores del Redentor las dos semanas que nos separan aún de la fiesta de
Pascua. No quiere que sus hijos se presenten en el día de la Inmolación del
divino Cordero sin haber preparado sus almas con la meditación en los dolores
que El sufrió en nuestro lugar. Los más antiguos monumentos de la Liturgia, los
Sacramentarlos y los Antifonarios de todas las iglesias nos advierten por el
tono de las oraciones, selección de las lecturas, sentido de todas las fórmulas
santas que la Pasión de Cristo es, a partir de hoy el único pensamiento que
debe embargar a los cristianos. Hasta el domingo de Ramos se podrán aún
celebrar fiestas de santos durante la semana, mas ninguna solemnidad, de cualquier
rito que sea, se podrá celebrar en el domingo de Pasión. Como datos históricos
no tenemos ninguno en la primera semana de esta quincena; sus observancias son
las mismas que las de las cuatro semanas precedentes’. Remitimos, pues, al
lector al capítulo siguiente, donde tratamos de las particularidades místicas
del tiempo de Pasión en general. Pero, por el contrario, la segunda semana tiene
muchos detalles históricos; pues ninguna época del año Litúrgico ha preocupado tanto
a los cristianos, ni les ha proporcionado tan vivas manifestaciones de piedad.
NOMBRES DADOS A LA ÚLTIMA SEMANA. — A esta semana se la tenía
gran veneración ya en el siglo III, como se desprende de los testimonios
contemporáneos de S. Dionisio de Alejandría Desde el siglo siguiente, vemos se
la llamaba la Gran Semana, en una homilía de S. Juan Crisóstomo: "De
ningún modo, dice el santo Doctor, porque tenga más días que los demás, ni que
los días tengan mayor número de horas, sino por la grandeza de los misterios
que en ella se celebran" También se la llamaba Semana Penosa, a
causa de los sufrimientos de Cristo y de los trabajos que exige su celebración;
semana del Perdón, porque en ella se recibía a los pecadores a la penitencia;
finalmente Semana Santa, a causa de la santidad de los misterios que se
conmemoran en ella. Nosotros la llamamos con este nombre y es tan apropiado a
esta Semana que por extensión se llaman también Santos a cada uno de los días que
la componen; y así decimos, Lunes Santo, Martes Santo, etc...
RIGOR DEL AYUNO. — La severidad del ayuno de Cuaresma se aumentaba
antiguamente en estos últimos días, que eran como el supremo esfuerzo de la penitencia
cristiana. La Liturgia, considerando la debilidad de las generaciones de nuestro
tiempo, ha ido suavizando poco a poco estos rigores y, hoy en Occidente, no se
distingue en el rigor esta semana de las precedentes. Mas las Iglesias de Oriente,
fieles a las tradiciones de la antigüedad, continúan observando la abstinencia rigurosa,
que desde el domingo de Quincuagésima, da el nombre de Xerophagia, a
este largo período que solo permite comer alimentos secos. En cuanto al ayuno
antiguamente se extendía a más allá de lo que permitían sus fuerzas humanas.
Vemos por S. Epifanio 1 que había cristianos que prolongaban el día de Pascua 2,
desde el lunes por la mañana hasta el canto del gallo. Sin duda este esfuerzo
sólo le podía hacer un corto grupo de fieles; los demás se contentaban con
pasar sin tomar alimento, dos, tres, cuatro días consecutivos; pero el uso
común era no comer desde el Jueves Santo por la tarde hasta la mañana del día
de Pascua 3. Los ejemplos de este rigor no son raros aun en nuestros días,
entre los cristianos de Oriente y en Rusia; dichoso si estas obras de una
penitencia tan intrépida va siempre acompañada de una firme adhesión a la fe y
a la unidad de la Iglesia.
PROLONGACIÓN DE LAS VIGILIAS. — El prolongar las vigilias
durante la noche en la iglesia fue también una de las características de la
Semana Santa en la antigüedad. El Jueves Santo, después de haber celebrado los
divinos misterios en recuerdo de la última cena del Señor, el pueblo perseveraba
durante largo tiempo en oración. La noche del Viernes al Sábado se pasaba casi
toda entera en Vigilia, con el fin de honrar la sepultura de Cristo '; pero la
más larga de todas las vigilias era la del Sábado, que duraba hasta por la
mañana del día de Pascua. Todo el pueblo tomaba parte; asistía a la última
preparación de los Catecúmenos, presenciaba la administración del bautismo y la
asamblea no se dispersaba hasta después de haber celebrado el Santo Sacrificio que
se terminaba al salir el sol.
SUSPENSIÓN DEL TRABAJO. — Durante toda la Semana Santa los fieles
interrumpían las obras serviles; la ley civil apoyaba la ley eclesiástica para
conseguir que se suspendiese el trabajo y el comercio para expresar de un modo
tan imponente el duelo de la cristiandad. La idea del sacrificio y de la muerte
de Cristo era el pensamiento de todos; se suspendían las relaciones ordinarias;
los oficios divinos y la oración absorbían toda la vida moral, al mismo tiempo que
el ayuno y la abstinencia reclamaban todas las fuerzas corporales. Fácilmente
se comprende la impresión que debía producir en el restante del año esta solemne
interrupción de todo lo que preocupa a los hombres en su vida. Cuando se
recuerda el rigor que observaban durante la Cuaresma, durante cinco semanas
completas, se adivina la alegría con que esperaban las fiestas de Pascua; comunicaba
a la vez la regeneración del alma y el alivio del cuerpo.
SUSPENSIÓN DE LOS TRIBUNALES. — Hemos recordado, en el volumen
anterior, las disposiciones del Código de Teodosio que prescribía suspender todos
los procesamientos y diligencias cuarenta días antes de Pascua. La ley de
Graciano y de Teodosio sobre este asunto dada en el 380, la amplió Teodosio en
el 389 y la acomodó a los días que celebramos por medio de un nuevo decreto que
prohibía incluso los pleitos durante los siete días que precedían a la fiesta de
Pascua y los siete siguientes. En las Homilías de S. Juan Crisóstomo y en los
sermones de S. Agustín se encuentran muchas alusiones referentes a esta nueva
ley; declaraba que todos los días de esta quincena gozarían en adelante, en
todos los tribunales, del privilegio del Domingo.
EL PERDÓN DE LOS PRÍNCIPES. — Mas los príncipes cristianos
no se limitaban a suspender la justicia humana en estos días de misericordia, querían
también honrar sensiblemente a la bondad paternal de Dios, que se dignó
perdonar al mundo pecador, mediante los méritos de su Hijo inmolado. La Iglesia
va a recibir de nuevo a los pecadores, después de haberles roto las cadenas del
pecado del que eran esclavos. Los príncipes cristianos se sentían orgullosos de
imitar a su Madre; mandaban abrir los calabozos y poner en libertad a los
desgraciados que gemían bajo el peso de las sentencias dadas por los tribunales
de la tierra. Sólo se exceptuaban los criminales, cuyos delitos se relacionaban
gravemente con la familia y la sociedad. El gran nombre de Teodosio es elogiado
entusiastamente por eso. Cuenta S. Juan Crisóstomo 1 que este emperador enviaba
a las ciudades indultos ordenando que se pusiese en libertad a los prisioneros y
perdonando la vida a los condenados a muerte; para que de este modo santificasen
los días que precedían a la fiesta de la Pascua. Los emperadores posteriores
convirtieron en ley esta disposición; así lo dice S. León en uno de sus Sermones:
"Los emperadores romanos observan ya desde hace mucho tiempo esta santa
institución, mediante la cual se les veía, en honra de la Pasión y Resurrección
del Señor, humillar los emblemas de su poder, suavizar la severidad de sus
leyes y perdonar a un gran número de reos; con este perdón querían mostrarse imitadores
de la bondad divina en estos días, en que se dignó salvar al mundo. Que el pueblo
cristiano imitase a su vez a sus príncipes y que su ejemplo sea un estímulo
para que las personas se perdonen mutuamente, pues las leyes familiares no
deben ser más rigurosas que las leyes públicas. Por lo cual se deben remitir
las injusticias, romper las cadenas, perdonar las ofensas, sofocar los
resentimientos, a fin de que por parte de Dios como del hombre, todo contribuya
a restablecer en nosotros la inocencia de vida que conviene a la solemnidad que
esperamos" Esta amnistía cristiana no sólo se halla decretada en el Código
de Teodosio; encontramos también vestigios en los monumentos del derecho público
de nuestros padres. En algunas naciones de Europa, Bélgica, Francia, España se han
observado estas leyes desde muy antiguo; los reyes y emperadores mandaban abrir
las puertas de las cárceles a gran número de prisioneros los días que precedían
a la fiesta de 1a. Pascua. En España en la ceremonia de la solemne adoración de
la Cruz, el Viernes Santo, el Rey indultaba algunos reos condenados a muerte. Loable
costumbre que se conservó hasta los últimos tiempos de la monarquía española.
LA VERDADERA IGUALDAD Y FRATERNIDAD. — Las revoluciones que se han
sucedido sin interrupción desde hace más de cien años han tenido el decantado
resultado de secularizar a las naciones; es decir, que han borrado de
nuestras costumbres públicas y de nuestra legislación todo lo que habían
adquirido por la influencia del espíritu sobrenatural del Cristianismo. Se ha
pregonado a los cuatro vientos que todos los hombres son iguales. Hubiera sido
inútil tratar de convencer de esta verdad a los pueblos cristianos en aquellos
siglos de fe, en que veían a sus príncipes, al acercarse las grandes
solemnidades donde la justicia y la misericordia divinas se representaban tan
vivamente, abdicar, por decirlo así, de su cetro, aceptar sumisos el castigo de
sus culpas, y acercarse al banquete pascual de la fraternidad cristiana, al
lado de los hombres aherrojados por ellos mismos en nombre de la sociedad, unos
días antes. El pensamiento de un Dios, a cuyos ojos todos los hombres son
pecadores, de un Dios de quien solamente proceden la justicia y el perdón,
embargaba, estos días a las naciones; se podría verdaderamente fechar los días
de Semana Santa con aquellas palabras que ostentan algunos diplomas de estos
tiempos de fe: "Bajo el Reinado de Nuestro Señor Jesucristo"; Regnante
Domino Nostro Jesu Christo." ¿Se negarían acaso los súbditos a aceptar
el yugo de la sumisión después de haber salido de estos días de santa igualdad
cristiana? ¿Pensarían en aprovechar una ocasión para redactar las fórmulas de
los Derechos del Hombre? De ninguna manera; el mismo pensamiento que había humillado
delante de la Cruz del Salvador a los potentados de la justicia legal,
manifestaba al pueblo la obligación de obedecer a los poderes establecidos por
Dios, Dios era el móvil que subyugaba a los hombres bajo el poder y el que
otorgaba el mismo poder; las dinastías podían sucederse sin que disminuyera el
respeto cordial a la autoridad. Hoy la Liturgia no puede imponerse a la
sociedad de este modo; la religión está como refugiada, como en secreto, en el
fondo de las almas fieles, las instituciones políticas no son sino la expresión
del orgullo humano que quiere mandar y se niega a obedecer. ¡Y sin embargo, la
sociedad del siglo iv que producía como fruto espontáneo del espíritu cristiano
estas leyes misericordiosas que acabamos de enumerar, era todavía medio pagana!
La nuestra está fundada por el cristianismo; porque sólo él pudo civilizar a
los bárbaros, ¡y nosotros llamamos progreso a este caminar hacia atrás, contra
todas las garantías de orden, paz y moralidad que la religión inspiró a los
legisladores antiguos! ¡Cuándo renacerá la fe de nuestros padres, la única capaz
de restablecer las naciones sobre sus quicios! ¿Cuándo darán por terminadas los
sabios del mundo esas utopías humanas que no tienen otro objeto que lisonjear las
pasiones funestas que Jesucristo reprueba tan enérgicamente en los misterios
que celebramos en estos días?
ABOLICIÓN DE LA ESCLAVITUD. — Si el espíritu de caridad y
el deseo de imitar la misericordia divina movían a los emperadores cristianos a
dar la libertad a sus prisioneros, no podían menos de interesarse también por
la suerte de los esclavos, en estos días en que Jesucristo se dignó rescatarnos
con su sangre. La esclavitud, hija del pecado e institución fundamental del
mundo antiguo, fué herida de muerte por la predicación del Evangelio; pero estaba
reservado a los particulares extenderlo poco a poco por medio de la aplicación
del principio de la fraternidad cristiana. Del mismo modo que Jesucristo y los
apóstoles no exigieron la abolición inmediata de la esclavitud; así los
príncipes cristianos limitáronse a favorecer esta abolición en sus
legislaciones. Encontramos una prueba de ello en el Código de Justiniano, donde
después de prohibir los procesos judiciales durante la Semana "Sin embargo
está permitido conceder la libertad a los esclavos; y cualquiera de los actos
necesarios a su liberación no será reputado contrario a la ley". Por lo
demás, Justiniano, por esta disposición caritativa, no hacía más que aplicar a
la quincena de Pascua, la ley misericordiosa que había publicado Constantino al
día siguiente del triunfo de la Iglesia; ley por la cual se prohibía todo procesamiento
en domingo, excepto aquellos que tenían como fin la libertad de los esclavos. Mucho
tiempo antes de la de Constantino la Iglesia había pensado ya en los esclavos
en estos días en que se celebra los misterios de la redención del mundo. Sus
Patronos cristianos debían dejarles gozar de un reposo completo durante esta
sagrada quincena. Tal es la ley canónica formulada en las Constituciones
Apostólicas cuya compilación es anterior al siglo iv: "Durante la Santa
Semana que precedía al día de Pascua —se dice allí—y durante toda la siguiente,
los esclavos deben descansar, porque la primera es la semana de la Pasión del
Señor, y la otra, la de la Resurrección, y los siervos tienen necesidad de ser
instruidos en estos misterios'".
LAS OBRAS DE CARIDAD. — En fin la última manifestación del carácter
espiritual de los días en que vamos a entrar es la limosna y las obras de misericordia,
en que nos debemos ejercitar más que nunca. S. Juan Crisóstomo nos cuenta que, en
tiempo, se obraba así, y hace notar, con elogios que los fieles redoblaban sus
larguezas para con los pobres a fin de asemejarse en algo a la munificencia
divina que va a extender, sin medida, sus beneficios, sobre el pecador.
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