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viernes, 26 de febrero de 2016

Memorias de de un mártir Cristero o “Entre las patas de los caballos”

La Prueba de los globos…

Fui nombrado instructor en esta campaña y con ese carácter asistí un domingo a la prueba de los globos, en compañía de más de cien miembros de la Liga que recibimos instrucciones acerca de la forma de prepararlos, sostenerlos y arrojarlos, y nos comprometimos a trasmitirlas a los mil responsables de arrojar los globos, quienes a su vez deberían instruir a las seis mil personas necesarias para su manipulación.

A hora temprana acudimos a la cita en la Plaza de la Constitución y allí nos indicó el Delegado Regional que abordáramos trenes con bandera de El Peñón, en cuyos llanos deberían efectuarse las pruebas. Debido a lo numeroso de nuestro grupo despertamos gran curiosidad entre los habitantes de aquel rumbo, poco acostumbrados a visitas por esos sitios que no ofrecen atractivo alguno, y acudieron presurosos al ver los preparativos para lanzar el primer globo, que naturalmente no tenía inscripción alguna.

La prueba fue por demás satisfactoria y se iniciaron luego los trabajos para obtener mil casas propicias y seguras, sin que esto último fuera fácil, sobre todo tratándose del primer cuadro de la ciudad donde deseábamos concentrar la propaganda y donde la mayor parte de los edificios lo son de oficinas o comerciales. Se nos previno estar preparados, pues la orden de soltarlos se nos daría con sólo tres horas de anticipación. A todas las personas invitadas para cooperar al lanzamiento se les habló de un globo de la Liga, de modo que ignoraban las proporciones del espectáculo y se les recomendó sigilo en todos los tonos. Los carteles fijados por la CROM tenían el primer día una descomunal interrogación y la siguiente leyenda: El Espectáculo del Año. Los días siguientes la interrogación disminuyó en tamaño, y ocupó su lugar la leyenda, hasta aparecer la víspera diciendo así: "El Espectáculo del Año. Grandes juegos aéreos nunca vistos en México. Esté usted pendiente". Y el sábado cuatro de diciembre, día fijado para soltar los globos, decían: "Hoy, el Espectáculo del Año. Esté usted pendiente". En esta forma despertóse la curiosidad del pueblo, mientras los propios enemigos creían se trataba de alguna compañía extranjera de maromeros aéreos.

La víspera se entregó a los responsables sus globos cuidadosamente doblados, los fajas de propaganda y una hoja de instrucciones minuciosamente elaborada; se confrontaron los relojes y se fijaron las trece horas diez minutos para lanzarlos. A la una de la tarde en mil hogares y edificios de la ciudad de México se extendían mil globos cuidadosamente revisados y con toda precaución se les sujetaba la propaganda, se empapaban sus estopas en gasolina y a la hora precisa se elevaron majestuosamente al espacio, meciéndose al impulso de suave brisa, como luciendo con orgullo el escudo de la Liga y la palabra boycot. Pronto fueron reconocidos por el pueblo, que loco de júbilo contemplaba cómo remontaban las alturas aquellos enormes cubos que tapizaban el firmamento, y presentaban sobre el intenso azul un espectáculo maravilloso. Mientras tanto los esbirros de la tiranía, al darse cuenta de lo que se trataba, se dieron a correr de un lado a otro con la esperanza de que en sus manos cayera siquiera uno de aquellos enormes propagandistas que continuaban escalando las alturas. De improviso el cielo se cubrió de millares de hojas de los tres colores, verde, blanco y rojo, que esparcidas por el viento caían balanceándose y deleitando con el espectáculo del año y de todos los años -nunca se ha visto cosa igual- a las multitudes que invadieron las calles para contemplarlo.

Los rapaces corrían y se disputaban las hojas, hasta conseguir de los tres colores y al mostrarlas a las personas que ocupaban aceras y ventanas, gritaban con toda la fuerza de sus pulmones:-¡Son de la Liga! ¡Son de la Religión! ¡Viva Cristo Rey! Se mecían los globos en el espacio como pequeños puntos blancos, que dieron al cielo el aspecto de haberse tachonado de prodigiosas estrellas en pleno mediodía y cuando empezaron a caer dieron nuevo motivo de regocijo al pueblo, que reía al ver por todas partes gendarmes y oficiales en automóviles y motocicletas corriendo tras los globos que descendían después de haber desempeñado su misión y tratando de impedir que la gente los tomara y llevara en paseo triunfal, como en muchas partes sucedió.

Los que atraparon fueron presentados en sus respectivos cuarteles como "cuerpo del delito". Pero les faltaban los delincuentes, y no pudiendo hallarlos se dieron a aprehender a quienes recogían la propaganda y a llevarlos a la Inspección de Policía o a las comisarías, "para deslindar responsabilidades y aplicar el correlativo correspondiente". Día memorable para la ciudad de México. El espectáculo del año dio a conocer sin lugar a duda la fuerza de la organización más vasta que nunca haya habido en la República. Cálculos precisos dan a conocer que en la elaboración de los globos y su lanzamiento, intervinieron no menos de ocho mil personas, y no obstante, la policía no aprehendió a ninguno que hubiera sido realmente responsable.

En el Grupo el júbilo era enorme. Por la noche llegamos casi todos antes de la hora habitual para comentar a nuestras anchas las peripecias de la jornada, y relataba cada quien sus incidentes. Rafael dijo que en la casa que le tocó había diez y ocho señoritas y él como único hombre. Su globo salió majestuosamente, para atorarse en seguida en la antena de la radio, donde por breves momentos se balanceó, saliendo las llamas como lenguas de fuego alrededor de su boca, hasta que impulsado por una pequeña ráfaga de viento se soltó. En esto estaba cuando escuchamos un ruido brusco en el zaguán, el cual podía abrirse con sólo tirar de un cordón, e instantes después nos vimos rodeados por más de quince agentes, pistola en mano, que nos imponían silencio. Nos registraron en busca de armas; registraron igualmente la casa entera, sin resultado alguno. En esas se oyó abrir la puerta y el rumor de unos pasos que entraban, para volver a salir inmediatamente, mientras alguien decía: "Hasta luego, doña Guadalupe, me saluda a todos". Era Pancho, quien al darse cuenta de la presencia de la policía trató de escapar, pero otros agentes que habían permanecido en la calle lo detuvieron y llevaron al salón donde nos encontrábamos, al cual entró diciendo:

 -Bueno, si ustedes se empeñan, me quedo.

-A ver, joven -dijo el que parecía jefe de entre ellos viene muy habladorcito, pero ya se le irá quitando. Usted ha de haber sido uno de los que echaron los globos, ¿verdad?

 -No, señor -contestó Pancho-, el último globo que vi fue el de Cantoya.

-No haga chistes o tendrá que pesarle -replicó el agente, agregando-: ¿dónde andaba usted a la una de la tarde?

 -¿A la una de la tarde?.. ¡ah! pues andaba como la opinión pública, por los suelos.

-¡Óigame, óigame! -dijo el agente-, ¿qué carácter tiene usted en esta organización?

-Por lo general alegre y festivo -contestó nuevamente Pancho.

-Quiero decir: ¿qué puesto ocupa usted?

-Soy estudiante, no "puestero", señor.

-¿Dónde vive?

-En la casa de usted.

Al llegar a este punto el sabueso suspendió el interrogatorio y lleno de cólera volvió la cara para mirar a los demás acejotaemeros que reíamos con ganas al oír las respuestas de Pancho, y amenazándonos con que "lo pagaríamos caro", salió a la calle, dejándonos con los demás agentes. Momentos después se volvió al oír la puerta, y Pancho que estaba en su punto esa noche exclamó:

-¡Otro ratón! Entre los dos policías traían un herido, con la cara bañada en sangre.

-¡Raúl! -gritamos todos a un tiempo y corrimos hacia él. Dos de nosotros lo atendimos y con pañuelos mojados tratamos de contener la sangre que manaba abundantemente de una descalabradura en la parte posterior de la cabeza, cuando afuera, en la calle, se oyó la voz de la madre de Raúl, que casi gritaba:

-¡Mi hijo! ¡No sean infames, déjenme verlo! ¡Díganme si lo han matado! ¡Por piedad, no atormenten así el corazón de una madre!

Raúl perdió el conocimiento por unos instantes. Guadalupe la portera nos facilitó un poco de alcohol y después de un buen rato logramos que la hemorragia se contuviera casi por completo. Entonces pudo Raúl narramos lo ocurrido. Se disponía a salir para el Grupo cuando una vecina que vivía frente al mismo avisó telefónicamente a la madre de Raúl que la policía había penetrado en gran número al interior de la casa, y permanecía en ella.

Al saberlo, Raúl salió presurosamente asía el O'Connell con la intención de apostarse en sus cercanías para prevenir llegaran y ver qué pudiera hacer, según las circunstancias. A los pocos momentos de encontrarse allí llegó su madre, que temerosa de que algo pudiera ocurrirle lo había seguido, pero al ver en su ventana a la amiga que le había telefoneado, a ella se dirigió para pedirle mayores informes. Platicando se encontraban cuando salió el jefe de agentes, colérico por las respuestas de Pancho, y como las viera conversar y volver la vista hacia él, fuese a ellas y les dijo altaneramente:

-¿De qué están hablando ustedes? A lo que la mamá de Raúl contestó con toda dignidad:
-De nada que le interese, señor.
Entonces el agente tomándola de un brazo la sacudió bruscamente mientras decía:
-Repita lo que está diciendo o me la llevo.

Todo fue ver esto Raúl y atravesar la calle, sujetar al esbirro con una mano por las solapas y con la otra descargarle fuerte puñetazo; se disponía a repetir la operación cuando otro de los agentes llegó por la espalda y le dio tremendo golpe con la cacha de la pistola. Raúl se desplomó sin sentido, bañado en sangre. Permanecieron los agentes en la casa del Grupo por espacio de otra larga hora en acecho de nuevas víctimas, hasta que, viendo frustradas sus esperanzas, nos hicieron salir junto con ellos. Eramos dieciséis los aprehendidos, incluyendo a Raúl, y todos fuimos subidos en una julia, y llevados a la Inspección General de Policía, a sus inmundos sótanos, terror de los católicos en esos días, pero para fortuna nuestra estaban pletóricos con los aprehendidos por recoger la propaganda de los globos, por lo cual nos llevaron a la prisión militar de Santiago Tlaltelolco, en donde se nos internó con la consigna de incomunicados. Inicialmente nos llevaron a la Escuela de Presos y nos sentaron en sus bancas con centinelas de vista, que pretendían impedir toda comunicación entre nosotros, cosa que no lograron, pues al fin y al cabo éramos estudiantes la mayor parte, acostumbrados a pasamos datos y misivas a pesar de la vigilancia de los maestros.

Lo hicimos más por quebrantar la orden que porque tuviéramos cosa importante que decimos: hasta que perdida la esperanza de impedirlo y molestos por nuestras bromas y pullas, optaron por echamos al patio de la prisión, en plena noche, sin abrigo, sin haber cenado y con Raúl herido, a quien a esas horas había invadido un fuerte escalofrío. En uno de los rincones del patio nos acurrucamos para damos calor unos a otros, Raúl al centro, cubierto con los sacos de algunos que arrostramos en camisa el frío glacial de la madrugada. El estado febril de Raúl lo hacía ver alucinaciones, y con palabras entrecortadas suplicaba que no le taladrasen la cabeza, o bien llamaba a su madre pidiéndole agua. Nosotros no podíamos hacer algo efectivo por él.

Cuando al fin llegó el día dimos gracias a Dios, pues con su claridad renacían nuestras esperanzas y los ánimos se fueron tranquilizando al notar que Raúl mejoraba, y se reanimó bastante cuando localizamos una llave de agua y pudimos darle de beber. Ya para mediodía conversaba animosamente con nosotros y era su sola preocupación la de que su madre estaría angustiada sin saber de él. Durante el transcurso de la mañana nos dedicamos a dar vueltas y recorrer la prisión por los lugares en que no nos fue estorbado el paso. A la una de la tarde recibimos una variada y abundante comida que de nuestras diferentes casas nos enviaban, y nos agradó la idea de que ya conocían nuestro paradero. Aprovechando esta circunstancia, y los buenos servicios de un Juan, pudo Raúl enviar recado a su madre, para tranquilizarla. Por la noche sin haber sido llamados a declarar ni entrevistados por persona alguna, se nos permitió volver a la Escuela de Presos, y nos disponíamos a descansar en la mejor forma, sobre las duras bancas, cuando varios agentes fueron a tomar nuestras generales.

Al día siguiente nos llamaron uno a uno y nos hicieron idénticas preguntas, según cuestionario previamente Elaborado, y más tarde nos comunicaron que podíamos salir en libertad mediante el pago de multas de cien pesos cada uno de nosotros y quinientos Raúl, "por haber agredido a la autoridad". Agregaron que en caso de no contar con el dinero suficiente podíamos hablar con nuestros familiares para solicitarlo; licencia que aprovechamos desde luego para asegurarles que nos encontrábamos perfectamente bien y rogarles no fueran a pagar la multa. Convencidos por nuestros argumentos estuvieron de acuerdo, y con mayor coraje nos afirmamos en nuestra decisión al saber de labios de la mamá de Raúl lo que con ella habían hecho, pues por toda respuesta a las súplicas que les hacía de que le permitieran ver y atender a su hijo, la subieron a uno de los carros de la policía, la condujeron al barrio de Atlampa y la bajaron en una de sus oscuras y solitarias callejas donde la abandonaron, diciénclole únicamente: "Bájese, vieja malhora, y dé gracias que no la hayamos remitido".

Es de imaginar la angustia de la señora, afligida por la suerte de su hijo y perdida de noche en aquellos andurriales, capaces de amedrentar a cualquiera con el ánimo mejor templado. Al conocer nuestra determinación los esbirros nos encerraron en pestilente bodega, donde permanecimos tres nuevos días con sus noches, comiendo del infecto rancho de la prisión, pues no volvieron a darnos la comida que de nuestras casas nos llevaban.


No obstante esto lo pasamos bastante bien, y disfrutamos aun de momentos divertidos: ¡al fin joven y con la conciencia tranquila! Durante la noche del quinto día fuimos "amonestados" y cuando menos lo esperábamos puestos en libertad. Corrimos felices a nuestros hogares con inmensos deseos de abrazar a los nuestros, bañamos, comer bien y dormir En nuestras añoradas camas.

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