CAPITULO XXVIII: VARON DE
DOLORES.
Aunque hay una dificultad aparente en los textos
del Evangelio sobre las dos voluntades de Nuestro Señor, hay otra aún mucho más
misteriosa: la de la posibilidad de que Nuestro Señor pudiese sufrir en su
voluntad y en su alma humana, siendo que está en unión, unidad consubstancial
con Dios. ¿Cómo se puede explicar eso? «Esta resolución constitucional de
obediencia amorosa, indestructible e inalterable, aunque asegura en Jesucristo
la santidad substancial y la unión moral estrecha de sus voluntades, no suprime
en su humanidad los sufrimientos interiores ni las pruebas».
La Pasión del Salvador es un gran misterio.
¿Cómo pudo Nuestro Señor sufrir —y todos los
autores espirituales y todos los teólogos dicen que nadie pudo sufrir tanto
como Nuestro Señor Jesucristo— y al mismo tiempo ser el más feliz, puesto que
poseía la visión beatífica en su alma humana? Santo Tomás contesta a esta
pregunta en las cuestiones 46 a 49 de la IIIª parte de la Suma Teológica, y
también en su Compendio de Teología: «En Cristo hubo tristeza, y por
ello tuvo las demás pasiones que se derivan de la tristeza, como el temor, la
ira, etc. El temor se produce por la consideración de las cosas que inspiran
tristeza, cuando se contemplan como males futuros; y, además, cuando nos
entristecemos porque alguno nos ofende, nos irritamos contra él. Cristo tuvo
estas tres pasiones pero de modo distinto que nosotros, pues en nosotros
ordinariamente anteceden al juicio de la razón (...) En Cristo, en cambio,
jamás (...) traspasaron los límites de la razón, sino que el apetito inferior,
que estaba sujeto a la razón, nunca se agitó más que en la medida permitida por
la razón. Podía suceder, por consiguiente, que, según la parte inferior, el
Alma de Cristo rehusara aquello que deseaba según la parte superior...».
Santo Tomás hace una distinción entre la razón
inferior que domina los sentidos y que domina el cuerpo, y la razón superior
que alcanza a Dios y que vive con Dios y que vive en Dios: «...sin que por esto
hubiera en El contrariedad de apetitos, ni rebelión de la carne contra el
espíritu. Esta rebelión se verifica en nosotros porque el apetito inferior
traspasa el juicio o la medida de la razón. En Cristo era la razón la que movía
el apetito inferior, pero dejando que cada una de las fuerzas inferiores lo
hiciera con el propio movimiento y del modo más conveniente.
De todo lo dicho se deduce que la razón
superior de Cristo gozaba por completo, si se compara a su objeto, porque, por
parte de éste, nada podía acontecerle que fuese causa de tristeza. Pero también
sufría por completo con respecto al sujeto (...) El goce no disminuía la
Pasión, ni la Pasión era impedimento para el goce, puesto que no había
redundancia de una potencia en otra, sino que cada potencia podía actuar lo que
le era propio». Nuestro Señor sufría, pues, en su apetito inferior, y eso es lo
que expresa en las palabras que pronunció: “Pase de Mí este cáliz”, y que el
Padre Synave comenta así: «A lo que dice santo Tomás sobre la coexistencia en
el alma de Cristo de la Pasión y de la visión beatífica, se pueden objetar dos
dificultades de la Sagrada Escritura. La primera se refiere a la oración de la
agonía en el Huerto de los Olivos (S. Mat. 26, 39): “Padre mío, si es posible,
pase de Mí este cáliz: sin embargo, no se haga como Yo quiero sino como Tú”. Y
la segunda se refiere al abandono que Cristo sufrió en la Cruz (S. Mat. 27,
46): “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”» bis.
Es muy interesante ver cómo responde santo Tomás. A la primera dificultad sobre
la oración de Nuestro Señor que pide que el cáliz se aleje de él, pero que sin
embargo se haga la voluntad de Dios, explica: «Si la oración es la exposición
de un deseo, Cristo oró, inmediatamente antes de su Pasión, porque tenía varios
deseos. “Padre mío, si es posible no me hagas beber este cáliz; pero no
obstante, no se haga lo que Yo quiero, sino lo que Tú”. Estas palabras “no me
hagas beber este cáliz” aluden al movimiento del apetito inferior y al deseo
natural por el cual cada uno rechaza naturalmente la muerte y desea la vida».
Así pues, se trata de ese deseo natural que Nuestro Señor
tenía en sí mismo y que todos nosotros tenemos, como ya hemos visto, de no
morir, de no sufrir y de no perder la vida. Era el apetito inferior. Deja que
se exprese libremente para mostrar que es perfectamente hombre y además para
manifestar y darnos un ejemplo del imperio que el apetito superior (la voluntad
racional) tiene que tener sobre el apetito natural y sensible: «Las palabras
“no se haga lo que Yo quiero, sino lo que Tú” expresan el movimiento de la razón
superior, que considera todas las cosas según el orden dispuesto por la
sabiduría divina».
Así pues, el apetito superior acepta la Pasión, porque dice
que se siente movido por la divina Sabiduría. En relación a las palabras del
Salvador en Cruz: «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», santo Tomás en su
comentario sobre san Mateo, explica que son palabras del salmo 21, que se
aplica por entero a la Pasión de Cristo, y es que el salmo 21 no es un salmo de
abatimiento sino que tiene sentimientos de firme esperanza (versículo 25). No
cabe duda de que el Señor se haya apropiado también los sentimientos del
salmista. Y santo Tomás añade: «Si Cristo dice: “¿por qué me has abandonado?”
es por analogía; todo lo que tenemos lo recibimos de Dios; cuando alguien se
siente expuesto a una desgracia, dice que está abandonado; de este modo, cuando
Dios deja caer al hombre en el mal de la culpa o de la pena, se habla de
abandono; por esto, Cristo dijo estar abandonado, refiriéndose no a la unión
hipostática o a la gracia, sino a la Pasión». El P. Garrigou-Lagrange,
siguiendo a santo Tomás, explica muy bien este abandono de Cristo en Cruz: «Durante
la Pasión, sólo la cima de la inteligencia y de la voluntad humana de Jesús
estaban beatificadas por la visión de la esencia divina, mientras la parte
menos elevada de estas facultades superiores y todas las facultades sensibles
estaban sumergidas en el dolor al ver los pecados de los hombres y a causa de
los tormentos de la Pasión. (...) La humanidad del Salvador era también como
una montaña cuya cima está iluminada por el sol y que destaca sobre el azul de
un cielo muy tranquilo,mientras que en la parte menos elevada
se desencadena una tempestad que parece que va a arrasar con todo». Aprendamos,
pues, en la escuela del Salvador, a soportar las pruebas sensibles y
espirituales, manteniendo la cima de nuestra alma inexorablemente unida a Dios
por la fe, la esperanza y la caridad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario