MIGUEL AGUSTIN PRO Y SUS
AMIGOS.
Luis Segura Vilchis no se desanimó por la ausencia de Velázquez. Era
todo un jefe y tomó sobre sí la responsabilidad de ejecutar personalmente el
tiranicidio. Ordenó a José González que se dirigiera a la estación del ferrocarril
Colonia y que se estacionara frente a ella. Circunstancias del atentado. A la
una de la tarde descendió del tren el General Obregón, acompañado de sus
guardaespaldas, de un diputado y de un senador. Muchos curiosos y partidarios
lo esperaban y estorbaron realizar el atentado dinamitero. Luis Segura Vilchis
viajaba en el asiento delantero del viejo Essex con José González. Atrás iban
Ruiz y Tirado. Siguieron el coche que conducía a Obregón rumbo a su domicilio
en Avenida Jalisco 196. Allí bajó el General. Los cuatro acejotaemeros
aguardaron a que saliera de nuevo después de comer. A las tres de la tarde
apareció Obregón y abordó su coche marca Cadillac, que partió rumbo a
Chapultepec. Al llegar a la antigua Fuente de las Ranas dieron vuelta los vehículos,
sin advertir la presencia del Essex, que los seguía prudentemente a poca
distancia.
El auto en que viajaban los cuatro acejotaemeros se adelantó por un
momento. Luis Segura Vilchis, sin perder un segundo, abrió su portezuela y
saltó al camino empuñando una bomba, que arrojó al auto de Obregón. Tirado y
Ruiz lanzaron a su vez las suyas. Una gran humareda se levantó en el reducido
escenario y los asaltantes aprovecharon la confusión para huir. El General
Obregón estaba pálido pero casi ileso. Dos pistoleros de Obregón treparon sobre
las salpicaderas de su veloz automóvil y salieron disparados en persecución de
los audaces autores del atentado.
Nahúm Lamberto Ruiz, desoyendo una orden de Luis Segura Vilchis, disparó
su pistola contra los perseguidores, sin buscar protección dentro del coche
abierto. Con gran pericia José González conduce el viejo Essex a su máxima
velocidad por el Paseo de la Reforma. Al llegar a la Columna de la
Independencia, advirtió que sus perseguidores comenzaban a darle alcance y
dobla a la derecha. Sigue por varias calles hasta llegar a la avenida de los
Insurgentes en su cruzamiento con las calles de Liverpool. Nahúm Lamberto Ruiz
recibió un balazo que le salió por el ojo izquierdo. Dejó de disparar y se
inclinó sobre la pierna de Tirado Arias, manchando de sangre su pantalón.
Luis Segura mide el peligro de ser alcanzados y ordena a José González
que aumente la velocidad. Un Ford se atraviesa y no puede evitarse el choque.
Todos saltan a tierra, incluso el herido, y emprenden la huída rumbo a la
avenida Chapultepec. Los perseguidores dan alcance a Nahúm, el pobre mal
herido; y unos pasos adelante, a Tirado, que lleva sangre delatora en el
pantalón. Luis Segura y José González, el chofer, lograron escapar. y Luis, como buen comediante, tuvo la calma de
hablar con Obregón, a quien quería cambiar de mundo. Surge de entre la multitud
que se agolpaba, se acerca y le dice: "¿Qué pasa mi General?".
Obregón le contesta: "Un atentado de los fanáticos". Le contesta Luis:
"Es incalificable lo que hacen los clericales. Sírvase usted aceptar mi
protesta, General. Aquí tiene usted mi tarjeta, por si algún servicio le puedo
prestar". La tarjeta decía: "LUIS SEGURA VILCHIS, INGENIERO". Apenas se puede
creer que haya tenido esa fingida serenidad, pues fue él, precisamente él,
quien dirigió el atentado.
Satánica actitud de falso sacerdote. Le presentaron a Obregón a Nahúm,
uno de sus agresores, con el rostro bañado en sangre. Y éste le dijo: "Mi
General, yo no le he tirado". Obregón ordenó que fuera conducido a la
Inspección de Policía. Por su gravedad, de allí fue trasladado Nahúm al
Hospital Juárez. Juan Antonio Tirado, el obrero queretano, quedó detenido en
los nefastos sótanos de la Inspección. Esa misma noche del domingo 13, al leer
El Universal Taurino, se enteró Manuel Velázquez Morales del atentado, en el
cual no participó por haberse ausentado en el momento que se le buscaba. Indagó
quiénes eran el preso, Tirado; y el herido, Nahúm. Y corrió a notificarlo a la
esposa de éste, Luz del Carmen González de Ruiz. Y ésta se presentó, primero en
la Casa de la Troya, donde no tuvo información. Y luego, en la Inspección de Policía,
para saber, personalmente, la suerte de su marido. La esposa nunca estuvo de
acuerdo con las actividades clandestinas de Nahúm. Ni le importaban sus amigos.
En la Inspección le dijeron que si quería ayudar a su esposo, debería
denunciar a sus cómplices. Y ella, imprudente y ligera de cascos, dio nombres
de todas las personas que había oído mencionar, en distintas ocasiones, a
Nahúm, y se prestó "a representar ante su esposo ciego y moribundo una
abominable farsa, ya que los verdugos se harían aparecer como parientes, para
obtener datos que perdieran a los compañeros del agonizante." (Barquín y
Ruiz, Andrés. Documentos y Rectificaciones a la Primera Edición de Mejico
Cristero, de Antonio Ruiz Facius.) Lo informado por la esposa dio pie para que
fuera comisionado el agente detective Antonio Quintana, a fin de que
interrogase al herido. Y Quintana no sólo se pasó la noche del 14 de noviembre
al 15 haciéndose pasar como "familiar", sino como falso sacerdote,
interrogándolo y anotando su "confesión" en su libreta de apuntes. El
moribundo, delirando y suponiendo que hablaba con un sacerdote, pronunció las
siguientes frases, un tanto cuanto incoherentes: "Llegamos a un acuerdo
jugando a los dados y yo perdí, y me tocó matarlo... ''. (A quién creyó matar,
¿a Obregón?) "Agustín Gómez se fue para Guadalajara a llevar el parque;
pero ya tenemos otra partida de once cajas en la calle de Jesús María número
treinta y ocho, donde está el cuarto verde; no, en la otra tiene un cornisa con
ventana" (con estas señas el agente y falso sacerdote Antonio Quintana, acompañado de su jefe José Mazcorro
y otros detectives, localizó la casa, en las calles de Álzate, donde fueron
fabricadas las bombas, y en la de Jesús María, el depósito de municiones con 7,500
cartuchos, listos para enviarse a los cristeros). y continuó el moribundo su
"confesión": "Humberto Pro está en las calles de Álzate, donde
se hicieron las bombas ... " (justamente allí fueron encontradas).
"El sábado nos fuimos todos para Tacuba, en el coche, a la calle de Madero,
número uno, allí están los muchachos". (Con tal denuncia fácilmente fueron
encontrados los cómplices.) "José Gómez trabaja en la Liga y vive en la
Colonia Obrera". (Todo con precisión.) "Las pistolas las compramos,
la mía en casa de Echegaray y dos, en frente". (Cuántos detalles.)
"Avísale a Luis, mi mero jefe". "El Ing. Luis Segura, mi mero
jefe, vive en la Villa, Plaza Juárez, número seis; y si no, lo ves en la
Compañía de Luz". "Allí lo vi
el domingo a las nueve". (Con tales indicaciones pronto dieron con su
madre, en la Villa; y con él, en su trabajo.) Glosamos, entre paréntesis, sus
frases, para mayor inteligencia.
Sacrílega Suplantación. Suplantar significa ocupar con malas artes el
lugar de otro, defraudándole el derecho, empleo o favor que disfruta. Y esto es
lo que hizo el detective Antonio Quintana: ocupar con malas mañas el lugar
exclusivo del sacerdote en la administración del Sacramento de la Confesión o
Penitencia, para sacarle, como con tirabuzón, la información secreta y sigilosa
al agonizante Nahúm , quien murió cinco días después, el 20 de noviembre,
completamente ciego, tras dolorosísima agonía. Tirado resistió estoicamente los
más rudos suplicios sin delatarse a sí mismo ni a sus compañeros. José
González, el chofer del Essex, estaba oculto, y Manuel Velázquez Morales, por
instrucciones de Luis Segura, disolvió la casa de La Troya y después se alejó
de la capital. En ninguno de los autores
mexicanos que tratan esta cuestión encontramos el dato de la suplantación. Lo
hallamos en un documento de la Casa Blanca. He aquí la copia textual. El Cónsul
General de los Estados Unidos en México, Alexander W. Weddel, con fecha 29 de
noviembre de 1927, sólo seis días después de los fusilamientos, se dirigió al
Subsecretario de Estado, Olds, poniéndolo en conocimiento la realidad de tales
hechos. Y refiriéndose a las torturas y "confesiones" le dice: "El
reino del terror que hace unos meses fue inaugurado... ha crecido rápidamente
al grado que quien no sea partidario de Obregón y Calles, no puede decir que su
vida esté segura de una hora para la siguiente. El secuestro y arresto de
civiles, sacerdotes, militares y mujeres continúa ininterrumpidamente y el
torturar a los prisioneros es un diario suceder y se ha convertido en sinónimo
de encarcelamiento. Se viene empleando cualquier procedimiento que sirva para
lograr confesiones o evidencias incriminatorias en contra de otros, a quienes
luego en turno se les aplica el mismo sistema. "La última hazaña de los Generales Calles
y Obregón, obrando de común acuerdo, es... espantosa en su salvajismo y una
burla flagrante a la justicia, pues no obstante que el primero [Calles] nominalmente
es el Jefe del Gobierno, el segundo [Obregón] se encuentra completamente activo
en esta orgía de crimen que cae abrumadoramente sobre esta desafortunada nación
[México]... Dos de los asaltantes [en el frustrado atentado contra Obregón]
fueron capturados, uno de ellos, mal herido [Nahúm] y el otro [Tirado]
ligeramente. Hubiera sido infinitamente mejor para ellos haber muerto
inmediatamente. No obstante su condición lastimosa se les sujetó a la rutina
normal de tortura, siendo los detalles demasiado crudos para hablar de ellos. "Basta decir que al más seriamente herido
[Nahúm] de los dos se le sacaron los ojos y en los momentos de su angustia y
agonía se le dijo que podía disponer de un sacerdote para confesarse. Un policía
secreto [Antonio Quintana] suplantó al sacerdote y se dice que recibió la
confesión. El otro prisionero, Juan Tirado, firmemente rehusó decir ni una
palabra, no obstante la presión científica oficial... Tirado prácticamente
estaba muriendo de neumonía, la que consiguió por el «persuasivo» tratamiento a
que se le sujetó, consistente en sumergirlo en agua helada y después aventarlo
con la ropa mojada en una celda subterránea con el piso con 10 centímetros de agua,
sin cama, sin silla y ningún artefacto sanitario de ninguna clase, abandonándolo
ahí hasta que fuera razonable delatando a sus compañeros. Antes de ser
asesinado, la única cosa que rogaba era que le permitieran decir adiós a su
anciana madre que se encontraba esperando afuera. No tiene caso expresar lo
brutal como fue rehusada la petición". (Joaquín Cárdenas N. Vasconcelos
visto por la Casa Blanca. Según los archivos de Washington, D. C. Segunda
edición Revisada y Aumentada. Editorial Libros de México, S.A. Av. Coyoacán
1035. México, 1980.) Aprehensión y nobleza del Ing. Vilchis. Luis Segura
Vilchis, el Jefe del Control Militar de la Liga, continuó haciendo su vida ordinaria.
Presentábase a su trabajo a la hora acostumbrada, sin que nadie notase la menor
alteración en sus labores. Pero la policía tenía su nombre, la dirección de su
casa, en la Villa de Guadalupe, y la de su trabajo. El día 15 fue aprehendido
en la Compañía de Luz, por el agente de la policía secreta, Alvaro Basail. En
presencia del General Roberto Cruz, Segura Vilchis negó su participación en el
atentado dinamitero, con razonamientos, al parecer, convincentes. Pero al
informarse de que los Hermanos Pro, Miguel, Humberto y Roberto, habían sido
hechos prisioneros, y consciente del grave peligro que corrían aquellos inocentes,
"pidió hablar coronel General Cruz y le ofreció relatarle la verdad de los
hechos, A CONDICIÓN, BAJO SU PALABRA DE HONOR (?), de la libertad de los Hermanos
Pro, QUE ERAN COMPLETAMENTE AJENOS AL ATENTADO. El General Cruz EMPEÑO SU
PALABRA (?) y entonces Segura vilchis se delató abiertamente como el principal
actor, a sabiendas de que su sacrificio libraba de la muerte a los inocentes"
(Hernán Díaz, seudónimo de Fernando Díez de Urdanivia. Artículo aparecido en
Excelsior, el 19 de julio de 1947). ¡Acto
supremo de caridad cristiana! Vilchis hubiera podido salvarse del paredón. El
mismo Obregón creyó que era inocente respecto del atentado. Pero por salvar las
vidas de los tres hermanos Pro, llegó a lo sublime, aceptando el suplicio. Poco
antes de su muerte, en su calabozo, escribió estos versos:
RESIGNACIÓN
'A qué afligirme, necio, tanto
y tanto,
si con eso no ahuyento mi
sufrir?
¿-A qué regar mi celda con mi
llanto,
si siempre ha de ser triste mi
existir?
¿Por qué como una niña de
cobarde
me asusto con mi vida de penar?
[Si sufres, corazón, no hagas
alarde.
Si la muerte es así, no hay que
llorar!
Resignémonos, pues, tú así
latiendo
has cuenta que el pensar es un
placer.
y yo, sangrando el alma y
siempre riendo ...
Diré que no conozco el padecer.
Aprehensión de los Hermanos Pro. A las 3 de la madrugada del 18 de
noviembre un gran número de soldados rodeó la casa y, descolgándose unos por
las azoteas vecinas, y otros bloqueando la entrada de la calle, penetraron en el
interior y sorprendieron al Padre "Miguel Agustín Pro, que dormía en un
sofá y en la pieza inmediata a los hermanos Humberto y Roberto, que dormían en
una cama... Al verse sorprendidos por la policía, el Padre Pro suplicó que le
permitieran cinco minutos para arreglar un asunto con sus hermanos...; llamó a
éstos y les dijo: Ha llegado ya el momento del suplicio; antes de irnos de
aquí, os quiero confesar. No me digáis vuestros pecados porque ya los sé, yo
los absuelvo en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo"
(Antonio Dragón S.]. Vida Intima del Padre Pro. Buena Prensa. México, 1940). Al día siguiente, el 19 les fue tomada la
declaración oficial a todos, incluso al General Obregón. Los Hermanos Pro quedaron
limpios de toda sospecha. "Pero el tirano tenía sed de sangre sacerdotal -
dice Antonio Rius Facius- , y el Padre Pro era un apóstol lleno de gracia y
caridad. Y Humberto, el prototipo de la juventud más limpia, noble y buena del
Méjico Católico" (Méjico Cristero, página 277).
La Celda del Padre Pro. Como la aprehensión fue a las tres de la mañana
otoñal del 18 de noviembre de 1927, hacía mucho frío. Sólo tuvo tiempo de tomar de un armario su
pequeño Crucifijo y su rosario. Alvaro Basail, Teniente Coronel y agente de la
policía secreta, que iba a la cabeza de los más de 20 soldados, fingiendo
humanidad, le advirtió al Padre Pro que hacía mucho frío, que por eso él iba
bien abrigado. Que también tomara su abrigo. A lo que contestó el Padre con
toda naturalidad: "No tengo abrigo. Ayer me encontré a uno más arrancado
que yo y se lo di". Pues no podía ver a los pobres sufrir. Entonces la
señora Valdés, en cuya casa estaban los
tres Hermanos Pro, tomó un cobertorcito de algodón de sobre. Una cama y se lo
echó encima. En seguida, ella y toda la servidumbre se arrodillaron pidiendo su
bendición. Estaba segura de que había tenido en su casa a un santo. Por eso le
rindió este tributo. Y los tres hermanos se despidieron gritando en coro:
"[Viva Cristo Rey! [Viva la Virgen de Guadalupe!". Y salió la comitiva
rumbo a la Inspección General de Policía.
Nos lo indica en la página 381 de su libro El Martirologio Católico de
Nuestros Días. Los Mártires Mexicanos. Leamos: "El Padre Pro es alojado en
la celda número uno, estrecha y maloliente, en compañía de Roberto. Es un
agujero de un metro de ancho por tres de largo, húmedo, frío y obscuro,
impregnado de miasmas. La descripción de esta celda subterránea la he tomado de
unas declaraciones de Jorge Núñez, un detenido que dejó escrito con orgullo:
«He tenido el honor de habitar la misma celda en que estuvo el Padre Pro». En
ella permaneció Miguel hasta el dramático y triunfal 23 de noviembre, fecha
que, de prosperar la causa de su canonización, será la consagrada a rendirle culto
universal entre los católicos.
El Crimen Cuádruple. Refiere Pedro en una de sus fábulas que el león se
asoció con una vaca, una cabra y una oveja, y habiendo capturado un ciervo, se
hicieron del mismo cuatro partes. A la hora del reparto habló el león: La
primera parte es mía, porque... pues porque me llamo león. Quia nóminor leo. La
segunda parte, me la tienen que dar, porque soy el más fuerte. La tercera parte
me corresponde porque valgo más que ustedes y, por último, [pobre del que
quiera coger la cuarta parte! Así parece que obran no pocos políticos cuando
acaparan el poder. En la página 41 del libro Vasconcelos Visto por la Casa Blanca,
ya citado, leemos que un abogado entrevistó al Teniente Coronel José Mazcorro,
Jefe de la Policía Secreta y segundo de Roberto Cruz, el Jefe Mayor de la
Policía, para protestar porque la policía allanó violentamente la casa de un
ciudadano privado omitiéndose todas las
formalidades de una orden judicial. Le dijo que tal allanamiento era una
violación a la ley. A lo que respondió Mazcorro: "Ley, ley, hábleme a mí
de ley". Entonces, abriendo el pecho y conn juramento para dar énfasis a
sus palabras, continuó: "Aquí yo soy la Ley. Yo he encerrado en el calabozo
de este lugar a diputados, abogados y hasta jueces y estoy dispuesto de ir
todavía más adelante." "Aquí
yo soy la Ley", dijo Mazcorro. Es decir, quia nóminor leo. Porque me llamo león. Porque
valgo más. Porque puedo más. Por mis propias pistolas.
Esto mismo pasó con Plutarco Elías Calles. Cuando Roberto Cruz, el lunes
21, a las 9 de la mañana, le llevó al Palacio Nacional el expediente de la
investigación, después de leerlo le gritó: "Dé las órdenes
correspondientes y proceda a fusilarlos a todos".
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