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martes, 22 de mayo de 2018

RESUMEN DE LOS ERRORES DEL CONCILIO VATICANO II




unidos la justicia social, los bienes morales, la paz y la libertad para todos los hombres» (NA, ibid.).

También aquí se tuerce con violencia el significado de los hechos históricos, porque se reducen artificiosamente a meras "desavenencias y enemistades" las luchas sangrientas, largas cruentas, fe contra fe, que hubimos de sostenerla lo largo de los siglos para rechazar el asalto del islam. Además, también se pasan por alto las diferencias abisales que median entre la escatología católica y la islá. mica (la carencia de una verdadera visión beatífica, la carnalidad del paraíso, la eternidad de las penas infernales sólo para los infieles), por no mencionar la incompatibilidad absoluta de su concepción de la "vida moral" y del "culto" con la nuestra: el islam es una religión que, además de admitir instituciones moralmente inaceptables como la poligamia, con todos sus corolarios, pretende garantizar la salvación nada más que con solas las prácticas legales .del culto; constituye, pues, una religión exterior y legalista, aún más que el fariseísmo, condenado por Nuestro Señor a boca llena (cf. Mt 6, 5). Todo eso se pasa en silencio para invitarnos a una colaboración imposible con la morisma, aunque sólo sea porque ésta no da a las expresiones "justicia social", "paz", "libertad", etc., otro significado que el que puede inferirse del Corán y de la Asuna (10 que dijo e hizo Mahoma), según los ha entendido la interpretación "ortodoxa" a lo largo de los siglos: Un significado islámico, absolutamente distinto del nuestro. Por poner un ejemplo, la morisma agarena no entiende la paz ni siquiera a la manera del Pontífice actualmente reinante: al no admitir que los islamitas puedan vivir bajo los infieles, dividen el mundo en dos: la parte donde domina el islam (dar al-islam: morada del islam) y todo el resto, forzosamente enemigo hasta que se convierta o someta (dar alharb: morada de la guerra). La comunidad islámica se considera siempre en guerra con ese resto del mundo; de ahí que la paz no sea para ella un fin en sí, que permita la convivencia de Estados y religiones diversos: no es más que un medio dictado por las circunstancias, que obligan a pactar armisticios con los infieles; deben gozar de una duración limitada (no más de diez años); y la guerra debe reanudarse siempre que se pueda -constituye una obligación moral para el agareno, de cuño jurídico-religioso- hasta la infalible victoria final: la instauración de un Estado islámico mundial. 

NOTA:
La afirmación según la cual los moros "adoran al Dios único, etc." parece justificarla el concilio citando en nota la carta personal de agradecimiento que san Gregorio VII, Papa desde el 1073 al1 085, le escribió en el 1076 a Anazir, emir de Mauritania, quien se había mostrado bien dispuesto para con ciertas peticiones del Papa y generoso respecto de algunos prisioneros cristianos, que había restituido.
El Papa le decía al emir que tal «acto de bondad» le había sido «inspirado por Dios», quien exige amar al prójimo y lo requiere especialmente «de nosotros y vosotros [...] que creemos en el mismo Dios, al cual confesamos, aunque de modo distinto [licet diverso modo]; que alabamos y veneramos a diario al Creador de los siglos y rector de este mundo» (PL 148,451 A).
Cómo explicar afirmaciones tamañas? Con la ignorancia de entonces tocante a la religión fundada por Mahoma. En efecto, el Corán no se había traducido aún al latín en tiempos de san Gregorio VII, razón por la cual no se echaban de ver aspectos fundamentales de su "credo". Se sabía que los isiamitas, esos enemigos acérrimos del  nombre cristiano salidos de repente de los desiertos de Arabia en el 633, con ímpetu conquistador, mostraban, con todo, cierto respeto hacia Jesús, aunque como profeta tan sólo, y hacia la Santísima Virgen; que creían en un Dios único, en el carácter inspirado de sus Escrituras santas, en el juicio y en una vida futura. Podían parecer, por ello, una secta cristiana herética ("la secta mahometana"), equívoco que se mantuvo largo tiempo, porque todavía a principios del siglo XIV Dante colocó a Mahoma en los infiernos, entre los herejes y los cismáticos (In! XXVIII, vv. 31 ss).
Así, pues, el elogio privado que Gregario VII tributó al emir hay que encuadrarlo en dicho contexto: Gregorio VII suponía que le escribía a un "hereje", que se había comportado caritativamente en aquella ocasión, como si el Dios verdadero, en quien pensaba que aquél creía, le hubiese tocado el corazón. De un hereje, en efecto, se puede decir que cree en el mismo Dios que nosotros, y que lo confiesa, aunque de "manera distinta". El elogio, sin embargo, no le impidió a san Gregorio VII propugnar, con una coherencia perfecta, la idea de una expedición de todos los países cristianos contra la marisma para socorrer a la cristiandad oriental, amenazada de aniquilación por aquélla; idea que se llevó en efecto, poco después de su muerte, con la cruzada, proclamada por Urbano II.
La primera traducción latina del Corán vio la luz tan sólo en 1143, cincuenta años después de la muerte de san Gregorio VII; la efectuó el inglés Roberto de Chester para el abad de Cluny, Pedro el Venerable, quien le agregó una refutación decidida del credo islámico: se trataba, en realidad, de un resumen del Alcorán, que se reputó por traducción del mismo durante siglos, hasta la aparición de la versión crítica y completa del padre Marracci, en 1698. El cardenal de Cusa se valió del resumen de Roberto de Chester para escribir su célebre Cribratio Alcorani (Cribadura Crítica del Alcorán) en la primera mitad del siglo XV, que precedió en poco a la bula promulgada por Pío II (Eneas Silvio Piccomolini) en octubre de 1458; el Papa llamaba en dicha bula a una cruzada contra los turcos (jamás llegó a realizarse), que se estaban extendiendo por los Balcanes después de expugnar Constantinopla, y calificaba a los musulmanes de secuaces del «falso profeta Mahoma»; calificación que repitió el 12 de septiembre de 1459, en un discurso digno de nota pronunciado en la catedral de Mantua, donde se había convocado la Dieta encargada de aprobar la avanzada: en dicho discurso motejó otra vez de impostor a Mahoma diciendo que, si no se detuviera al sultán Mehmed, éste, una vez subyugados todos los príncipes de Occidente, «derrocaría el evangelio de Cristo e impondría a todo el mundo la ley de su falso profeta»  
He aquí, pues, una condena lisa y llana del islam y de su profeta por boca del magisterio pontificio, una vez removido el error que reputaba el credo agareno por "herejía" cristiana.
9.7 Las proposiciones: «Aunque las autoridades de los judíos con sus seguidores reclamaron la muerte de Cristo (cf Jn 19, 6), sin embargo, lo que en su pasión se hizo no puede ser imputado ni indistintamente a todos los judíos que entonces vivían, ni a los judíos de hoy. Y si bien la Iglesia es el nuevo Pueblo de Dios, no se ha de señalar a los judíos como réprobos de Dios y malditos, como si esto se dedujera de las Sagradas Escrituras» (NA § 4).
Se echa de ver aquí el propósito de limitar la responsabilidad del deicidio a un circulo reducido de personas casi privadas, mientras que el sinedrio, por el contrario, autoridad suprema en lo religioso, representaba en realidad al Judaísmo todo entero, por manera que su actuación entrañó la responsabilidad colectiva de la religión judía y del pueblo hebreo en el rechazo del Mesías e Hijo de Dios, según se desprende de las Sagradas Escrituras de manera inequívoca (Jn 19, 12: «Desde entonces Pilato buscaba liberarlo; pero los judíos gritaron, diciéndole: Si sueltas a ése, no eres amigo del César ... »;
Mt 27, 25: «y todo el pueblo contestó diciendo: “Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos “
Sorprende también la afirmación de que "no se ha de señalar a los judíos como réprobos de Dios y malditos, como si esto se dedujera de las Sagradas Escrituras". Una vez más, nos topamos con la carencia de la distinción debida entre individuos y religión hebrea. Si se habla de los judíos como individuos, la afirmación es verdadera, como lo demuestra el gran número de conversos del judaísmo en todo tiempo; pero si se habla del judaísmo como religión, la afirmación es errónea e ilógica: errónea, porque contradice ni más ni menos que al evangelio y a la fe constante de la Iglesia desde el origen (cf. Mt 21, 43: «Por eso os digo que os será quitado el reino de Dios y será entregado a un pueblo que rinda sus frutos»; ilógica, porque si Dios no reprobó la religión hebrea ni al pueblo hebreo en sentido religioso (que en tiempos de Jesús se identificaban), entonces la Antigua Alianza ha de reputarse válida todavía, en competencia con la Nueva, y también ha de seguir siendo válida la injustificada esperanza en la venida del Mesías, que los judíos nutren aún. Todo ello configura una descripción absolutamente mendaz del judaísmo y de sus relaciones con el cristianismo.
9.8 La afirmación inaceptable, contraria a la doctrina perenne de la Iglesia y a toda sana exégesis católica, según la cual los libros del Antiguo Testamento ilustran y explican el Nuevo, mientras que siempre se ha enseñado que 10 verdadero es lo contrario, sin reciprocidad, es a saber, que el Nuevo Testamento es el que ilustra y explica al Antiguo: « ... No obstante, los libros del Antiguo Testamento, recibidos íntegramente en la proclamación evangélica, adquieren y manifiestan su plena significacion en el Nuevo Testamento ( Mt 5, 17; Le 24,27; Rom 16,25-26; 11 Cor 3, 14-16) [hasta aquí nada que objetar] ilustrándolo y explicándolo al mismo tiempo (illud vicissim illuminant et explicant) [afirmación errada, que pugna con la
precedente]» (DV § 16).
9.9 La inversión de la misión de los católicos respecto de los seguidores de las demás religiones.
En vez de exhortar a los creyentes a tomar más aliento para convertir al mayor número posible de infieles, arrancándolos de las tinieblas en que están sumidos, 'el concilio exhorta a los católicos a que «reconozcan, guarden y promuevan aquellos bienes espirituales y morales, así como los valores socio-culturales que en ellos [los adeptos de otras religiones] existen (qua apud eos inveniuntur)» (NA § 2, cit.). Dicho de otro modo: los exhorta a afanarse para que los budistas, hindúes, moros, judíos, etc., sigan siendo tales, o por mejor decir, "progresen" en los "valores" de sus religiones y culturas respectivas, hostiles todas ellas a la verdad revelada (l).
Tamaña exhortación expresa un principio general señalado por el concilio a la "iglesia" que debía nacer de sus reformas y que se au-61 en adelante







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