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martes, 25 de julio de 2017

EL KAHAL-ORO. HUGO WAST


PROLOGO
BUENOS AIRES, FUTURA BABILONIA

1. Hace 30 años no había antisemitismo en la Argentina.
-Primeros antisemitas, los Faraones de Egipto.-El ntisemitismo no es producto del cristianismo

Hace muchos años, en mi mocedad, escribí una novelita con el título de "El Judío" para no recuerdo qué revista española.
Excusáronse de publicada, porque en el relato aparecía injusto el común recelo de las gentes contra la raza judía.
Es posible que esta explicación no fuese más que un pretexto para devolverme la historieta, que, ahora lo veo, era muy malucha. Pero es seguro también que tal excusa no se le hubiera ocurrido en aquel tiempo a ninguna revista argentina. Entonces no sabíamos aquí de los judíos más que lo que nos contaba los libros de Europa.
El episodio sólo sirvió para enardecer en mi joven corazón. Una romántica simpatía hacia el pueblo más perseguido de la historia.
No se me ocurrió pensar que aquella prevención, a mi juicio señal de intolerancia y de atraso. Podía tener motivos ignorados en la tierra argentina.
El judío era para nosotros uno de los tantos extranjeros, que la excelencia del clima, la fecundidad del suelo, la dulzura de las costumbres y la generosidad de las leyes, atraen a nuestras playas indefensas.
Ni más ni menos que el francés, el alemán, el italiano o el español.
Nos vanagloriábamos de nuestros doscientos o trescientos mil inmigrantes anuales.
Teníamos confianza ilimitada en la poderosa pepsina de esta tierra capaz de asimilar los alimentos más heterogéneos. y con pueril satisfacción comprobábamos que nuestra literatura era francesa; nuestra filosofía, alemana; nuestra finanza, inglesa; nuestras costumbres, españolas; nuestra música, italiana; nuestra cocina, de "todos los países de la tierra", como dice la Constitución.
En suma, no se advertía aquí malquerencia al extranjero; más bien lo contrario, una debilidad por las ideas y los gustos de afuera. Y el judío era un extranjero como los demás.
Han pasado treinta años. Seguimos creyendo que aquí no existe un problema inglés, ni francés, ni alemán, ni español, ni italiano. Pero ya no pensamos igual respecto de los judíos.
A nadie se le ocurre fundar periódicos para atacar, ni defender, por ejemplo, a los vascos o a los irlandeses.
Pero todos los días vemos diarios y revistas cuyo principal propósito, disimulado o no, es atacar o defender al judío.
¿Qué significa eso? Significa que este país, a pesar de que no tiene prejuicios de raza, ni prevenciones xenófobas, no ha podido comprar la paz interior, ni con su hospitalidad sin tasa, ni con la generosidad hasta el despilfarro de su riqueza, y de sus puestos públicos aún de su ciudadanía, y ha visto nacer el conflicto de que no se ha librado ningún pueblo, en ningún siglo: la cuestión judía.
Efectivamente, releyendo las historias, penetrando hasta en los tiempos más remotos, observamos este hecho singular: en todas partes el judío aparece en lucha con la nación en cuyo seno alta.
Mil novecientos años antes de la era cristiana los israelitas se establecen en, Egipto, conducidos por Jacob.
Siglos después, el Faraón se alarma y dice: "He aquí que los hijos de Israel forman un pueblo más numeroso y fuerte que nosotros. ¡Vamos! Tomemos precauciones contra él, porque si sobreviene una guerra, se podrían unir con nuestros enemigos y combatirnos." (Exodo, 1,9-10).
Ni la hospitalidad de cuatrocientos años, ni la multitud de generaciones nacidas en el propio Egipto, habían convertido a los israelitas en ciudadanos de la nación. Seguían siendo extranjeros, y el Faraón temía, que en caso de guerra se aliasen con los enemigos del suelo donde habían nacido.
Esto desencadenó la primera persecución antisemita dé que habla la historia.
Se impuso a los hebreos las más rudas tareas y toda clase de servidumbres, y como no bastara a disminuidos, el Faraón llamó a las parteras y les ordenó que mataran a los niños recién nacidos, y discurrió otras iniquidades, que provocaron
la cólera de Dios.
Sobrevinieron las diez plagas de Egipto, y los hebreos emigraron en masa, conducidos por Moisés, hacia la tierra prometida.
En el quinto siglo antes de nuestra era, los vemos en Persia, bajo el reinado de Jerjes I, que es el Asuero de la Biblia, conforme al libro de Esther.
El decreto en que el rey manda a los sátrapas y gobernadores de sus ciento veintisiete provincias, pasar a degüello a todos los hebreos, hombres y mujeres, viejos y niños, desde la India hasta la Etiopía, se fundó en una acción que honra a Mardoqueo, el judío que no quiso doblar su rodilla delante de Amán, primer ministro.
Pero la terrible carta de Asuero merece transcribirse: “Hay un pueblo malintencionado, mezclado a todas las tribus que existen sobre la tierra, en oposición con todos los pueblos en virtud de sus leyes, que desprecia continuamente el mandato de los reyes, e impide la perfecta armonía del imperio que dirigimos. Habiendo, pues, sabido que este único pueblo, en contradicción completa con todo el género humano, del cual lo aparta el carácter extraño de sus leyes, mal dispuesto hacia nuestros intereses, comete los peores excesos e impide la prosperidad del reino, hemos ordenado… que sean todos, con mujeres e hijos, radicalmente exterminados por la espada de sus enemigos, sin ninguna misericordia, el decimocuarto día del mes de Ader, del presente año." (Esther, 13,4-7.)
Es sabido cómo la reina Esther, que era judía, consiguió de su esposo el rey Asuero, la anulación del espantoso mandato.
Mil años antes de Cristo, bajo el reinado de Salomón, hallamos israelitas hasta en España (Tarsis), encargados de proveerle de oro y de plata. (I Reyes, 10-22.) (1)
Y Estrabón, en el primer siglo de nuestra era, afirma: “que sería difícil señalar un solo sitio en la tierra, donde los judíos no se hayan establecido poderosamente.”
En todas partes proceden igual, forman un estado dentro del Estado, se infiltran en las leyes y en las costumbres y acaban por provocar el odio y la persecución.
"Los romanos-exclama Séneca-han adoptado el sábado'" Y en otro lugar: "Esta nación abominable (Israel), ha llegado a difundir sus costumbres en el mundo entero; los vencidos han dictado la ley a los vencedores".
El antisemitismo, o el odio al judío, no es, pues, un producto del cristianismo.
Ha existido mucho antes de Cristo V también en pueblos como los árabes, enemigos a muerte de la Cruz.
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(1) Actualmente España después de treinta siglos de colonización judaica, no tiene sino tres mil israelitas en su territorio; y el gobierno de la Generalidad de Cataluña acaba de negar permiso para instalarse allí a un grupo de judíos expulsados del Saar alemán y no admitidos en Francia.
La Argentina, con sólo medio siglo de colonización judaica, ya contiene seiscientos mil judíos, de los cuales hay trescientos mil en Buenos Aires.
2. Israel ha sobrevivido a la persecución.-Doble enigma: su vitalidad y el odio universal que lo persigue.-El judío es patriota y nómade.-Añora la patria, pero no quiere volver a ella.-"Esdras se llevó el afrecho", dice el Tal mud.so de la restauración de Palestina.-La patria real del judío es el mundo.-Está cómodo en todas partes, pero no es asimilado en ninguna.
Tan encarnizada persecución habría exterminado a cualquiera otra nación. El pueblo de Israel, sin territorio y sin gobierno aparente ha sobrevivido a muchos de sus perseguidores, y ofrece al historiador un doble problema: 1° Razón de su vitalidad. 2° Causas del odio universal que lo persigue.
Conviene dejar la explicación a libros de autores judíos.
Ciertas cualidades de ese pueblo aunque fuesen una gloria para él, suenan como injurias si son dichas por cristianos; y es mejor que sean autores de su raza, quienes repitan en nuestra época, con otras palabras, lo que dijeron un Faraón y el rey Asuero, muchos siglos antes de Cristo.
Llamo la atención de quienes me leen hacia el hecho muy simple, pero muy significativo de que no cito aquí sino escritores judíos y de los mejores.
Teodoro Herzl, gran apóstol de la restauración de la patria israelita dice: "La cuestión judía existe dondequiera que habitan judíos en cierta cantidad. No es ni una cuestión eco· nómica, ni una cuestión religiosa, aunque a veces tenga el color de una y otra. Es una cuestión nacional, y para resolverla tenemos que hacer de ella una cuestión mundial." (1)
El judío según Kadmi Cohen, en su libro Nómades, pertenece a una raza distinta de las otras, física y moralmente.
"La sangre que corre por sus venas ha conservado su fuerza primitiva, y la sucesión de los siglos no hará más que reforzar el valor de la raza. La historia de este pueblo, tal como está consignada en la Biblia, insiste en todo instante en (1) Th. Herzl: "L'Etat Juif", París, Librairie Lipschutz. 1926, p. 17.
La prohibición de aliarse con extranjeros... y en nuestros días, como hace treinta siglos, la vivacidad de este particularismo de raza se justifica y se mide con la escasez de los matrimonios entre judíos y no judíos.
«El pueblo es una entidad autónoma y autógena, que no depende de un territorio, ni acepta el estatuto real de los países donde reside.
"Y es igualmente ese formidable valor, así conferido a la raza, el que explica este fenómeno único y exclusivo: de entre todos los pueblos, uno solo, el pueblo judío, sobreviviéndose a sí mismo, prolonga una existencia paradójica, continúa una duración ilógica y, para decido todo, impone la fulgurante claridad de la unidad, el signo resplandeciente de la eternidad y la supremacía de la idea, a pesar de todos los asaltos, de todas las desmembraciones y de todas las persecuciones ordenadas. Un pueblo ha sobrevivido a pesar de todo." (1)
Tal aislamiento es una fuerza, pero al mismo tiempo es un fenómeno, tal vez una monstruosidad.
Escuchemos aún a Kadmi Cohen.
Desde la dispersión, la historia judía es una paradoja y un reto al buen sentido.
“Es una monstruosidad vivir durante dos mil años en rebelión permanente contra todas las poblaciones donde se vive, e insultar a sus costumbres, y a su lengua, y a su religión por un separatismo intransigente.” (2) En suma, a ese sentimiento separatista, de que el Talmud (su código civil, penal y religioso) ha hecho un dogma de fe; a ese horror por la mezcla de sangre debe Israel el no haberse disuelto en la marea cristiana, que lo ha envuelto y oprimido, como las aguas del diluvio al Arca de Noé.
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(1) Kadmi Cohen: “Nómades”, p. 26, cit. Poncins: “Las fuerzas secretas de l·a revolución”. Fax,
Madrid, 1932, p. 202.
(2) Id.: "ibíd.", p. 26, cit. Poncins: "Op. cit.," p. 203.
Admiremos este patriotismo forjado como una coraza con metales indestructibles: la nacionalidad y la religión.
Todos los pueblos desterrados del suelo que los viera nacer: lloran un tiempo la patria perdida, pero acaban por refundirse  en la nueva patria y olvidar su propia lengua y su historia y su religión.
El judío no. Lo hallamos en todos los siglos y en todos los climas; en Europa, en Asia y en América. Siempre está de paso, como un peregrino, con el bordón en la mano, cumpliendo las palabras del Éxodo, que prescribe la forma de comer el cordero pascua1: "Lo comeréis así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies, el bastón en la mano, y lo comeréis de prisa." (Exodo, 12-11.)
En vano las leyes de los países que habitan intentan asimilarlos y les atribuyen talo cual nacionalidad y hasta los obligan a batirse por una bandera. Su corazón está preso por las tradiciones de la ciudad santa, inspiradora de salmos exquisitos "A la orilla de los ríos de Babilonia nos sentábamos a llorar acordándonos de Sión.
"En las ramas de los sauces habíamos colgado nuestras arpas. Y allí los que nos tenían cautivos, nos pedían que cantásemos; y los que nos habían oprimido, nos pedían alegría diciéndonos: "¡Cantadnos un cántico de Sión!" "¿Cómo cantaríamos canción de Jehovah en tierra de extranjeros?”Si me olvidara de tí, ¡oh Jerusalén!, que mi mano derecha se olvide de moverse; y que mi lengua se pegue a mi paladar."
La dulce y melancólica canción del desterrado, termina en una tremenda imprecación contra los hijos del extranjero: "Hija de Babilonia, bienaventurado el que te diera el pago de lo que tú nos hiciste.
"Bienaventurado el que tomase tus niños y los estrellare contra las piedras." (Salm. 137.)
Esta fidelidad feroz a su nacionalidad, hace del judío un ser insaciable e inasimilable en país extraño.
En cualquier nación que habite, y aunque detrás de él tenga veinte generaciones nacidas en esa tierra, el judío se siente cautivo, como sus antepasados a la orilla de los ríos de Babilonia.
Pero su adhesión a la tierra santa es de un carácter singular. Las nostalgias que tiene de' su patria son puramente imaginativas. Cuando Ciro, rey de Persia, conquistó el imperio caldeo: permitió a los israelitas que lloraban el cautiverio de Babilonia, la vuelta a Palestina.
Más no fueron muchos los que aprovecharon el permiso, y siguieron a Esdras y Nehemías, los jefes de la nación judía restaurada. La mayoría, especialmente los ricos e importantes, permanecieron en Asiria y Babilonia.
"Esdras se 'llevó el afrecho y dejó la flor de harina en Babel", dicen la tradición y el Talmud. (Kíduschin, fol. 70.) Después de la guerra mundial se restauró en Palestina, grao ¿as al apoyo inglés-declaración Balfour-la patria israelita, que otros conquistadores habían destruido de nuevo.
Se entregó a Sión un territorio de veintitrés mil kilómetros para que lo gobernase bajo la protección de Inglaterra y se hizo grande y costosa propaganda invitando a los judíos de todo el mundo a volver a la tierra prometida. El gobierno inglés la ponía en sus manos, soldados ingleses los defenderían, si a los quinientos mil árabes, habitantes del suelo, se les ocurría discutir a los recién llegados el derecho de ser sus señores.
De los quince o veinte millones de israelitas que viven desterrados sobre el globo, ni cien mil acudieron al 'llamado de las dulces colinas de Judea.
Los otros siguen cantando el salmo: "que mi mano derecha se olvide de moverse, si te olvido, ¡oh Jerusalén!; que mi lengua se pegue"... Pero no van, porque el judío sólo puede prosperar entre los cristianos. (1)
No nos asombremos de esta contradicción. Desde los tiempos de la Biblia, las más rudas contradicciones son frecuentes en el carácter del pueblo escogido, que era, a la vez, según palabras de Jehovah, el pueblo pérfido hasta cuando manifestaba el arrepentimiento: "El pérfido Judá no ha vuelto a mí de todo corazón: lo ha hecho con falsía." (Jeremías, 3-10.)
Nadie ha perfeccionado tanto el sistema capitalista, como los banqueros judíos, Rothschild, etc.
Y nadie lo ha condenado con más acerbidad que los economistas judíos, Marx, etc.
El judío es conservador y es revolucionario. Conserva con tenacidad sus instituciones, pero tiende a destruir las de los otros.
Es patriota, como ningún otro pueblo, y al mismo tiempo fácil para abandonar la patria. Se le encuentra en todas partes, pero no es asimilado por ninguna.
Y la razón es simple: la patria real del judío moderno, no es la vieja Palestina; es todo el mundo, que un día u otro espera ver sometido al cetro de un rey de la sangre de David, que será el Anticristo.
Tal esperanza de un pueblo escaso y disperso, parecía ridícula, si no fuera un dogma de su religión, una promesa de “Hijo mío-ordena el Talmud- atiende más a las palabras de los rabinos, que a las palabras de la ley." (Tratado Erubin, fol. 21 b.) "Las palabras de los antiguos (léase rabinos) son más importantes que las palabras de los Profetas" (Tratado Bera· chot 7. 4.)
El gran rabino Miguel Weill, en una obra fundamental dice: “Israel debe a la moral del Talmud en buena parte su conservación, su identidad y el mantenimiento de su individualidad en el seno de la dispersión y de sus terribles pruebas." (1)

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(1) En el año 1928 llegaron a Palestina 3.086 inmigrantes, pero emigraron 3.122, de los cuales 2.168 eran judíos. Se trata de un año normal.
Dios, por la boca de los profetas que le hablan desde hace miles de años, en las sinagogas.
En la fiesta del año nuevo (Rosch Hassanah), primer día del mes de Tizri
(septiembre), entre los aullidos del cuerno que toca treinta veces, leen siete la profecía de David: "Batid palmas y aclamad a Dios con júbilo. Porque Jehovah, el altísimo y terrible, someterá a todas las naciones y las arrojará a vuestros pies." (Salm. 47.)
Hay en ese orgullo judaico una mezcla de patriotismo y de religiosidad, que amasada por dieciocho siglos de Talmud, han hecho el carácter del judío actual.
El más miserable de ellos, se considera cien codos arriba del más noble y poderoso de los goyim (cristianos), pues forma parte del pueblo escogido.
"El mundo ---afirma el Talmud- no ha .sido creado sino a causa de Israel.
(Bereschith Rabba, seco 1.)
"Si Israel se hubiera negado a aceptar la ley del Sinaí, el mundo habría vuelto a la nada." (Sabbath, fol. 88.)
Ya el salmista lo proclamaba: "El (Jehovah), ha revelado su palabra a Jacob, sus leyes a Israel. Y no ha hecho 10 mismo con las otras naciones". (Salm. 147.
19-20.)
¿Cuál fue el motivo de esta predilección divina? El cumplimiento de las promesas a los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob.
"Vosotros sois un pueblo santo para Jehovah, dice uno de los libros de
Moisés, que constituyen la sagrada Thora judía. Jehovah os ha elegido para ser su pueblo predilecto, más que todos los pueblos que están sobre la faz de la tierra.
No porque vosotros sobrepaséis en número a los otros, puesto que sois el más pequeño de todos los pueblos, sino porque Jehovah os ama y quiere cumplir las promesas hechas a vuestros padres." (Deuter., 7. 6. 8.) ¿Y de qué manera ha correspondido Israel? Muy conocida es aquella amarga expresión del Eterno, repetida no menos de diez veces en los libros santos: "Pueblo de cerviz durísima eres tú." (Exodo, 33. 5.)
Si el orgulloso aislamiento en que le gusta vivir, fundado en la tradición y en la sangre, explica la supervivencia del pueblo judío, es al mismo tiempo la razón del odio universal que ha provocado.
Bernardo Lazare, uno de los escritores judíos que mejor han disecado el
espíritu de Israel, en su excelente libro L' Antisemitisme, plantea la cuestión: "¿Qué virtudes o qué vicios valieron al judío esta universal enemistad? ¿Por qué fue a su tiempo igualmente odiado y maltratado por los alejandrinos y por los romanos, por 106 persas y por los árabes, por los turcos y por las naciones cristianas? "Porque en todas partes y hasta en nuestros días, el judío fue un ser insociable.
"Porque jamás entraron en las ciudades como ciudadanos sino como privilegiados. Querían ante todo, habiendo abano donado la Palestina, permanecer judíos, y su patria era siempre Jerusalén.
"Consideraban impuro el suelo extranjero y se creaban en cada ciudad una especie de territorio sagrado. Se casaban entre ellos; no recibían a nadie... El misterio de que se rodeaban excitaba la curiosidad y a la vez la aversión." (1) Es posible que si los judíos no se hubieran regido por otras leyes que las de la Biblia, habrían acabado por confundirse con los pueblos cristianos. Mas se aferraron al Talmud, su código religioso y social, selva inextricable de prescripciones rigurosas que conferían a los rabinos, sus únicos intérpretes: una autoridad superior a la de Moisés y de los profetas.
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(1) B. Lazare: "L'Antisemitisme". Jean Crés. París, 1934. t. I. pp. 43 Y 74.

La misma idea en Bernardo Lazare:

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