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martes, 28 de febrero de 2017

NACIMIENTO, GRANDEZA, DECADENCIA Y RUINA DE LA NACIÓN MEXICANA





LOS CRISTEROS

La noche del 22 de febrero de 1925, un grupo de cien hombres asaltó y se apoderó de la parroquia de La Santa Cruz de la Soledad de la Ciudad de México, entregándosela a Pérez, nombrado "Patriarca de la Iglesia Mejicana", y a Monge, designado Cura Párroco de la misma. Pronto se difundió por el barrio la noticia del asalto, y al día siguiente, domingo, una multitud airada se congregó a las puertas de la parroquia, y al abrirse penetró tumultuariamente protestando de manera que, tanto Pérez como Monge, quien se disponía a celebrar el Santo Sacrificio de la Misa, no obstante estar protegidos por los mismos asaltantes, tuvieron que encerrarse en la sacristía para escapar a las iras de la multitud. Acudió la policía montada y los bomberos para sofocar el motín sin conseguirlo. Llegaron fuerzas armadas de refuerzo a las cuales también atacó la multitud que se encontraba fuera, valiéndose para ello de las piedras que levantó del pavimento de la calle. El pueblo se impuso a costa de un muerto y numerosos heridos. El templo fue cerrado al culto.
Los capitalinos se dispusieron a la defensa de sus templos, fracasando los intentos de apoderarse de Santo Tomás, San Hipólito, Loreto, La Inmaculada Concepción, Santa Ana, San Pablo, Santa Catarina, y algunos otros.
La gloriosa A. C. J. M. (Asociación Católica de la Juventud Mejicana), con algunas armas se hizo cargo de la permanente custodia de la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe. Ante una alarma, se tocaron a rebato las campanas, acudiendo en breves minutos una impresionante multitud armada de pistolas, cuchillos, garrotes, y las más diversas armas.
También en la ciudad de Aguascalientes se intentó apoderarse del templo de San Marcos. La defensa del mismo se hizo a costa de varios muertos y numerosos heridos.
"Según las previsiones de Mons. Ruíz y Flores, el pueblo cristiano se inquietó y comenzó a custodiar sus iglesias. Fue una movilización espontánea que nadie sabía a dónde podría conducir.
"El 27 de febrero, Nahum Toquiantzi, en nombre de los católicos de Santa Ana Chiautempan, escribía al Presidente de La República preguntándole si era cierto que el gobierno había tomado una iglesia y tenía el propósito de tomar la Basílica (sic), es decir el santuario de la Virgen de Guadalupe. Le comunicaba que aquí ya se están preparando para defender los templos con armas de fuego muchas personas, ya cuento con más de 3,000 hombres y creo que de mujeres es el número más grande y por todos serian unos 7,000... Primero muertos que dejar perseguir al clero."  
"El arzobispo de Méjico Mons. José Mora y del Río, no podía pasar en silencio tan graves acontecimientos y, en memorable edicto del 25 de febrero, declaró al final:
'No podemos callar ante el escándalo ni ocultar el dolor de nuestra alma ante la prevaricación de dos mal aconsejados sacerdotes, que desconociendo la suprema autoridad del Romano Pontífice, Vicario de Cristo en la Tierra, apostatan precipitándose en el abismo del cisma y la herejía. Ni podemos permanecer mudos frente a la profanación de un tempo, del que, apoderándose por la fuerza, arrojaron a su pastor legítimo y a los sacerdotes que le ayudaban en la administración parroquial...No, no tememos al cisma, porque no dudamos ni por un momento de la fidelidad y sumisión de todos los católicos mejicanos y de todo nuestro clero a la Silla de Pedro, al Supremo Pastor de la Iglesia Católica, Apostólica, Romana, una y santa. Y hasta creemos que este mismo triste acontecimiento servirá para encender más la inquebrantable adhesión al Romano Pontífice... 
"El día 28, es decir, a los tres días de publicado el edicto anterior, aparecieron en El Universal las declaraciones del Padre Monge, dando a conocer su repudio al movimiento separatista al que he cooperado desgraciadamente -decía- contra mis creencias y el gran respeto que guardo a su Santidad el Romano pontífice. Terminaba protestando su completa adhesión a la Iglesia Católica, Apostólica y Romana.
"Para evitar la venganza de los cismáticos, el padre Monge se oculto en la ciudad hasta que, poco tiempo después, pudo embarcarse furtivamente para España.
"El epílogo de este drama tuvo lugar en una cama del hospital de la Cruz Roja, en la ciudad de Méjico, el día 9 de octubre de 1931, fecha en que falleció aquel infeliz que no tuvo sosiego en su vida pero que, a las puertas de la muerte, busco y obtuvo la reconciliación de la Iglesia verdadera.
"Su retractación (del llamado "Patriarca Pérez") firmada de su puño y letra, y sellada con sus huellas digitales, dice así:
'Abjuro todos los errores en que he caído, sea contra la santa fe, sea contra la legítima autoridad de la Santa Iglesia Católica, Apostólica Romana, única verdadera. Me arrepiento de todos mis pecados y pido perdón a Dios, a mis prelados y a todos aquellos a quienes he escandalizado con mis errores y mi conducta. Protesto que quiero morir en el seno de la Santa Iglesia Católica, Apostólica, Romana, confiando en la bondad de Jesucristo N.S., y de mi Madre amorosa la Sma. Virgen de Guadalupe. Creo todo lo que la misma Santa Iglesia nos enseña y exhorto a todos a no apartarse de ella, porque es la única arca de salvación. Méjico, octubre 6 de 1931.'
La ejemplar fidelidad del Episcopado y del clero mejicano a la Silla de San Pedro, y la no menos ejemplar fidelidad y valiente y decidida actuación del pueblo, convirtieron el revolucionario intento de cisma en un rotundo fracaso.
Pero indignada la Revolución siguió más violenta y furiosa la persecución. Expulsión de sacerdotes extranjeros, confiscación de obispados, curatos, seminarios, hospitales, asilos y cierre de conventos. Ante la inminencia de la general y terrible ofensiva que se iba a lanzar contra la Iglesia Católica, consientes los católicos de su derecho y propia responsabilidad, se dispusieron para hacerle frente y resistir por todos los medios lícitos. El 14 de marzo de 1925, con el fin de dirigir y coordinar la acción de los seglares, con independencia de la Jerarquía Eclesiástica, se fundó en la Ciudad de Méjico la 1. N. D. 1. R. (Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa), de la cual se constituyeron en colaboradoras las organizaciones o sociedades en las cuales, con diversos y propios fines militaban los católicos, extendiéndose rápidamente por toda la Nación. Los distinguidos abogados, beneméritos veteranos de las luchas por Dios, por la Patria y por el Pueblo, don Rafael Cisneros y Villareal y don Miguel Palomar y Vizcarra, llegaron a ser Presidente y Vicepresidente, respectivamente, de la nueva organización nacional. La gloriosa A. C. J. M. (Asociación Católica de la Juventud Mejicana) se convirti6 en el brazo derecho de la misma, proporcionando valientes y preparados dirigentes, tanto para la acción cívica, como para la resistencia armada, dando un elevado contingente de héroes y de mártires.
Los fines u objetivos de la L. N. D. L. R. eran moderados y realistas. No pensaban de pronto, como legítimamente podrían hacerlo, al derrocamiento del régimen revolucionario, a toda luz ilegítimo, tanto de origen, como de ejercicio. Concretamente, aspiraban a la derogación de la legislación que atentaba grave y obstinadamente contra la legítima libertad de la Iglesia Católica, y contra los derechos y prerrogativas que le correspondían por ser, además de la única verdadera, fuera de la cual no hay salvación, principio constitutivo de la Nación mejicana, y profesada por la casi totalidad de los mejicanos. Así como también, la que atentaba, grave y obstinadamente, contra el superior y anterior derecho de la misma Iglesia, de la sociedad y de la familia, a la educación de la niñez y de la juventud. Sin embargo, sus dirigentes acabaron por ser considerados intransigentes en la misma Roma, predominando los partidarios de la conciliación a toda costa con la Revolución.
En los primeros días del mes de enero de 1926, y con el fin de aplicar íntegra y radicalmente la Constitución de 1917, se aprobó la ley reglamentaria de los Artículos 3° y 130 de la misma. Y el 14 de junio del mismo año, la Ley que reformaba el Código Penal para el Distrito y Territorios Federales sobre delitos del fuero común, y para toda la República sobre delitos en materia de culto religioso y disciplina externa, imponiendo, bajo la amenaza de cuantiosas multas y severas penas de reclusión, el cumplimiento de dichos impíos e impopulares Artículos de la Constitución, todo lo cual debía entrar en vigor el 31 de julio de 1926.
El diez de mayo con el fin de unificar el criterio de los Prelados, facilitar su acción común y conjunta en la resistencia, y para que los representara oficialmente, se constituyó en la misma Ciudad de Méjico, un Comité Episcopal presidido por el Ilmo. Arzobispo Primado de Méjico, Mons. José Mora y del Río. En agosto del siguiente año fue nombrada una Comisión de Obispos Mejicanos Re811sidentes en Roma, presidida por el Ilmo. Arzobispo de Durango, Mons. José María González y Valencia, con el fin de que fuera informador oficial e intermediario entre el Episcopado mejicano y la Santa Sede.
Según el Dr. Giovanni Hoyois, presidente general de la Asociación Católica de la Juventud Belga: "Mons. José María González y Valencia es quizá el más joven de los Arzobispos del mundo, todo en él res-pira iniciativa y confianza. La esbeltez de su talla y la elegancia de sus movimientos añaden todavía algo más a su prestigio. Es, visiblemente uno de esos jefes que Dios prepara a su Iglesia para los días de crisis... "
La Comisión de Obispos fue efusivamente recibida por Su Santidad Pío XI, a quien se informó:
"1. Con plena aprobación y autorización de todos y cada uno de los Ilustrísimos Señores Arzobispos y Obispos de la República, se constituyó en la Ciudad de Méjico un Comité Episcopal, integrado por el Ilmo. Sr. Arzobispo de Méjico, Dr. D. José Mora y del Río, como Presidente de los Ilmos. Sres. Arzobispos de Guadalajara, Michoacán, y Puebla de los Ángeles como Vocales, y el Ilmo. Sr. Obispo de Tabasco, Dr. D. Pascual Díaz, como Secretario. El objeto y fin de este Comité es deliberar concienzudamente sobre los asuntos relacionados con el Conflicto provocado por el Gobierno Civil, entre la Iglesia y el Estado en la Nación, y acordar la línea de conducta que debe seguirse en todas las Diócesis, de acuerdo con las instrucciones recibidas de la Santa Sede."
Su Santidad invitó a la Comisión de Obispos Mejicanos a que concurriera el 24 de mayo de 1927 a la celebración del Tercer Centenario de a fundación del Pontificio Colegio Urbano de Propaganda Fide, ceremonia presidida por el propio Papa, mismo que dijo el discurso de clausura, expresando al referirse a Méjico y dirigiéndose a los tres Obispos mejicanos.
"Méjico es un pueblo en que se habla la hermosa y dulce lengua de Santa Teresa y de San Juan de la Cruz. Es un pueblo noble, heroico y más y más glorioso que nunca, que está siendo la admiración y el ejemplo del mundo, por su constancia inquebrantable en la fe y en el amor a la Iglesia y a la Santa Sede. Saludo a los representantes del Episcopado Mejicano, y en Vosotros saludo a Vuestros dignos y heroicos Hermanos, al Clero y a los católicos de Méjico ya todos les doy mi Bendición."


LA RELIGIÓN DEMOSTRADA FUNDAMENTOS DE LA FE CATÓLICA...




INTRODUCCIÓN AL LIBRO LA RELIGIÓN DEMOSTRADA. (continuación)

Decía Pablo Bert en 1879, en su informe sobre instrucción pública: “Nuestra voluntad es levantar frente al templo donde se afirma, la escuela donde se demuestra”.
En esta obra nos proponemos evidenciar plenamente que el templo donde se afirma es también el templo donde se demuestra, y que la religión no es simplemente un postulado, sino una ciencia, en el estricto sentido de la palabra.
Se entiende por ciencia “todo conjunto de conocimientos razonados, deducidos lógicamente unos de otros, y fundados, en último análisis, en hechos ciertos y principios evidentes”.
Ahora bien, la Religión Católica tiene su fundamento en hechos positivos y ciertos y en principios evidentes, de los cuales lógicamente se deducen las verdades de orden teórico y práctico que enseña.
Su Santidad León XIII ha dicho: “Son tan sólidos los principios de la fe católica y tan en armonía con las exigencias de la lógica, que son más que suficientes para convencer al entendimiento más exigente y a la voluntad mas rebelde y obstinada” (Encíclica Aeterni Patris).
Tan científico y tan racional es el Catecismo de la doctrina cristiana, como puede serlo cualquier libro profano, por exigente que sea.
Al tratar de ofrecer una demostración cabal y documentada acerca del origen divino de nuestra religión, no es nuestro propósito presentar una obra nueva, sino reunir sintéticamente en breves páginas los tesoros de erudición y ciencia apologética que se hallan profusamente esparcidos en otras obras, menos al alcance de las inteligencias y de las posibilidades de muchos lectores.
La materia de este libro es una explicación del Concilio Vaticano I conforme a las normas de la Teología fundamental.
El mismo va dirigido a la juventud escolar. Su finalidad es hacer comprender a los jóvenes de ambos sexos que la religión no es un problema de orden sentimental, sino una imposición de la razón y de la conciencia. Hoy más que nunca deben conocer a fondo los verdaderos motivos de la credibilidad, para afianzarse más en su fe y estar mejor dispuestos a defenderla y propagarla debidamente.
Grande es hoy el afán por conocer las ciencias profanas, ya sean teóricas o aplicadas; pero existe un abandono casi total del estudio de la Religión, que, al fin y al cabo es la única que debe hacer felices a los hombres en esta vida y en la otra.
También va dirigido este libro a las personas mayores que, impedidas por sus ocupaciones para dedicarse a estudios profundos sobre las verdades religiosas, podrán hallar en él compendiadas las enseñanzas de otras más extensas y arduas.
Es un deber para todo católico el estar preparado para defender su religión. Hoy se ignoran o se niegan principios tan fundamentales como la existencia de Dios, la inmortalidad y espiritualidad del alma, la necesidad y divinidad de la religión, los derechos y prerrogativas de la Iglesia, etc., etc. Es, pues, de capital importancia que el católico sepa responder acertadamente a los ataques infundados de la falsa ciencia.
Así lo reconoció León XIII en su encíclica Sapientiae christianae: “Ante la multitud de los errores modernos, el deber primordial de los católicos lo constituye el velar sobre sí mismos y tratar por todos los medios de conservar intacta su fe, evitando cuanto pueda mancillarla y disponiéndose para defenderla contra los sofismas de los incrédulos. A este fin creemos contribuirá grandemente que cada cual, según se lo permitan sus medios y su inteligencia, se esfuerce en alcanzar el más perfecto conocimiento posible de aquellas verdades religiosas que es dado al hombre abarcar con su entendimiento.”
Después de demostrar que Dios ha encomendado a la Iglesia Católica la misión de enseñar a los hombres lo que hay que creer y lo que hay que practicar para salvarse, ofrecemos una brevísima síntesis del dogma, de la moral y del culto católico. Es un memorial compendioso, pero bastante completo en la doctrina cristiana. Su lectura bastará para recordar las enseñanzas fundamentales de la religión.
El método que hemos seguido en esta obra, en el mismo que empleó Santo Tomás de Aquino en su Suma Teológica. El santo Doctor plantea en primer término la cuestión, la resuelve, y da seguidamente las explicaciones y demostraciones correspondientes.
El método tiene la triple ventaja de excitar el interés, precisar la doctrina y ofrecer una demostración clara y concreta de la verdad en cuestión.
Quizás a alguno le parezca que hemos acumulado excesivamente los argumentos y las demostraciones.
Es frecuente en Filosofía y en Teología que un solo argumento no logre plenamente el asenso del entendimiento. De ahí que la demostración deba ser como un haz de rayos dirigido a un solo objeto. Si éste no tiene más que una superficie, bastará un solo rayo para iluminarlo; pero en el caso de ser muchas, habrá necesidad de tantos rayos, cuantas sean las superficies.
Así también, en materia religiosa, muchas verdades, para ser comprendidas en todos sus aspectos, necesitan múltiples demostraciones; cada argumento sirve para aclarar un aspecto parcial, y la suma de todos nos dan idea cabal del pensamiento íntegro. Aparte de esto es bien sabido que no todas las razones convencen a todos, y lo que para uno es claro, para otro es oscuro.
También se nos reprochará, por ventura, el uso excesivo del silogismo. Pero a los que así piensan les advertimos que ésta es la forma de argumentación más segura y eficaz, al paso que la más breve y didáctica. Tanto más cuanto que pretendemos instruir más bien que deleitar al lector.
Fue en la gruta de Lourdes donde concebimos la idea de publicar esta obra. Por eso la Virgen Inmaculada ha sido por muchos años de investigación y de estudio la que ha sostenido nuestras fuerzas. Por sus benditas manos nos atrevemos a presentar a su Divino Hijo, Maestro verdadero de las almas, el fruto de nuestro trabajo. Dígnese Él misericordiosamente hacerlo fecundo en frutos de salvación, que es la única gloria que ambicionamos y que será nuestra más preciada recompensa.

Mende, 8 de diciembre de 1900.

Si en algo debe hacerse hincapié con frecuencia es nuestra Santa Religión, pues es de todos conocida la confusión que impera en nuestros turbulentos tiempos y en donde más se pone en riesgo la salvación de nuestra alma. Aun dentro de la verdadera religión existen errores, intencionados o no, que confunden al alma y la ponen entre la espada y la pared. Estados corrientes a las que llamamos “errores” son en realidad abismos entre la verdad divina y ellos; el uno conduce a la herejía como lo es el modernismo y el otro conduce al cisma como lo es el  sedevacantismo (de él me ocupare en otro escrito) que también nos aleja de Dios Verdad Única e Infinita. La virtud por excelencia que nos hace tomar el punto medio entre estos dos extremos (según lo dice Santo Tomas) es la PRUDENCIA iluminada por los dones del Espíritu Santo, virtud que, en nuestros días brilla por su ausencia aun en los espíritus versados en la problemática actual porque en este terreno tan resbaladizo muy fácil se puede caer a uno u otro extremo. Es una realidad incontrastable que pocos, ante estos dos abismos, se escapan de no caer en ellos y muchos, por desgracia son los que cada día caen con detrimento de la salvación de sus almas. Hacer una distinción de facto en la realidad que nos rodea se antoja difícil debido al espíritu humano quien puede hacer esa selección sin temor a errar en solamente Dios, pero también se comprenderá que, en virtud de la enormidad del problema, el mismo Dios Nuestro Señor como que permite dentro de su gobierno divino suceda esto y solo inspira a aquellas almas humildes virtud mas olvidada entre los católicos aun los que se dicen de verdad, y la ilumina para que sigan el recto camino cual corresponde a esta gran virtud como lo es la prudencia.
Ante este panorama tan desolador y alarmante es necesaria la lectura de estos libros donde se nos muestra lo que debemos conservar para no caer en los extremos ya mencionados. Por otro lado, quien esto escribe, me fue de mucha utilidad cuando la juventud llega a cuestionarse muchas cosas, fue mi introducción a la verdadera doctrina, la reconversión de mi alma y la luz en medio de la oscuridad en la cual me encontraba, pude haber errado tomando un abismo o el otro sin embargo la lectura y meditación de este libro me mostraron al santo Obispo que consolido mi forma de pensar, Mons. Lefebvre esto aconteció cuando aun tenía 23 años.

Guadalajara Jalisco, febrero de 2017-02-27

II. NATURALEZA DE LA RELIGION: CULTO INTERNO, EXTERNO Y PÚBLICO.

66. P. ¿Cuáles son los elementos esenciales de toda religión?
R. Hay tres elementos esenciales que integran el fondo de toda religión. Todas tienen verdades que creer, leyes que guardar y un culto que rendir a Dios. Tres palabras expresan estos tres elementos: dogma, moral y culto.
La religión es el conjunto de los deberes del hombre para con Dios. El hombre debe a su Creador el homenaje de sus diferentes facultades. Debe emplear su inteligencia en conocerle, su voluntad, en conservar sus leyes, su corazón y su cuerpo, en honrarle con un culto conveniente. Tal es la razón íntima de estos tres elementos esenciales de toda religión.
67. P.


P. D. Me disculpo por los errores de puntuación no estudie literatura sino medicina.

lunes, 27 de febrero de 2017

LOS MÁRTIRES MEXICANOS



¡Este es el Cura Sedano . .

Muy al principio de la lucha cristera, se había establecido como cuartel general del ejército libertador, la ranchería de Cuaucentla, en el volcán de Colima, bajo el mando del valiente joven Eduardo Ochoa. Y sucedió que poco después de la muerte de los primeros mártires de la A.C.J.M., Guadalupe Delgado y sus compañeros, se presentó en el cuartel general un grupo pintoresco de indígenas de la región de Túxpam, Tamazula, Jilotlán y Santa María, pidiendo agregarse al ejército cristero.
Eran todos muchachos de raza azteca, que se ha conservado pura y sin mezcla en aquella región, civilizados y católicos no vulgares, sino de extraordinaria piedad y vida cristiana; y llegaban capitaneados, no con mando militar alguno, sino en calidad de capellán castrense, por el señor cura don Gumersindo Sedano, hombre fuerte, sacerdote modelo, pastor bueno de aquellos inditos, por quienes velaba con verdadero cariño paternal, y a quienes dirigía con ardoroso celo por el camino de la vida cristiana.
El rumor de los primeros combates por la santa causa de Cristo Rey llegó hasta ellos y, alentados ciertamente por el padre Sedano, se resolvieron a participar en la gloriosa lucha, pero rogando al padre que los acompañara como su capellán, pues nunca como en los peligros de la guerra, era necesario tener a su lado un sacerdote, que al menos los ayudara a bien morir.
El padre Sedano entusiasta también por la causa que defendían los cristeros, accedió a ello, advirtiéndoles, que aunque él no tomaría las armas, sino que debían someterse a los jefes militares, él les acompañaría, viviendo como ellos y junto a ellos, participando de sus mismas penalidades, que preveía habían de ser muchas, y ocupado solamente en el cuidado espiritual de sus almas. Quería que fueran unos verdaderos cruzados, como los de la Edad Media, pues al fin y al cabo su empresa era semejante a la de aquéllos. Iban a luchar, no por interés alguno humano, sino por la realeza de Jesucristo, como los de la Edad Media por libertar del yugo ignominioso de la Media Luna, los lugares de Palestina santificados por la vida mortal del Rey de Reyes, y arrancar de manos de los infieles el glorioso sepulcro del Señor.
Los soldados de Cuaucentla, ocupados en la preparación de nuevos encuentros con los callistas, fueron atraídos curiosamente, por los ecos que les enviaban las quebradas de la montaña, de un canto semiguerrero, semireligioso. Eran los inditos, que dirigidos por el señor cura Sedano, venían de sus regiones para unirse a los de Cuaucentla, y caminaban cantando continuamente el himno, que para el caso, les había compuesto el mismo señor cura, sin valor literario alguno, pero con una sinceridad de afecto y devoción tan grande que, unidos al tono gemebundo, apacible y devoto, propio de los cantares de los de la raza melancólica de bronce, producía un sentimiento indefinible, en los que lo oían, mezcla de devoción, ternura y decisión.
Voy a transcribirlo aquí, porque fue después el canto más ordinario de todos los cristeros, a quienes sus nuevos compañeros lo enseñaron desde
su llegada al campamento.
 Vamos, valientes cruzados
vamos, vamos a luchar;
vamonos con Cristo Rey.
su reinado a conquistar.'
Esta es la mejor batalla,
cual nunca, mejor se ha visto;
abracemos la bandera
del Ejército de Cristo.
Este es el Rey de los cielos
que nos invita a luchar,
a quien los viles tiranos
quieren ahora desterrar.
Nadie tema la batalla,
¡oh cristianos fervorosos!
que en toda lucha saldremos
triunfantes y victoriosos.
El cielo va por delante;
siempre sale vencedor;
sigamos pues sus banderas,
soldados del Salvador.
¡ Vamos valientes soldados,
vamos, vamos a guerrear,
porque Cristo nos espera
                                      su reinado a conquistar.
Excusado es decir, que los nuevos cruzados fueron recibidos en Cuaucentla con los brazos abiertos, y que naturalmente el general Ochoa, no sólo permitió, sino que pidió al señor cura Sedano, siguiera como capellán castrense, no sólo del grupo que había traído, sino de todos los cristianos que a él acudieran.
Así, él decía la Santa Misa cotidiana en los campamentos que se hubieron
de establecer por toda la región del volcán y sus aledaños, para su grupo indígena, los confesaba y les repartía el pan de los fuertes, cuidando de que por las peripecias de la campaña no olvidaran la práctica de la vida cristiana de les tiempos de paz.
Y en esa calidad, no como soldado, ni llevando armas algunas, el señor cura Sedano, participó en aquel glorioso ejército de cruzados, hasta su envidiable muerte, que sucedió de esta manera. Como ya hemos relatado en las semblanzas de otros mártires, frecuentemente eran enviados de los campamentos a las aldeas y ciudades, emisarios con el encargo de procurarse los víveres y municiones necesarios para la vida de los soldados y sus luchas. No eran estos encargos de menor peligro que los mismos combates; acaso más peligrosos, por la necesidad que tenían los emisarios de ir sin armas, para no ser reconocidos como miembros del ejército, y tener que burlar la vigilancia de los espías agraristas al servicio de los perseguidores. Varios, como hemos visto, perecieron en la demanda; lo cual no desanimaba por cierto a aquellos valientes, que juzgaban como una honrosa distinción recibir tal encargo de los jefes.
El 6 de septiembre de 1927 llevaban una de esas comisiones los jóvenes Pedro Trejo, acejotaemero de Tacuba, Distrito Federal, y miembro de la Liga de Defensa del grupo local del mismo Distrito que había marchado a unirse a los cristeros de Colima, con el deseo de morir por tan santa causa; y Eduardo Ugalde también de la A.C.J.M. y de la Liga, pero ya oficial del ejército cristero. Dirigiéronse a Zapotlán adonde debían encontrarse con otros tres cristeros, que les habían precedido; y los acompañaba el padre Sedano, quien iba a proveerse también de hostias, vino, y todo lo necesario para el ejercicio de su ministerio en el campamento.
Hospedáronse en una casa de amigos, al extremo opuesto de la estación del ferrocarril, y desde esa residencia salían para ir proveyéndose de lo necesario entre los otros amigos de la causa.
Pero una vieja viciosa, pordiosera, que fue aquel día por su limosna a la casa donde se hospedaban los emisarios, pudo darse cuenta de la reunión de los cinco cristeros y del padre Sedano en aquella casa.
Mujer de mala vida y mal corazón, luego que los vio, comprendió que podría obtener algunas monedas para la satisfacción de sus vicios si denunciaba a aquellos valientes, al capitán Urbina jefe de la guarnición de Zapotlán, máxime cuando sabía, que a causa de un terrible descalabro
sufrido por los callistas, en una escaramuza contra los cristeros, él y sus soldados estaban de malísimo humor y deseosos de venganza.
Y en efecto, la malvada mujer corrió presurosa al cuartel para hacer una denuncia importante, si le daban alguna moneda. Dícese, aunque no he podido confirmarlo, que el militar le dio una moneda de j cincuenta centavos!, y por esa miserable suma, la vieja hizo la denuncia.
Presurosos dirigiéronse los militares en la mañana del 7 de septiembre, a la casa donde, según decía la vieja, había visto a un cura acompañado de cinco cristeros y en efecto los encontraron y los aprehendieron a todos, que sin miedo ninguno, se dieron a conocer con el grito entusiasta de ¡Viva Cristo Rey!, santo y seña de los católicos de aquellos días tempestuosos.
El capitán, furioso, se dirigió al sacerdote diciéndole:
—¡Cállese!, bellaco, cobarde, como todos éstos.
— ¿Callar? —respondióle el padre—. Mientras tenga un átomo de vida no dejaré de gritar ¡Viva Cristo Rey! —e inmediatamente fue coreado por sus cinco compañeros.
—Los católicos —prosiguió el cura Sedano—, no somos ni bellacos ni cobardes; y eso usted lo sabe bien, capitán —prosiguió con un dejo de ironía en recuerdo del reciente combate, en que llevaron los callistas la peor parte—. Si mis compañeros de prisión no han hecho fuego al ser arrestados es porque no tienen armas; déselas a estos cruzados y veremos quién corre primero, y si éstos son cobardes o héroes. . . A mí podéis matarme como queráis. . . ¡Viva Cristo Rey!
Cada vez más irritado el capitán, dio orden de que condujeran los soldados en un camión de carga a los seis prisioneros, que mostraban la misma serenidad del padre capellán, hasta la estación del ferrocarril. El mismo se acomodó al lado del chofer y los demás soldados subieron con sus prisioneros al camión.
Por el camino, a lo largo de la extensa calle, que atraviesa Zapotlán de una parte a otra, el padre Sedano aunque estaba seguro del Valor de sus compañeros, para infundirles más ánimos, como siempre lo había hecho, comenzó a gritar con todas sus fuerzas: "¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe! ¡Venid a ver cómo mueren los cristianos!"
A estos gritos, los pacíficos habitantes salieron azorados de sus casas, y siguieron cada vez más numerosos al camión de los prisioneros, que el capitán neciamente había ordenado fuese despacio, con el objeto de amedrentar a los católicos; neciamente, digo, porque el efecto fue el contrario.
Una multitud seguía ya al camión, y de entre ellos se escuchaba a veces salir en respuesta al entusiasmo del padre Sedano, el mismo grito de "¡Viva Cristo Rey!"
Viendo aquello el padre Sedano comenzó a cantar, y fue coreado inmediatamente por todos: "¡Corazón Santo: Tú reinarás —r México tuyo, siempre será!" . . .
Llegados a la estación el capitán ordenó bajar a los prisioneros y comenzó la fusilata. En presencia del padre Sedano, cayeron primero, confortándoles éste con palabras de ardiente amor a Jesucristo, los jóvenes Trejo y Ugalde y los otros tres cristeros.
La multitud seguía cantando: "Corazón Santo. . . Tú reinarás. .."
Y el capitán para aterrorizarlos, hizo que colgaran de unos árboles los cadáveres de los muertos, a fin de que los contemplasen bien, y callaran, aunque no logró esto último.
Entonces, el sacerdote con un ademán hizo callar a los allí reunidos para dirigirles su último sermón en estos términos: —"Hermanos: la muerte no me arredra ni me atormenta su perspectiva, supuesto que dentro de breves momentos estaré gozando de Aquél, en quien siempre he esperado, y a quien he servido con todas mis fuerzas, en el santo ministerio sacerdotal; lo que me atormentaría sería el temor de no ser un verdadero mártir, es decir, un verdadero soldado de Jesucristo, que sepa por El desprenderse de esta vida mortal y perecedera. Mi delito, no es otro, lo proclamo, sino ser del número de los sacerdotes; ser del número de aquellos encargados por Dios de llevar en esta vida las almas a Cristo Nuestro Redentor. Mas tengo la satisfacción de haber tratado de cumplir con mi deber hasta estos últimos momentos en que Dios me va a llamar a su tribunal sagrado, en donde tengo que dar cuenta, no sólo de mi persona, sino de todos y cada uno de los fieles, que me han sido confiados en mi parroquia. Espero en la infinita misericordia de Dios que sabe perdonar y olvidar las ofensas de sus hijos, que me perdonará las mías, y que sabe absolver a los que se entregan en sus manos. No os pido otra cosa en estos solemnes momentos, sino que siempre confeséis a Cristo en todo lugar y en todo momento.
"Todo lo podemos en Aquél que nos conforta', como dice el Espíritu Santo: ¡Animo, hermanos! y si sabéis luchar hasta el fin, nos veremos en el cielo ... Ya terminé, capitán ..."
Este, furioso hasta el paroxismo, le ordenó se descalzara y mandó a un soldado, que le desollara las plantas de los pies. . . Sangrando horriblemente pero sereno y aún sonriente el padre, mandó el milite le echaran una soga al cuello y lo suspendieran de la rama de un árbol, pero la rama a poco se desgajó y cayó aún vivo el padre. Segunda vez se le levantó en alto en otra rama, que cedió también a su peso, y por tercera vez apoyando su cuerpo a un saliente del árbol se le ahorcó finalmente. . . y mandó entonces el capitán a sus soldados, que hicieran ejercicio de tiro al blanco sobre el cadáver suspendido del santo cura.
Cansado al fin de aquella orgía de sangre, mandó traer una tabla y en ella escribió y ordenó se pusiera sobre el cadáver esta inscripción:
¡ESTE ES EL CURA SEDANO!
La fiesta había terminado, y los soldados se retiraron dejando abandonados los cadáveres, que recogieron piadosamente los católicos para darles honrosa sepultura.


ANACLETO GONZALEZ FLORES "ENSAYOS"



LA ARISTOCRACIA DEL TALENTO

Discurso pronunciado en el
Centro Literario de señoritas
“Sor Juana Inés de la Cruz”.

Una mirada rápida, y por lo mismo poco profunda, basta para convencernos de que entre las innumerables leyes que rigen a los hombres y las cosas hay dos que, como todas las leyes emanadas directamente de la naturaleza, tienen el carácter de implacables por su indestructibilidad y el de admirables por la sabiduría inmensa con que han sido hechas: hablo de la ley de la semejanza y de la ley de la desigualdad. Que existe la primera es incuestionable, que existe la segunda es cosa fuera de duda. Brillan esplendorosamente una y otra en el orden físico, en el intelectual, en el moral, en el social y en el encadenamiento necesario que hay entre los diversos órdenes indicados. ¡Oh! sí: entre el coloso indomable que en las noches
de las grandes tempestades levanta su cabellera desgreñada y espantosamente aterradora hasta los cielos y con el clamor estruendoso de sus gritos sacude las arenas de la playa, y el riachuelo que se desliza mansamente por la floresta y besa y acaricia con sus aguas los troncos de los árboles envejecidos y los pétalos perfumados de las flores de la ribera, hay una semejanza honda y profunda; pero al mismo tiempo una desigualdad manifiesta y notoria: lo que más allá de la playa se revuelve impetuosamente y grita con desesperación indecible, es el agua; lo que de este lado de la playa y en medio de la llanura susurra blandamente y canta un adiós quejoso y lastimero, es el agua; ¡oh! pero lo que al otro lado de la costa se levanta airado como para desafiar a todas las cumbres, es un coloso; lo que de este lado de la costa y en la falda de un monte se inclina reverente y pasa sin turbar la calma solemne de los bosques, es un pigmeo que hace trabajosamente su peregrinación hacia un punto de la tierra.
Entre el luminar esplendoroso que la mano de Dios colgó en la mitad del espacio para alumbrar todas las cosas, y la diminuta estrella que parpadea tímidamente en las lejanías azuladas del firmamento hay una semejanza honda y profunda, pero al mismo tiempo una desigualdad manifiesta y notoria: lo que cae derechamente sobre nuestras cabezas e inunda con su calor y con su fuego todo lo que nos rodea, es la luz; pero la luz de la pupila inmensa de un titán que pasa y que al pasar deja caer una de sus miradas sobre nosotros; lo que en las noches diáfanas y serenas arroja la lejanía sobre nuestras frentes es la luz, pero la luz del fulgor desmayado y casi agónico de una molécula encendida en la inmensidad de los cielos.
Entre esta masa enorme que nosotros pisamos y que ha servido y sirve de teatro a las luchas de la humanidad, y esa partícula casi imperceptible de materia que revolotea en un rayo de sol, hay una semejanza honda y profunda, pero al mismo tiempo una desigualdad manifiesta y notoria: esto que nosotros pisamos y que ha logrado atarnos tan fuertemente con sus colores, con sus matices, con sus prodigios, con sus armonías, con sus encantos y sus canciones, es un trozo de materia; aquello que gira en tomo de un rayo de luz, es un trozo de materia; pero esto que nos sirve de punto de apoyo es un cuerpo enorme; lo que se mueve aceleradamente en una de las guedejas doradas del sol es casi la nada: un átomo.
Y si del orden puramente material pasamos a otro más elevado y ascendemos al mundo de las inteligencias, encontramos también la ley de la semejanza y la ley de la desigualdad. Entre la fuerza poderosamente escrutadora de Aristóteles, de Platón, de Pasteur y de todos los genios que han honrado a la humanidad, y la fuerza casi nula de investigación de los talentos vulgares y de los medianos, hay una semejanza honda y profunda y al mismo tiempo una desigualdad manifiesta y notoria: la fuerza escrutadora del genio y la fuerza de investigación de las medianías y de las inteligencias vulgares, son dos poderes que ha recibido la humanidad para precipitarse sobre lo inexplorado, vencer su resistencia y hacer una brecha muy honda en el baluarte de lo impenetrable; pero el genio es un titán de luz que se lanza atrevidamente al piélago insondable de lo desconocido y avanza imperturbable a través de las sombras y de las escabrosidades del arcano; las medianías y los talentos vulgares son diminutos pigmeos que, vencidos por el desfallecimiento en la mitad de la jornada, se recuestan cansadamente sobre una roca al pie de la muda esfinge de lo inaccesible.
Finalmente, entre el Creador supremo del derecho y el hombre, entre los que encabezan las sociedades y los que deben ser gobernados, hay una semejanza honda y profunda, pero a] mismo tiempo una desigualdad manifiesta y notoria: el
Creador supremo del derecho es un espíritu que flota soberbiamente magnífico sobre el abismo, sobre el caos, sobre la nada; hay en el hombre un espíritu atado a la materia, que encadena, que subyuga y muchas veces corrompe. ¡Ah! Pero el espíritu que flota sobre el abismo se halla en posesión de una fuerza incontrastable que se alza siempre majestuosa y triunfante sobre la nada; hay en el espíritu del hombre un poder que más de una vez ha tenido que rendirse ante la nada. Hay en la frente de los que marchan a la cabeza de los pueblos la unción puesta por el dedo del Gran Legislador, y ha caído sobre los hombros de los súbditos el peso enorme de la obligación ineludible de someterse y obedecer.
Existe, por tanto, la ley de la semejanza y la de la desigualdad en el orden físico, intelectual, moral, social y en el encadenamiento que enlaza los órdenes antes indicados.
Establecida y demostrada la existencia de las leyes antes indicadas, prescindiré de la primera para fijar toda mi atención en la segunda y analizarla.
La desigualdad no es otra cosa que la diversidad de condiciones y aptitudes de los seres que están comprendidos en los distintos órdenes. Como vosotras sabéis perfectamente, en las diversas épocas de la vida de la humanidad, se han hecho grandes esfuerzos, unas veces por ahondar y hacer mayor la desigualdad, otras por introducir en ella el equilibrio que exige la naturaleza, y en los últimos tiempos por aniquilarla y borrarla cuando menos en el orden social. El paganismo fue una época negra, sombría, impenetrablemente obscura; en ella la Filosofía, la legislación, las costumbres y aun el genio se conjuraron para ahondar la desigualdad, y hubo hombres que al presentarse sobre la tierra quedaban reducidos a la categoría de cosas, en tanto que los más fuertes y audaces, convertidos en árbitros de los pueblos y de las razas, absorbían la personalidad y los derechos de los demás y hacían que no hubiera otro pensamiento ni otra voluntad que los del que había tenido la fortuna de ascender a la cumbre del poder.
Cuando de la colina del Calvario se levantó el sol del Cristianismo y arrojó sus torrentes de luz sobre las conciencias e iluminó las rutas que había de recorrer la humanidad; cuando el verbo de Cristo flageló las espaldas de los déspotas y rompió las cadenas que ataban los pies de los esclavos, se fijaron los delineamientos de la desigualdad querida y establecida por el orden: todos, se dijo, somos miembros de una gran familia y por lo mismo estamos comprendidos dentro de la misma especie; tenemos el mismo origen, el mismo fin, igual naturaleza; sin embargo hay una diversidad muy marcada entre las cosas puramente accidentales que van adheridas a nuestra esencia.
La desigualdad según el orden logró imponerse, pudo y supo triunfar; pero pasaron aquellos tiempos en que Cristo vivía en todas las conciencias y tenía un altar en todos los corazones. La rebelión de Lutero, que fue la negación de la autoridad en el orden religioso, fue el golpe dado al equilibrio creado en la desigualdad, y el sistema que aplicado a los demás órdenes ha venido a traernos a esta conclusión o principio del socialismo: la desigualdad debe desaparecer. A pesar de esto la desigualdad está y estará en pie, porque la naturaleza en esto como en otras cosas es implacable. De la desigualdad brota como una consecuencia ineludible la diversidad de clases que forman las sociedades humanas, y en ellas encontramos la clase ínfima, la media y la aristócrata. Por ahora sólo me ocuparé de esta última.

La aristocracia no es más que una clase social que tiene sobre las demás cierta superioridad nacida de diversas circunstancias. Existe la aristocracia de la sangre, la del dinero, la del poder, la de la virtud y la del talento. La aristocracia de la sangre está formada por los que llevan en sus venas la sangre de una ascendencia ilustre; la del dinero, por aquellos cuya superioridad radica en la riqueza; la del poder por los que tienen que trazar a los pueblos el derrotero que han de seguir; la de la virtud por los hombres de vida pura e intachable, y la del talento no por los que han recibido de la naturaleza una inteligencia privilegiada, sino por los que a causa de diversas circunstancias han podido humedecer sus labios en la linfa cristiana de la ciencia y el arte.

domingo, 26 de febrero de 2017

ET NOS CREDIDIMUS CARITATI




CONTINUACIÓN VIDA DE MONS. LEFEBVRE

Si es cierto que «el alma de un sacerdote se forja en las rodillas de su madre», entonces conocer el alma de Gabrielle Watine nos permitirá adivinar la de Monseñor Lefebvre.
Gabrielle Watine nació en Roubaix el 4 de julio de 1880, siendo la cuarta de siete hijos.
Desde que era una joven escolar se sintió llevada a la piedad de manera inequívoca, uniendo los hechos a la oración y arrastrando a sus compañeros. Se la puede retratar con una sola palabra: era hija del deber.
La vida familiar estaba impregnada de fe, oración, espíritu de sacrificio y celo por aliviar las miserias del prójimo. Gabrielle Watine respondía generosamente a la energía de su madre y daba el buen ejemplo.
Visitaba con su madre a las familias obreras de la industria textil y a los pobres de la Conferencia de San Vicente de Paúl: no hay conocimiento más precioso que el de las viviendas ruinosas y los rostros pálidos de los pequeños anémicos".
A los dieciséis años Gabrielle fue enviada al internado de las Hermanas Bernardinas de Esquermes, en Lille, donde era religiosa su tía, Sor Marie-Clotilde (Clara Lorthiois). Allí manifestó «humor estable, energía sonriente, simpatía, modestia y delicadezas". Su personalidad se afirmaba en las discusiones de ideas, que mantenía con animación sin querer ceder por debilidad.
Terminados sus estudios, Gabrielle Watine dudaba sobre su futuro. ¿Sería religiosa? Tras reflexionar, orar y consultar a Monseñor Fichaux, su director espiritual, se decidió por el matrimonio!".

2. El hogar familiar

Matrimonio. Viaje de novios. Instalación.

¿Con qué criterio se decidiría la elección de la joven y de sus padres? Los complejos industriales, en el norte, eran tributarios delas relaciones y alianzas familiares, pero sin que pudiera decirse que el interés dictara aquí relaciones carentes de espontaneidad, ya 'que la vida cotidiana del patronazgo textil estaba tejida de una correlaión permanente entre los negocios y la familia.
Ahora bien, el criterio moral y religioso no era menos imporcante!'. Un Vicario de Notre-Darne de Tourcoing dio fe de las cua. dades morales de René Lefebvre y lo presentó a la familia. El joven era un año y medio mayor que Gabrielle. Esbelto y más bien alto, e cabellos castaños pero ojos azulados muy dulces, de nariz recta y o bigote, fue rápidamente aceptado por los señores Watine y por
Gabrielle.
René Lefebvre y Gabrielle Watine se dieron el consentimiento trimonial el 16 de abril de 1902 en la iglesia de San Martín de ubaix, ante el Párroco Bertaux.

El viaje de novios llevó a los esposos a Lourdes, ante la Virgen
La Gruta (dado que René era camillero voluntario desde 1897) y o a Roma, donde recibieron la bendición del Papa León XIII.
De vuelta a Tourcoing, el joven matrimonio se estableció en modesta casa de la calle Leverrier, una calle discreta con sobrias das de ladrillo rojo y ventanas impecablemente alineadas: exacente el tipo de urbanismo racional y ordenado de la región.
El santuario familiar

El primogénito nació el 22 de Enero de 1903 y recibió el nombre de su padre: René. Luego vino Janne, nacida en 1904. Marcel llego al hogar el 29 de noviembre 1905, demasiado tarde para ser bautizado el mismo día. Fue al día siguiente, en la fiesta de San Andrés, el apóstol crucificado amante de la cruz del Salvador, cuando el niño fue llevado a la fuente del bautismo de la Iglesia de Notre-Dame por su tío, Luis Watine-Duthoit, y su tía Marguerite Lamaire-Lefebvre se le dio por nombre Marcel François Marie Joseph, como en toda familia católica del norte; François, naturalmente, por estar terciarios de la orden seráfica y Marcel para vengar el ultraje de la reclusión ignominiosa del Papa San Marcelo en Roma, cuya caballeriza-prisión había impresionado a la Sra. Lefebvre'".
La madre nunca esperaba a estar recuperada del todo para hacer bautizar a sus hijos. La familia acudía sin ella a la iglesia, y solamente a su regreso aceptaba tomar en brazos al bebé, renacido a la vida divina y adornado con la gracia santifican te. Cuando abrazó a Marcel, que la sirvienta Louise le presentaba, se sintió iluminada por una de esas intuiciones habituales en ella, y dijo: «Éste desempeñará un gran papel en la Iglesia junto al Santo Padre».
Persuadidos de que el futuro de una patria católica dependía del matrimonio cristiano fecundo, los esposos Lefebvre- Watine quisieron rodearse de una hermosa corona de niños. Así nacieron después: Bernadette en 1907, de quien su madre predijo que «será un signo de contradicción», y eso fue de hecho la futura madre Marie-Gabriel al fundar junto con su hermano la Congregación de las Hermanas de la Fraternidad San Pío X; luego Christiane, la última de los «cinco mayores», en 1908, de quien predijo su madre que sería carmelita: y lo fue efectivamente, e incluso refundadora del Carmelo tradicional. Finalmente vinieron al hogar Joseph en 1914, Michel en 1920 y Marie-Thérese en 1925.
La madre de familia era un alma profundamente espiritual y extremadamente apostólica: recordemos dos rasgos de su fisonomía moral, que heredaría Marcel. Enfermera diplomada de la Cruz Roja, dedicaba un día y medio a la semana al cuidado de los enfermos del dispensario, realizando el trabajo que desagradaba a los demás.
Su marido y ella formaban parte de la Conferencia de San Vicente de Paúl, pero su mayor apostolado era el de la tercera orden franciscana: por impulso de la Sra. Lefebvre, convertida en presidenta del discretorio de Tourcoing, la fraternidad de las «hermanas» de la tercera orden reclutó hasta ochocientos miembros, con maestras de novicias escogidas por ella y retiros cerrados.
Dirigida espiritualmente por el Padre Huré, montfortiano, su alma se elevó a una vida de unión constante con Jesucristo; practicaba la oración y la lectura espiritual; viril y magnánima, se ejercitaba en la mortificación y la renuncia, y en 1917 hizo el voto de lo más perfecto (renovado de confesión en confesión). Vivía de la fe, refiriendo todos los acontecimientos a Dios y a su voluntad. La característica más constante de su alma y de su ánimo era la acción de gracias a la Divina Providencia.
Era además una excelente educadora. Su marido imponía a sus hijos un ideal elevado, pero les hacía practicar sus exigencias con excesiva severidad; ella, por el contrario, muy equilibrada, prefería gobernar estableciendo un régimen de confianza que no aplastase la espontaneidad del niño, sino que estimulase su generosidad mediante la virtud del ejemplo"; El hogar familiar de los Lefebvre era un santuario con su propio ritual. Mientras el padre, acompañado de Louise, asistía a Misa de seis y cuarto, en la que acolitaba al Párroco, la madre despertaba a los niños trazándoles la señal de la cruz sobre la frente y haciéndoles ofrecer las obras del día; luego iba a Misa de siete con sus hijos en edad de caminar, a menos que, siendo ya más grandes, asistieran a Misa en el pensionado? Todas las tardes la oración en común aliviaba las contrariedades de la jornada y unía los corazones en la misma caridad de Dios. Los niños no se iban' a dormir sin haber recibido la bendición de sus padres.

LA PRIMERA COMUNION

En enero de 1908 la familia se instalo en una casa mas grande, en la calle Nacional 131.  Los hijos mayores fueron matriculados pagando media pensión: René en el Sagrado Corazón y Jeanne en la Inmaculada Concepción, situada en la plaza Notre Dame 7, esta última institución fue construida y fundada por las hermanas de la Santa Unión, a las que sucedieron en 1905 las Ursulinas secularizadas. La inmaculada Concepción admitiría varones en los primeros años de primaria y de ellos formo parte Marcel Lefebvre: una foto de 1911 muestra a una parte de los niños sentados en la hierba del jardín, ante la estatua de la Inmaculada y entre ellos se reconoce al niño Marcel. En este mismo colegio hizo su primera comunión el 25 de diciembre de 1911, después de un retiro preparatorio y la confesión, no le hizo falta ningún permiso especial para comulgar con tan poca edad, porque el Padre Varrasse aplico de buen grado el decreto de San Pio X justo del año anterior. Pero el decreto del Papa encontró resistencias aquí y allá, de las que se quejo Sn Pio X EN UNA OCACION A Monseñor Chesnelong, obispo de Valence: “En Francia se critica duramente la comunión precoz que hemos decretado. Pues bien, aseguremos que entre los niños habrá santos, y ya lo verá Ud”. Y así se fue.
Durante la Misa de gallo, celebrada por el Padre Varrasse, Marcel tuvo su primer coloquio intimo con Jesus Sacramentado, era el menor de los quince niños que comulgaron con él ese dia. Ya en casa, tomo su mejor pluma y escribió al Papa para darle las gracias por haber podido comulgar a los seis años, gracias a su decreto. En adelante podrá comulgar cada día, “Su alma se elevaba directamente a Dios con la mayor sencillez, observaba su hermana Christiane, sin darse cuenta irradiaba a Dios, la paz y el sentido del deber. Pero el niño no era ajeno a los acontecimientos que afectaban a la familia, la empresa de su padre y pronto la guerra.

UN PATRÓN CRISTIANO DEL NORTE EN ACCIÓN (La empresa)

El ambiente que reinaba en el norte dejo marcado a Marcel Lefevbre, era una región donde se trabajaba, diría mas tarde, y el trabajo lo dominaba todo. A las cinco y media de la mañana las fabricas se ponían en marcha; el obrero llegaba a las seis y se quedaba en el trabajo hasta que tocaba la campana y eso era asi seis de cada siete días. Esa vida monótona transcurría bajo un cielo gris que no daban ganas de distraerse ni de trabajar. La gente amaba el trabajo y se habría quedado triste si no acudía al trabajo, era su vida.
Durante mucho tiempo el patrón y su familia vivieron en el mismo lugar de trabajo, como el abuelo Floris Lorthiois (1793-1972). La vivienda solía estar unida a la fabrica, y eran muchos los patrones que llegaban antes al trabajo que los obreros, hacían una breve pausa a medio día junto a sus esposas y volvían de nuevo al trabajo hasta las nueve o diez de la noche.
René Lefebvre, formado por su padre en esa severa escuela, amaba su trabajo, pero ante todo sabia santificar el día con la santa Misa y la comunión matutina, luego tras tomar una taza de café negro, recorría a pie los diez minutos que lo separaban de su domicilio y la hilandería paterna. Allí continuaba con la tradición hilandera de la familia, produciendo hilo para madeja de la famosa marca Sphinx.
Justicia y caridad social. Las corporaciones.
René Lefebvre con sus obreros era bondadoso y bueno, pero, obligado por las penurias económicas, le era difícil abdicar de su autoridad. En el siglo XIX, el liberalismo reinante tenía una idea inexacta del salario justo, consideraban como un simple componente del costo. Para compensar la insuficiencia de los salarios, los patrones del norte crearon algunas obras de beneficencia, pero lo hacían no obligados por el deber de justicia a cuyo deber no se sentían obligados sino que lo daban por caridad. De esta opinión no era partidario René de La Tour du Pin quien sostenía que el salario debía se dado en justicia porque tenía en cuenta las necesidades del obrero y de su familia, la encíclica Rerum Novarum de Leon XIII (15 de mayo de 1891) vino a darle parcialmente la razón. Pero los patrones no limitaban su ayuda a las obras de caridad, tales como alojamientos gratuitos o mutuales de seguros sino que, también crearon verdaderas obras de justicia social, como las cajas de ahorros, pero sobre todo auténticos cuerpos intermedios. A iniciativa de Camile Fron Vrau, en Lille, del Padre Fichaux, en Turcing, treinta y seis patrones fundaron en 1884 la Asociación Católica de Patrones del Norte (ACPN). Ésta creo corporaciones o sindicatos mixtos que agrupaban a patrones y obreros en el ámbito de la empresa y de la profesión, para evitar enfrentarlos entre si con el famoso slogan de las “clases sociales”.
Con casi cincuenta años de anticipación, los patrones del norte aplicaron eficazmente los principios que Pio XI enunciaría en “Quadragesimo anno” (1931): “La justicia social nunca será tan perfecta como para que la caridad no deba atenuar sus defectos y, aunque fuera lo bastante perfecta como para eliminar todas las causas de injusticia, sería capaz de producir la unión de los corazones que solo opera la caridad” (AAS.23. 1931, 223: ccep. 1, 1326-1327 n° 56).

Paralelamente a las corporaciones, la ACPN fundo algunas cofradías de Nuestra Señora de las Fabricas, que sumaban cuatro mil socios y se basaban en el principio del apostolado de obrero a obrero por medio de los trabajadores ejemplares designados por los patrones: los “decenarios”. Los miembros tenían sus ceremonias y procesiones públicas. Gracias al binomio corporación-cofradía refloreció todo un orden social cristiano. René Lefebvre, aferrado a los principios de orden y jerarquía, fue un ardiente defensor del sistema de las corporaciones, porque, por su misma naturaleza, son contrarrevolucionarias, refractarias a las luchas de clases y promotoras en cambio de la caridad que las une.

LA PASIÓN DEL SEÑOR


JUEVES SANTO 
El Señor insistió, pues aunque la negativa de Pedro nacía sin duda de respeto hacia su Maestro, también era debida a ignorancia: no conocía los fines que pretendía el Señor, no se daba cuenta que quería expresar con aquello la necesidad de limpieza interior antes de recibir el Cuerpo y la Sangre que poco después les iba a dar. No es posible alcanzar la limpieza de las propias culpas si Él mismo, no las lava con su propia Sangre. Todo esto quería enseñar el Salvador a Pedro, que no veía más que lo de fuera; por eso Jesús respondió: «Lo que Yo hago no lo entiendes ahora». Tengo razones suficientes para hacerla, si las supieras no intentarías impedírmelo; pero como ahora no las sabes, te opones; déjame ahora lavarte los pies como Yo quiero, que «a su tiempo lo entenderás».
Pedro siguió negándose en su testarudez, quizá pensaba que la única razón que el Señor decía era por darles ejemplo de humildad, y él no podía consentir que se humillase a sus pies; de ahí que le respondiera enérgicamente: «¡No me lavarás los pies ni ahora ni a su tiempo ni nunca!», Ante la testarudez de Pedro, que no se quería dejar lavar los pies por Aquel que iba a lavar todos sus pecados, le contestó con la misma energía: «Si Yo no te lavo no tendrás parte de mi herencia». No intentes, Pedro, impedir que quite los pecados a los hombres porque no lo puede hacer otro sino Yo, que «he venido al mundo a servir y no a ser servido, y a dar mi vida como rescate por todos los hombres» (Mt 20, 28); Y no exageres tu cortesía y educación hasta el punto de hacerte daño a ti mismo porque, si no te lavo Yo, puedes despedirte de mi amistad, y serás para mí como quien no tiene nada que ver conmigo.
Entonces se vio que la negativa de Pedro no nacía sino de respeto y de humildad: al entender lo mucho que le importaba dejarse lavar, se ofreció a que le lavase «no sólo los pies, sino las manos también, y la cabeza». El Salvador le dijo: «El que se ha bañado no tiene necesidad de lavarse más que los pies, que en todo lo demás está ya limpio» (Jn 13, 10). Esto suele suceder, cuando uno sale del baño se ensucia un poco los pies, y se los tiene que volver a limpiar. Cuando uno está limpio de pecados mortales, puede ser que se ensucie un poco con pecados veniales, y es conveniente que se lave, y es necesario que cada vez se purifique más para recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
El Señor tenía clavada en el corazón la pérdida de Judas, y no dejó escapar esta nueva ocasión; así que, para demostrarle su sentimiento, para moverle a que se arrepintiera, como de paso, añadió: «Vosotros estáis limpios, pero no todos». Porque como sabía quién le había de entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios».
Luego, todos se dejaron lavar los pies, y ninguno se atrevió a poner la más mínima resistencia después de oír lo que el Señor había respondido a Pedro.
Ya que el Salvador dijo que hiciésemos con nuestros hermanos lo que Él había hecho con nosotros, debemos estar muy atentos a lo que Él hizo para saber lo que debemos nosotros hacer.

El Señor instituye el Santísimo Sacramento

Había llegado la hora en que Jesucristo nuestro Señor, sumo y eterno sacerdote según el orden de Melquisedec, tenía que ofrecer su Cuerpo y Sangre en un verdadero sacrificio. Con él iba a reconciliar a todo el mundo con Dios. Ese mismo Cuerpo y Sangre, que sería sacrificado en la cruz, quedó perpetuamente entre nosotros, bajo la apariencia de pan y de vino, para que fuese nuestro sacrificio limpio y agradable que ofrecer
a Dios, bajo la nueva ley de la gracia. Jesucristo está realmente presente en ese Sacramento, y nos da su Cuerpo como verdadera comida, y su Sangre como verdadera bebida en prueba de su amor, para fortalecer nuestra esperanza, para despertar nuestro recuerdo, para acompañar nuestra soledad, para socorrer nuestras necesidades, y como testimonio de nuestra salvación y de las promesas contenidas en el Nuevo Testamento. Amorosamente preocupado por el futuro de su Iglesia, y ya a las puertas de su pasión y de su muerte, no hacía otra cosa sino encomendar y ordenar las cosas de modo que no faltase nunca ese Pan hasta el fin del mundo.
Estaban los apóstoles atentos y en tensión para ver lo que iba a ocurrir con aquella nueva ceremonia. El Salvador «se vistió la túnica que se había quitado, se sentó otra vez a la mesa» y, como si fuese a empezar otra nueva cena, mandó a sus apóstoles que se reclinaran como Él. Todos expectantes, les dijo: «Habéis visto lo que he hecho con vosotros. Me llamáis Maestro, y Señor, y es verdad, porque lo soy; pues si Yo, que soy vuestro Maestro y vuestro Señor, os he lavado los pies, quedáis obligados a hacer vosotros lo mismo» con caridad y humildad, por dificultoso que os parezca y aunque os desprecien. «Porque Yo os he dado el ejemplo, así que, como lo he hecho Yo, de la misma manera lo tenéis que hacer vosotros; porque el siervo no es más que su señor ni el enviado es más que el que le envía.
Si entendéis bien estas cosas, seréis felices cuando lo hagáis». Es maravilloso advertir cómo el Salvador no perdía ocasión para demostrar a Judas la tristeza que le causaba su traición, y quería hacer ver que no iba a la muerte, sino porque quería; por eso añadió: «Os he dicho que seréis felices, pero no lo digo por todos, porque sé bien a quiénes escogí. De todos modos se ha de cumplir la Escritura: El que come a mi mesa me ha de traicionar. Digo esto ahora y con tiempo, antes de que se haga, para que cuando lo veáis cumplido creáis lo que os he dicho que soy».
Aunque el autor no diga expresamente más que Cuerpo y Sangre, se entiende que se refiere también al alma y divinidad de Jesucristo, presente en la Eucaristía. (N del T.)
Todos le miraban sobrecogidos, advirtiendo en su cara y en su postura que trataba de hacer algo grande y desacostumbrado. El Señor tomó un pan ácimo y sin levadura, de aquellos que sobraron de la primera cena,
y levantó los ojos al cielo, hacia su Eterno Padre, para que vieran que de Él venía el poder de realizar una obra tan grande. Dio las gracias por todos los beneficios que había recibido y, especialmente, por el que en aquel momento le era dado hacer a todo el mundo.
Bendijo el pan con unas palabras nuevas a fin de preparar un poco a los apóstoles a aquella grandiosa novedad que quería hacer. Partió el pan de modo que todos pudieran comer de él, y lo consagró con sus palabras: el pan se convirtió en su Cuerpo, y parecía pan, y, a la vez, su mismo Cuerpo estaba presente y también visible a los ojo de los apóstoles. Las palabras con las que consagró el pan daban a entender claramente cuál era la comida que les daba: «Tomad, comed, esto que os doy es mi Cuerpo, el mismo que ha de ser entregado en la cruz por vosotros y por la salvación de todo el mundo». Dio a cada uno de aquel pan consagrado, y todos lo tomaron y comieron, y sabían lo que era aquello, porque el Salvador se lo dijo con palabras bien claras.
Había también sobre la mesa, entre otras, una copa de vino mezclado con un poco de agua; tomó el Señor la copa o cáliz en sus manos, dio gracias al Padre Eterno, lo bendijo también con una bendición nueva, lo consagró con sus palabras y aquel vino se convirtió en su Sangre. Aquella misma Sangre que corría por sus venas estaba realmente presente también en aquella copa, y parecía vino. Las palabras con las que había consagrado el vino fueron tan claras que los apóstoles entendieron bien lo que les daba a beber: «Bebed todos de este cáliz, porque ésta es mi Sangre con la que confirmo el Nuevo Testamento; la misma Sangre que derramaré por vosotros en la cruz para que se os perdonen los pecados».
El Salvador había venido al mundo para hacer una humanidad nueva, y para establecer con ella una nueva Alianza y un Testamento mucho mejor que el Viejo Testamento que había establecido antes con los antiguos judíos. Los mandatos de este Testamento Nuevo son más suaves y más perfectos; y las promesas que se hacen, más grandes, porque ya no se refieren a bienes temporales sino eternos. Y este Nuevo Testamento se confirmó no con sangre de animales, como el Viejo, sino con la Sangre del Cordero sin mancha, que es Cristo. La sangre que Jesucristo derramó en la cruz tuvo la eficacia de quitar todos los pecados del mundo. Este fue el Testamento que instauró el Señor en su última cena, y estaban presentes los doce apóstoles representando a la futura Iglesia. Para dar mayor firmeza a lo que ordenaba, el Señor dio a beber su Sangre con estas palabras: «Esta es mi Sangre con la que confirmo el Nuevo Testamento; la misma Sangre que derramaré por vosotros en la cruz para que se os perdonen los pecados».
El Señor pretendía que este Sacrificio y Sacramento durase en su Iglesia hasta el fin del mundo, por eso, no sólo consagró Él mismo el pan y el vino sino que dio ese poder a los apóstoles, para que ellos también consagraran y transmitieran ese poder «hasta que Él viniese» a juzgar el mundo. Les mandó expresamente que cuantas veces celebrasen este sacrificio lo hicieran acordándose de Él, y del amor: con que moría por los hombres, Por eso se quedaba entre los hombres y les dejaba un legado tan rico como es su Cuerpo y su Sangre, y todos los tesoros de gracia que mereció con su Pasión; así nunca podrían olvidarse de Él: «Siempre que hagáis esto, hacedlo acordándoos de Mí».
Este Pan está destinado al sustento de los hombres que van como peregrinos por el mundo. Es tan grande y fuerte el fuego de su amor, que hace a los hombres santos, los transforma con el amor de quien les tiene tanto amor. Estas divinas palabras deben ser recibidas con fe y todo agradecimiento. Aquel Señor que no engaña dijo: «Tomad y comed, que esto es mi cuerpo. Bebed todos de este cáliz, que es mi sangre». Es grande su generosidad, sólo digna de Dios.
¿Qué podré yo darte, Señor, por este beneficio? Diré con todo el afecto de mi corazón: Mira, Señor, este es mi cuerpo; te lo ofrezco en el dolor, en la enfermedad, en el cansancio y la fatiga, en la penitencia; esta es mi sangre, te la ofrezco si Tú quieres que tenga que derramarla por tu gloria; esta es mi alma, que quiere obedecer en todo Tu voluntad.