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viernes, 22 de enero de 2016

"EL MISTERIO DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

CAPITULO XXV: 
LA PSICOLOGIA DE CRISTO: 
SU UNIDAD. 

Nuestro Señor es realmente uno.

Con nuestro espíritu, que es parcial, y con nuestra inteligencia, que necesita dividir para poder sintetizar, nos vemos inclinados a ver en Nuestro Señor a la Persona divina y sus actos divinos, y a la naturaleza humana y sus actos humanos, pensando que Nuestro Señor a veces obra como hombre y a veces como Dios. Eso sería engañarse mucho. No cabe duda de que los actos de Nuestro Señor son diferentes, pues a veces manifiestan más su divinidad y a veces manifiestan más su humanidad. Lleva a cabo actos divino-humanos, si así podemos decir. Pero hay que respetar la unidad de Nuestro Señor, que es profunda y perfecta. En El no hay divisiones. En El no hay el hombre y el Dios que en cierta manera se opondrían, nada de eso.  Para eso la mejor prueba es que Nuestro Señor cuando habla de sí mismo, dice “Yo”. El “Yo” que usa Nuestro Señor muestra claramente que en El no hay más que un solo sujeto de atribución. Todos sus actos, todos sus pensamientos, todos los actos de amor que hace y todas sus actitudes se reúnen muy bien en este “Yo”, que significa que se trata realmente de la única Persona divina, puesto que sólo hay una Persona en Nuestro Señor: todo se le atribuye a la Persona divina de Nuestro Señor. El menor acto humano, incluso la menor respiración de Nuestro Señor es, a decir verdad, una respiración divina, atribuida a la Persona. No hay, pues, ninguna división en Nuestro Señor.

Es lo que dice el Padre Bonsirven:
«Consideremos en primer lugar a Jesús mismo. Al que vemos hablar y actuar parece un hombre, en todo exteriormente igual a sus hermanos; pero actúa y habla con la autoridad de un Dios. En su persona no podemos ver ninguna fisura, es una unidad perfecta. ¿Tenemos que decir que es un Dios y un hombre? La conjunción copulativa “y” podría romper está unidad. Digamos, pues, según el uso ya establecido, que es un Hombre Dios. Esta unidad perfecta se manifiesta cuando descubrimos en Jesús un solo “Yo”, una sola subsistencia, como dirían los teólogos, un solo sujeto de atribución. Este “Yo” único es el del Hijo eterno de Dios. Hablando en términos propios, no advertimos en El un “Yo” humano según la tesis dogmática que dice que la humanidad de Jesús no goza de lo que normalmente la corona, que es la persona, sino que esta función la asume la Persona del Verbo. Sin embargo la naturaleza humana de Cristo ejerce las operaciones que le corresponden y así podemos comprender mejor la relación exacta entre las dos naturalezas, la divina y la humana. El modo corriente de pensar se inclina a ponerlas en pie de igualdad, como dos factores iguales, y distribuye las actividades entre las dos naturalezas, como si fueran sujeto una tras otra, pero los evangelios nunca nos sugieren esta atribución o repartición. Por otra parte, manteniéndose en la economía trinitaria, hablando como el Hijo que no posee nada que no haya recibido del Padre, Jesús atribuye sus operaciones divinas al Padre que obra en El, que no cesa de comunicarle la divinidad en su amor eterno. De hecho, la expresión que empleaba santo Tomás y que decía copiar de san Juan Damasceno es muy luminosa: La humanidad de Cristo es el instrumentum conjunctum divinitatis, el instrumento perfectamente dócil porque esta unido íntimamente y del cual se sirve la Divinidad» (Op. cit. págs. 418-419).

NOTA: Aquí se acaba la conferencia sobre este tema. Quizás al lector le guste leer la conclusión que al editor le ha parecido prudente incluir en este capítulo, en la misma línea de Monseñor Lefebvre, en la escuela de san Cirilo de Alejandría, de santo Tomás y del Padre Bonsirven.

Hay que afirmar una triple unidad de operación en Nuestro Señor: En primer lugar, la unidad que atribuye al Padre y al Hijo de un modo indisociable todos los actos que provienen de su naturaleza divina, en el orden de esta naturaleza divina y de la consustancialidad de las Personas. Después, la unidad que atribuye a la única persona de Jesús, la Persona del Verbo, todos los actos que provienen de su naturaleza divina o de su naturaleza humana, en el orden de la subsistencia y en el orden del sujeto de atribución. Finalmente, y como consecuencia de esta segunda unidad, una tercera unidad que vincula a la naturaleza divina de Nuestro Señor todos los actos que provienen de su naturaleza humana, no por una especie de mezcla de las dos operaciones, la humana y la divina, sino por su necesaria implicación y su conexión íntima, según enseña santo Tomás siguiendo a san Cirilo:
«(Para Cristo) ser concebido, lo mismo que caminar, son cosas que pertenecen a la naturaleza humana; pero ambas estuvieron en Cristo sobrenaturalmente (divinamente, porque fue concebido por una Virgen y caminó sobre las aguas). Y a su vez, hacía humanamente cosas divinas, como cuando curó (acto del poder divino) al leproso tocándolo (acto del poder humano) (S. Mat. 8, 3).

El Padre Bonsirven escribe lo siguiente:
«Esta unidad perfecta y sinergia de las dos naturalezas excluye la pregunta que suele hacerse ante las propiedades y actividades del Hombre Dios: ¿a cuál de las dos naturalezas hay que atribuirlas?, lo que significa separar en la práctica ambas naturalezas. No hay una sola de estas operaciones, incluso la más pequeña y material, que no sea asumida por la divinidad».


Dice «asumida por la divinidad», es decir, no sólo por la Persona divina, sino también por la naturaleza divina, en cuanto la sagrada humanidad de Nuestro Señor es el instrumento de elección, y el instrumento inseparable y consubstancial en manos del agente principal, el Verbo divino, según su inteligencia y voluntad divinas.

CONTINUA...

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