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martes, 28 de enero de 2020

MARIA CORREDENTORA DE TODAS LAS GRACIAS


*STABAT MATER DOLOROSA JUXTA CRUCEM LACRIMOSA, DUM PENDEBAT FILIUS
En nuestros tiempos apocalípticos donde la religión católica padece grandes ataques de los enemigos, aun de los que están dentro de ella, tanto en su fundación y origen, son atacados sus dogmas más sagrados sin piedad y con un gran desprecio.
Nos compete como católicos militantes defenderla y volver a resaltar el carácter divino de los dogmas con la pasión que solo sea controlada por la caridad y la prudencia que procede de lo alto.
El asunto que nos ocupa en esta ocasión es el ataque artero que Nuestra Señora ha sufrido por altísimo prelado quien debería meditar antes de abrir la boca y decir cosas nefastas que atentan contra la Santísima Virgen María ya de por si tan denostada por los protestantes y algunos sacerdotes y obispos del mundo católico actual. Trátese pues DE LA CORREDENCION DE NUASTRA SEÑORA derecho bien merecido por varias razones para lo cual bástenos tan solo con su MATRNIDAD DIVINA, pero vamos a remachar este privilegio de la corredención desde la vista de un gran santo como lo es Santo Tomas de Aquino con la esperanza se explayarnos más en un futuro.

Esta cuestión exige para su complemento un breve apéndice sobre la parte que a la Virgen María corresponde en esta obra de la salvación humana, ya que es común apellidar a María corredentora y universal mediadora de todas las gracias. Lo de corredentora parece referirse a la obro de Jesucristo en su vida y sobre todo a su pasión redentora la mediación, a la distribución de su gracia a las almas en el curso de la historia hasta el fin de los siglos. Para ver cómo esto conviene a María, es preciso sentar algunos principios indispensables para la recta solución de una verdad que se halla tan grabada en el Corazón de los fieles y que la teología mariana toma muy a pecho estudiar y definir.
Jesucristo, Hijo de Dios e Hijo del hombre, es el único en quien puso Dios la salud del mundo. El ofreció a la justicia divina una satisfacción plenísima por los pecados; Él nos mereció de rigurosa justicia el perdón de los pecados, la gracia de Dios, el don de la filiación divina y la gloria eterna; Él es la cabeza del cuerpo místico, que es la Iglesia, y nadie puede alcanzar de Dios la menor gracia que no sea por su mediación. Tal es la doctrina cristiana, la enseñanza fundamental de la fe.
Pero este Hijo de Dios, para venir a ser Hijo del hombre, nació de madre virgen, que El mismo escogió tal como le plugo, y, en consideración a sus propios merecimientos, la preservó del pecado original, la enriqueció plenísimamente de todo género de gracia y se la incorporó a la obra que El venía a cumplir en la tierra. Y como Él había de cumplir esa obra con su vida, su pasión y su muerte, así la Madre, incorporada a esta vida, pasión y muerte, viviese la suya en intimidad con su Hijo y por los mismos fines que El, la salud del mundo. Este último punto pertenece a la enseñanza actual del magisterio de la Iglesia, mientras que los precedentes son otros tantos dogmas de fe. Pues, siendo la Virgen santa y exenta de todo pecado, ofreció sus obras, sus plegarias, sus dolores, por las intenciones de su Hijo, o sea, por la salud del mundo, y esta ofrenda fue gratísima en la presencia de Dios, mereciendo ella por su parte de condigno  y no en justicia rigurosa como en el caso de su Hijo al decir de los teólogos lo que el Hijo merecía por la suya de rigurosa justicia pues esa era la voluntad del Padre Eterno.
Para entender mejor esta intimidad de vida, conviene recordar un episodio evangélico y señalar su hondo sentido. Jesucristo, desde el primer instante de su ser natural humano, conoció plenamente y hasta en sus ínfimos detalles su destino; por consiguiente, su vida, su pasión y su muerte. Desde entonces se abrazó con todo esto y así vivió llevando siempre la cruz ante sus ojos, Él estando en el vientre virginal de su santísima Madre tuvo concienencia plena de todo lo que pasaba fuera del vientre de su Madre. Pues, para que la Madre se asemejase al Hijo y viviera unida a Él en la cruz, el anciano Simeón, ilustrado por el Espíritu Santo, anunció a María el triste destino de su Hijo y la parte que ella tendría en ese destino: Puesto está para caída y levantamiento de muchos en Israel y, para blanco de contradicción y una espada atravesará tu corazón -para que se descubran los pensamientos de muchos (Le. 2,34S). Estas palabras, dictadas por el Espíritu Santo fueron recibidas por quien gozaba de abundantísima luz para entender las en su más hondo sentido, siendo esta inteligencia causa continua de dolor, hasta ver realizado en el Calvario el sentido pleno, de aquella profecía. Con esto la Madre como Abrahán, ofreció, en el altar de su corazón, el sacrificio de su Hijo, asociándose íntimamente a la oblación de Jesús. Tal ofrenda de María fue en los ojos del Padre celestial sumamente grata, y por ella mereció también de su parte lo que el Hijo,        con mayor derecho merecía de la suya.
De esta suerte quedó la Madre incorporada a la obra redentora del Hijo cooperando a ella en la medida que su condición de pura criatura le permitía pero también con la eficacia que le daba su dignidad de Madre de Dios y la riqueza de su gracia y santidad, Tal es la razón de su título de corredentora y mediadora.

LA MADRE PIADOSA ESTABA JUNTO A LA CRUZ LLORABA MIENTRAS EL HIJO PENDIA.


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