Notas* complementarias
1. NECESIDAD ABSOLUTA
DE LA RELIGIÓN CRISTIANA CATÓLICA PARA LA SALVACIÓN Y LA SANTIDAD
La búsqueda de la santidad cristiana en Jesucristo y por
Jesucristo no es libre. “Elegit nos, in Ipso, ante constitutionem
mundí, ut essemus sancti: Nos eligió en Jesucristo, antes de la creación
del mundo, para que sea-mos santos” (Ef. 14)Ninguna creatura humana puede eximirse de esta necesidad
absoluta para llegar a la salvación. Toda la Escritura lo atestigua. Y
Nuestro Señor, por quien todo ha sido hecho, ha instituido la Iglesia, el
Estado y la familia, para contribuir, cada uno según su naturaleza, a la
santificación de las almas por Jesucristo. La libertad que Dios nos da está esencialmente finalizada hacia
la Verdad y el Bien por la ley de la caridad. No somos libres de amar o no
amar a Dios, a la Santísima Trinidad y a nuestro prójimo. La libertades
correlativa a la Ley de amor y de caridad. Dios cuidó de darnos sus leyes por su Verbo, leyes divinas
totalmente inspiradas por el Espíritu de caridad, por el Espíritu Santo. Las
leyes de la Iglesia, del Estado, de la familia, deben conformarse con estas
leyes divinas, y venir así en auxilio de las almas solicitadas por el error y
el pecado, y ayudarlas a convertirse al único médico: Jesucristo, Verdad y
Santidad.
[Desligar las almas de la obediencia a las leyes
de la sociedad civil, que no son más que la aplicación de las leyes divinas, y
hacer de esta liberación un derecho natural, es un crimen de rebeldía a Dios, a
Nuestro Señor. La laicización de los estados católicos y su liberación de toda
religión es un crimen de apostasía, que clama venganza, cuando se calculan sus
consecuencias para la perdición de las almas. La libertad de cultos y el
ecumenismo que lo fomenta son un “delirio”, como lo decía Gregorio XVI en su
encíclica “Mirari vos”].
2. OBJETIVIDAD DE
NUESTRA NATURALEZA ESPIRITUAL Y DE LA SANTIDAD. PELIGROS DEL SUBJETIVISMO
CONCILIAR
Nuestra espiritualidad es objetiva, en el sentido de que todo lo que nos santifica
viene de Dios por Nues-tro Señor. “Sin Mí, dice Nuestro Señor, nada
podéis hacer”. Todo el capítulo 15 de San Juan es una afirmación de
esta realidad. Nuestra inteligencia se santifica en la verdad que le es
enseñada, y que no viene de ella. Nuestra voluntad se santifica en la ley y la
gracia del Señor, que tampoco vienen de ella. Esta dependencia de la realidad divina, distinta de nosotros
mismos, es esencial para mantener el alma pro-fundamente arraigada en la virtud
de humildad, en la adoración, en el agradecimiento y en un deseo cada vez más
vivo de saciamos y de alimentamos en las fuentes de la santidad, especialmente
las del Corazón de Jesús
[Es difícil medir los estragos espirituales
causados por la tendencia subjetivista del Concilio, por su personalismo, que
se esfuerza equivocadamente por hacer abstracción de la finalidad de la
naturaleza humana, de su libertad finalizada; así se explica esta exaltación
del hombre, de sus derechos, de su libertad, de su conciencia: humanismo pagano
que arruina la espiritualidad católica, el espíritu sacerdotal y religioso].
¡Cuánto debemos meditar estas realidades para seguir siendo
católicos y guardar los principios y las fuentes de la verdadera santidad!
¡Bienaventurados los “esurientes” y los “pauperes spiritu” del
Magnificat y de las Bienaventuranzas! ¡Ay de los “divites” que están
llenos de sí mismos, y ya no tienen necesidad ni de Dios ni de Jesucristo! Al venir de un mundo en el que reina por todas partes el
subjetivismo, que pone como fundamento de las relaciones sociales la
conciencia individual, la libertad de conciencia, la autonomía de la persona, y
que justifica todos los errores y todos los vicios, los jóvenes seminaristas
han de poner todo su empeño en volver a encontrar el camino de la verdad y de la virtud, en la
objetividad de nuestras facultades, y en reconocer en Nuestro Señor la Verdad y
la Santidad.
3. LA ELECCIÓN
PROVIDENCIAL DE ROMA COMO SEDE DE PEDRO, Y LOS BENEFICIOS DE ESTA ELECCIÓN PARA
EL CRECIMIENTO DEL CUERPO MÍSTICO DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
Creo que debo añadir algunas líneas para llamar la atención de
nuestros sacerdotes y de nuestros seminaristas sobre el hecho incontestable de
las influencias romanas sobre nuestra espiritualidad, sobre nuestra liturgia, e
incluso sobre nuestra teología. No se puede negar que esto sea un hecho providencial: Dios, que
conduce todas las cosas, en su sabiduría infinita preparó a Roma para que fuera
la sede de Pedro y el centro de irradiación del Evangelio. De allí el adagio “Unde
Christo e Romano” Dom Guéranger, en su “Historia de Santa Cecilia”, muestra
la gran parte que tuvieron los miembros de las grandes familias romanas en la
fundación de la Iglesia, donando sus bienes y su sangre por la victoria y el
reina-do de Jesucristo. Nuestra liturgia romana es el testigo fiel de ello. La “Romanidad” no es una palabra vacía. La lengua latina es
un ejemplo importante de ello. Ella llevó la expresión de la fe y del culto
católico hasta los confines del mundo. Y los pueblos convertidos estaban
orgullo-sos de cantar su fe en esta lengua, símbolo real de la unidad de la fe
católica.
Los cismas y las herejías comenzaron muchas veces por una ruptura
con la Romanidad, ruptura con la liturgia romana, con el latín, con la
teología de los Padres y de los teólogos latinos y romanos. Esta fuerza de la fe católica, arraigada en la Romanidad, es lo
que la Masonería quiso destruir al ocupar los Estados Pontificios y al encerrar
la Roma católica en la Ciudad del Vaticano. Esta ocupación de Roma por los
masones permitió la infiltración del modernismo en la Iglesia y la destrucción
de la Roma católica por los clérigos y Papas modernistas, que se apresuran en
destruir todo vestigio de “Romanidad”: la lengua latina, la liturgia
romana. El Papa eslavo es el más encarnizado en cambiar lo poco que guardaba el
Tratado de Letrán y el Con-cordato. Roma ya no es ciudad sagrada. El Papa
alienta la implantación de las falsas religiones en Roma, realiza allí
escandalosas reuniones ecuménicas, fomenta por todas partes la inculturación de
la liturgia, destruyendo los últimos vestigios de la liturgia romana. Modificó
en la práctica el estatuto del Estado del Vaticano. Renunció a la coronación,
negándose así a ser jefe de Estado. Este encarnizamiento contra la “Romanidad”
es un signo infalible de ruptura con la fe católica, a la que ya no
defiende. Las Universidades pontificias romanas se han convertido en
cátedras de pestilencia modernista. El carácter mixto de la Gregoriana es un
escándalo perpetuo.Todo debe ser restaurado “in Christo Domino”, tanto en Roma
como en otras partes.
Escrutemos cómo las vías de la Providencia y de la Sabiduría
divina pasan por Roma, y concluiremos que no se puede ser católico sin ser
romano. Esto se aplica también a los católicos que no tienen ni la lengua
latina, ni la liturgia romana; si siguen siendo católicos, es porque siguen
siendo romanos, como sucede, por ejemplo, con los maronitas, gracias a los
vínculos de la cultura francesa católica y romana que los formó.
Por lo demás es erróneo, a propósito de la cultura romana, hablar
de cultura occidental. Los judíos católicos trajeron consigo del Oriente todo
lo que era cristiano, todo lo que en el Antiguo Testamento era una preparación
e iba a ser un aporte al cristianismo, todo lo que Nuestro Señor asumió y el
Espíritu Santo inspiró a los Apóstoles que se sirvieran. ¡Cuántas veces las
epístolas de San Pablo nos instruyen sobre este punto!
Dios quiso que el cristianismo, vertido de alguna manera en el
molde romano, recibiese de él un vigor y una expansión excepcionales. Todo es
gracia en el plan divino, y nuestro divino Salvador lo dispuso todo, como se
dice de los Romanos, “cum consilio et patientia”, o “suaviter et
fortiter”.
A nosotros nos corresponde también guardar esta Tradición romana
querida por Nuestro Señor, al igual que quiso que tuviéramos a María por Madre.
Fin de la Obra
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