Hace unas semanas contacté con
ustedes al ver que en vuestra web utfidelesinveniatur.blogspot.com tratáis
temas sobre Internet, su uso, la libertad en el mismo y demás, como en el
siguiente artículo: https://utfidelesinveniatur.blogspot.com/2018/09/rusia-denuncia-la-diarquia-en-la-onu-y.html
Creo que es interesante que conozcan la censura que existe con y en Internet a lo largo del planeta, para que sus lectores y los usuarios de Internet en general sepamos la ventajas que tenemos en ciertos países, así como para tomar consciencia de luchar por nuestros derechos.
Creo que es interesante que conozcan la censura que existe con y en Internet a lo largo del planeta, para que sus lectores y los usuarios de Internet en general sepamos la ventajas que tenemos en ciertos países, así como para tomar consciencia de luchar por nuestros derechos.
Debido a esta situación le invito a agregar la siguiente información en
el artículo anteriormente mencionado, o por el contrario publicar el artículo
que hemos escrito (https://www.companias-de-luz.com/que-paises-censuran-internet/) al completo en su
página web:
"La censura en Internet es el procedimiento por el cual los Estados u
otras organizaciones controlan, restringen o suprimen determinados contenidos en Internet o
el acceso total a la red. Dependiendo de cada nivel de censura, puede verse
afectada desde la publicación y difusión de noticias y opiniones, hasta las
páginas webs de contenidos ideológicos, religiosos o eróticos, además de la
restricción al acceso a las redes sociales.
En ciertos países, esta restricción va más allá de la censura, y el
incumplimiento de la normativa puede acarrear penas de cárcel. Pese a
que la censura en Internet suele asociarse a regímenes autoritarios, lo cierto
es que numerosos Estados considerados democráticos aplican igualmente estas
prácticas." Vuestra opinión es importante.
XI
En el concilio el tema sobre la libertad religiosa fue
el objeto de las discusiones más reñidas. Esto se explica fácilmente por la influencia que ejercían
los liberales y por el interés que tenían en esta cuestión los enemigos
hereditarios de la iglesia. Han transcurrido cincuenta y siete años
años y ahora es posible comprobar que nuestros temores no eran exagerados
cuando se promulgó aquel texto en la forma de una declaración que reunía ideas
opuestas a la tradición y a la enseñanza de los últimos papas. Tanto es así que
principios falsos o expresados de una manera ambigua infaltablemente tienen
aplicaciones prácticas que revelan el error cometido al adoptarlos.
Voy a mostrar, por ejemplo, cómo los ataques lanzados contra la enseñanza
católica en Francia por el gobierno socialista son la consecuencia lógica de la
nueva definición sobre la libertad religiosa dada por el concilio Vaticano II.
Hagamos algunas consideraciones de teología para comprender bien con qué
espíritu se ha redactado esa declaración. La argumentación inicial — y nueva—
hacía descansar la libertad que cada hombre tendría de practicar interiormente
y exteriormente la religión de su elección en la "dignidad
de la persona humana". Era pues esa dignidad la que daba fundamento
a la libertad, la que le daba su razón de ser. El hombre podía adherirse a
cualquier error en nombre de su dignidad; lo cual era colocar el arado delante de los bueyes,
presentar las cosas al revés. En efecto, quien
se adhiere al error pierde su dignidad y entonces ya no puede fundar nada sobre
ella. Por otra parte, aquello en que se funda la libertad es, no la
dignidad, sino la verdad: "La verdad os hará libres", dijo
Nuestro Señor. ¿Qué se entiende por dignidad? Según
la doctrina católica, el hombre la obtiene de su perfección, es decir, del
conocimiento de la verdad y de la adquisición del bien. El hombre es
digno de respeto según su intención de obedecer a Dios y no según sus propios
errores. Estos errores engendran indefectiblemente el pecado. Cuando sucumbió
Eva, la primera pecadora dijo: "La serpiente me engañó". Su pecado
y el pecado de Adán determinaron la degradación de la dignidad humana,
condición que padecemos desde entonces. De estas consideraciones resulta que no se puede hacer derivar la libertad de la degradación
como su causa. Por el contrario, la adhesión a la verdad y el amor
de Dios son los principios de la auténtica libertad religiosa. Ésta se puede definir como la libertad de rendir a Dios
el culto que le es debido y de vivir según sus mandamientos. Si el
lector ha seguido bien este razonamiento, comprenderá que la libertad religiosa
no se puede aplicar a las religiones falsas, esa libertad no puede compartirse.
En la sociedad civil, la Iglesia proclama que el error no tiene derechos y que
el Estado debe reconocer sólo el derecho de los ciudadanos a practicar la
religión de Cristo. Claro está, esto parece una pretensión exorbitante a quien
no tiene fe. Pero el católico que no está contaminado por el espíritu de estos
tiempos considera que eso es normal y legítimo. Desgraciadamente
muchos cristianos han perdido de vista estas realidades. Se ha
repetido tanto que había que respetar las ideas de los demás, colocarse en el
lugar de éstos, aceptar sus puntos de vista, se ha divulgado tanto esta
insensatez: "Cada uno tiene su verdad",
se ha considerado tanto el diálogo como la virtud
cardinal por excelencia, diálogo que obligatoriamente conduce a
hacer concesiones, que el cristiano, por caridad malentendida, creyó que debía
hacer más que sus interlocutores y a menudo es el único que hace concesiones. El
cristianismo ya no se inmola por la verdad como los mártires, sino que inmola
la verdad. Por otra parte, la multiplicación de los Estados laicos en la Europa
cristiana acostumbró a los espíritus al laicismo y los lleva a adaptaciones
contrarias a la doctrina de la iglesia. La doctrina no puede adaptarse, la doctrina es
algo fijo, definido de una vez por todas. En la Comisión central
preparatoria del concilio, se presentaron dos esquemas, uno redactado por el
cardenal Béa con el título "De la libertad religiosa", el otro
del cardenal Ottaviani con el título "De la tolerancia religiosa". El
primero abarcaba catorce páginas sin referencias al magisterio que lo precedió.
El segundo constaba de siete páginas de texto y dieciséis páginas de
referencias, que iban desde Pío VI (1790) a Juan XXIII (1959). El esquema del
cardenal Béa contenía, a, mi juicio y a juicio de un número no desdeñable de
padres, afirmaciones que no estaban de acuerdo con la verdad de la iglesia
eterna. Por ejemplo, se leía: "Por eso hay
que alabar el hecho de que en nuestros días la libertad y la igualdad
religiosas estén proclamadas por numerosas naciones y por la Organización
Internacional de los Derechos del Hombre".
(derechos humanos) En cuanto al cardenal Ottaviani exponía muy
correctamente la cuestión: "Así como el poder civil considera que tiene el
derecho de proteger a los ciudadanos contra las seducciones del error... puede
asimismo regular y modelar las manifestaciones públicas de otros cultos y
defender a sus ciudadanos contra la difusión de las falsas doctrinas que, a
juicio de la Iglesia, pongan en peligro la salvación eterna de los
ciudadanos"; León XIII decía (Rerum novarum) que el bien
común temporal, fin de la sociedad civil, no es puramente de orden material
sino que es "principalmente un bien moral". Los hombres se
organizaron en sociedad con miras al bien de todos; ¿cómo podría quedar
excluido el bien supremo, que es la obtención de la beatitud celeste? Hay otro
aspecto de las cosas que guía a la Iglesia cuando ésta niega el derecho de
ciudadanía a las religiones equivocadas: los propagadores de ideas falsas
ejercen naturalmente una presión sobre los más débiles, los menos instruidos.
¿Quién discutirá que el deber del Estado es proteger a los débiles? Ese es su
primer deber, la razón de ser de la organización en sociedad. El Estado
defiende a sus súbditos de los enemigos exteriores, les garantiza la vida
cotidiana asegurándolos contra las agresiones de toda índole, contra los
ladrones, los asesinos, los estafadores, y hasta los Estados laicos aseguran
una protección en materia de buenas costumbres al prohibir, por ejemplo, publicaciones pornográficas, por más que la situación se
haya degradado mucho estos últimos años en Francia y que sea muy mala en países
como Dinamarca. Pero, en
última instancia y durante mucho tiempo, los países de civilización cristiana
conservaron ese sentido de sus obligaciones respecto de los más vulnerables y
particularmente de los niños. El pueblo continúa siendo sensible a esta
cuestión y pide al Estado, por medio de sus asociaciones familiares, que tome las
necesarias medidas. Habrá de prohibirse
las transmisiones radiales en las que el vicio se muestra demasiado
ostensiblemente, aunque nadie está obligado a escucharlas, pero como los niños
disponen a menudo de radios de transistores ya no están protegidos (y que decir de la televisión y del internet hoy en día).
La doctrina de la Iglesia que puede parecer excesivamente severa es pues
accesible al razonamiento corriente y al sentido común. Hoy día, la regla es
rechazar toda forma de coacción y deplorar que en ciertos momentos de la
historia se la haya ejercido. Su Santidad Juan Pabló II,
cediendo a esta corriente, condenó la inquisición cuando hizo su viaje a
España. Pero sólo se quieren recordar
las exageraciones de la Inquisición olvidando que la
Iglesia, al crear el Santo Oficio, cuya designación exacta es Sanctum Officium
Inquisitionis, cumplía su función de defensa de las almas y perseguía a
aquellos que trataban de falsear la fe, con lo que ponían en peligro a toda una
población en lo referente a su salvación eterna. La Inquisición acudía a socorrer a los
propios heréticos, así como se presta socorro a las personas que se lanzan al
agua para terminar con su vida; ¿podría acusarse a los que intentan salvarlas de ejercer
una acción intolerable sobre esos desdichados? Para hacer otra
comparación, no creo que a un católico, por perplejo que esté, se le ocurra la
idea de censurar a un gobierno por prohibir las drogas alegando que ese
gobierno ejerce así una coacción sobre los drogadictos. Bien puede comprenderse
que un padre de familia imponga su fe a sus hijos. En los Hechos de los
Apóstoles, el centurión Cornelio, tocado por la gracia, recibe el bautismo "y con él toda su casa". Clodoveo se
hizo bautizar con sus soldados. Los beneficios que aporta la religión católica
muestran el carácter ilusorio de la posición asumida por el clero posconciliar,
en virtud de la cual es menester abstenerse de ejercer toda presión y hasta
toda influencia en los "no creyentes". En África, donde
pasé la mayor parte de mi vida, las misiones combatieron los flagelos de la
poligamia, la homosexualidad, el desprecio con que se trata a la mujer. Ésta, y bien se conoce cuál es la situación
degradante que tiene en la sociedad islámica, se convierte en una esclava o en
un objeto desde el momento en que desaparece la civilización cristiana. No se puede
dudar del derecho que tiene la verdad a imponerse y a reemplazar las religiones
falsas. Y sin embargo, en la práctica la iglesia no preconiza una ciega
intransigencia en lo tocante al culto público de esas religiones. La Iglesia siempre profesó que ese culto
podía ser tolerado por los poderes públicos a fin de evitar mayores males. Por
eso el cardenal Ottaviani prefería la expresión "tolerancia
religiosa". Si consideramos el caso de un Estado católico en el que
la religión de Cristo está oficialmente reconocida, esa tolerancia evita
perturbaciones que serían perjudiciales al conjunto social. En una sociedad
laica que profesa la neutralidad religiosa, ciertamente la ley de la Iglesia no
será observada. Entonces, se preguntará el lector, ¿para qué conservarla? Pero
ante todo no se trata de una ley humana que se pueda abrogar o modificar. En
segundo lugar, el abandono del principio mismo tiene graves consecuencias,
varias de las cuales ya hemos señalado. Los acuerdos entre el Vaticano y ciertas naciones, que otorgaban muy
justamente una condición preferencial a la religión católica, han sido
revisados. Así ocurrió en España y poco después en Italia, donde el
catecismo ya no es obligatorio en las escuelas. ¿Hasta dónde llegaremos? Los
nuevos legisladores de la naturaleza humana ¿pensaron acaso que el Papa es
también jefe de Estado? ¿Debería el Papa laicizar el Vaticano y autorizar en él
la construcción de un templo protestante y de una mezquita? Otro
fenómeno es el de la desaparición de los Estados católicos. En el mundo actual,
hay Estados protestantes, un Estado anglicano, Estados musulmanes, Estados
marxistas, ¡y ya no se quiere que haya Estados
católicos! Los católicos ya no tendrían el derecho de
establecer Estados católicos, sino que tendrían el deber de mantener el
indiferentismo religioso del Estado.
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