martes, 24 de diciembre de 2019

TRES SERMONES SOBRE LA NATIVIDAD DE NUESTRO SEÑOR. S. BUENAVENTURA.


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SEGUNDO SERMON

Además, en cuanto al nacimiento primero, se debe de decir que no dimana el Espíritu Santo, pues, según la doctrina de las originaciones trinitarias, el Hijo no procede del Espíritu Santo sino el Espíritu Santo del Padre y del Hijo. Y en cuanto al nacimiento segundo y tercero, es cosa indubitable que deben atribuirse al Espíritu Santo, como dijo el ángel a María en San Lucas, c.1: 4: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, etc, Y para terminar, digamos primero que de los dos nacimientos (Hablando de la anunciación y del nacimiento propiamente que se dieron en la Santísima Virgen María fueron para nuestra salud, por medio de su muerte en la cruz), el segundo y el tercero, se nos ofrecen como remedio en la tierra, mientras el primero se nos reserva como premio en el cielo (Hace referencia a la fruición divina a la cual todo bienaventurado esta llamado, según aquello de San Pablo: “ahora le vemos como en tinieblas,  pero cuando estemos en el cielo lo veremos tan cual Él como luego lo aclara el seráfico doctor). Que ése es nuestro premio eterno, podrás colegirlo de San Juan, c.17: Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo y añadamos, segundo, que los tres nacimientos corresponden a otras tantas solemnidades: el primero, en efecto, corresponde al día de la solemnidad eterna; el segundo, a la solemnidad de hoy, en la que se lee lo de la concepción en el seno virginal, el tercero, a la solemnidad de mañana, en la que canta la Iglesia: Un niño nos ha nacido.
Lo que en ella ha nacido, etc.
A continuación debemos contemplar los extremos a que llega el Hijo único de Dios cuando es concebido y nace, en cuanto hombre, de la bienaventurada Virgen. Como queda dicho, tal nacimiento, objeto litúrgico de hoy y de mañana, aparece al presente como remedio, y, a la luz de consideración más profunda, lo vemos desde tres puntos de vista: ofrécese, en efecto, como milagro a los que lo contemplamos jamás se ha visto que el Verbo eterno naciese de una virgen sin detrimento de su virginidad, como consuelo a los que lo deseamos, no solo a estos primeros sino también a quienes lo desearon en un pasado y a quienes lo desearan en un futuro hasta el fin de los siglos , sea, hasta la parusía, como ejemplo a los que vamos progresando en la perfección bajo su influjo, y no sin razón (tal como lo propone el bello librito de Tomas de Kempis; la imitación de Cristo); porque, si volvemos, las potencias del alma al misterio del nacimiento, hallamos que la inteligencia no tiene objeto más admirable para ser contemplado, ni la voluntad objeto más deleitoso para deseado o lo mismo para ser amado, ni la potencia ejecutiva objeto más fructuoso para imitado.

Viniendo, pues, a lo primero, volvamos los ojos espirituales al nacimiento del Señor para contemplarlo. Y no hay duda que, absortos en admiración ante la novedad del prodigio, nos veremos como forzados a prorrumpir con el salmista: Cantad al Señor un cántico nuevo, porque Él ha hecho maravillas. Es qué? ¿Tiene quien contempla objeto de consideración más admirable que la majestad humilde, poder endeble, inmensidad reducida, sabiduría muda y eternidad nacida? (Este nuevo Adán en si nos mueve a imitarle en tantas virtudes manifestadas en su santísimo nacimiento. Ya que con ellas abatió la soberbia del primer hombre) Pues todas estas circunstancias  tan encontradas concurren en el que ha nacido en la Virgen. Realmente, hablando impropiamente, estilo que se usa también entre los santos, cabe decir todas estas cosas, pero, si queremos expresarlas según propiedad, se debe afirmar que aquello que en abstracto se predica de la naturaleza debe entenderse de la persona, de suerte que el sentido sea como sigue: "Aquel que es la misma majestad se hace humilde, aquel que el mismo poder se hace débil y así sucesivamente", Y advierte que semejante manera de ser no es cosa menos asombrosa. Pues ¿qué objeto de contemplación puede ser más admirable que la debilidad en el Omnipotente, abatimiento en el Altísimo, enmudecimiento en el Sapientísimo? y novedad en el que es eterno? ¿Acaso no se hizo humilde la majestad? Sí, por cierto; entonces, en efecto, se mostró humilde cuando Cristo Jesús, existiendo en la forma de Dios, no reputó codiciable tesoro mantenerse igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo, y cuando así anonadado se redujo a la baja condición de siervo, de suerte que "se hallase recostado en el pesebre el que reina en el cielo". De ahí que David se admirase hasta lo indecible cuando preguntaba: ¿Por ventura, no se dirá....... a Sión hombre y hombre ha nacido en ella? Dios y hombre es el que en ella nació. Es, por una parte, humilde hasta el oprobio, pues se ha convertido en desecho del pueblo, y, por Otra, altísimo, pues El fundó a Sión. A propósito de lo cual canta la Iglesia: " iOh gran misterio y sacramento admirable!" Procura recordar el responsorio todo entero y  ¿acaso no hizo endeble la flaqueza? Efectivamente: entonces, en efecto, se debilitó la fortaleza cuando el Verbo del Señor, por el que se afirmaron los cielos, siendo como es, como se dice en la carta a los Hebreos, el, Dios, que con su poderosa palabra sustenta todas las cosas, se hizo hombre y habitó entre, nosotros. Y en verdad hacerse Dios hombre equivale a hacerse débil la fortaleza.

Además, ¿acaso no apareció abreviada la intensidad Así sucedió en efecto: y ello fue cuando aquel cuya grandeza no tiene medida, quedó reducido a estrecho pesebre, haciéndose breve de verdad, pues, como canta la Iglesia, "llora el niño puesto en angosto pesebre". Y, como dice San Pablo a los romanos, c.9: Abreviado hizo al Verbo el Señor en la tierra.

Además, ¿acaso no se hizo muda la Sabiduría? Enmudecióse ciertamente cuando la Sabiduría, a cuya voz fueron hechas todas las cosas y que, como se dice en los Proverbios, estaba en Dios concertando todo, se halla reclinado en un pesebre, haciéndose niño o infante, sin uso de palabra. Es lo que dijo el ángel a los pastores (Le 2,12): Encontraréis un infante.



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