Pues lo que en ella ha nacido, del
Espíritu Santo es (Mt 1,20).
Estas
palabras son evangélicas y angélicas a un tiempo: evangélicas por haberlas
escrito el evangelista San Mateo, c.1, al describir el nacimiento del Señor; y
angélicas porque fueron dichas por el ángel cuando anunció el mismo misterio.
El ángel, en efecto, las dijo así: José, hijo de David, no temas recibir a María, tu mujer, pues
lo que en ella ha nacido, del Espíritu Santo es. Que es como si
dijera: no te pasmes ante la novedad del milagro; no te pasmes, digo, de que
María aparezca encinta antes de haber convivido contigo, porque su concepción
es del Espíritu Santo, Y lejos de ti toda sospecha de adulterio, porque María
ha concebido milagrosamente por obra del Espíritu Santo, para quien no hay cosa
imposible. Donde es de advertir que del Espíritu Santo no puede proceder sino
lo santo, según dijo el ángel a María en San Lucas, c.l: Y por eso lo que
nacerá de ti santo, será llamado Hijo de Dios. (Para los racionalistas, ateos,
materialistas y algunos modernistas estas palabras del Arcángel les suenan
banas y sin sentido porque disienten de lo espiritual o simplemente no tienen
fe y en esta última palabra queda dicho todo, no así para nosotros que, por la
gracia de Dios, tenemos fe y creemos firmemente en la omnipotencia divina)
Lo que
en ella ha nacido, etc, He aquí en estas palabras tres cosas que reclaman
consideración:
Primeramente
quién nace en ella; después quién es ella, y, por último, quién coopera al concebir ella.
Y es
de saber que quien en ella se concibe es
Cristo, Dios y hombre; la que concibe es
María, madre y virgen, y aquel, por cuya obra concibe ella, es el Espíritu Santo. Tenemos, por lo
tanto, acerca de este nacimiento tres misterios para admirarlos, alabarlos y
bendecidos: el niño que nace, la madre que pare y el Espíritu Santo que
santifica.(Con esta consideración tan
profunda nos pasaríamos la vida meditando y nunca llegaríamos al fondo del misterio)
Santificación que debe entenderse rectamente, pues la referimos al Espíritu
Santo, no como si hiciera santo al Hijo de Dios, sino en cuanto le hace santo
respecto de ella.
Por lo
tanto, empecemos considerando quién nace en ella, (Aquí san Buenaventura se refiere al verbo eterno y no a otro ser, por
eso el antes de ella, el durante ella en la anunciación y el después en su
nacimiento que ya es Cristo Jesús). Y decimos que acerca del mismo deben
considerarse tres nacimientos. El primero, en efecto, fue antes de ella, el segundo en
ella y el tercero de ella. En
cuanto al nacimiento antes de ella o más bien antes de toda criatura, decimos
que consiste en la generación eterna,
acerca de la cual se dice en el Eclesiástico, c. 24: Yo salí de la boca del Altísimo, engendrada primero que ninguna criatura.-He
aquí indicado quién nace, de quién nace y cómo nace.
1.
Primeramente quien nace es la sabiduría o el Verbo eterno, la cual expresándose
en primera persona dice: Yo la Sabiduría de Dios, que en la carta a los
Corintios es el mismo Cristo. Después se nos indica que el principio del que
nace la Sabiduría es el Padre: Salí del
Altísimo. Y por último, el modo como nace lo cual se nos a entender cuando
se dice: Salí de la boca del Altísimo,
es decir,.. Como la palabra sale del que la dice", en frase de San
Agustín, pensamiento que el Santo vuelve a expresarlo en otra parte cuando
dice: El Espíritu Santo procede del Padre
como dado, y el Hijo como nacido".
En cuanto
al nacimiento en ella, se ha de decir que es interno, el cual, realizándose en
el seno virginal, es concepción.
Acerca de ella se dicen las palabras del tema: Pues lo que ha nacido en ella, etcétera, y las del salmo: Hombre nació en ella. Tal es el nacimiento
o concepción, cuya inefable realización viene significada en lo que a las
dichas palabras del salmo se antepone: (Por ventura se dirá hombre a Sión? Que
es como si contestase no. Entonces, ¿por
qué se dice: Hombre nació en ella? Nos lo dirá el Señor en las Escrituras, pues
no es del hombre investigarlo, sino pertenece al Espíritu Santo revelarlo. Pues
sólo sabe revelarlo aquel que solo él sabe hacerlo, es decir, a los humildes y
sencillos de corazón.
Y, por
último, en cuanto al nacimiento de ella, tenemos que es externo, pues implica
salida del seno virginal al exterior, en conformidad con lo cual se dice en San
Lucas, el: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá
con su sombra. Y por eso el niño que nacerá de ti santo, será llamado Hijo de Dios.
Promesa que halló realización, como es de ver en San Lucas, c.2, donde se dice:
Cuando se cumplieron en María los días de su parto, dio a luz a su hijo
primogénito a lo que propiamente llamamos nacimiento.
Por
donde quedan en claro las tres maneras de nacimiento que tuvo Cristo. (Quien esto revisa y corrige ya se encuentra
desbordado por tan gran misterio y es difícil que la mente no se canse) Y para entender más plenamente lo que vamos
diciendo, añadamos aquí que, si bien la naturaleza no puede suministrar semejanzas
adecuadas que expresen realidades sobrenaturales, (San Buenaventura con el afán de hacernos entender un poco el misterio
se adecua a nuestro pobre entendimiento sacando de la naturaleza dos lindo y
didácticos, ejemplo, el sol y la vid) en lo tocante, sin embargo, a nuestro
tema, nos ofrece tres símiles: el esplendor que nace de la luz, el germen que
nace en la vid y la flor que nace brotando del ramo o del árbol. (Para quienes conocen y están adentrados en
la vinicultura conocen bien de estos menesteres, lo cual no debe impedirnos a
quienes no conocemos este oficio, entenderlo con la ayuda del Espíritu Santo)
Viniendo, pues, al tema, debemos decir que el primer
símil se toma del esplendor (aquí el Santo
toma como ejemplo al sol, el cual, distinguimos al astro y a su luz que emite
como dos cosas de una sola, el sol). El esplendor, en efecto, nace de la
luz, coexiste naturalmente con la luz y dice distinción respecto de la luz, la
cual a su vez se distingue del esplendor. Cosa análoga ocurre entre el Padre y
el Hijo. El Hijo, en efecto, nace del Padre es consustancial al Padre, se
distingue del Padre; y distinguiéndose Padre e Hijo realmente entre sí
como personas son, sin embargo, una misma cosa en cuanto a la
naturaleza divina y por esta razón, la Iglesia, recordando nacimiento tan
glorioso, canta alborozada: "i Oh oriente, esplendor de la luz
eterna!"
El segundo símil en torno a nuestro tema consiste en
el germen de la vid (La vid como la caña
de azúcar no tienen semilla como el maíz ya que nacen la una de las ramas de la
misma vid como la caña de la misma caña). El germen, en efecto, nace en la vid
fecundándola y llenándola de germinación vistosa. Pero semejante vitalidad
germinativa en el tronco de la vid ni lo abre, ni lo mancilla, ni lo
quebranta en cuanto a su integridad, es decir, sus ramas sus hojas, su flor
como el fruto de estas en nada dañan al tronco de la vid una vez brotado este
de la tierra. Algo así ocurre en la Virgen cuando concibe. Nace, en
efecto, Dios en ella. Y Dios, al ser concebido, la llena, la fecunda y
la santifica, pero sin quebrantar ni violar ni contaminar su claustro
virginal o su virginidad. De ahí que Dios, comparando al que nace en
ella con el germen, diga por el profeta: Suscitaré a David, vástago o
germen de justicia, etc. Y por Isaías: Enviad, ¡oh cielos¡ rocío de lo
alto, y lluevan las nubes al justo; ábrase la tierra y brote al Salvador. y
nótese que por tierra humilde, estable y fértil se entiende la bienaventurada
Virgen María, la cual se abrió, no corporalmente para corromperse, sino
espiritualmente para creer al ángel, y así creyendo produjo al Salvador.
Y, por último, el tercer símil se saca de la flor.
Nace, en efecto, la flor brotando de la rama de la vid. Pero se debe advertir
que la flor, al brotar de la rama, no la menoscaba, sino la mejora; no
la resquebraja, sino la embellece. Es lo que aquí, en esta tercera
manera de nacimiento, ocurre. Nace, en efecto, Dios de la Virgen, pero nace fecundándola
y hermoseándola, sin apostillar ni corromper su integridad virginal, según
aquello de Ezequiel, e.44: Esta puerta ha de estar cenada por siempre, y no
se abrirá ni pasará por ella hombre alguno. Por eso tal nacimiento se
compara con la salida de la flor, como es de ver en Isaías, e.11: Y saldrá una
vara de la raíz de Jesé, y de su raíz subirá una flor, y reposará sobre la flor
el Espíritu del Señor. Donde es de advertir que por vara se entiende la
Virgen, Madre de DIOS; por flor, su divino Hijo; por salida de la vara el
nacimiento de la Virgen; por subida de la flor, el nacimiento del Salvador.
Como se ve, todo se sustenta en la raíz de Jesé. La raíz de Jesé, en efecto,
produce la vara; la vara produce la flor, y sobre la flor descansa el Espíritu
Santo. (Jesé fue el padre de David rey de
Israel, fue como esa vara d la vid que se hecha a la tierra para que de ella
brote la vid, como ya se ha visto)
Por lo tanto, el que así nace tiene tres maneras de
nacimiento. Nace, en efecto, antes de su
generación temporal, del Padre, como el esplendor de la luz v.g. el sol;
nace en la Virgen y de la Virgen, como el
germen en la vid; y, por último, nace saliendo del seno virginal, como la flor sale de la vara, rama o árbol. Por
razón del primer nacimiento, el Hijo nació y nace del Dios Padre, según la
naturaleza divina. Y por razón del nacimiento segundo y tercero, nace de la
Virgen Madre, según su naturaleza humana.
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