En estos momentos históricos de nuestros días es preciso mirar
a nuestro pasado histórico para tomar valor de él, pero, desde entonces acá,
ese elemento esencial no ha cambiado sino en su fachada exterior, en su nombre
público. Un mismo grupo director en que se suceden unos a otros los individuos
cuando la guadaña de la muerte ha se gado a los primeros; un mismo fin: acabar
con el orden cristiano; unas mismas doctrinas conducentes al ateísmo; una misma
táctica de guerra: la hipocresía y la mentira. Todo ha permanecido igual, bajo
la máscara de la Revolución Francesa, la del Babeufismo, la del socialismo
utópico y radical, la de la Comuna, y ahora bajo la del comunismo. Encarnado
dicho elemento durante el gran Congreso Masónico de Wilhemsbad de 1871. en la
Masonería Iluminada, por obra de Bode y Knigge, dos de los primeros
conspiradores, ha seguido, siempre igual, trabajando en la sombra, aunque en
los últimos tiempos ya no guarda el secreto respecto a su fin mismo o sea la
destrucción del orden cristiano; y es esta misma conspiración, la misma
idénticamente la que ha causado todas las terribles tragedias de las
revoluciones del mundo durante el "siglo de las luces", y la que en
este medio siglo último, en que nos ha tocado vivir, ha ensangrentado la tierra
entera con la generosa sangre de crecidísimo número de mártires.
Entendido esto, se ve que no cometo ningún anacronismo al
señalar al verdugo de nuestros Mártires de Cristo Rey, con el nombre de comunismo,
que ahora él usa. En efecto, el 24 de octubre de 1934, el Excmo. Sr. Delegado
Apostólico en México, Dr. D. Leopoldo Ruiz y Flores, lanzaba una "Protesta
mensaje" a todos los católicos mexicanos, por los crímenes de la llamada
Revolución Mexicana en la que decía: "A nadie puede ocultarse ya el
propósito de lo que han dado en llamar 'la Revolución'. Ya no es el llamado
clericalismo lo que persiguen, ni es la Iglesia Católica, es el mismo Dios
contra quien se revelan sus criaturas engañadas y sus hijos ingratos. La
Revolución, apoyada en la fuerza, ha convertido en provecho de su política
antirreligiosa todo problema; y para adueñarse de las conciencias, intenta
acabar con toda religión y hasta borrar el nombre de Dios declarándose maestra
infalible de dogma y de moral; todo con un lujo de tiranía y despotismo
insoportables. Nada importan a los gobernantes los derechos más sagrados de los
ciudadanos en materia de culto, de instrucción, de pensamiento, de asociación y
aun de propiedad privada. . ." ¿Qué otra cosa es esto sino describir la
obra, doctrina y técnica de la conspiración comunista, tal como ahora la
conocemos? Que en efecto fue esa misma conspiración, encarnada en la Masonería Iluminada
por Bode, como antes dije, se puede ver claramente por el hecho siguiente:
El 28 de mayo de 1926 el Gral. Calles recibía del Supremo
Gran Comen dador del Rito Escocés (Masonería Iluminada), D. Luis Manuel Rojas,
la medalla del Mérito Masónico, y al concedérsela decía: "La orden que tengo el honor de presidir
no ha concedido jamás esta alta distinción. Ella ha sido decretada al
extraordinario mérito, del cual os habéis hecho acreedor como Presidente de la
República, resolviendo, en tan poco tiempo, los más graves problemas. Nosotros
daremos solemnemente a conocer a los gobiernos y a las sociedades masónicas con
las que estamos en relación de amistad, la recompensa que habéis
merecido". ¿Por qué había de
comunicar a las sociedades masónicas, el Sr. Rojas la distinción y el mérito
del Gral. Calles en su gestión presidencial? Sencillamente, porque había rápida
y efectivamente cumplido con la consigna de la Masonería Iluminada. En efecto,
en 1924 el Consejo Supremo de la Masonería (rito escocés o iluminado) celebró
una sesión solemne en Ginebra y decretó: La desromanización de la América
Latina, comenzando por México. En 1926 la Tribuna de Roma publicó un artículo
sensacional reproducido en toda la prensa del mundo, menos en la de México, que
establecía la siguiente tesis: La masonería internacional (iluminada) acepta la
responsabilidad de todo lo que pasa en México, y se dispone a movilizar todas
sus fuerzas para la ejecución completa, total, del programa que ha fijado para ese
país.
Otros muchos testimonios podríamos aducir, pero creo que
bastan éstos para que a nadie le quede duda de que ese verdugo que causó tantos
martirios en nuestra tierra y que llamaban "la Revolución", no era
otro que la conspiración contra el orden cristiano, encarnada desde 1781 en la
Masonería Iluminada, y conocida ahora con el disfraz de "comunismo".
Veamos, para última confirmación de que fue el comunismo o la Masonería
Iluminada el causante de los martirios mexicanos, algo por lo menos, de ese
programa que se había fijado para este país.
El Congreso masónico de la América Latina celebrado en Buenos
Aires en 1906, fue el que lo fijó, y en el número 10 del Diario Masónico de
Caracas publicó las resoluciones de dicho Congreso, entre las cuales copiamos
las siguientes:
Art. 5o. —La Masonería Latino Americana, combatirá por
todos los medios el establecimiento y la actividad de las congregaciones
religiosas, y coordinará sus esfuerzos para su expulsión de la América Latina.
Art. 6o.—Los masones promoverán el triunfo de los hombres
políticos que quieran defender sus ideales (los de la Masonería) votando la
separación de la Iglesia y del Estado, la expulsión de las Congregaciones, el
matrimonio civil, el divorcio, la educación laica, la laicización de los
hospitales. Art. 10o. —La Masonería luchará por el retiro de todos los
representantes de los gobiernos ante el Vaticano; dichos gobiernos no deberán
reconocer al Papado como un poder internacional, etc.
La ejecución de este programa, o el intento de llevarlo a
cabo contra la resistencia del pueblo mexicano, fue la causa inmediata de los
martirios. Y digo bien de los martirios, porque como se ve, este programa es
contra Dios, la fe cristiana y la Iglesia Católica, y los que no quisieron
consentir en eso y por ello fueron llevados a los tormentos y a la muerte, son
verdaderos mártires in odium fidei.
Hay tres libros, que no deben faltar en ningún hogar
decente y católico mexicano: La Santa Biblia o por lo menos el Santo Evangelio
de Jesucristo; una historia de la Aparición de la Santísima Virgen de
Guadalupe; y un libro reciente, aparecido en 1947, con el título de "El
Clamor de la Sangre", que no es, sino una parte del gran Martirologio
Católico, de las víctimas del comunismo en lo referente a nuestra Patria. En
este libro, perfectamente documentado y escrito en forma de efemérides, se
estampan los nombres gloriosos de nuestros mártires, y algunos detalles (los
que se han podido conocer hasta ahora) de esa epopeya cristiana, solamente
superada por la de las doce persecuciones en la Primitiva Iglesia, que sólo
lograron, como sabemos, llenar el cielo de santos, y la tierra entera de fieles
servidores de Jesucristo.
Sería una indignidad, una especie de felonía
incalificable, que desconociéramos, o al menos olvidáramos, esos nombres
augustos de nuestros hermanos empurpurados con su generosa sangre, derramada
por defender los derechos de Jesucristo Rey, frente a la impía conspiración
contra el orden cristiano.
Suélese celebrar con manifestaciones de alegría y de
honor, las Bodas de plata, o sean los veinticinco años de algún suceso notable
en nuestra vida o en la vida de nuestros hermanos y nuestras sociedades.
Hoy, en este año de 2019, se cumplen 93 años del inicio de la epopeya cristiana que he llamado: El Nuevo Martirologio Católico;
inicio, que por una especial bendición de Dios para nuestra Patria, tuvo lugar
en ella, y que había de continuarse, casi sin interrupción, en otros pueblos de
la Cristiandad actual: España, Polonia, Hungría, Checoeslovaquia. Italia,
Albania, China, etc., durante estos veinticinco años, en que la conspiración contra
el orden cristiano, pensaba ya llegar, bajo el nombre de comunismo, no sólo a
las fronteras de la victoria, sino a la misma victoria. De todos esos martirios
de las naciones católicas, tengo el propósito de recordar con la ayuda de Dios,
las gloriosas gestas. No puedo olvidar que, como católicos, las fronteras
geográficas, la diferencia de raza, costumbres o lenguas, son nada para
nosotros, todos hermanos, hijos de un mismo Padre; todos miembros de un solo
Cuerpo Místico, el cuerpo de una sola cabeza que es Jesucristo; que es la Santa
Iglesia Católica; ni puedo olvidar el consolador dogma católico de la Comunión
de los Santos. Los dolores de cualquiera de los miembros de este gran Cuerpo
Místico son nuestros propios dolores, pero la gloria y grandeza de uno de ellos
tan sólo, es nuestra grandeza y nuestra gloria.
Pero evidentemente por haber sido el principio de la
epopeya, hace exactamente veinticinco años, la tragedia sublime de nuestra
Patria, tengo que comenzar por ella, y hablar de las gestas de nuestros
mártires mexicanos en primer lugar. Pretendo así, contribuir al regocijo propio
de unas Bodas de Plata. Y a nadie extrañará, ni siquiera a los padres,
hermanos, viudas, hijos y parientes de los que perecieron en aquella hecatombe,
que hable de regocijo, al recordar tan gloriosas muertes. ¿Qué valen todos los
tormentos y todas las muertes de este mundo pasajero y deleznable, comparados
con los timbres de gloria, que por ellos alcanzaron nuestros mártires, y que
ahora en la morada eterna de los justos, "los hacen brillar como estrellas
por perpetuas eternidades", según dice la Sagrada Escritura? Y, ¿por qué
no hemos de regocijarnos de esto? No han faltado mártires en la historia de la
Iglesia Católica, y también los encontraremos entre los nuestros, que al
recibir los golpes mortales de sus verdugos les daban las gracias más
vehementes, porque por ellos les abrían inmediatamente la patria feliz de la
bienaventuranza. Con ellos, pues, nos regocijaremos también al recordar sus
martirios, y si, como es evidente, ellos si-ven al mismo tiempo de oprobio para
sus verdugos, prescindamos de las personas muchísimas de ellas engañadas, para
reservar toda nuestra repugnancia y toda nuestra reprobación a esa conspiración
contra el orden cristiano, a ese comunismo monstruoso, que encarna, como decía
Pío XI, a las fuerzas del mal, que es el ateísmo militante, y que engañó
vilmente a los unos y a otros los cubrió de gloria inmarcesible, entre nuestros
hermanos. Antes de seguir adelante creo pertinentes algunas observaciones. Y la
primera es acerca del mismo nombre de Mártires, con que frecuentemente
calificaré a los que sucumbieron en la tragedia. No es mi ánimo, ni mucho me nos,
prevenir el juicio de la Iglesia Católica docente, la única autorizada para
declarar, e infaliblemente, la realidad de un verdadero martirio. Uso ese
nombre en el sentido vulgar que le damos, no como ya digno de los honores del
culto cristiano; en el mismo sentido que le daba nada menos que S. S. el Papa
Pío XI de feliz memoria.