También
es gran remedio contra las tentaciones, nunca estar ociosos. Y así, dice San
Casiano que aquellos Padres de Egipto tenían esto por primer principio, y lo
guardaban como tradición antigua, recibida de sus mayores, y lo encomendaban
mucho á sus discípulos por singular remedio: te Halle siempre el demonio
ocupado (2). Y así se lo enseñó Dios a San Antonio, y le dio este medio para
poder perseverar en la soledad y defenderse de las tentaciones, y lo trae San
Agustín. Dice que San Antonio no podía siempre estar en oración, con ser San
Antonio, y era combatido y fatigado algunas veces de diversos pensamientos, y
pidió a Dios: Señor, ¿qué haré que querría ser bueno y mis pensamientos no me
dejan? Y oyó una voz que le dijo: Antonio, si deseas agradar a Dios, ora; y cuando no pudieres
orar, trabaja; procura siempre estar ocupado en algo y hacer lo que es de t u
parte, y no te faltará el favor del Señor (1). Otros dicen que le
apareció un ángel en figura de un mancebo que cavaba un poco, y otro poco
estaba puesto de rodillas en oración, las manos puestas y levantadas, que era
decirle lo mismo. La ociosidad es raíz y origen de muchas tentaciones, y de muchos males;
y así nos importa mucho que nunca el demonio nos halle ociosos, sino siempre
ocupados.
CAPÍTULO XIX
De las tentaciones que vienen con apariencia de gran remedio contra
todas las tentaciones el conocerlas y tenerlas por malas
San
Buenaventura avisa (2) otra cosa común, pero muy necesaria; y es, que estemos
advertidos que a los buenos, que tratan de virtud y de perfección, procura el
demonio acometerles siempre con apariencia de bien, transfigurándose en ángel
de luz. Los venenos y ponzoña, dice San Jerónimo, no se dan sino cubiertos con
azúcar ó con otra cosa gustosa, para que no se sientan, y el cazador esconde el
lazo con el cebo. Así lo hace el demonio: “En este camino que andaba, me
armaron lazo escondido” (1)¡* porque si claramente y al descubierto acometiese
con lo malo, los que aman la virtud y desean servir a Dios huirían de ello y no
haría nada con ellos. Y así, dice San Bernardo: el bueno y virtuoso, nunca es engañado, sino
con apariencia de bien (2). Es el demonio muy astuto y sabe muy bien
por dónde ha de entrar a cada uno: y así, para mejor conseguir su intento,
entra muy disimulado. Lo primero, dice San Buenaventura , propone cosas de suyo
buenas; luego las mezcla con malas; después ofrece falsos bienes y verdaderos
males; y cuando tiene ya a uno en el lazo, que con dificultad puede salir de
él, entonces muestra claramente su ponzoña, y le hace caer en pecados
manifiestos. Es como el escorpión, que tiene una cara halagüeña, y e n la cola
tiene el veneno con que mata.
¡Cuántos,
dice San Buenaventura, han trabado conversación y amistad con algunas personas
so color de espíritu, pareciéndoles que todo aquel trato era de Dios y
espiritual, y que aprovechaban sus almas con aquello! y por ventura al
principio era así; pero ese es el ardid del demonio que vamos ahora
descubriendo. Bien sabemos sus celadas, sus entradas y salidas (3); por ahí
comienza él, primero por cosas buenas; pero luego se siguen de ahí largas
pláticas y conversaciones; y unas veces son de Dios, otras del mucho amor que
se tienen; luego se sigue de ahí el darse algunas cosillas y donecillos en
señal de amor y para que se acuerde el uno del otro; las cuales cosas, como
dice San Jerónimo (4), son señal clara de amor no santo. Va ya mezclando el
demonio males con bienes, y de ahí se siguen falsos bienes y verdaderos males.
De esta manera engaña el demonio a muchos en este y en otros muchos vicios,
cubriéndolos con velo de virtud para que no se entienda ni conozca lo que son,
como el que se finge ser amigo de otro, para tener entrada con él y después
matarle á traición, como hizo Joab con Amasa (1) y Judas con Cristo nuestro
Redentor, entregándole y vendiéndole con beso de paz (2). Y así es menester que
nos guardemos mucho de estas tentaciones que vienen con apariencia de bien, y q
u e estemos muy sobre aviso, porque son tanto más peligrosas, cuanto son menos
conocidas. Por lo cual pedía el Profeta al Señor que le librase del demonio de
mediodía (3). Aun no se contenta el demonio con transfigurarse en ángel de luz,
como dice San Pablo (4), sino que se transfigura en luz de mediodía, haciendo
que parezca muy claro y resplandeciente lo que es oscuridad y tinieblas; y
haciendo entender que no hay que dudar, ni hay peligro ninguno, sino que es
claramente bueno lo que es ciertamente malo y de suyo muy peligroso. Hay
algunos ladrones, los cuales andan tan vestidos de seda que no hay quien los
conozca, ni piense pueda caber tal maldad en hombres que parecen tan honrados,
hasta que los toman con el hurto en las manos, entonces se espantan cómo aquellos
eran ladrones; y dicen: ¿quién pensara tal? Así es la tentación que viene con
apariencia de bien.
Doctrina
es común de los Santos y maestros de la vida espiritual, que es gran remedio
contra todas las tentaciones conocer que es tentación aquella que me combate,
como lo es conocer a uno por enemigo para guardarse de él. Y por eso también
decíamos arriba (1) que el propio conocimiento es un medio eficacísimo para
vencer todas las tentaciones. Y se verá bien la fuerza de este medio por aquí;
si cuando viene la tentación y el movimiento y apetito malo, viesen delante de
vos un demonio horrible y espantoso que os está persuadiendo aquello; ¿qué
haríais? Luego os santiguarías e invocarías el nombre de JESÚS; no sería
menester más de ver que el demonio es el que os persuade a ello, para entender
que es engaño y tentación, y huir de ello, pues esto pasa al pié de la letra en
nuestras tentaciones. Así como tenemos cada uno su ángel custodio, conforme a
aquellas palabras de Cristo: Mirad no menospreciáis uno
de estos pequeñitos; porque os digo de verdad que sus ángeles siempre ven el
rostro de mi Padre que está en los cielos (2); sobre las cuales palabras
dice San Jerónimo (3): Grande es la dignidad de las almas, y en mucho las
estima Dios; pues en naciendo el hombre , luego le asigna y señala un ángel que
le guarde y tenga cuidado de él (4) así como un padre principal da a un hijo
muy querido un hayo que le guarde en lo corporal y le enseñe en las costumbres;
así Dios nos quiso y estimó en tanto, que dio a cada uno un ángel por hayo;
pues volviendo a nuestro punto, también traemos contra nosotros cada uno un
demonio, que atiende y se ocupa en solicitarnos a lo malo, y causar en vosotros
malos pensamientos y peores movimientos y está siempre aguardando la ocasión y
coyuntura para eso, porque nunca duerme, y está mirando nuestra inclinación y
lo que nos da más gusto, para acometernos y entrarnos por allí, tomando por
medio nuestra carne y sensualidad para hacernos mal. Así dijo Dios al demonio:
¿No has consultado a mi siervo Job (1)? como á quien andaba tras él. De manera,
que siempre anda el demonio a nuestro lado (2), así, cuando os viniere algún
movimiento ó algún pensamiento que os incite a hacer algún pecado o alguna
imperfección, entended que esa es tentación del demonio, y santiguaos, y
guardaos como si viese al mismo demonio que os está diciendo que hagáis eso.
San Gregorio (3) trae un ejemplo que le aconteció al bienaventurado San Benito
con un monje suyo, con que se declara bien esto. Dice que un monje era muy
tentado de la vocación; parecíale que no podía llevar el rigor de la Religión,
y queríase volver al mundo, acudía muchas veces con esta tentación a San
Benito, el Santo decíale que era tentación del demonio y aconsejábale lo que le
convenía. Y como hiciese eso muchas veces, y no aprovechase para que el novicio
dejase de hacer instancia para irse, el Santo, cansado e importunado, dijo que
se fuese en buen hora, y mándale dar sus vestidos. Pero al fin, como Padre, no
pudo dejar de sentirlo, y púsose en oración por él, y en saliendo el monje por
las puertas del monasterio para irse al mundo, ve venir contra sí un grande
dragón que abierta la boca le quería tragar. El, temblando y palpitando,
comienza a dar grandes voces: Socorredme; socorredme, hermanos, porque este
dragón me quiere tragar (1). Acudieron los monjes a las voces, y no vieron al
dragón; pero hallaron al monje temblando y casi ya agonizando: tráenle al
monasterio, y en viéndose dentro, hizo voto de nunca más salir de él. Y así lo
cumplió, y no fue de ahí adelante molestado de aquella tentación. Nota allí San
Gregorio, que por las oraciones del bienaventurado San Benito vio al dragón que
le quería tragar, al cual antes no veía, y así le seguía, porque no le tenía
por dragón ni por demonio; pero cuando le vio y conoció, comenzó a dar voces y
a pedir socorro para librarse de él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario