martes, 13 de agosto de 2019

AUDI, FILIA, ET VIDE, ETC. SAN JUAN DE LA CRUZ


EL RETORNO DEL HIJO PRODIGO

CAPITULO 24
De dos remedios para cobrar esperanza en el camino del Señor; y que conviene no acobardarnos.

San Pablo dice (1 Tim., 1, 5): Fin del mandamiento es la caridad, que procede de puro corazón, y conciencia buena, y fe no fingida. Y llama conciencia buena, como dice San Agustín, a la esperanza, para darnos a entender que si no hay buena conciencia, teniendo fe y amor, y buenas obras, que de aquí proceden, no habrá viva esperanza que nos dé alegría. Y si hay alguna falta en la buena conciencia, habrála también en el conhorte (conhorte: consuelo, esfuerzo) y alegría que se causan por la perfecta esperanza, porque aunque no muera, pues el tal hombre está en gracia, mas en fin obrará flacamente.
Así que los que dicen: «Cree que Dios te perdona y te ama, y serás perdonado y amado» (para el hereje Martín Lutero, a quien alude el autor, la justificación no es más que la fe, la confianza, la corazonada con que uno se persuade que está perdonado, que es justo, aunque siga siendo tan corrompido, pues todas sus obras siguen siendo pecado); y otras semejables palabras a éstas, muy gravemente se engañan, y dan testimonio que hablan de imaginación, y no de experiencia, ni según la fe. Y aquellos tales esfuerzos, como no son de Dios, no pueden tener en pie al hombre cuando se ofrece tribulación que sea de verdad. El esfuerzo del corazón, y el gozo de la buena conciencia, frutos de la buena vida son; el cual hallan dentro de sí los que bien viven, aunque no miren en ello; y cuanto más crece lo uno, más crece lo otro. Y de causa contraria se sigue el efecto contrario, según está escrito (Eccli., 36, 22): El corazón malo da tristeza, y de ésta nace la desconfianza, y otros males con ella.
CAPITULO 24
De dos remedios para cobrar esperanza en el camino del Señor; y que conviene no acobardarnos.
Aunque el remedio de la tentación se dilate; y cómo hay corazones que no se saben humillar sino con golpes de tribulaciones, y por eso los conviene ser así curados.
Lo que de todo esto habéis de sacar es, que pues tanto os conviene andar confortada con la buena esperanza, y alegre en el servicio de Dios, procuréis para ello dos cosas. La una, la consideración de la bondad y amor divinal, que en darnos a Jesucristo por nuestro se nos manifiesta. Y la otra, que echando de vos toda pereza y tibieza, sirváis con diligencia a nuestro Señor. Y cuando en alguna culpa cayeres, que no os desmayéis con desconfianza, más que procuréis el remedio y esperéis el perdón. Y si muchas veces cayeres, muchas procuréis de os levantar. Porque ninguna razón sufre que vos os canséis de recibir el perdón, pues Dios no se cansa de os lo dar. Que quien mandó que perdonásemos a nuestros prójimos NO sólo siete veces al día, más setenta veces siete (Mt, 18, 22), que quiere decir, que perdonemos sin tasa, muy mejor dará el Señor su perdón cuantas veces le fuere pedido; pues su bondad es mayor, y está puesta por ejemplo a la cual sigamos nosotros.
Y si la entereza de vida y remedio que vos deseáis no viene tan presto como querrías, no por eso penséis que nunca os ha de venir. Y no seáis semejantes a los que dijeron: Si en cinco días no enviare Dios remedio, darnos hemos a nuestros enemigos; porque con mucha razón reprendió a estos tales Judith (8, 11), y les dijo: ¿Quién sois vosotros, que tentáis al Señor? No es tal palabra como ésta para provocarle a misericordia, más antes para despertar su ira y encender su furor. ¿Habéis vosotros señalado tiempo de la misericordia del Señor? ¿Y habéis señalado el día conforme a vuestra voluntad? Aprended, pues, a esperar al Señor hasta que venga con su misericordia, y no os canséis de padecer, pues os va en ello la vida. Y si los aprietos grandes os enflaquecen la esperanza, ellos mismos os la deben esforzar, porque suelen ser víspera del remedio; pues la hora del Señor para librar es cuando la tribulación ha mucho tiempo durado, y en el presente aprieta más; como parece en sus discípulos, a los cuales dejó padecer tres partes de la noche, y a la postrera los consoló (Mt., 14, 25). Y a su pueblo libró del cautiverio de Egipto cuando estaba más crecida la tribulación que padecía; y así hará a vos cuando no penséis.
Y si os parece que quisieras tener una vida muy santa y perfecta, y que toda ella diera gloria al Señor, sabed que hay personas tan soberbias y yertas (Yertas: erguidas, orgullosas, tiesas), que no se saben humillar sino a costa de tentaciones y de desconsuelos, y aun de caídas; y son tan flojas, que no andan el camino de Dios con diligencia, sino a poder de muchas espoladas; y tienen un corazón tan duro, que han menester para quebrantarlo tener muchos males; y no saben tener discreción ni cautela, sino después de haber muchas veces errado; en fin, tienen un corazón, que con pocos bienes se hincha y hace vano; y han menester muchos males para andar humillados para con Dios y los prójimos. Y la cura de estos males ya vos veis que no puede ser sino con cauterios de fuego, de permitir Dios desconsuelos e ignorancias, y aun pecados, para que  así lastimados, se humillen y sean libres de los males ya dichos. Dice el Profeta Micheas (4, 10): Vendrás hasta Babilonia, y allí serás librado, y te redimirá Dios de la mano de tus enemigos; porque en la confusión de estas caídas y vida se suele el hombre humillar y buscar el remedio de Dios y hallar lo que por ventura, a no haber caído, lo perdiera por soberbia, o no lo buscara con diligencia y dolor.
Gracias, Señor, a Ti para siempre, que de males tan perjudiciales sueles sacar bienes del cielo, y que tan bien eres glorificado en perdonar pecadores, como lo eres en hacer justos y tenerlos en pie, y salvas, por vía de corazón contrito y humillado, al que no fue para servirte con lealtad; y haces que los pecados den ocasión a que el hombre sea humilde, cauto y diligente; y que como Tú dijiste (Lc., 7, 43): A quien más sueltan, más ame. Y así se cumple lo que dijo tu Apóstol (Jac, 2, 13) que misericordia en justicia hace parecer más ilustre tu justicia, pues parece mayor tu bondad en perdonar y salvar a los que han pecado y se tornan a Tí Y en otra parte dijo (Rom., 8, 28) que los que aman a Dios, todas las cosas se les tornan en bien, y aun los pecados que han hecho, como dice San Agustín. Lo cual no toméis por ocasión de tibieza, ni de pecar fácilmente, pues por ninguna cosa se debe hacer; mas para que si tal desdicha os viniere que ofendáis a nuestro Señor, no hagáis otro peor mal en desconfiar de su misericordia.


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