EL RETORNO DEL HIJO PRODIGO
CAPITULO 24
De dos remedios para cobrar esperanza en el camino del Señor; y que
conviene no acobardarnos.
San
Pablo dice (1 Tim., 1, 5): Fin del mandamiento es la caridad, que procede de
puro corazón, y conciencia buena, y fe no fingida. Y llama conciencia buena,
como dice San Agustín, a la esperanza, para darnos a entender que si no hay
buena conciencia, teniendo fe y amor, y buenas obras, que de aquí proceden, no
habrá viva esperanza que nos dé alegría. Y si hay alguna falta en la buena
conciencia, habrála también en el conhorte (conhorte: consuelo, esfuerzo) y
alegría que se causan por la perfecta esperanza, porque aunque no muera, pues
el tal hombre está en gracia, mas en fin obrará flacamente.
Así
que los que dicen: «Cree que Dios te perdona y te ama, y serás perdonado y
amado» (para el hereje Martín Lutero, a quien alude el autor, la justificación no
es más que la fe, la confianza, la corazonada con que uno se persuade que está
perdonado, que es justo, aunque siga siendo tan corrompido, pues todas sus
obras siguen siendo pecado); y otras semejables palabras a éstas, muy gravemente
se engañan, y dan testimonio que hablan de imaginación, y no de experiencia, ni
según la fe. Y aquellos tales esfuerzos, como no son de Dios, no pueden tener
en pie al hombre cuando se ofrece tribulación que sea de verdad. El esfuerzo
del corazón, y el gozo de la buena conciencia, frutos de la buena vida son; el
cual hallan dentro de sí los que bien viven, aunque no miren en ello; y cuanto
más crece lo uno, más crece lo otro. Y de causa contraria se sigue el efecto
contrario, según está escrito (Eccli., 36, 22): El corazón malo da tristeza, y
de ésta nace la desconfianza, y otros males con ella.
CAPITULO 24
De dos remedios para cobrar esperanza en el camino del Señor; y que
conviene no acobardarnos.
Aunque
el remedio de la tentación se dilate; y cómo hay corazones que no se saben
humillar sino con golpes de tribulaciones, y por eso los conviene ser así
curados.
Lo que
de todo esto habéis de sacar es, que pues tanto os conviene andar confortada
con la buena esperanza, y alegre en el servicio de Dios, procuréis para ello
dos cosas. La una, la consideración de la bondad y amor divinal, que en darnos
a Jesucristo por nuestro se nos manifiesta. Y la otra, que echando de vos toda
pereza y tibieza, sirváis con diligencia a nuestro Señor. Y cuando en alguna
culpa cayeres, que no os desmayéis con desconfianza, más que procuréis el
remedio y esperéis el perdón. Y si muchas veces cayeres, muchas procuréis de os
levantar. Porque ninguna razón sufre que vos os canséis de recibir el perdón,
pues Dios no se cansa de os lo dar. Que quien mandó que perdonásemos a nuestros
prójimos NO sólo siete veces al día, más setenta veces siete (Mt, 18, 22), que
quiere decir, que perdonemos sin tasa, muy mejor dará el Señor su perdón
cuantas veces le fuere pedido; pues su bondad es mayor, y está puesta por ejemplo
a la cual sigamos nosotros.
Y si
la entereza de vida y remedio que vos deseáis no viene tan presto como querrías,
no por eso penséis que nunca os ha de venir. Y no seáis semejantes a los que dijeron:
Si en cinco días no enviare Dios remedio, darnos hemos a nuestros enemigos; porque
con mucha razón reprendió a estos tales Judith (8, 11), y les dijo: ¿Quién sois
vosotros, que tentáis al Señor? No es tal palabra como ésta para provocarle a
misericordia, más antes para despertar su ira y encender su furor. ¿Habéis vosotros
señalado tiempo de la misericordia del Señor? ¿Y habéis señalado el día
conforme a vuestra voluntad? Aprended, pues, a esperar al Señor hasta que venga
con su misericordia, y no os canséis de padecer, pues os va en ello la vida. Y si
los aprietos grandes os enflaquecen la esperanza, ellos mismos os la deben
esforzar, porque suelen ser víspera del remedio; pues la hora del Señor para
librar es cuando la tribulación ha mucho tiempo durado, y en el presente
aprieta más; como parece en sus discípulos, a los cuales dejó padecer tres
partes de la noche, y a la postrera los consoló (Mt., 14, 25). Y a su pueblo
libró del cautiverio de Egipto cuando estaba más crecida la tribulación que
padecía; y así hará a vos cuando no penséis.
Y si
os parece que quisieras tener una vida muy santa y perfecta, y que toda ella
diera gloria al Señor, sabed que hay personas tan soberbias y yertas (Yertas: erguidas,
orgullosas, tiesas), que no se saben humillar sino a costa de tentaciones y de
desconsuelos, y aun de caídas; y son tan flojas, que no andan el camino de Dios
con diligencia, sino a poder de muchas espoladas; y tienen un corazón tan duro,
que han menester para quebrantarlo tener muchos males; y no saben tener discreción
ni cautela, sino después de haber muchas veces errado; en fin, tienen un
corazón, que con pocos bienes se hincha y hace vano; y han menester muchos males
para andar humillados para con Dios y los prójimos. Y la cura de estos males ya
vos veis que no puede ser sino con cauterios de fuego, de permitir Dios desconsuelos
e ignorancias, y aun pecados, para que así lastimados, se humillen y sean libres de
los males ya dichos. Dice el Profeta Micheas (4, 10): Vendrás hasta Babilonia,
y allí serás librado, y te redimirá Dios de la mano de tus enemigos; porque en la
confusión de estas caídas y vida se suele el hombre humillar y buscar el remedio
de Dios y hallar lo que por ventura, a no haber caído, lo perdiera por
soberbia, o no lo buscara con diligencia y dolor.
Gracias,
Señor, a Ti para siempre, que de males tan perjudiciales sueles sacar bienes
del cielo, y que tan bien eres glorificado en perdonar pecadores, como lo eres
en hacer justos y tenerlos en pie, y salvas, por vía de corazón contrito y
humillado, al que no fue para servirte con lealtad; y haces que los pecados den
ocasión a que el hombre sea humilde, cauto y diligente; y que como Tú dijiste (Lc.,
7, 43): A quien más sueltan, más ame. Y así se cumple lo que dijo tu Apóstol (Jac,
2, 13) que misericordia en justicia hace parecer más ilustre tu justicia, pues parece
mayor tu bondad en perdonar y salvar a los que han pecado y se tornan a Tí Y en
otra parte dijo (Rom., 8, 28) que los que aman a Dios, todas las cosas se les tornan
en bien, y aun los pecados que han hecho, como dice San Agustín. Lo cual no
toméis por ocasión de tibieza, ni de pecar fácilmente, pues por ninguna cosa se
debe hacer; mas para que si tal desdicha os viniere que ofendáis a nuestro
Señor, no hagáis otro peor mal en desconfiar de su misericordia.
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