LEON XIII CELEBRANDO LA SANTA MISA
IV
Para
preparar el Congreso Eucarístico de 1981, se redactó un cuestionario cuya
primera pregunta era la siguiente: "Entre estas dos definiciones, 'Santo Sacrificio de la Misa' y 'Comida Eucarística',
¿cuál adopta usted espontáneamente?" Habría mucho que decir sobre esta
manera de interrogar a los católicos en la que en cierto modo se les deja la
libertad de elegir y se apela a su juicio personal en una cuestión en la cual
la espontaneidad nada tiene que hacer. No se puede elegir la definición de la
misa así como se elige un partido político. Pero, ¡ay! La insinuación no se
debe a la torpeza del redactor de este cuestionario. Hay que convencerse: la reforma litúrgica
tiende a reemplazar la noción y la realidad del Sacrificio por la realidad de
una comida. Y así es como se habla de celebración eucarística y de
Cena (que por otro lado hoy por hoy son
los términos más empleados porque la noción de SACRIFICIO brilla por su
ausencia), pero el término Sacrificio es
mucho menos empleado y casi ha desaparecido por entero de los manuales de
catecismo y de predicación. El término no figura en el Canon Nº 2 llamado de
san Hipólito. Esta tendencia tiene relación con lo que comprobamos tocante a la
Presencia real: si ya no hay sacrificio, ya no hay más necesidad
de una víctima. La víctima está presente con miras al sacrificio.
Convertir la misa en una comida conmemorativa, en una comida fraternal es el
error de los protestantes. ¿QUE OCURRIÓ EN EL SIGLO XVI? Primeramente lo que
está pasando en nuestros días. Los protestantes reemplazaron inmediatamente el altar por una
mesa, suprimieron el crucifijo de la mesa e hicieron volver al "presidente
de la asamblea" en dirección de los fieles. El desarrollo de la
Cena protestante se encuentra en Fierres Vivantes, el libro compuesto
por los obispos de Francia que todos los niños que aprenden catecismo deben
utilizar obligatoriamente: "Los cristianos se reúnen para celebrar la eucaristía;
se trata de la misa... Los cristianos proclaman la fe de la iglesia, ruegan por
el mundo entero, ofrecen el pan y el vino... El sacerdote que preside la
asamblea dice la gran oración de acción de gracias..." Ahora
bien, en la religión católica, es el sacerdote quien celebra la misa, es él
quien ofrece el pan y el vino (Misa
tradicional o tridentina como le quieran llamar). El concepto de presidente
está tomado directamente del protestantismo. El vocabulario mismo sigue al
cambio de espíritu. Antes se decía: "Monseñor
Lustiger celebrará una misa pontifical". Me han dicho que en la Radio
Notre-Dame, la frase que ahora se utiliza es: "Jean-Marie Lustiger presidirá una concelebración".(el cambio
es notorio entre celebrar y dirigir, más claro échenle agua) Véase cómo se
habla de la misa en un folleto editado por la Conferencia de Obispos suizos. "La comida del Señor realiza en primer término la
comunión con Cristo. Es la misma comunión que Jesús realizaba durante su vida
terrestre cuando se sentaba a la mesa con los pecadores, comida que continúa en
la comida eucarística desde el día de la Resurrección. El Señor invita a sus
amigos a reunirse y él estará presente entre ellos." ¡Pues no!
Todo católico está obligado a responder de manera categórica.
LA MISA NUEVA
¡No!
La misa no es eso. No es la continuación de una comida semejante a aquella en
la que nuestro Señor invitó a san Pedro y a algunos discípulos una mañana a
orillas de lago después de su resurrección; "Luego pues que subieron
saltando a tierra vieron allí un fuego de carbón, un pescado puesto encima y
pan... Díceles Jesús, 'Venid y almorzad' y ninguno de los discípulos se atrevió
a preguntarle '¿Quién eres tú?' conociendo que era el Señor. Viene entonces
Jesús, toma el pan, lo da a sus discípulos y asimismo el pescado" (San
Juan, XXI, 9-13). La comunión del sacerdote y de los fieles es una comunión con
la víctima que se ofrece en el altar del sacrificio. Ese altar es macizo y está
hecho de piedra; si no es de piedra contiene por lo menos la piedra de altar
que es una piedra de sacrificio, en ella se han incrustado reliquias de
mártires porque ellos ofrecieron su sangre por su Maestro. Esta comunión de la
sangre de Nuestro Señor con la sangre de los mártires nos alienta a ofrecer
también nosotros nuestras vidas. Si la misa es una comida, comprendo que el sacerdote se vuelva
hacia los fieles. Uno no preside una comida volviendo la espalda a
los invitados. Pero un sacrificio se ofrece a Dios no a
los circunstantes. Por esa razón el sacerdote, a la cabeza de los
fieles, se vuelve hacia Dios, hacia el crucifijo que domina el altar. Hoy se
insiste en toda ocasión en lo que el Nuevo Misal de los domingos llama "el relato de la institución". El Centro
Jean Bart, centro oficial del obispado de París, declara: "En el corazón de la misa hay un relato”. Otra
vez ¡No! La misa no es una narración, es una acción. Hay tres condiciones
indispensables para que la misa sea la continuación del Sacrificio de la Cruz: la oblación de la
víctima, la transubstanciación que hace a la víctima efectivamente presente y
no simbólicamente (Esta noción teológica de transubstanciación es muy
importante si el sacerdote no tiene una noción clara de ella y comulga con ella
, es difícil que haya la tan deseada conversión del vino en la Sangre de Cristo
y del pan en el Cuerpo de Cristo), la celebración por parte de un sacerdote que
ocupa el lugar del Sacerdote máximo que es Nuestro Señor y que debe estar
consagrado por su sacerdocio. De esta manera la misa puede procurar
la remisión de los pecados. Un simple acto recordatorio,
un relato de la institución acompañado por una
comida distaría mucho de bastar. Toda la virtud sobrenatural de la misa proviene de
su relación con el Sacrificio de la Cruz. Si uno
ya no cree en eso, no cree nada de lo que la Santa Iglesia enseña, la Iglesia
ya no tiene razón de ser y tampoco es necesario pretender ser católico. Lutero
había comprendido muy bien que la misa es el corazón, el alma, de la Iglesia.
Decía: "Destruyamos la misa y destruiremos a la Iglesia". Lo cierto es que
percibimos que el Novus Ordo missae, es decir, la nueva regla adoptada
después del concilio, se alinea según las concepciones protestantes o, por lo
menos, se aproxima a ellas peligrosamente. Para Lutero, la misa
podrá ser un sacrificio de alabanza, es decir un acto de loor, de acción de
gracias, pero ciertamente no un sacrificio expiatorio que renueva el Sacrificio de la
Cruz y lo aplica. Para Lutero el Sacrificio de la Cruz tuvo lugar en
un determinado momento de la historia y Lutero permanece prisionero de esa
historia; nosotros no podemos aplicarnos los méritos de Cristo sino por obra de
nuestra fe en su muerte y en su resurrección. En cambio, la Iglesia cree que
ese sacrificio se realiza místicamente en nuestros altares en cada misa, de una
manera incruenta, por obra de la separación del cuerpo y de la sangre en las
especies del pan y del vino. Esa renovación permite aplicar a los fieles
presentes los méritos de la cruz y perpetuar esa fuente de gracias en el tiempo
y en el espacio. El Evangelio de san Mateo termina con estas palabras: "Y
ahora yo estaré con vosotros para siempre, hasta el fin del mundo". La
diferencia de concepción no es insignificante. Sin embargo se procura reducirla
alterando la doctrina católica, como puede comprobarse por numerosos signos en
la liturgia.
Lutero
decía: "El culto se dirigía a Dios como un
homenaje, en adelante se dirigirá al hombre para consolarlo e iluminarlo. El
sacrificio ocupaba el primer lugar, ahora el sermón lo suplantará."
Esto significaba introducir el culto del hombre y, en la Iglesia, la
importancia de la "Liturgia de la palabra". Si abrimos los nuevos
misales comprobamos que esa revolución se ha cumplido. Se agregó una lectura a
las dos que existían y además una "oración
universal" a menudo utilizada para expresar ideas políticas o
sociales. Se llega así a un desequilibrio en favor de la palabra. Una vez
terminado el sermón, la misa ya casi toca a su fin. En la Iglesia, el sacerdote
lleva la marca de un carácter indeleble que lo hace un alter Christus; sólo
el sacerdote puede ofrecer el Santo Sacrificio. Lutero considera la distinción
entre clérigos y laicos como "la primera muralla levantada por los
romanistas"; todos los cristianos son sacerdotes, el pastor no hace sino
ejercer una función al presidir la "misa evangélica". En el nuevo
orden, el "yo" del celebrante ha quedado reemplazado por el
"nosotros"; por todas partes se lee que los fieles
"celebran", se los asocia a actos del culto, leen la Epístola y
eventualmente el Evangelio, distribuyen la comunión, a veces hacen la homilía
que puede ser reemplazada por "un intercambio en pequeños grupos sobre la
palabra de Dios", se reúnen con antelación para "forjar" la
celebración del domingo. Pero todo esto no representa más que una etapa; desde
hace varios años, responsables de organismos episcopales emiten proposiciones
de este género: "Los que celebran no son los ministros, sino que la que
celebra es la asamblea'' (Fichas del Centro Nacional de la Pastoral
Litúrgica) o "La asamblea es el primer tema de la liturgia"; lo
que cuenta no es "el funcionamiento de los ritos, sino la imagen que la
asamblea se forja de sí misma y las relaciones que se instauran entre los
co-celebrantes" (P. Gelineau, artífice de la reforma litúrgica y
profesor en el Instituto Católico de París).
OTRO ASPECTO DE LA MISA NUEVA
Si lo
que cuenta es la asamblea, bien se comprende que las misas privadas sean mal
consideradas, lo cual hace que los sacerdotes ya no las digan, puesto que cada
vez es menos fácil encontrar una asamblea sobre todo en días hábiles. Esto
constituye una ruptura con la doctrina invariable: la Iglesia necesita
multiplicar los sacrificios de la misa para la aplicación del Sacrificio de la
Cruz y para todos los fines que le son asignados-, la adoración, la acción de gracias, la
propiciación y la impenetración.
Y aquí
no acaba todo, pues muchos se proponen eliminar lisa y llanamente al sacerdote,
lo cual da lugar a las famosas ADAP (Assamblées dominicales en l'absence du
prétre).5 Podría uno concebir la idea de que los fieles se reúnan para orar
juntos y honrar así el día del Señor. Pero esas ADAP son en realidad especies
de misas a las cuales únicamente les falta la consagración y esto, como se
puede leer en un documento del Centro Regional de Estudios Socio religiosos de
Lille, sólo porque hasta nueva orden los laicos no tienen el poder de
ejecutar este acto. La ausencia del sacerdote puede ser deliberada "para
que los fieles aprendan a desempeñarse solos". El padre Galineau en Demnm
ia hturgie escribe que las ADAP no son más que una "transición
pedagógica hasta que las mentalidades hayan cambiado" y concluye, con
una lógica que confunde, que hay demasiados sacerdotes en la Iglesia, "sin
duda demasiados para que las cosas evolucionen rápidamente".
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