sábado, 2 de marzo de 2019

AUDI, FILIA, ET VIDE, ETC. San juan de Avila



CAP. 7
Ninguno en esto se engañe, ni se fíe de castidad pasada o presente, aunque sienta su ánima muy fuerte, y dura contra este vicio como una piedra; porque gran verdad dijo el experimentado Jerónimo, que: «Animas de hierro, la lujuria las doma.» Y San Agustín no quiso morar con su hermana, diciendo: «Las que conversan con mi hermana no son mis hermanas.» Y por este camino de recatamiento han caminado todos los santos, a los cuales debemos seguir si queremos no errar. Por tanto, doncella de Cristo, no seáis en esto descuidada; mas oíd y cumplid lo que San Bernardo dice: «Que las vírgenes que verdaderamente son vírgenes, en todas las cosas temen, aun en las seguras.» Y las que así no lo hacen, presto se verán tan miserablemente caídas, cuanto primero estaban con falsa seguridad miserablemente engañadas.
Y aunque por la penitencia se alcance el perdón del pecado, no se alcanza la corona de la virginidad perdida, y «cosa fea es, dice San Jerónimo, que la doncella que esperaba corona pida perdón de haberla perdido», como lo sería si tuviese el Rey una hija muy amada, y guardada para la casar conforme a su dignidad, y cuando el tiempo de ello viniese, le dijese la hija que le pedía perdón de no estar para casarse, por haber perdido malamente su virginidad. «Los remedios de la penitencia, dice San Jerónimo, remedios de desdichados son», pues que ninguna desdicha o miseria hay mayor que hacer pecado mortal, para cuyo remedio es menester la penitencia. Y por tanto, debéis trabajar con toda vigilancia por ser leal al que os escogió, y guardar lo que prometisteis, porque no probéis por experiencia lo que está escrito (Jerem., 2, 19): Conoce y ve cuan mala y amarga cosa es haber dejado al Señor Dios tuyo, y no haber estado su temor en ti; mas gocéis del fruto y nombre de casta esposa, y de la corona que a tales está aparejada.
CAPITULO 8
Por qué medios suele engañar él demonio a los hombres espirituales con este enemigo de nuestra carne; y del modo que se debe tener para no dejarnos engañar.

Debéis estar advertida, que las caídas de las personas devotas no son al principio entendidas de ellos, y por esto son más de temer. Paréceles primero, que de comunicarse sienten provecho en sus ánimas, y fiados de esto usan, como cosa segura, frecuentar más veces la conversación, y de ella se engendra en sus corazones un amor que los cautiva algún tanto, y les hace tomar pena cuando no se ven, y descansan con verse y hablarse. Y tras esto viene el dar a entender el uno al otro el amor que se tienen; en lo cual y en otras pláticas, ya no tan espirituales como las primeras, se huelgan estar hablando algún rato; y poco a poco la conversación que primero aprovecharía a sus ánimas, ya sienten que las tienen cautivas, con acordarse muchas veces uno de otro, y con el cuidado y deseo de verse algunas veces, y de enviarse amorosos presentes y dulces encomiendas o cartas; «las cuales cosas, con otras semejantes blanduras, como San Jerónimo dice, el santo amor no las tiene.» Y de estos eslabones de uno en otro suelen venir tales fines, que les da muy a su costa a entender qué los principios y medios de la conversación, que primero tenían por cosa de Dios, sin sentir mal movimiento ninguno, no eran otro (otra cosa) que falsos engaños del astuto demonio, que primero los aseguraba, para después tomarlos en el lazo que les tenía escondido. Y así, después de caídos, aprenden que «hombre y mujer no son sino fuego y estopa», y que el demonio trabaja por los juntar; y juntos, soplarles con mil maneras y artes, para encenderlos aquí en fuegos de carne, y después llevarlos a los del infierno.
Por tanto, doncella, huid familiaridad de todo varón, y guardad hasta el fin de la vida la buena costumbre que habéis tomado, de nunca estar sola con hombre ninguno, salvo con vuestro confesor; y esto, no más de cuanto os confesáis, y aun entonces decir con brevedad lo que es menester, sin meter otras platicas: temiendo la cuenta que de la habla que hablaréis o que oyereis habéis de dar al estrecho Juez. Y tanto más habéis de evitar esto en la confesión, cuanto más es para quitar los pecados hechos y no para cometer otros de nuevo, ni para enfermar con la medicina. Y la Esposa de Cristo, especialmente si es moza, no fácilmente ha de elegir confesor, mas mirando que sea de muy buena y aprobada vida, y fama, y de madura edad. Y de esta manera estará vuestra conciencia segura delante de Dios, y vuestra fama clara y sin mancha delante de los hombres; porque tened entendido que entrambas cosas habéis menester para cumplir con el alteza del estado de virginidad.
Y cuando tal confesor hallaréis, dad gracias a nuestro Señor, y obedecedle y amadle como a cosa que Él os dio.
Mas mirad mucho que aunque el amor sea bueno por ser espiritual, puede haber exceso en ello por ser demasiado, y puede poner en peligro al que lo tiene; porque fácil cosa es el amor espiritual pasar en carnal. Y si en esto no tenéis freno, vendréis a tener un corazón tan ocupado, como lo tienen las mujeres casadas con sus maridos e hijos. Y ya vos veis que esto sería gran desacato contra la lealtad que debéis a nuestro Señor, que por Esposo tomasteis. Porque, como dice San Agustín: «Todo aquel lugar ha de ocupar en vuestro corazón Jesucristo, que si os casares había de ocupar el marido.» No tengáis, pues, metido en lo más dentro de vuestro corazón a vuestro Padre espiritual, mas tenedle cerca de vuestro corazón, como a amigo del Desposado, no como a esposo. Y la memoria que de él tengáis sea para obrar su doctrina, sin parar más en él, teniéndole por cosa que Dios os dio para que os ayudase a juntaros toda con vuestro celestial Esposo, sin que él se entremeta en la junta. Y debéis estar aparejadas a carecer de él con paciencia, si Dios lo ordenare, en el cual sólo ha de estar colocada vuestra esperanza y arrimo. Y lo que en San Jerónimo leemos del amor y familiaridad que entre él y Santa Paula hubo, conforme a estas reglas fue. Aunque muchas cosas son lícitas y seguras a los que tienen santidad y edad madura, que no lo son a quien les falta lo uno o lo otro, o entrambas cosas. De esta manera, pues, os habéis de haber con el Padre espiritual que eligieres, siendo tal cual os he dicho.
Mas si tal no lo halláres, muy mejor es que os confeséis y comulguéis en el año dos o tres veces y tengáis cuenta con Dios y con vuestros buenos libros en vuestra celda, que no, por confesar muchas veces, poner vuestra fama a algún riesgo. Porque si, como dice San Agustín: «La buena fama nos es necesaria a todos para con los prójimos», ¿cuánto más necesaria será a las doncellas de Cristo? La fama de las cuales es muy delicada, según San Ambrosio dice; y tanto, que tener confesor a quien falte alguna calidad de las dichas pone una mancha en su fama de ellas, que por ser en paño tan preciado y delicado parece muy fea, y en ninguna manera se debe sufrir. Y porque las que se contentan con decir: «No hay mal ninguno; limpia está mi conciencia», y tienen en poco la fama de su honestidad, no se pudiesen favorecer de que a la sacratísima Virgen María le hubiesen impuesto alguna infamia de acuestas, quiso su benditísimo Hijo que ella fuese casada, eligiendo antes que lo tuviesen a Él por hijo de José, no lo siendo, que no que dijesen los hombres alguna cosa siniestra de su sacratísima Madre, si la vieran tener hijo y no ser casada.
Y por tanto, las que estos escándalos no curan de quitar, busquen con quien se amparar; que lo que de la sacratísima Virgen María y de las santas mujeres pueden aprender es limpieza de dentro, y buena fama y buen ejemplo de fuera, con todo recatamiento en la conversación. Y aunque de las demasiadas conversaciones ninguna cosa de éstas se siguiera, aun se debían huir; porque con pensamientos que traen, quitan la libertad del ánima para libremente volar con el pensamiento a Dios. Y quitándole aquella pureza que el secreto lugar del corazón, donde Cristo solo quiere morar, había de tener, parece que no está tan solo y cerrado a toda criatura como a tálamo de tan alto Esposo conviene estar; ni del todo parece haber perfecta pureza de castidad, pues hay en él memoria de hombre.


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