AYUNO Y PENITENCIA
CAPÍTULO X
Comiénzase á tratar de los remedios contra las tentaciones; y primeramente
del ánimo, esfuerzo y alegría que habernos de tener en ellas.
De
caelo, fratres ortamini in Domino, et in potentia virtutis ejus. Induite vos
armaturam Dei, ut possitis stare adversus insidias diaboli (3): Hermanos míos, dice
el Apóstol San Pablo, confortaos en el Señor y en la potencia de su virtud.
Armaos de Dios para que podáis resistir y tener fuerte contra las asechanzas del
demonio. El bienaventurado San Antonio, varón muy ejercitado y experimentado en
estas guerras y batallas espirituales, solía decir que uno de los principales medios para vencer a
nuestro enemigo, es mostrar ánimo, esfuerzo y alegría en las tentaciones; porque
con eso luego él se entristece y desmaya, y pierde la esperanza de podernos
dañar. Nuestro Padre, en el libro de los Ejercicios Espirituales
pone una regla o documento muy bueno a este propósito. Dice (1) que el demonio
nuestro enemigo se ha con nosotros en las tentaciones como se ha una mujer
cuando riñe con algún hombre, que si ve que el hombre le resiste y muestra
pecho, luego ella se amilana, y vuelve las espaldas y huye; pero si siente en
el hombre pusilanimidad y cobardía, luego ella se engríe y toma de allí más
atrevimiento y osadía y se hace un tigre. Así el demonio, cuando nos
tienta, si nosotros le mostramos pecho y brío, y resistimos varonilmente a sus tentaciones,
luego desmaya y se da por vencido; pero si siente en nosotros pusilanimidad y
desmayo, entonces cobra mayor brío y fortaleza, y se hace un tigre y un león
contra nosotros. Y así dice el Apóstol Santiago: Resistite diabolo, et fugiet a
vobis (2): Haced rostro
al demonio, resistidle con ánimo y esfuerzo, y huirá de vosotros.
Confirma esto San Gregorio (3) con aquello de la Escritura en el libro de Job
(4), donde según los Setenta, llama al demonio mirmicoleon, *esto es, león y
hormiga.* Es león de las hormigas; pero si vos le mostráis fortaleza de león,
será una hormiga para vos. Por esto nos aconsejan los Santos que en las tentaciones
no nos entristezcamos, porque nos haremos cobardes y pusilánimes; sino que
peleemos con alegría, como dice la Sagrada Escritura de Judas Macabeos y sus
hermanos y compañeros: Peleaban las batallas de Israel con gran alegría (1); y
así vencían.
Y hay otra razón para esto; que
como los demonios son tan envidiosos de nuestro bien, nuestra alegría les
atormenta y da pena, y nuestra tristeza y pusilanimidad los alegra: y así aunque no fuese sino por eso, habíamos de
procurar no mostrar pusilanimidad ni tristeza, por no darles ese contento, sino
mostrar mucho ánimo y alegría para hacerlos rabiar con eso.
Cuentan
las historias eclesiásticas de los Santos mártires que una de las cosas con que
hacían rabiar a los tiranos, y con que ellos atormentaban más a los tiranos, que
los tiranos a ellos, era con el ánimo y fortaleza que mostraban en los
tormentos. Pues de esa manera nos habernos de haber nosotros con los demonios en
las tentaciones, para hacerlos rabiar, y que queden corridos. Por ser este
medio tan principal para vencer las tentaciones y salir con victoria y triunfo de
nuestros enemigos, iremos diciendo en los capítulos siguientes algunas cosas que
nos ayudarán a tener este ánimo y esfuerzo en ellas.
CAPÍTULO XI
Cuán poco es lo que el demonio puede contra
nosotros.
Ayudarános,
y no poco, para tener ánimo y esfuerzo e n las tentaciones, considerar la
flaqueza de nuestros enemigos y cuán poco puede el demonio contra nosotros,
pues no nos puede hacer caer en pecado ninguno si nosotros no queremos. Dice
muy bien San Bernardo: Mirad y advertid, hermanos míos, cuán flaco es nuestro
enemigo, pues no puede vencer sino al que quiere ser vencido (1). Si
cuando uno va a la guerra a pelear contra sus enemigos, estuviese cierto que si
él quisiese vencería, y que en su mano estaba la victoria, ¡qué contento
llevaría, porque iría cierto de ella, pues de sí está cierto que quiere vencer
y no ser vencido! Pues de esta manera podemos ir nosotros a pelear con el
demonio; porque estamos ciertos que no nos puede vencer, si nosotros no
queremos ser vencidos. San Jerónimo (2) notó esto muy bien sobre aquellas
palabras que el demonio dijo á Cristo nuestro Redentor, cuando puesto en el
pináculo del templo, le tentó persuadiéndole que s e echase de allí abajo (3).
Dice
San Jerónimo: Esa es voz del demonio, que desea q u e todos se echen y caigan
abajo (4).
El
demonio os puede persuadir que nos podéis; más no os puede él echar si vos no queréis
(o); échate de ahí abajo, dice el demonio, cuando os tienta: échate en el
infierno. Decidle vos: échate tú, que sabes ya el camino, que yo no me quiero
echar. Pues si vos no queréis, él no os puede echar; si vos no queréis ir al infierno,
él no os puede llevar allá. Andaba uno muy afligido, y ya m u y consumido y
gastado con una tentación del demonio que le decía interiormente: «ahórcate.»
Díjole un religioso á quien se declaró: hermano, ¿eso n o ha de ser queriendo
vos? Pues decidle, «no quiero:» y avisadme de aquí a ocho días cómo os va. Y
quitósele con aquello la tentación, y volvió a dar las gracias al confesor que
tal remedio le había dado. Pues este es el medio que ahora vamos dando.
Concuerda
bien con esto lo que dice San Agustín: Hermanos míos, antes de la venida de
Cristo, el demonio andaba suelto: pero viniendo él al mundo, ato al demonio que
se había hecho fuerte en él, como dice el sagrado Evangelio (1), y lo vio San
Juan en el Apocalipsis (2): *Vi descender del cielo un ángel que tenia la llave
del abismo, y una grande cadena en su mano; y prendió al dragón, serpiente
antigua, que es el diablo y Satanás, y le ató por mil años; y arrojólo al
abismo y le encerró, y selló sobre la puerta, para que no engañe más las
gentes, hasta que sean cumplidos los mil años; y después de esto conviene que
sea desatado por un poco de tiempo (3).*
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