26.
Pero también fue completamente necesario que este hombre, retardando su muerte,
quisiera convivir algún tiempo entre los hombres, con el fin de que, por las instrucciones
frecuentes y llenas de verdad, los elevase al conocimiento de las cosas invisibles,
los fortificase en la fe por sus obras milagrosas y los formase en las buenas costumbres
por la santidad de sus acciones. ¿Qué le faltó a este Dios-hombre, que tuvo siempre
una vida adecuada, justa y santa ante los hombres, que predicó siempre la verdad,
obrado prodigios y sufrido mil indignidades para lograr nuestra salvación? Y,
si añadimos también la gracia de la remisión de los pecados, es decir, la
remisión gratuita de nuestros crímenes, ¿no es esto seguramente la consumación
perfecta de la obra de nuestra salvación? En verdad, no debemos temer que Dios
no tenga poder para perdonar nuestros pecados, cuando padeció, y padeció tanto,
por los pecadores, mientras sigamos solícitamente sus ejemplos, veneremos sus
milagros y no seamos incrédulos a su doctrina ni ingratos con sus
padecimientos.
27. En
fin, todo lo que Cristo hizo por nosotros, nos fue fecundo; todo nos fue necesario
y ventajoso para nuestra salvación; su debilidad no fue menos útil que su majestad.
Porque si por la fuerza de su divinidad nos libró del yugo del pecado, también por
la debilidad de su carne abolió todos los derechos de la muerte. Por lo que felizmente
dijo el Apóstol: La debilidad de Dios es más fuerte que los hombres.
Pero aunque su propia locura, mediante la cual se complació en salvar el mundo,
combatir la sabiduría del mundo y confundir a los sabios. A pesar de su
naturaleza divina y siendo igual a Dios, se despojó de su rango tomando la
condición de un siervo; siendo rico se hizo pobre por nuestro amor; de grande,
se hizo pequeño; de elevado, humilde; débil, de poderoso que era; padeció
hambre y sed, se fatigó en los caminos y padeció voluntariamente y no por
coacción; esta especie de locura, vuelvo a decir, ¿no ha sido para nosotros un
camino de sabiduría, un modelo de justicia y un ejemplo de santidad, según lo
que dice el mismo Apóstol: La locura de Dios es más sabia que los hombres.
Su
muerte nos libró de la muerte; su vida, del error; y su gracia, del pecado. Su
muerte consumó su victoria por la justicia, porque habiendo el justo pagado por
lo que no robara, justamente mereció recibir lo que perdió. Su vida alcanzó su
fin en la fuerza de su sabiduría, que permanece como ejemplo y espejo de
nuestra vida. En fin, su gracia perdonó los pecados por la potencia de lo que
acabamos de hablar; porque hizo absolutamente todo lo que quiso. La muerte de
Cristo fue la muerte de mi muerte, porque él murió para que yo viva. ¿Cómo será
posible que aquél por quien la Vida murió no viva? ¿Quién temerá en adelante
engañarse en el camino de la virtud y en el conocimiento de la verdad teniendo
a la Sabiduría por guía y por conductora? ¿Quién será tenido por culpable
después de haber sido absuelto por la Justicia? Cristo da este testimonio de sí
mismo en el Evangelio cuando dice: Yo soy la vida. Y el Apóstol nos asegura
las dos cosas siguientes cuando habla de Cristo en estos términos: Nos fue
dado por
Dios Padre para ser nuestra justicia y nuestra sabiduría.
28.
Porque si la ley del espíritu de la vida en Cristo Jesús nos libró de la ley
del pecado y de la muerte, ¿por qué continuamos aún muriendo y no nos
revestimos inmediatamente del don de la inmortalidad? Simplemente para que se
cumpla la verdad de Dios; pues, como Dios ama la misericordia y la verdad,
es preciso que el hombre muera, por haberlo Dios declarado así; y es menester
también que resucite de la muerte a la vida para que Dios no se olvide de tener
misericordia. Y, aunque la muerte no tenga un dominio perpetuo sobre nosotros,
pese a ello, lo tiene por un tiempo, a causa de la verdad de Dios; del mismo
modo, no es destruido enteramente el pecado en nosotros, aunque ya no ejerza
tan poderosamente su tiranía sobre nuestro cuerpo mortal. Por eso San Pablo,
mientras por una parte se ufana de estar libre de la ley del pecado y de la muerte,
por otra se queja de las miserias y penas que siente alguna veces de la parte
de una y otra ley cuando clama contra los ataques del pecado con estas palabras
quejumbrosas: Siento en mis miembros otra ley, etc., o sea, cuando gime
por las miserias que lo aflijen, que son, sin duda, la ley de la muerte,
aguardando con ansia la libertad de su cuerpo.
29.
Similares reflexiones, u otras análogas, según la disposición de cada uno, pueden
ser sugeridas a los cristianos por el sepulcro; pienso que quienes puedan contemplar
el lugar propio de la sepultura del Señor se sentirán como poseídos de la más
dulce e intensa devoción, y que les hará un gran bien contemplarlo con sus
propios ojos. Pues, aunque este sepulcro quede ahora privado de la posesión de
sus miembros sagrados, no deja, con todo ello, de estar lleno de nuestros
gozosos misterios. Yo los llamo nuestros, y muy nuestros, con tal de que con
tanto afecto los abracemos con cuanta seguridad aceptemos las palabras del
Apóstol: Fuimos sepultados con Él por el bautismo para morir por Él, con el
fin de que, igual que Cristo resucitó por la gloria del padre, también nosotros
caminemos en una nueva vida. Pues, si fuimos injertados en él por una muerte
semejante a la suya, también lo seremos por la semejanza de su resurrección.
¡Qué satisfacción tan agradable experimentan los peregrinos, después de haber
padecido las grandes fatigas de un largo viaje, después de haber escapado a una
infinidad de peligros a los que se expusieron por mar y por tierra, al reposar,
por fin, en el mismo lugar en el que su mismo Señor fue depositado! Imagino que
reciben una alegría tan grande que no sienten ya las fatigas del camino ni la
cuantía de sus gastos, sino que, según el pensamiento de la Escritura, se
sienten transportados de gozo después de haber encontrado el sepulcro, al
que miran como la recompensa de sus trabajos y el premio de su carrera. Pero no
penséis que casualmente, súbitamente o por un rumor popular se hiciera tan
célebre este santo sepulcro, pues el profeta Isaías ya lo predijo claramente
muchos siglos antes en estos términos: Aquel día la raíz de Jesé se levantará
como insignia de los pueblos; lo buscarán las naciones y será glorioso su sepulcro.
Así vemos efectivamente cumplido lo que predijeron los profetas y, si es una novedad
para los que ahora lo ven, es antigua para los que leyeran las Escrituras. Así sentimos
el gozo del nuevo y no quedamos sin la garantía de lo antiguo. Y esto es suficiente
por lo que toca al sepulcro.
XII. Betfage.
30.
¿Qué diré del lugar de Betfage, la aldea de los sacerdotes, de la que por poco me
olvido, pero que guarda tanto el sacramento de la confesión como el misterio
del ministerio sacerdotal? Betfage significa “casa de la boca”. Y escrito está:
La palabra está cerca de tu boca y de tu corazón. Ten presente que esta
palabra no está ni en el corazón ni en la boca, sino en ambas. La palabra
produce en el corazón del pecador la contrición saludable, y esta misma palabra
arranca en la boca la vergüenza perniciosa, para que no estorbe la necesaria
confesión. De donde viene que declare la Escritura: hay un pudor que conduce
al pecado y un pudor que conduce a la gloria. El pudor útil es lo que nos
hace avergonzar de haber cometido pecado o de cometerlo actualmente, y hace que,
sin nadie ser testimonio de tu acción, respetes la mirada de Dios más que la de
los hombres, por cuanto sabes que Dios es mucho más puro y lo conoce todo mejor
que cualquiera, y que el pecador tanto más gravemente lo ofende cuanto el
pecado le es más esencialmente opuesto. Sin duda, este pudor destierra el
oprobio y dispone a la gloria cuando rechaza el pecado o, cometido éste, lo
satisface por la penitencia o lo elimina con la confesión; con todo, debe de
quedar claro que nuestra gloria radica también en el testimonio de la propia
conciencia. Pero, si alguien tiene vergüenza de confesar el pecado que le pesa,
esta vergüenza produce el pecado y destruye la gloria que viene del testimonio
de la conciencia, al estorbar esta necia vergüenza, teniendo cerrada la boca, que
la lengua ponga fuera el pecado que la compunción se esfuerza en arrojar del
fondo del corazón; ¡cuándo a ejemplo de David debería clamar: ¡No, no
impediré a mis labios hablar, Señor; tú lo sabes! También de este pudor
necio e irracional, según pienso, el rey penitente se hacía esta reprensión: Porque
callé, mis huesos se consumían. Lo que igualmente le hace desear que se
ponga una puerta de circunspección a sus labios con el fin de saber abrir su
boca para la confesión y cerrarla para las excusas. En fin, pide abiertamente
esta misma gracia a Dios sabiendo muy bien que la confesión y los loores son
obra suya. En verdad es un gran bien esta doble confesión, por la que no
ocultamos nuestra malicia y anunciamos la magnificencia de la bondad y de la
potencia divina; pero también esto es un puro don de la libertad de Dios. Por
ello le habla en estos términos: No dejes que se incline mi corazón a
palabras maliciosas para pretextar excusas a mis pecados. Es, pues, muy
necesario que los sacerdotes, como ministros que son de Dios, tengan un cuidado
muy particular de insinuar las palabras de temor y de contrición en los
corazones de los pecadores, con tanta moderación, que no se espanten ni se
retiren de la confesión de sus pecados. Abran de tal manera los corazones que
no cierren sus bocas y no absuelvan sino a los que, estando verdaderamente
compungidos, confesaran todos sus pecados, porque es menester creer de
corazón para obtener la rehabilitación, y confesar de boca para obtener la
salvación. De lo contrario, sería como la confesión de un muerto, que es
como si no existiese. Cualquiera, pues, que tenga la palabra en la boca, y no
en el corazón, es un superficial o un mentiroso; y aquél que la tiene en el
corazón y no en la boca o es soberbio o un tímido.
XIII. Betania.
31.
Aunque me apresuro a acabar, no debo de ningún modo pasar en silencio por la
casa de la obediencia que significa el nombre de Betania, la villa de María y
de Marta, donde Lázaro fue resucitado; ésta representa la figura de la vida
activa y contemplativa que nos recuerda el ligar de la admirable clemencia de
Dios hacia los pecadores, y la virtud de la obediencia junto a los frutos de la
penitencia. Basta con advertir sucintamente en este lugar que ni la práctica de
las obras buenas, ni el reposo de una santa contemplación, ni las lágrimas de
la penitencia serán jamás agradables fuera de Betania a aquel Señor que estimó
tanto la obediencia, que quiso más perder la vida que esta virtud, haciéndose
obediente al Padre hasta su muerte. Estas son, sin duda, aquellas riquezas que
el profeta nos promete de la palabra del Señor: El Señor consolará a Sión y
la relevará de todas sus ruinas; cambiará su desierto en lugar de delicias y su
soledad se hará jardín del Señor. No se verá en ella sino gozo y alegría,
acciones de gracias y cánticos de alabanza. Estas delicias del orbe, este
tesoro celestial, esta herencia de los pueblos fieles, han sido confiadas a
vuestra fe, carísimos, se han encomendado a vuestra prudencia y a vuestro
valor. Y vosotros seréis capaces de guardar fielmente este sagrado depósito con
tal de que no presumáis nada de vuestra prudencia y de vuestra fuerza y sólo
pongáis toda vuestra seguridad en el socorro de Dios. Pues debéis saber que el
hombre no se sostendrá de su propia fuerza. Por tanto, debéis decir con el
profeta: El Señor es mi fuerza, mi refugio y mi libertador. Y también: Conservaré
mi fuerza para ti, porque tu eres mi protector; ¡oh Dios mío! Su misericordia
me va a prevenir. Y aún: No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre
de la gloria, para que sea bendecido en todas las cosas aquel Señor que
adiestra a vuestras manos para la batalla y vuestros dedos para el combate.
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