viernes, 15 de diciembre de 2017

BREVE RESUMEN DE LOS ERRORES DEL CONCILIO VATICANO II


La marisma niega, además, el libre albedrío (defendido sólo por algunas exégesis minoritarias consideradas heréticas) y profesa un determinismo absoluto, que no deja lugar en el mundo a relaciones causales auténticas, visto que todas nuestras acciones, buenas o malas, están ya "consignadas" en el decreto inescrutable de Alá (Corán 54,52-53).
9.6.1 El reconocimiento de Lumen Gentium § 16 se repite en la declaración Nostra Aetate de manera más detallada y grave: «La Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes, que adoran al Dios único, viviente y subsistente, misericordioso y todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra (cf San Gregorio VIL Epist. 21 ad Anzir (Nacir), regem Mauritaniae: PL 148, 450s), que habló a los hombres [qui unicum Deum adorant (...) homines allocutum], a cuyos escondidos decretos procuran someterse con toda el alma [cuius occultis etiam decretis tato animo se submittere student] como se sometió Abraham, a quien la fe islámica mira con complacencia» (NA § 3).
Aquí se afirma sin más ni más que el dios en quien creen los islamitas "habló a los hombres" (1). Así que ¿pretende hacer ver con ello el concilio que considera auténtica la "revelación" transmitida por Mahoma en el Corán? Si fuera así, ¿no tendríamos aquí una apostasía implícita de la fe cristiana, dado que la "revelación" expuesta en el Corán contradice expresamente todas las verdades fundamentales de aquélla? Por añadidura, se describen las creencias de la muslemía exactamente igual que ésta las entiende, como si se las aprobase. En efecto, se usa -la imagen de la "sumisión a Dios", que no otra cosa es lo que significa la voz "islam" (sumisión), cuyo adjetivo sustantivado es muslim, musulmán (sometido [a Dios]). La frase entera parece un eco de Corán 4, 125: «¿Quién es mejor, tocante a religión, que quien se somete a Dios, hace el bien y sigue la religión de Abraham, que fue Hanif [un monoteísta puro]?». Por último, la referencia a la obediencia a los "escondidos decretos" de Alá tiene un marcadísimo sabor islámico, puesto que nos recuerda que a Alá se le define en el Corán como "el Visible y el Escondido" (Corán 57, 3) (Visible en sus obras y Escondido en sus decretos): como si el concilio hubiese querido hacer comprender con ello que su "aprecio" no retrocedía ante el carácter ambiguo, turbio, impenetrable, de la entidad que habla en el Corán.
El elogio del Vaticano II a la "fe" de Abraham profesada por los musulmanes, como si constituyese una característica que los acerca a nosotros, oculta la verdad, ya que, como se sabe, el Abraham del Corán, embebido de elementos legendarios y apócrifos, no coincide con el Abraham verdadero, que es obviamente el de la Biblia, visto que el Corán le atribuye a Abraham un monoteísmo denominado "puro", es decir, antitrinitario, anterior al judeocristiano, que Mahoma, en cuanto profeta árabe, descendiente de Abraham por la línea de Ismael, fue llamado por Dios a restaurar, liberándolo de las presuntas falsificaciones de hebreos y cristianos (1).
9.6.2 Nostra Aetate muestra que también toma seriamente en consideración la veneración que los agarenos profesan a Jesús y a la Santísima Virgen: «Veneran a Jesús como profeta, aunque no lo reconocen como Dios; honran a María, su madre virginal, y a veces también la invocan devotamente» (NA § 3. cit.).
Se sabe, empero, que la "cristología" del Corán se basa en el Jesús torcido y desfigurado de los evangelios apócrifos y de las herejías gnósticas de distintos tipos que pululaban en Arabia en tiempos de Mahoma. Nos muestra a un Jesús (Isa) nacido de una virgen por intervención divina (del ángel Gabriel), profeta particularmente acepto a Alá, un mero mortal, bien que milagrero por concesión de Alá; un profeta, pues, que predicó el mismo monoteísmo atribuido a Abraham (Corán 57, 26-27), cuya fórmula reza así: «No hay ningún otro dios que Dios, el Uno, el Invicto» (Corán 38, 65). Por eso Jesús, según la marisma, fue un "siervo de Dios" (Corán 19,30), un sometido a Alá, o sea, un muslim, un musulmán, como Abraham, hasta el punto de que anunció, al igual que éste, la venida de Mahoma (Corán 61, 6) (1). Cuando los sarracenos veneran a Jesús como profeta, lo entienden, pues, como "profeta del Islam", mentira que no puede aceptar ningún católico que siga conservando la fe, como es obvio.
a9.6.3 Por lo que se refiere a la veneración islámica de la Santísima Virgen, a quien a veces los moros "invocan devotamente", fuerza es precisar que constituye un culto irrelevante, de fondo supersticioso; un "culto", en cualquier caso, que se enseñe o mande en cuanto madre de un "profeta del islam", no en cuanto madre de Dios: un culto desde luego ofensivo para oídos católicos.
Hay que replicar, además, que también la "mariología" del Alcorán está corrompida por entero: trae origen de un libro de fuente apócrifa y herética, ignora por completo la existencia de San José y del Espíritu Santo, llama a la Virgen María "hermana de Arón", hermano de Moisés, e «hija de Imram» (en hebreo: Arnram), que era su padre (Núm 26, 59), uniéndola nada menos que con María la profetisa (Ex 15,20), que vivio alrededor de doce siglos antes de Cristo.
Para colmo, inserta a la Virgen María en la aborrecida Trinidad de los cristianos, a la que rechaza con acritud, y que consta, al decir del Alcorán de Dios (Padre), María (Madre) y Jesús (HIJO): «y cuando dijo 'Dios: "[Jesús, hijo de María! ¿Eres tú quien a dicho a los hombres: 'Tomadnos a mí ya mi madre como a dioses [literalmente: 'como a dos dioses'], además de tomar a Dios! Dijo [Jesús]: "Gloria a Ti! ¿Cómo voy a decir algo que no tengo por verdad? [Corán 4, 171; 5, 73] Si lo hubiera dicho, Tu lo habrías sabido. Tú sabes lo que hay en mí [es decir: 'cómo pienso'], pero yo no sé lo que hay en Ti, Tú eres Quien conoce a fondo todas las cosas ocultas"» (Corán 5, 116).
9.6.4 Por remate de todo, Nostra Aetate § 3 cit. parece loar a los agarenos y señalarlos como ejemplo a los católicos porque «esperan, además, el día del juicio, cuando Dios remunerara a todos los hombres resucitados. Por tanto, aprecian la vida moral y honran a Dios, sobre todo, con la oración, las limosnas y el ayuno»; razón por la cual el concilio «exhorta a todos a que, olvidando lo pasado», es decir, las «no pocas desavenencias y enemistades entre cristianos y musulmanes» que surgieron en el transcurso de los siglos, «procuren con sinceridad comprenderse mutuamente, defender y promover unidos la justicia social, los bienes morales, la paz y la libertad para todos los hombres» (NA, ibid.).
También aquí se tuerce con violencia el significado de los hechos históricos, porque se reducen artificiosamente a meras "desavenencias y enemistades" las luchas sangrientas, largas cruentas, fe contra fe, que hubimos de sostenerla lo largo de los siglos rechazar el asalto del islam. Además, también se pasan por alto las diferencias abisales que median entre la escatología católica y la islámica (la carencia de una verdadera visión beatífica, la carnalidad del paraíso, la eternidad de las penas infernales sólo para los infieles), por no mencionar la incompatibilidad absoluta de su concepción de la "vida moral" y del "culto" con la nuestra: el islam es una religión que, además de admitir instituciones moralmente inaceptables como la poligamia, con todos sus corolarios, pretende garantizar la salvación nada más que con solas las prácticas legales del culto; constituye, pues, una religión exterior y legalista, aún más que el fariseísmo, condenado por Nuestro Señor a boca llena (cf. Mt 6, 5). Todo eso se pasa en silencio para invitarnos a una colaboración imposible con la morisma, aunque sólo sea porque ésta no da a las expresiones "justicia social", "paz", "libertad", etc., otro significado que el que puede inferirse del Corán y de la Asuna (lo que dijo e hizo Mahoma), según los ha entendido la interpretación "ortodoxa" a lo largo de los siglos: un significado islámico, absolutamente distinto del nuestro. Por poner un ejemplo, la morisma agarena no entiende la paz ni siquiera a la manera del Pontífice actualmente reinante: al no admitir que los islamitas puedan vivir bajo los infieles, dividen el mundo en dos: la parte donde domina el islam (dar al-islam: morada del islam) y todo el resto, forzosamente enemigo hasta que se convierta o someta (dar alharb: morada de la guerra). La comunidad islámica se considera siempre en guerra con ese resto del mundo; de ahí que la paz no sea para ella un fin en sí, que permita la convivencia de Estados y religiones diversos: no es más que un medio dictado por las circunstancias, que obligan a pactar armisticios con los infieles; deben gozar de una duración limitada (no más de diez años); y la guerra debe reanudarse siempre que se pueda -constituye una obligación moral para el agareno, de cuño jurídico-religioso- hasta la infalible victoria final: la instauración de un Estado islámico mundial. Continuara...


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