miércoles, 3 de mayo de 2017

VIDA DE MONS. MARCEL LEFEBVRE


PÍO XI Y LA ACCIÓN FRANCESA

El 30 de abril Aristide Briand, ministro de Asuntos Exteriores, le escribió a su embajador en la Santa Sede, Jean Doulcet, para que le sugiriera al Cardenal Gasparri, secretario de Estado, que «tuviera a bien considerar el ascendiente que los administradores del Seminario Francés de Roma habían adquirido sobre el episcopado; que se dignase recabar información exacta sobre el estado de espíritu que reinaba en ese establecimiento y evaluara la autoridad de que gozaban los líderes de la Acción Francesa» si deseaba «trabajar sinceramente por la pacificación de los espíritus".
Eso era tocar a Pío XI en su fibra más sensible, pues la pacificación de los espíritus era precisamente la tarea primordial que se había fijado en su encíclica inaugural Ubi arcano.
Poco después, el 5 de julio de 1925, para la designación de Obispos, la Congregación para los Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios y la Secretaría de Estado se hicieron cargo de las competencias de la Congregación Consistorial, de la que el Padre Le Floch era un influyente consultor. Pío XI quería Obispos menos combativos y más dóciles a su política de «distensión y conciliacióne Monseñor Lefebvre expresaría más tarde un juicio retrospectivo bastante severo sobre la política religiosa de este Papa: «Ejemplar en el plano de la doctrina (la de la realeza social de Cristo), Pío XI -diría- no era un liberal", pero fue débil, muy débil en el plano de la acción práctica, tentado más bien de aliarse un poco con el mundo. Y el Obispo precisaría: como León XIII, el Papa Pío XI tenía «la obsesión de las relaciones con los gobiernos de hecho, aunque fuesen masónicos y revolucionarios», y con su acción había mostrado estar «gravemente en la ilusión» sobre sus interlocutores".

El Padre Le Floch y la Acción Francesa

Doctor de una fe divinamente revelada y servidor de un magisterio romano divinamente asistido, el Padre Le Floch se situaba en las antípodas de la escuela positiva y empírica de la Acción Francesa.
El único punto de acercamiento que el Padre superior tenía con la Acción Francesa era -decía- «que nosotros luchamos contra el liberalismo, el laicismo y los principios de la Revolución desde el punto de vista doctrinal. Ahora bien -añadía-, se da la coincidencia de que la Acción Francesa luchaba contra esas mismas plagas, pero desde el punto de vista políticos". Sin embargo, tuvo el cuidado de precisar a los seminaristas, al final del curso en julio de 1926: el Seminario «no está ni a favor ni en contra de la Acción Francesa. No está a favor, porque es un movimiento político; no está en contra, por la misma razón. En cuanto a ciertas obras de Maurras, condenamos en ellas lo mismo que condena la doctrina católica».
Sumisión del Padre Le Floch. Maniobras subversivas El secretario de Estado, Cardenal Gasparri, parecía informado de cerca, pero mal, de la situación interna del seminario: así, cuando le reprochó al Padre Le Floch una «actitud de abstencións", éste respondió que había «recomendado a nuestros queridos seminaristas la más absoluta docilidad» a la carta del Papa al Cardenal Andrieu 129. Y al día siguiente de la alocución consistorial del 20 de diciembre de 1926 condenando a la Acción Francesa, el Padre superior había escrito a Pío XI para agradecerle «la línea de conducta definitiva» señalada por el Papa y asegurarle la obediencia del Seminario. Convocó a cada seminarista en particular y obtuvo de ellos su sumisión, y también dio las explicaciones necesarias en el consejo de profesores y en las conferencias de la tarde.
Sin embargo, en un círculo de seminaristas que no coincidían con el espíritu antiliberal de la casa, «el enemigo de todo bien» introdujo la idea de espiar las conversaciones de sus compañeros, para susurradas luego al oído de algunos profesores. Uno de ellos, el Padre Eugene Keller, le envió al Papa un informe en el que denunciaba un espíritu impenitente de Acción Francesa en Santa Chiara, y acusaba al Padre Le Floch de no haber cumplido con su deber y de ser un «antiliberal» y «un nuevo Lamennais»".
Esa delación, fruto de una interpretación maliciosa o enfermiza, causó por desgracia un efecto desastroso en la mente del Pontífice.
En su alocución del 25 de marzo de 1927 al seminario reunido en audiencia, Pío XI denunció a quienes unían «las declaraciones de sumisión» con «la desobediencia y la rebeldía», y dio a entender que «de poco valía venir a Roma y hacer los estudios en Roma» si era para imitar «la actitud post-romana de Lamennaiss".
Cuando Monseñor Le Hunsec, Superior General, llegó a Roma para las vacaciones de Pascua", vio a Pío XI, que fue categórico: El Padre Le Floch, a pesar de sus grandes méritos pasados, ya no estará en su lugar en el Seminario Francés y como el Obispo defendía lo mejor que podía al rector, atreviéndose incluso a solicitar, con su joven fuerza episcopal, que Su Santidad se dignara recibir al Padre Le Floch, obtuvo la siguiente respuesta:
-¡No quiero que otro Lamennais ponga los pies en mi casa.
Y añadió:
-El Padre ha pedido una visita canónica, y la tendrá.
Investigación, contra investigación y dimisión del Padre Le Floch La investigación realizada por Dom Ildefonse Schuster, párroco de San Pablo Extramuros (futuro Cardenal y futuro Beato), del 26 de abril al 6 de mayo, mostró «que en todo esto no había más que un montaje", como le escribió al Papa. A algunos seminaristas llegó a decirles confidencialmente que para «algunos que no aceptan el espíritu del Seminario [...] este asunto de la Acción Francesa ha sido tan sólo un pretexto para intentar salvar tendencias doctrinales ya antiguas".
Pero no hubo caso, la Congregación de Seminarios y Universidades oyó nuevas denuncias, y luego intentó encontrar cargos de acusación contra el rector. En último extremo terminó invocando (equivocadamente) el canon 505 y exigió que el Padre Le Floch fuese reemplazado.
A Monseñor Le Hunsec, que había acudido a Roma, Pío XI le ordenó:
-Debe usted despedir inmediatamente al Padre Le Floch.
Como el Superior General declinaba esa responsabilidad el
Pontífice dio un puñetazo sobre la mesa:
-¡Yo soy el Papa! y se puso a hablar de la Acción Francesa y del antiliberalismo-”.
Enfrentado a la «voluntad de acero» de Pío XI, Monseñor Le Hunec pidió que al menos le brindara al Padre Le Floch la posibilidad de ofrecerle personalmente su dimisión al Papa.
-Es un rebelde -dijo el Pontífice-, no obedecerá.
-Santo Padre, me atrevo a dar fe de su obediencia. Ruego a
Su Santidad que me permita al menos intentado.
-Sea -respondió finalmente Pío XI-, pero ya lo verá usted; le aseguro que es un rebelde y no lo escuchará.
Naturalmente, el rector «escuchó» a su superior y le entregó inmediatamente su dimisión.
En contrapartida, Monseñor Le Hunsec obtuvo el poder de aplicar la decisión, tomada por el Consejo General de la Congregación, de trasladar al Padre Keller, amenazando si no con presentar su propia dimisión del puesto de Superior General".
El Padre Le Floch salió de Roma tres días después, Al expresar más tarde sus impresiones, Monseñor Le Hunsec diría al Padre Berto: -. Ahora, que me hagan lo que quieran; ya no me puede ocurrir nada peor, estoy curado de espanto.
Un sacerdote italiano, Monseñor Pucci, enterado del fondo del asunto, no tardó en escribir lo siguiente (resumimos): «Pío XI juzgó que el Padre Le Floch, después de servir durante veinte años a otra política, no era apto para servir a la suya y enseñar el modo de aplicarla». Como si un «modo de aplicación» de este tipo dependiera de los estudios del Seminario.

 Frente al viento del liberalismo
La malicia liberal

En el primer piso, el nuevo Rector, Padre César Berthet, recibió a Marcel con benevolencia; sin embargo, el corazón se le encogía al recuerdo de aquel a quien tanto había amado.
El seminarista se enteró a través de sus compañeros de las circunstancias «escandalosas» de las intrigas de la primavera; se sintió indignado, pero, como diría más tarde, fue para él una lección práctica providencial sobre la maldad de los liberales: Desde entonces siempre desconfié, sobre todo cuando era obispo, de toda esa gente que siempre trata de comprometer a la Iglesia con los errores modernos. Eso me enseñó a ser vigilante, a abrir los ojos cuando recibía a sacerdotes o cuando visitaba las diócesis y recibía informaciones sobre tal o cual cosa. Enseguida pensaba: « ¡Ah! Tal vez se oponen unos con otros porque hay liberales entre ellos!».
Aún de vez en cuando algunos seminaristas hacían sus maletas, porque, según el Padre superior, «el clima de Roma no les convenía». Se los tildaba de ser «pro Acción Francesa»; en realidad, no habían podido soportar la partida del Padre Le Floch y el nuevo ambiente. Georges Frénaud parece haber sido uno de ellos: fue acogido en Solesmes, donde el maestro de novicios manifestaba una comprensión especial hacia esa especie de ovejas negras. Marcel Lefebvre logró aguantar en Santa Chiara, pero, según su hermana Christiane, tuvo que soportar las «maniobras clandestinas que se hacían para espiar a los partidarios P del Padre Le Floch. «Eso perjudicaba mucho -decía- al clima de paz que había podido apreciar anteriormente».
Una fortaleza totalmente teologal

Para superar la prueba que suponía para él la nueva dirección del Seminario, el joven seminarista recibió una ayuda admirable de su nuevo director de conciencia, el Padre Louis Liagre, CSSp, que había llegado al inicio del curso de 1927. Nacido en Tourcoing en 1859, este compatriota había sido toda su vida profesor y padre espiritual. Fiel discípulo del Venerable Padre Libermann, incitaba a las almas a una adhesión total al beneplácito divino fundada en una renuncia generosa sobre la cual establecía la verdadera humildad, la paz y esa vida de continua oración hacia la que orientaba al alma; pero él quería que esa renuncia fuese alegre, amorosa y filial.
Adoptando esta actitud, Marcel Lefebvre logró establecerse en la paz.
El 2 de enero de 1928 el Padre Liagre comenzó una serie de conferencias sobre La caridad según la doctrina de San Juan y de San Pablo'": Dios es caridad, dice San Juan, y tanto la ley de Dios como la de las criaturas es la caridad: salir de sí mismo, entregarse a los demás, sacrificarse por ellos tanto como sea posible. Se trata de entrar en el círculo de la caridad y de reconocer «la caridad que Dios nos tiene» y de «creer» en ella: Credidimus caritati (1 San Juan, 4, 16). El Padre Liagre le repetía a un corresponsal: «¡La teología es la ciencia de Dios! Deus charitas est Que ese resumen sublime de la "teología" según San Juan se le haga cada vez más presente, más allá de las nociones y las fórmulas metafísicas». Bien adaptada a un Seminario herido, aquella enseñanza se apoderó de Marcel, lo embelesó en Dios; hizo de ella su doctrina y su vida, y más tarde la convertiría en su lema episcopal.



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