XIII. LAS IDEAS DEL PAPA SAN LEÓN APROBADAS POR LOS PADRES GRIEGOS. EL «LATROCINIO» DE ÉFESO
La tendencia irresistible del gobierno bizantino a la injusticia, la
violencia y la herejía, esa
invencible antipatía por los más dignos representantes de la jerarquía cristiana,
se revelaron muy pronto. Acababa apenas el Imperio de reconocer la religión
cristiana cuando ya perseguía a. la lumbrera de la ortodoxia: San Atanasio.
Todo el largo reinado de Constancio, hijo do Constantino el Grande, está
ocupado por la lucha contra el glorioso patriarca de Alejandría, en tanto que
los obispos heréticos de Constantinopla eran protegidos por el Emperador. Y no
era el poder de la sede alejandrina, sino la virtud del que la ocupaba la que
era insoportable para el César cristiano. Cuando, medio siglo más tarde,
cambiaron las cosas, cuando fue la cátedra de Constantinopla la que estuvo
ocupada por un gran santo, Juan Crisóstomo, al paso que el patriarcado de
Alejandría había caído en manos de un hombre de los más despreciables, Teófilo,
fue este ultimo el favorecido por la corte de Bizancio, v ésta se valió de
todos los medios para hacer perecer a Crisóstomo. ¿Sería quizá el carácter independiente
del gran orador cristiano lo único que producía desconfianza al palacio
imperial? Sin embargo, la Iglesia de Constantinopla tuvo poco después como jefe
a un espíritu no manos indomable, a un carácter no menos independiente,
Nestorio; pero como Nestorio reunía a dichas cualidades la de ser heresiarca
definido, recibió todos los favores del Emperador Teodosio II, que no escatimó
esfuerzo para sostenerlo en su lucha contra el nuevo patriarca de Alejandría,
San Cirilo, émulo del gran Atanasio, ya que no por las virtudes privadas (5),
al menos por el celo ortodoxo y la ciencia teológica. En
seguida veremos por qué el gobierno imperial no consiguió mantener al hereje Nestorio
ni eliminar a San Cirilo.
Poco
tiempo después cambiaron de nuevo los papeles.
El
patriarcado de Constantinopla tuvo en San Flaviano al digno sucesor de Juan
Crisóstomo y la sede de Alejandría pasó a un nuevo Teófilo, Dióscoro, apodado
«el Faraón de Egipto». San Flaviano era hombre manso y sin pretensiones;
Dióscoro, manchado con todos los crímenes, se singularizaba por la ambición desmesurada
y por un temperamento despótico al que debía su sobrenombre. Era evidente que, desde
el punto de vista puramente político, el gobierno nada tenía que temer de San
Flaviano, en tanto que las aspiraciones dominadoras del nuevo "faraón» debían infundir
justo recelo. Pero San Flaviano era ortodoxo, y Dióscoro ofrecía la gran
ventaja de favorecer a la nueva herejía monofisita. En virtud de esto, obtuvo
la protección de la corte bizantina (6), y se convocó a un concilio ecuménico
bajo sus auspicios para dar autoridad legal a su causa.
Dióscoro
tenía todo de su parte: el apoyo del brazo secular, un bien disciplinado clero
venido con él de Egipto y que le obedecía ciegamente, una turba de monjes
heréticos, un considerable partido entre el clero de los restantes patriarcados
y, por último, la cobardía del mayor número de los obispos ortodoxos que no se
atrevían a resistir abiertamente un error cuando era protegido por «la sagrada
majestad del divino Augusto».
San Flaviano
estaba anticipadamente condenado, y con él la misma ortodoxia debía hundirse en
toda la Iglesia oriental, si ésta hubiera quedado entregada a sus propias
fuerzas. Pero fuera de ella existía un poder religioso y moral con el cual
estaban obligados a contar «faraones» y emperadores.
Si en
la lucha de los dos patriarcados orientales la corte bizantina tomaba siempre
partido por el culpable y el hereje, la causa de la justicia y de la verdadera
fe, ya estuviera representada por Alejandría o por Constantinopla, no dejaba
nunca de hallar vigoroso apoyo en la sede apostólica de Roma. El contraste es,
por cierto, sorprendente. Quien persigue sin descanso a San Atanasio es el
emperador Constancio; quien lo sostiene y defiende contra todo el Oriente es el
Papa Julio. El Papa Inocencio es quien protesta con energía contra la
persecución de que se hace víctima a San Juan Crisóstomo, y él quien, después
de muerto el gran santo, toma la iniciativa para rehabilitar su memoria en la
Iglesia. También el Papa Celestino apoya con toda su autoridad a San Cirilo en
su animosa lucha contra la herejía de Nestorio protegida por el braza secular,
y no cabe duda de que, sin la ayuda de la sede apostólica, el patriarca
alejandrino, por muy enérgico que hubiese sido, no habría podido vencer las
conjugadas fuerzas del poder imperial y de la mayor parte del clero griego. El
contraste entre la acción del Imperio y la
del Pontificado podría ser comprobado ampliamente a través de toda la historia
de las herejías orientales, que, no solamente eran siempre favorecidas, sino a
veces hasta inventadas por los emperadores, como en la herejía monotelita del
emperador Heraclio y la iconoclasta de León el Isáurico. Debemos, empero,
detenernos en el siglo V, cuando la lucha de los dos patriarcados, y en la
instructiva historia del “latrocinio” de Éfeso.
Era,
pues, notorio, según reiterada experiencia, que en las disputas de ambos jefes
jerárquicos de Oriente el Papa occidental no tenía preferencias ni prejuicios y
que siempre tenía seguro su apoyo la causa de la justicia y la verdad.
Dióscoro, tirano y hereje, no podía, desde luego, contar con Roma con igual
ayuda que su predecesor San Cirilo. El plan de Dióscoro era obtener la primacía
del poder en toda la Iglesia oriental mediante la condenación de San Flaviano y
el triunfo del partido egipcio, más o menos, monofisita, cuyo jefe era él,
Dióscoro. No pudiendo esperar la aprobación del Papa para realizar semejante
plan, resolvió lograr su objeto sin el Papa y aun contra él.
En 449
se reunió en Éfeso un Concilio ecuménico en forma. Toda la Iglesia oriental
estaba allí representada.
También
asistían los legados del Papa San León, pero no se les permitió presidir el
Concilio. Protegido por los oficiales imperiales, rodeado de sus obispos egipcios
y de una turba de clérigos armados de bastones, Dióscoro ocupaba el trono como
un rey en medio de su Corte. Los obispos del partido ortodoxo temblaban y
callaban. «Todos—leemos en las «Memas » rusas (vida de San Flaviano)— amaban
más las tinieblas que la luz y preferían la mentira a la verdad, queriendo
agradar al rey terrestre antes que al de los
cielos». Sometióse a San Flaviano a un juicio irrisorio.
Algunos
obispos se echaron a los pies de Dióscoro implorando misericordia para el
acusado y fueron maltratados por los egipcios; éstos gritaban a voz en cuello: ¡Que
dividan en dos a los que dividen a Cristo!.
Se
distribuyó entre los obispos ortodoxos tablillas que no tenían nada escrito y
en las que estaban obligados a poner sus firmas. Ellos sabían que en seguida se
inscribiría allí una fórmula herética. La mayor parte firmó sin protestar.
Algunos quisieron agregar reservas, pero los clérigos egipcios les arrancaron por
la fuerza las tablillas, rompiéndoles los dedos a palos. Por último. Dióscoro
se levantó y pronunció en nombre del Concilio sentencia de condenación contra Flaviano,
quien quedaba depuesto, excomulgado y entregado al brazo secular. Flaviano
quiso protestar, pero los clérigos de Dióscoro se echaron sobre él y lo maltrataron
hasta tal punto, que dos días después expiró.
Cuando
así triunfaban en un Concilio ecuménico la iniquidad, la violencia v el error,
dónde estaba la Iglesia infalible e inviolable de Cristo? Estaba presente v se
manifestó. En el momento en que San Flaviano cafa maltrecho por la brutalidad
de los servidores de Dióscoro, cuando los obispos heréticos aclamaban ruidosamente
el triunfo de su jefe, en presencia de los obispos ortodoxos temblorosos v
mudos, Hilario, diácono de la Iglesia romana, exclamó : «; Contradicitur !»
(1). No era, por cierto, la aterrorizada v silenciosa muchedumbre de los
ortodoxos orientales lo que representaba en ese momento a la Iglesia de Dios.
Toda
(7)
ConcilioYum collectío (Mansi), VI, 908 la
potencia inmortal de la Iglesia se había concentrado, para la cristiandad
oriental, en aquel simple término jurídico pronunciado por un diácono romano :
Contradice
tur. Entre
nosotros se reprocha habitualmente a la Iglesia occidental su carácter
eminentemente jurídico y legalista.
Los
principios y fórmulas del derecho romano no tienen cabida, sin duda, en el
Reino de Dios, pero «el latrocinio de Efeso» era muy apropiado para dar la
razón a la justicia latina. El «contradicitur» del diácono romano representaba
el principio contra el hecho, el derecho contra la fuerza bruta; era la firmeza
moral imperturbable frente al crimen triunfante de los unos y la cobardía de
los otros; en una palabra, era la ¡'
Roca
inmoble de la Iglesia frente las puertas del Infierno.
Los
asesinos del patriarca de Constantínopla no se atrevieron a tocar al diácono de
la Iglesia romana. Y en el espacio de sólo dos años el contradicitur romano convirtió
el ((santísimo Concilio ecuménico de Efeso» en el ((latrocinio de Efeso»;
provocó la deposición del asesino mitrado, valió la canonización a la víctima y
determinó la reunión del verdadero Concilio ecuménico de Calcedonia bajo la
presidencia de ios legados romanos
(1)
Concüiorum amplissima collectio (Mansi), t. V,
col. í,
349.
(2)
Ibid., col. 1, 356.
(3)
Ibid., t, VI, 36, 37,
'(4)
Ibid,, col, 40.
(5) No
sabemos a qué alude aquí Solovief. Acaso refleje las opiniones, probadamente parciales,
de la Historia de Sócrates. Mons. Duchesne dice que San Cirilo era considerado
por todos como hombre de vida irreprochable. (N. del T.)
(6) Lo
más curioso y que da más brillante, confirmación a nuestra tesis (sobre la
predilección de los emperadores bizantinos por la herejía como tal), es que el
mismo emperador Teodosio II, que había sostenido la herejía nestoriana,
condenada a su pesar por la Iglesia, se convirtió en seguida en celoso
protector de Rutiquio y de Dióscoro que representaban una opinión diametralmente
opuesta al nestorianismo pero igualmente herítica.
(7)
ConcilioYum collectío (Mansi), VI, 908.
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