martes, 18 de abril de 2017

LA RESURRECCION DEL SEÑOR SEGÚN SAN BUENAVENTURA




LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR PARTE II 


Los discípulos se llenaron de gozo viendo al Señor (lc. 20,20). Puesto que por la pérdida de un caro amigo sobreviene gran desolación y por la recuperación del mismo se siente gran consolación, razón fue que los apóstoles, afligidos por verse privados de le la presencia corporal del Hijo de Dios, a quien amaban más que a sí mismos y más que todas las cosas, después de haberle conocido con visión ocular clara y distinta resucitado de entre los muertos, se alegraran con gran gozo. Y porque el hombre no puede experimentar el gozo y la dulcedumbre de la alegría espiritual si primero no tiene temor de reverencia filial y después esplendor de celestial conocimiento, de ahí que, a fin de estructurar según recto orden las palabras propuestas en el tema, empecemos señalando la sumisión reverente y humilde, pasemos a continuación a la contemplación de la majestad divina y terminemos, por último, en la delectación de la alegría interna.
Lo primero la sumisión reverente y humilde es señalado cuando se dice: Los discípulos (y no maestros, señores o socios); lo segundo la contemplación de la majestad divina es significada cuando se añade: Viendo al Señor; y lo tercero la delectación de la alegría interna se nos da a entender cuando se sobreañade: Se llenaron de gozo.

Vayamos, pues, a la primera parte del tema antepuesto, la cual se refiere a la sumisión reverente y humilde cuando se dice: Los discípulos. Donde es de saber que discípulos reverentemente sumisos a Cristo son aquellos cuya vida superior o saludable se regula según Cristo y según los ejemplos y enseñanzas de Cristo. A cuya causa cada discípulo es enseñado, a la luz de la vida y doctrina de su buen Maestro, Jesucristo, a tener primero humildad fielmente sumisa respecto del mundo, que ha de ser despreciado; segundo, alianza de caridad benevolente respecto del prójimo, que ha de ser amado; y tercero, continuación perseverante hasta el fin respecto del bien comenzado, cuya prosecución debe ser perdurable. Y advierte que todo adulto ha menester estas tres cosas para salvarse.

Lo primero que en el discípulo de Cristo se requiere para salvarse es la humildad fielmente sumisa respecto del mundo, que ha de ser despreciado. En consonancia con esto dice San Lucas, c.14: “El que de vosotros no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo”. Palabras que Cristo las profiere dando a cada cristiano doctrina necesaria para la salvación. Cierto que no estamos obligados a dejar todos nuestros bienes, ni a darlos a los pobres, ni a pedir limosna de puerta en puerta a ejemplo de Cristo ni a servir a Dios en un monasterio, a no ser que se trate de los perfectos, ligados con votos de pobreza. Sin embargo, debe decirse que todos tenemos la obligación de renunciar a todo cuanto poseemos, no efectiva, sino afectivamente, según aquello del salmo: “Si abundan las riquezas, no apeguéis a ellas vuestro corazón, de suerte que, extirpada la codicia, que es la raíz de todos los males, quede plantada la pobreza, fundamento primario de todas las virtudes”.
Lo segundo que en el discípulo de Cristo se requiere para salvarse es la alianza de caridad benevolente respecto del prójimo, que ha de ser amado. Y acerca de esta confederación, fundada en caridad, son las palabras que dice el Señor en San Juan, c.14: “Un mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros así como yo os he amado. En esto conocerán todos  que sois mis discípulos: si tenéis caridad unos con otros”. Tal es el mandamiento acerca de la mutua dilección. Y este mandamiento, aunque en cuanto a la antigüedad de su promulgación es viejo, si se considera, sin embargo, la firmeza de la obligación que implica, llámese mandamiento nuevo, y así, a fin de que, mirando su vetusta promulgación, nadie lo tuviera por dispensable, añadióle el Señor nuevo vigor obligatorio diciendo: “Un mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros así como yo os he amado”.  Palabras que encarecen la gran dilección del Señor, pues no pudo poner a nuestros ojos mayor muestra de amor que la de dar su vida por nosotros. Y porque el distintivo de verdadero discípulo imitador de Cristo es la alianza de benevolente caridad, por eso se añade: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si tenéis caridad para con los otros”. Según esto, el mandamiento o precepto de amor quedó de nuevo tan afianzado, que, si se lo considera en la firme obligación que implica, no admite dispensa para ninguno. Por eso San Bernardo, De consideratione 1.3 cA, dice que "la razón por donde se explica la dispensa de los preceptos es doble: o la evidente necesidad, o la utilidad común. Y así tenemos que, donde la necesidad urge, allí la dispensa es excusable. Pero allí donde la utilidad común no hace fuerza, la dispensa no puede excusarse".
Ahora bien; como tener odio no es útil para nadie, sino algo nocivo y pecado mortal, síguese que "no hay necesidad que obligue al hombre a eximirse de amar al enemigo”, en frase de San Agustín. Y porque semejante amor no produce vahidos  y dolores de cabeza, ni contorsiones, congestiones u otros sufrimientos de estómago, ni debilidad del cuerpo como pudieran causada las abstinencias y ayunos, ni importa penuria -como pudiera importarla la renuncia de la opulencia mundana-, tenemos que el mandamiento nuevo, lejos de ser dispensable en favor de alguno, impone a todos sin excepción el amor de unos para con otros.

Y, por último, lo tercero que se requiere para la salvación en el discípulo de Cristo es la continuación perseverante hasta el fin del bien comenzado, cuya prosecución debe ser perdurable. En conformidad con lo cual se dice en San Juan, c.8: “Si vosotros permanecéis en mi doctrina, sois de veras mis discípulos y  conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”. Adviértase que aquel es verdadero discípulo de Cristo que permanece en su doctrina y palabra, no se separa de su dilección por tentación alguna, ni se retrae de confesar su nombre en presencia de perjuicios, oprobios y suplicios, sean cuales fueren los que se le infligen, pues entonces merece ser iluminado por la primera Verdad, Se comprende, pues, por qué se dice primero: “Conoceréis la verdad”. La conoceréis, digo, ayudados de la virtud o poder divino. Y se comprende asimismo por qué se añade después: “La verdad os hará libres”. Es decir: libres de toda adversidad y dignos de ser premiados por la bondad divina.

La segunda parte de las palabras que se proponen en el tema se refiere a la contemplación de la majestad divina, cuando se dice: Viendo al Señor. Es de saber que los apóstoles vieron o contemplaron la majestad divina de tres maneras: vieronla, en efecto, primero en las criaturas del mundo trascendiendo sus propiedades; segundo, en la naturaleza asunta, resucitando con cicatrices, y tercero, en propia conciencia, reinando en el, cielo. Mediante la primera visión, si hablamos según apropiación, los apóstoles fueron iluminados con conocimiento simbólico para entender la divina potencia como creadora universal mediante la segunda visión, los apóstoles fueron iluminados informados con la fe de la Iglesia para entender la divina sabiduría como reparadora universal, y, por último, por la tercera visión, los apóstoles fueron elevados con la dilección extática para percibir límpidamente la divina clemencia como remuneradora universal. 

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