LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR PARTE II
Los discípulos se llenaron de gozo viendo al Señor
(lc. 20,20). Puesto que por la pérdida de un caro amigo sobreviene gran
desolación y por la recuperación del mismo se siente gran consolación, razón
fue que los apóstoles, afligidos por verse privados de le la presencia corporal
del Hijo de Dios, a quien amaban más que a sí mismos y más que todas las cosas,
después de haberle conocido con visión ocular clara y distinta resucitado de
entre los muertos, se alegraran con gran gozo. Y porque el hombre no puede
experimentar el gozo y la dulcedumbre de la alegría espiritual si primero no
tiene temor de reverencia filial y después esplendor de celestial conocimiento,
de ahí que, a fin de estructurar según recto orden las palabras propuestas en
el tema, empecemos señalando la sumisión reverente y humilde, pasemos a
continuación a la contemplación de la majestad divina y terminemos, por último,
en la delectación de la alegría interna.
Lo primero la sumisión reverente y humilde es
señalado cuando se dice: Los discípulos (y no maestros, señores o socios);
lo segundo la contemplación de la majestad divina es significada cuando se
añade: Viendo al
Señor; y lo tercero la delectación de la alegría interna se nos da a
entender cuando se sobreañade: Se llenaron de gozo.
Vayamos, pues, a la primera parte del tema
antepuesto, la cual se refiere a la sumisión reverente
y humilde cuando se dice: Los discípulos. Donde es de saber que
discípulos reverentemente sumisos a Cristo son aquellos cuya vida superior o
saludable se regula según Cristo y según los ejemplos y enseñanzas de Cristo. A
cuya causa cada discípulo es enseñado, a la luz de la vida y doctrina de su
buen Maestro, Jesucristo, a tener primero humildad fielmente sumisa respecto
del mundo, que ha de ser despreciado; segundo, alianza de caridad benevolente
respecto del prójimo, que ha de ser amado; y tercero, continuación perseverante
hasta el fin respecto del bien comenzado, cuya prosecución debe ser perdurable.
Y advierte que todo adulto ha menester estas tres cosas para salvarse.
Lo primero que en el discípulo de Cristo se requiere
para salvarse es la humildad fielmente sumisa
respecto del mundo, que ha de ser despreciado. En consonancia con esto dice San
Lucas, c.14: “El
que de vosotros no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo”.
Palabras que Cristo las profiere dando a cada cristiano doctrina necesaria para
la salvación. Cierto que no estamos obligados a dejar todos nuestros bienes, ni
a darlos a los pobres, ni a pedir limosna de puerta en puerta a ejemplo de
Cristo ni a servir a Dios en un monasterio, a no ser que se trate de los
perfectos, ligados con votos de pobreza. Sin embargo, debe decirse que todos
tenemos la obligación de renunciar a todo cuanto poseemos, no efectiva, sino
afectivamente, según aquello del salmo: “Si abundan las riquezas, no apeguéis a ellas vuestro
corazón, de suerte que, extirpada la codicia, que es la raíz de todos los
males, quede plantada la pobreza, fundamento primario de todas las virtudes”.
Lo segundo que en el discípulo de Cristo se requiere
para salvarse es la alianza de caridad benevolente
respecto del prójimo, que ha de ser amado. Y acerca de esta
confederación, fundada en caridad, son las palabras que dice el Señor en San
Juan, c.14: “Un
mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros así como yo os he amado. En
esto conocerán todos que sois mis discípulos:
si tenéis caridad unos con otros”. Tal es el mandamiento acerca de
la mutua dilección. Y este mandamiento, aunque en cuanto a la antigüedad de su
promulgación es viejo, si se considera, sin embargo, la firmeza de la
obligación que implica, llámese mandamiento nuevo, y así, a fin de que, mirando
su vetusta promulgación, nadie lo tuviera por dispensable, añadióle el Señor
nuevo vigor obligatorio diciendo: “Un
mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros así como yo os he amado”. Palabras que encarecen la gran dilección del
Señor, pues no pudo poner a nuestros ojos mayor muestra de amor que la de dar
su vida por nosotros. Y porque el distintivo de verdadero discípulo imitador de
Cristo es la alianza de benevolente caridad, por eso se añade: “En esto conocerán
todos que sois mis discípulos: si tenéis caridad para con los otros”.
Según esto, el mandamiento o precepto de amor quedó de nuevo tan afianzado,
que, si se lo considera en la firme obligación que implica, no admite dispensa
para ninguno. Por eso San Bernardo, De consideratione 1.3 cA, dice que "la razón por donde se explica la dispensa de los preceptos
es doble: o la evidente necesidad, o la utilidad común. Y así tenemos que,
donde la necesidad urge, allí la dispensa es excusable. Pero allí donde la
utilidad común no hace fuerza, la dispensa no puede excusarse".
Ahora bien; como tener odio no es útil para nadie,
sino algo nocivo y pecado mortal, síguese que "no hay necesidad que obligue al
hombre a eximirse de amar al enemigo”, en frase de San Agustín. Y porque semejante amor no
produce vahidos y dolores de cabeza, ni
contorsiones, congestiones u otros sufrimientos de estómago, ni debilidad del
cuerpo como pudieran causada las abstinencias y ayunos, ni importa penuria
-como pudiera importarla la renuncia de la opulencia mundana-, tenemos que el
mandamiento nuevo, lejos de ser dispensable en favor de alguno, impone a todos
sin excepción el amor de unos para con otros.
Y, por último, lo tercero que se requiere para la
salvación en el discípulo de Cristo es la continuación perseverante hasta el
fin del bien comenzado, cuya prosecución debe ser perdurable. En conformidad
con lo cual se dice en San Juan, c.8: “Si vosotros permanecéis en mi doctrina, sois de veras mis
discípulos y conoceréis la verdad, y la
verdad os hará libres”. Adviértase que aquel es verdadero discípulo
de Cristo que permanece en su doctrina y palabra, no se separa de su dilección
por tentación alguna, ni se retrae de confesar su nombre en presencia de perjuicios,
oprobios y suplicios, sean cuales fueren los que se le infligen, pues entonces
merece ser iluminado por la primera Verdad, Se comprende, pues, por qué se dice
primero: “Conoceréis la verdad”. La conoceréis, digo,
ayudados de la virtud o poder divino. Y se comprende asimismo por qué se añade
después: “La verdad os hará libres”. Es decir: libres de toda adversidad y
dignos de ser premiados por la bondad divina.
La segunda parte de las
palabras que se proponen en el tema se refiere a la contemplación de la
majestad divina, cuando se dice: Viendo al Señor.
Es de saber que los apóstoles vieron o contemplaron la majestad divina de tres
maneras: vieronla, en efecto, primero en
las criaturas del mundo trascendiendo sus propiedades; segundo, en la
naturaleza asunta, resucitando con cicatrices, y tercero, en propia conciencia,
reinando en el, cielo. Mediante la primera visión, si hablamos según apropiación,
los apóstoles fueron iluminados con conocimiento simbólico para entender la
divina potencia como creadora universal mediante la segunda visión, los
apóstoles fueron iluminados informados con la fe de la Iglesia para entender la
divina sabiduría como reparadora universal, y, por último, por la tercera
visión, los apóstoles fueron elevados con la dilección extática para percibir
límpidamente la divina clemencia como remuneradora universal.
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