N. B. En mis siete años como capellán de las hermanas de
la Fraternidad escribí, con la gracia de Dios este pequeño cuento sobre la pasión
de Nuestro Señor Jesucristo, espero les guste. R. P. Arturo Vargas Meza
En mi país
existe un pajarillo de una singular rareza, su tamaño es como el de un gorrión,
de color rojo oscuro semejante a una
gota de sangre y su copete de color negro. Tiene un trino suave. Esta especie
parece estar en extinción pues solamente he visto unos quince o veinte de ellos
en mi vida. Cuando por primera vez lo vi, lo observé por un largo rato
pensando: "Cuán grande es la sabiduría divina al crear estas
insignificantes avecillas para mostrarnos que, por medio de ellas, podemos
llegar al conocimiento de su existencia. Pero ¿por qué Dios N.S. le dio ese
color y no otro? ¿Quieres saber por qué? Ármate de paciencia y lee en estas
pocas páginas la razón de su color rojo oscuro y su copete negro.
Era la última Pascua que Jesús pasaría con
sus discípulos en Jerusalén. El jueves santo Jesús se trasladó de Betania a
Jerusalén; por el camino sus discípulos le preguntaron dónde le gustaría que
dispusieran lo necesario para la cena, Jesús les dio las instrucciones
pertinentes y ellos se adelantaron para cumplirlas. Los últimos rayos del sol
iluminaban el cielo azul de aquella
región dándole un color rojizo, varias parvadas de pájaros surcaban el cielo
buscando refugio pues la noche se acercaba. Una de esas bandadas cruzó el
camino por donde iba Jesús con sus discípulos; a uno de ellos, de color café
oscuro se le conmovió el corazón de compasión al mirar a Jesús tranquilo,
sereno, pero con una profunda tristeza. Detuvo su vuelo posándose en uno de los
tantos arbustos que rodeaban el camino; uno de sus compañeros, al ver cómo se
separaba de ellos, lo siguió hasta donde estaba.
--- ¿Por qué te
has apartado de nosotros? Pronto caerá la noche, el contesto:
--- He detenido
mi vuelo porque ese hombre de blanco llamó poderosamente mi atención.
--- No sé qué miras en él; además, de ellos
debemos cuidarnos, como lo sabes.
--- Lo sé; pero
Él es muy diferente a todos, es incapaz de hacernos daño o desearnos mal
alguno.
--- ¿Por qué
estás tan seguro?
--- Su rostro
sereno y apacible refleja una gran bondad; sin embargo percibo en él un gran
dolor y una profunda tristeza que oprime su bondadosísimo corazón; quisiera
saber la causa y no pienso dejarlo solo.
--- Bueno haz
como quieras. Y sin reflexionar en todo cuanto le dijo su compañero emprendió
el vuelo. En ese momento Jesús pasó cerca de él, le miró y agradeció su gesto
de compasión; él se estremeció profundamente
ante su dulce y serena mirada. Desde ese momento quedó más íntimamente
unido a Él, le siguió; pero lo perdió de vista cuando entró al cenáculo con sus
discípulos. Volando de un lado a otro, con suma inquietud le buscaba hasta que
por fin lo vio en la primera planta de la casa; se acercó a una de las ventanas
del cenáculo y pacientemente esperó.
La disposición
del cenáculo era al estilo romano, es decir, en el centro estaba una mesa baja
y en tres de sus lados unos lechos a modo de divanes casi al ras del suelo
quedando un lado vacío para el servicio. La voz de Jesús llegaba claramente a
los oídos del pájaro; con sus ojitos muy abiertos seguía cada uno de sus
movimientos. Veía cómo, conforme pasaban los minutos, la aflicción poco a poco
anegaba cada vez más su santísimo corazón sumergiéndolo en un mar sin fondo de
amargura. Con palabras y gestos buscaba quien entre sus discípulos lo consolara
pero ellos también estaban tristes y soñolientos; esta incomprensión aumentaba
su amargura. La pobre avecilla nada podía hacer para consolarlo, con todo se
decía a si mismo:
----Quisiera ser uno de ellos para derramar,
en su afligido corazón, algunas palabras alentadoras.
Presenció el
lavatorio de los pies, la traición de Judas, la institución de la Santa
Eucaristía y las sentidísimas palabras de su último sermón. Después se dirigió
al Huerto de los Olivos. Salieron de la ciudad y bajaron por el valle hondo y
sombrío; en lo más profundo de él pasaba un arroyo llamado Torrente Cedrón. Del
otro lado de este arroyo, en la falda del monte de los olivos, se hallaba el
huerto de Getsemaní o Huero de los Olivos a donde Jesús solía ir con mucha frecuencia por ser un lugar
solitario y apartado. Una vez ahí dejó a sus discípulos y se retiro a orar. El
pájaro buscó un lugar cercano para mirar todo. Desde ese allí vio cómo se
apoderó de Jesús un gran temor, un gran desaliento y una inmensa tristeza.
Tanto el temor como el desaliento y la tristeza oprimían su corazón causándole
una congoja mortal. El pájaro, muy preocupado y sumamente consternado, veía
cómo sufría sin poder mitigar un poco su dolor.
Jesús se
arrodilló en el suelo desnudo orando unos instantes. Luego se levanto y fue
hacia sus discípulos a quienes hallo dormidos. Volvió al mismo sitio orando de
nuevo, por segunda vez interrumpió su oración y se dirigió de nuevo a sus
discípulos encontrándolos dormidos con sentidas palabras, les reprochó su
actitud:
---- Pedro ¿No
pudiste velar una hora conmigo? Velad y orad para que no entréis en tentación,
porque el espíritu está pronto pero la carne es flaca.
Después retornó
al lugar, elevando por tercera vez su plegaria, más larga y fervorosa que las
anteriores. Fue tan intensa que, por los poros de su santísimo cuerpo, sudó
sangre que corría hasta el suelo mojándolo con ella. Los ojitos del pequeño
pájaro se llenaron de lágrimas y su corazoncito se estremeció al mirar la
sangre de Jesús y con voz entrecortada preguntó:
---- Señor
¿cuáles son las causas de semejante dolor?
Jesús, con una
gran mansedumbre, contestó:
---- ¡Oh,
pequeña y compasiva criatura! Son muchas las causas de mi inmenso dolor; pero
te diré algunas: es tan grande mi amor por mi Padre Eterno que mi gran deseo es
que también los hombres lo amen. Mas, por desgracia, son muy pocos los que lo
aman y muchos los que lo odian y le ofenden. ¡Si se dieran cuenta de su gran
bondad y paternidad ciertamente no le ofenderían tanto y le amarían mucho! Pero
no se dan cuenta y por eso siento un entrañable dolor al verlo relegado,
olvidado e incluso ofendido. Mi Padre y Yo creamos al hombre a nuestra imagen y
semejanza y él, como agradecimiento, se enemistó con nosotros y eso me duele
mucho porque no sabe el gran mal que a sí mismo se ha hecho al no tener, para
siempre, mi gloriosa visita y compañía. No soporté verle enemistado y condenado
para siempre y, compadeciéndome de su infortunio, tomé sobre Mí todos sus
pecados para satisfacer la Justicia de
mi Padre y pagar la deuda que él había contraído y, no sólo salí fiador de los
pecados ajenos, sino que los he tomado como propios. Mi congoja crece aún más
al ver su ingratitud y su pésima correspondencia a mi amor; pero no todos serán
ingratos algunos para conseguir el fruto de la redención, sufrirán mucho pues
veo sus tentaciones, luchas, ayunos, vigilias, penitencias, cansancios,
trabajos, persecuciones, deshonras, dolores y martirios. Todo lo siento como
mío. Ahora entiendes parte de mi tristeza, pavor.
--- Sí, amado
Señor mío.
El Padre Eterno
escuchó, con solicitud paternal, la suplica de su amado Hijo y, si bien no
apartó el cáliz de dolor, sí le consoló enviándole un Ángel quien lo reconfortó
y lo animó. Al terminar su oración se retiró del huerto.
Quienes esto lean por favor recen un Padre Nuestro por quien fue mi correctora desde el punto de vista literario: Teresa Unía profesora de literatura en la Universidad de Córdoba Argentina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario