«Pero Él no le respondía nada». No solamente no hizo ningún milagro, sino que ni le dirigió la
palabra. A Pilato sí que le respondió y le explicó la verdad sobre su reino,
porque entonces deseaba conocer la verdad, y procuró defenderla, aunque luego
se dejara llevar por la cobardía. En cambio a Herodes no le respondió porque no
amaba la verdad, la aborrecía hasta el extremo de matar a Juan el Bautista, que
era «la voz» de Jesucristo y le dio a conocer la verdad. ¿Cómo no iba a estar
mudo el Señor ante quien había quitado la vida a su voz? Además, Herodes era
curioso y no pretendía otra cosa de los milagros de Jesús que divertirse, como
si fuera un malabarista y le pidiera hacer juegos de manos; y le pedía que los
hiciera allí, en su presencia, y delante de los cortesanos como si fuera un
bufón que debe divertir a su señor y entretenerle. De ninguna manera se inclinó
el Señor de la Majestad para hacerse juglar de Herodes. No quiso dar a los
soberbios y orgullo lo que sí daba con tanto gusto a los sencillos y humildes.
Tampoco quiso hacerlo para que no pensase que se
acomodaba a su gusto con el fin de escapar de la muerte, a la que Él se ofrecía
voluntariamente.
Con su silencio nos enseñó a despreciar la honra y
el favor mal ganado, y a no usar mal del poder de Dios haciéndolo servir de
alguna manera a la ambición y al beneficio personal. Nos enseñó a ser
precavidos y a no hablar ingenuamente de Dios a quienes sólo desean saber de Él
por curiosidad, por vanidad, por decir que saben de todo.
«Allí estaban los sacerdotes principales y los
escribas acusándole insistentemente», temiendo que por segunda vez saliera mal
su intento. Al principio, cuando Herodes pidió a Jesús que hiciera un milagro,
temieron, porque si lo hacía quizá convenciera a Herodes; y así le acusaban
constantemente de lo que, suponían, podía hacerle más odioso a los ojos de
Herodes: le dirían que Él y Juan el Bautista eran parientes y se habían puesto
de acuerdo para calumniarle sobre el adulterio de Herodías; que cuando Juan
estaba en la cárcel de Herodes, Jesús le había alabado y le había defendido en
público contra él (Mt 11, 9-11); además, le había insultado delante del pueblo
llamándole «raposa»
(Le 13, 32); que no podía estar seguro en su trono viviendo Él, pues su padre
ya no lo estaba cuando Él era un niño. Pero luego, tras el largo silencio de
Jesús,
Herodes empezó a tomarle por tonto y por loco,
temieron que le diese libertad por esa razón, por no ser responsable de sus
actos, y empezaron a acusarle con más fuerza e insistencia, y decían que fingía
y que disimulaba delante de él; que estaba haciéndose el mudo, pero bien que
sabía hablar cuando estaba delante del pueblo. «Estaban allí los sacerdotes principales y los
escribas acusándole con insistencia».
«Entonces Herodes le despreció con toda su guardia». Le pareció a
Herodes que el silencio del Señor había sido una ofensa a su persona y no
encontró mejor camino para vengarse que despreciarle. iLo que hace la diferente disposición de cada
uno! A Pilato el silencio del Señor le llenó de admiración, en cambio Herodes
«le despreció». Pilato miraba las cosas como juez prudente, y Herodes como
hombre vacío y ambicioso, que sólo se
fijaba en cumplidos y apariencia como no había podido sacar ni una sola palabra
al Señor, ni le había agradecido el ofrecimiento de salvarle, si le hacía un milagro,
pensó que aquello no se podía entender humanamente, pensó que era locura. Y le
despreció como si no hubiera podido hacer ningún milagro, le despreció como si
fuera un ignorante que no sabe hablar, como a un tonto que no sabe defenderse.
Esta es la sabiduría del mundo que tiene por locura la sabiduría de Dios.
Los cortesanos y los soldados de la guardia
empezaron a «burlarse de Él» con bromas, con agudezas, con motes y risas, y es
posible que también le dieran golpes y empujones como se hace con un tonto en
palacio.
Herodes mandó «que le vistieran con un vestido blanco, brillante»,
con una vestidura real, para burlarse de su realeza mesiánica. Y ya no quiso
saber más de Él y le devolvió a Pilato para que hiciera con El lo que quisiera…de aquel día Pilato
y Herodes se hicieron amigos», y los dos se pusieron de acuerdo en
eximirse, de la causa, cuando por razón de su cargo los dos teman obligación de
juzgarle y absolverle.
Pilato juzga otra vez a Jesús inocente Llevaron de
nuevo al Señor por las calles desde el palacio de Herodes al pretorio de
Pilato, con el mismo acompañamiento de criados y guardias, ruidos, y con menos
cortesía que antes por parte de los que le llevaban, echándole la culpa a Él de
tanta ida y venida. El pueblo estaba más alborotado, comentando la burla que
había hecho de Él el rey Herodes y los soldados, y le miraban con curiosidad
porque iba vestido con aquella vestidura brillante.
Esto hace la gente muy a menudo: vestir las cosas con el ropaje que le
parece para que las tengan por lo que no son. A los vicios los cubre con
aspecto de virtud; a la charlatanería la viste de sabiduría; a la grosería la
viste de libertad; a la venganza la llama fortaleza y valor. En cambio arropa
las virtudes con ropas muy distintas: al pudor le llama mojigatería; a la
modestia la viste llamándola cortedad; a la devoción le pone hipocresía; y a la
verdad la viste de tontería y locura.
Para poder hacer esto se tiene siempre a mano todo tipo de vestidos,
es decir, de razones, con las que dar a cada cosa el color y el aspecto que le
parece. Así tomó Herodes el vestido brillante con que burlarse del Salvador.
La Virgen María iba sabiendo paso a paso lo que
sucedía, y aunque un poco alejada, seguía estas idas y venidas de las gentes
que llevaban a Jesús. Si en aquel momento vio a su Hijo, quién podrá decir lo
que sintió su corazón al ver la divina sabiduría con aquellas ropas.
Llegaron al pretorio. Pilato supo la resolución de
Herodes y que no encontraba motivo para darle muerte. Entonces, para quitar
toda sospecha de que él hubiese obrado antes con demasiada blandura, «llamó a los
sacerdotes principales y a los magistrados, y a todo el pueblo» (Le
23, 12), y volvió a examinar delante de todos a Jesús sobre las cosas que le
habían acusado. Y al no hallar nada de verdadera importancia les dijo:
«Me habéis traído a este hombre como a un alborotador que amotina al
pueblo, le he examinado delate de vosotros y habéis visto que no encuentro en
el ningún delito de los que le acusáis. Y tampoco Herodes, a quien se lo mandé,
ha encontrado ninguna cosa que merezca la muerte». Si es cierto que
este hombre hubiera quebrantado vuestra Ley, Herodes, que entiende y profesa
vuestras creencias, lo hubiera advertido; pero veis que no ha cometido ningún
delito ni contra la ley de los romanos ni contra vuestra Ley. Pero si ha dado
lugar a vuestra indignación por algún motivo, «yo le castigaré y le pondré luego en libertad»
(Le 23, 16).
«Pero los sumos sacerdotes le acusaban de muchas cosas». Al ver al juez
decidido a dejar con vida al Salvador, se asustaban de tenerlo otra vez en
contra suya, porque conocían bien la fuerza de sus palabras al enseñar y al
reprender, el poder de sus milagros y que se llevaba a la gente tras de sí. Si
quedaba con vida, ¿qué podían esperar sino perder toda su autoridad y
prestigio? Por eso insistían en acusarle de muchas cosas.
«y ante las acusaciones de los sacerdotes
principales y los ancianos no respondió nada» (Mt27, 12). Ya había respondido a
Pilato lo suficiente para conocer la causa. Pero ante las acusaciones de los
sacerdotes se calló, porque todo era vocerío y confusión y. calumnias.
Estaba bien patente la verdad, ya se lo habían dicho
a Caifás la noche antes: no había por qué preguntarle a Él sobre lo que había
hecho o lo que había enseñado, gente suficiente había que podía responder por
El (Jn 18,21). Además, no preguntaban con el deseo de saber la verdad, que,
aunque el Señor hubiese respondido, no le hubieran creído (Le 22,67).
Tampoco le parecía que tuviese necesidad de
defenderse ante estas acusaciones, lo mejor era menospreciarlas callando. San
Ambrosio dice: «El Señor, acusada, calla; y con razón calla, porque no necesita
defensa. Que procuren defenderse los que temen ser vencidos. Al callar no
otorgó, como se dice, sino que tuvo en tan poco las acusaciones que no se dignó
refutarlas».
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