LIBRO X CONTINUACIÓN
Todo
se hace por este celestial amor y todo se refiere a él. Del árbol sagrado de
este mandamiento dependen, como flores suyas, todos los consejos, las
exhortaciones, las inspiraciones y los demás mandamientos, y, como fruto suyo,
la vida eterna; y todo lo que no tiende al amor eterno, tiende a la muerte
eterna. Gran mandamiento aquél, cuya práctica perdura en la vida eterna y que
no es otra cosa que la misma vida eterna.
Pero
considera, Teótimo, cuán amable es esta ley de amor.
¡Si
pudiésemos entender cuán obligados estamos a este soberano Bien, que no sólo
nos permite, sino que nos manda que le amemos! No sé si he de amar más vuestra
infinita belleza, que una tan divina bondad me manda amar, o vuestra divina
bondad, que me manda amar una tan infinita belleza.
Dios,
el día del juicio, imprimirá, de una manera admirable, en los espíritus de los
condenados, el sentimiento, de lo que perderán; porque la divina Majestad les
hará ver claramente la suma belleza de su faz y los tesoros de su bondad; y, a,
la vista de este abismo infinito de delicias, la voluntad, con un esfuerzo
supremo, Querrá lanzarse hacia Él para unirse con Él y gozar de su amor; pero
será en vano, porque, a medida que el claro y bello conocimiento de la divina
hermosura vaya penetrando en los entendimientos de estos infortunados
espíritus, de tal manera la divina justicia irá quitando fuerzas a la voluntad,
que no podrá ésta amar en manera alguna al objeto que el entendimiento le
propondrá y le representará como el más amable; esta visión, que debería
engendrar un tan grande amor en la voluntad, en lugar de esto engendrará en
ella una tristeza infinita; la cual se convertirá en eterna por el recuerdo que
quedará para siempre en estas almas de la soberana belleza perdida; recuerdo
estéril para todo bien y fértil en trabajos, penas, tormentos y desesperación
inmortal. Porque la voluntad sentirá una imposibilidad, o, mejor dicho, una
eterna aversión y repugnancia en amar a esta tan deseable excelencia. De suerte
que los miserables condenados permanecerán, para siempre, en una rabia
desesperada, al conocer una perfección tan sumamente amable, sin poder poseer
su goce ni su amor; porque, mientras pudieron amarla, no lo quisieron. Se
abrasarán en una sed tanto más violenta, cuanto que el recuerdo de esta fuente
de las aguas de la vida eterna agudizará sus ardores; morirán inmortalmente,
como perros, de un hambre tanto más
vehemente cuanto que su memoria avivará su insaciable crueldad con el recuerdo
del festín del cual habrán sido privados.
No
me atrevería, ciertamente, a asegurar que esta visión de la hermosura de Dios,
que tendrán los malaventurados, a manera de relámpago haya de ser tan clara
como la de los bienaventurados; con todo lo será tanto que verán delante al
Hijo del hombre en su majestad, y verán delante al que traspasaron y, por la
visión de esta gloria, conocerán la magnitud de su pérdida. Si Dios hubiese
prohibido al hombre amarle ¡qué pena en las almas generosas! ¡Qué no harían
para obtener este permiso! Cuán deseable es, la suavidad de este mandamiento,
pues si la divina voluntad lo impusiese a los condenados, en un momento
quedarían libres de su gran desdicha, y los bienaventurados no son
bienaventurados, sino por la práctica del mismo! ¡Oh amor celestial, qué amable
eres a nuestras almas!
Que este divino
mandamiento del amor tiende hacia el cielo, pero, con todo, es Impuesto a los
fieles de este mundo.
No
se ha puesto ley al justo, porque, adelantándose a ella y sin necesidad de ser
por ella obligado, hace la voluntad de Dios, llevado por el instinto de la
caridad que reina en su alma, En el cielo, tendremos un corazón enteramente
libre de pasiones, un alma purificada de distracciones, un espíritu
desembarazado de contradicción, unas fuerzas exentas de repugnancias; por
consiguiente, amaremos a Dios con un perpetuo y Jamás interrumpido amor. ¡Oh
Señor! ¡Qué gozo, cuando constituidos en aquellos eternos tabernáculos, estarán
nuestros espíritus en perpetuo movimiento, en medio del cual tendrán el reposo
tan deseado de su eterno amor!
Bienaventurados,
Señor los que moran en tu casa; alabarte han por los siglos de los siglos.
Mas
no hemos de pretender este amor, tan sumamente perfecto, en esta vida mortal
pues no tenemos todavía ni el corazón ni el alma, ni el espíritu, ni las
fuerzas de los bienaventurados.
Basta
que amemos con todo el corazón y con todas las tuerzas Que tensamos, Mientras
somos niños pequeños sabemos cómo niños, hablamos como niños amamos como niños;
mas cuando seremos perfectos en el cielo, seremos liberados de nuestra infancia,
y amaremos a Dios con perfección. Con todo, mientras dura la infancia de
nuestra vida mortal, no hemos de dejar de hacer lo que dependa de nosotros
según nos ha sido mandado, pues no sólo podemos, sino que es facilísimo, como
quiera que todo este mandamiento de amor, y de amor de Dios, que, por ser soberanamente
bueno, es soberanamente amable.
“Cómo estando
ocupado todo el corazón en el amor sagrado; puede, sin embargo, amar a Dios
deferentemente, y amar también muchas cosas por Dios"
El
hombre se entrega todo por el amor, y se entrega tanto cuanto ama; está, pues,
enteramente entregado a Dios, cuando ama enteramente a la divina bondad, y
cuando está de esta manera entregado, nada debe amar que pueda apartar su
corazón de Dios.
En
el paraíso, Dios se dará todo a todos, y no en parte, pues Dios es un todo que
carece de partes; mas, a pesar de esto, se dará diversamente, y las diferentes
maneras de darse serán tantas cuantos sean los bienaventurados, lo cual
ocurrirá así porque, al darse todo a todos y todo a cada uno, no se dará
totalmente, ni a cada uno particular, ni a todos en general. Nosotros nos
daremos a Él según la medida en que Él Fe dará a nosotros, porque le veremos
verdaderamente cara a cara, tal cual es en su belleza, y le amaremos de corazón
a corazón, tal cual es en su bondad; no todos, empero, le verán con igual
claridad, ni le amarán con igual dulzura, sino que cada uno le verá y le amará
según el grado particular de gloria que la divina Providencia le hubiere preparado.
Todos poseeremos igualmente la plenitud de este divino amor, pero, con todo,
las plenitudes serán desiguales en perfección. Si en el cielo, donde estas
palabras: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón serán con tanta
excelencia practicadas, habrá, a pesar de ello, grandes diferencias en el amor,
no es de maravillar que haya también muchas en esta vida mortal.
No
sólo entre los que aman a Dios de todo corazón, hay quienes le aman más y
quienes le aman menos, sino que una misma persona se excede, a veces, a sí
misma, en este soberano ejercicio del amor de Dios sobre todas las cosas.
¿Quién
no sabe que hay progresos en este santo amor, y que el fin de los santos está
colmado de un más perfecto amor que los comienzos? Según la manera de hablar de
las Escrituras, hacer alguna cosa de todo corazón no quiere decir sino hacerla
de buen grado y sin reserva.
Todos
los verdaderos amantes son iguales en dar todos su corazón, con todas sus
fuerzas; pero son desiguales en darlo todos diversamente y de diferentes
maneras, pues algunos dan todo su corazón con todas sus fuerzas, pero menos perfectamente
que otros. Unos lo dan todo por el martirio, otros por la virginidad, otros por
la pobreza, otros por la acción, otros por la contemplación, otros Dar el
ministerio pastoral, y, dándolo todos todo, por la observancia de los mandamientos,
unos empero, lo dan más imperfectamente que otros.
El
precio de este amor que tenemos a Dios depende de la eminencia y excelencia del
motivo Dar el cual y según el cual le amamos. Cuando le amamos por su infinita
y suma bondad, como Dios y porque es Dios, una sola gota de este amor vale
mucho más, tiene más fuerza y merece más estima que todos los otros amores Que
jamás puedan existir en los corazones de los hombres y entre los coros de los
ángeles, porque mientras este amor vive, es él el que reina y empuña el cetro sobre
todos los demás afectos, haciendo que Dios sea en la voluntad preferido todas
las cosas, universalmente y sin reservas.
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