28 DE
ENERO
SAN PEDRO NOLASCO,
CONFESOR
Epístola – I Cor; IV, 9-14
Evangelio – San Lucas; XXI, 32-34
Pedro
Nolasco, Redentor de cautivos, va a asociarse hoy a su maestro Raimundo de
Peñafort; ambos presentan al Redentor universal, como homenaje, los miles de
cristianos, rescatados de la esclavitud, en virtud de aquella caridad, que
nacida en Belén halló asilo en sus corazones. Natural de la provincia de
Languedoc, en Francia, eligió Pedro a España por segunda patria, porque
brindaba a su celo campo de abnegación y sacrificio. Como el Mediador bajado
del cielo, dedicóse al rescate de sus hermanos; renunció a su libertad para
procurar la de ellos, quedándose a veces en rehenes bajo las cadenas de la esclavitud
para poder devolverles a su patria. Su abnegación fué fecunda; gracias a sus esfuerzos
se estableció una nueva Orden religiosa en la Iglesia, compuesta enteramente de
hombres generosos que durante seis siglos, sólo rogaron, trabajaron y vivieron para procurar el beneficio de la libertad a
innumerables cautivos, que morían lentamente en las cadenas, con riesgo de sus
almas. ¡Bendita sea María que suscitó tales Redentores humanos! ¡Gloria a la
Iglesia católica que los produjo! Pero sobre todo gloria al Emmanuel, que al
entrar en este mundo dijo: "Padre, los holocaustos por los pecados de los hombres no te aplacaron; deja ya de
castigarlos; héme aquí. Me has dado un cuerpo; yo voy y me inmolo." (Salmo
XXXIX, 8.) El sacrificio del divino Niño no podía quedar estéril. El se dignó
considerarnos como hermanos, y ofrecerse en lugar nuestro; ¿habrá en lo
sucesivo algún corazón que pueda permanecer insensible a las desgracias y
peligros de sus hermanos? El Emmanuel recompensó a Pedro Nolasco, llamándole a
sí, el misino día en que, doce siglos antes nacía El en Belén. De las alegrías
de la noche de Navidad fué este Redentor humano a unirse con su Redentor
inmortal. En sus últimos instantes, los trémulos labios de Pedro murmuraban su
postrer cántico en la tierra, y al llegar a las palabras: El Señor envió
la Redención a su pueblo, selló con él su alianza eterna, su alma
bienaventurada voló libre al cielo. La Santa Iglesia tuvo que señalar otro día distinto
del de su muerte para celebrar la memoria de Pedro, porque aquel estaba
dedicado enteramente al Emmanuel; pero era también natural, que quien fué
distinguido con la gran prerrogativa de nacer para el cielo, el día en que nació
Jesús en la tierra, ocupase un lugar en el tiempo consagrado al Nacimiento del
divino Redentor.
VIDA.
— S. Pedro Nolasco nació junto a
Carcasona, y se distinguió sobre todo por su caridad para con el prójimo. Huyendo de los herejes Albigenses
llegó a España, y fué a orar
ante N. S. de Monserrat; vendió sus
bienes y con el dinero obtenido, libertó a algunos cautivos. Apareciósele la Santísima Virgen, y
le animó a que fundase una Orden para la redención de cautivos, lo que llevó a cabo de acuerdo con
san Raimundo y el rey Jaime I de Aragón. Murió el día de Navidad del año 1256.
Viniste,
oh Emmanuel, a traer fuego del cielo a la tierra, y sólo deseas verla
inflamada. Semejante deseo tuvo su realidad en el corazón de Pedro Nolasco y de
sus hijos. De esa manera te dignas asociar a los hombres a tus designios
misericordiosos de amor, y al restaurar la armonía entre Dios y nosotros, haces
más estrechos los lazos primitivos que nos unían a nuestros hermanos. Es
imposible que te amemos, oh divino Niño, sin amar también a todos los hombres;
y si es verdad que te llegas a nosotros como víctima y rescate, también quieres que
estemos dispuestos a sacrificarnos los unos por los otros. De este amor fuiste
tú, oh Pedro, apóstol y modelo; por eso quiso el Señor honrarte llamándote a la
corte de su Hijo, el día del aniversario de su Nacimiento. Entonces se te
reveló en todo su esplendor el dulce misterio que tantas veces sostuvo tu valor
y animó tus sacrificios; tus ojos no contemplan ya solamente al tierno Niño que sonríe en su cuna, sino que se
quedan extrañados ante los divinos fulgores del Rey vencedor, del hijo de Dios.
María no aparece ante tu vista pobre y humilde como ante nosotros, inclinada
con reverencia ante el pesebre donde yace su amor; para ti brilla ya en su
trono de Reina, y resplandece con destellos que sólo ceden ante los de la majestad
divina. Tu corazón no ha extrañado esta gloria, porque estando en el cielo estás en tu patria. El cielo es templo
y palacio del amor, y el amor llenaba ya tu corazón desde aquí abajo; era el
móvil de todas sus operaciones. Ruega para que conozcamos mejor ese amor verdadero
de Dios y de los hombres que nos hace semejantes a Dios. Escrito está que el
que permanece en la caridad, permanece en Dios y Dios en él (I
Juan, IV, 16); haz, pues, que el misterio de caridad que celebramos nos
transforme en Aquel que debe ser objeto de todas nuestras aspiraciones, en este
tiempo de gracias y maravillas. Haz que amemos a nuestros hermanos como a
nosotros mismos, que les suframos, que les disculpemos, y que nos olvidemos de
nosotros para servirlos. Haz que sirvan nuestros ejemplos para servirles y
nuestras palabras para edificarles; que sepamos ganar y consolar sus almas con nuestro
afecto, y aliviar sus necesidades corporales con nuestras dádivas. ¡Oh Pedro, ruega por Francia, tu
patria! Ampara a España, en cuyo seno nació tu Instituto. Cuida de los últimos
restos de esa insigne Orden, por cuyo medio obraste tantos prodigios de
caridad. Consuela y devuelve la libertad a los cautivos que se encuentran
todavía en prisiones o en la esclavitud. Alcánzanos a todos nosotros, esa santa
libertad de hijos de Dios de que habla el Apóstol, y que consiste en la
obediencia a su ley. Si esa libertad llega a dominar en los corazones, hará
también libres a los cuerpos. En vano busca el hombre exterior la libertad, si
el interior se halla esclavizado. Oh Redentor de tus hermanos, haz que dejen de
atenazar a nuestras sociedades las cadenas del error y del pecado; de esa manera
conseguirás devolverles la verdadera libertad, causa y norma de todas las demás
libertades.
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