10 de enero
San Gonzalo de Amarante,
confesor.
(†1260.)
San
Gonzalo de Amarante nació en Tagilde, aldea del Obispado de Braga, en Portugal.
Después de recibir el Bautismo, con admiración de todos clavó el niño los ojos
en la imagen de Cristo crucificado y alargó las manecitas en ademán de abrazarle;
y siempre que le llevaban a la iglesia, no paraban sus ojos hasta hallar la
imagen del Salvador en la cruz, de la cual no podían apartarle sin que se
pusiese a llorar. Educóle en letras y virtudes un venerable sacerdote, de cuya casa
pasó después al palacio del Obispo de Braga, el cual le encomendó la abadía de
San Pelagio. Mas como , el santo ardía en vivos deseos de visitar los
Santos Lugares de Jerusalén, confió su rebaño a un vicario sobrino suyo, y en
hábito de peregrino se dirigió a Tierra Sania. Catorce años gastó en contemplar
los divinos recuerdos de nuestro Señor, sin cansarse de mirarlos, adorarlos y regarlos con suavísimas lágrimas. Cuando
volvió a su tierra, viéndose despojado de su abadía por su sobrino, comenzó a
predicar la doctrina evangélica por toda aquella región. Por el tenor de su
vida apostólica se concilio el respeto y veneración de las gentes, y con las limosnas
que le daban edificó una ermita en honra de la Santísima Virgen en cierto sitio
inculto y áspero no lejos del río Tamaca, y vivió en aquella soledad
ejercitándose en la contemplación y predicando de las cosas del cielo a las
gentes que iban a visitarle. Hízose tan célebre aquel lugar por los milagros
que allí obró el santo, que después se pobló de no pocos templos y de dos
famosos monasterios, y hasta el día de hoy concurren a él los pueblos en romería.
Llamóle la Virgen santisima a la sagrada Orden de Predicadores, recientemente
fundada por santo Domingo, y después de haber hecho el santo en ella su noviciado
y su profesión religiosa, volvió a su oratorio de Amarante, para continuar allí sus apostólicos ministerios. Y para que las inundaciones del río Tamaca no estorbasen el concurso de los
fieles, echó un puente sobre aquel río, asentando por su mano las primeras
piedras y alimentando a los operarios con los peces que llamaba del río y
acudían a la orilla. Esta vida eremítica y apostólica llevó el santo, hasta
que, llegándose el día de su feliz muerte, se despidió del pueblo que había
acudido en romería, y en el día 3 de enero, asistido por la Reina de los
cielos, que se le apareció en su último trance, entregó su preciosa alma al
Creador.
Reflexión:
Grande
fué la devoción de san Gonzalo a la pasión y muerte de nuestro Señor
Jesucristo. Esta le inspiró el Señor desde su tierna infancia; ésta le tuvo catorce
años en Jerusalén; ésta predicaba en todos sus sermones. Y ¿por qué no has de
imitarle tú en esta tierna devoción? Si no puedes ir a Tierra Santa como él, y
venerar allí muy despacio los monumentos del Redentor divino, ¿por qué no has
de seguir siquiera en espíritu los pasos de la Pasión, haciendo religiosamente
las estaciones del Vía-Crucis? ¿Por qué no has de besar con grande afecto y compasión
las manos, los pies y el costado de la dolorosa imagen del Señor clavado en la
cruz? ¡Ah! si considerases bien quién es Jesús que por tu amor padeció tanto,
no pudieras adorar su santa cruz sin dejarla toda bañada con tus lágrimas. Al acostarte por la noche no te olvides nunca de besarla, haciendo
delante de ella un acto de contrición. Si lo haces así, el buen Jesús será en
la hora ce tu muerte, tu consuelo, amor y esperanza.
Oración:
Oye,
Señor, nuestras súplicas en la fiesta de tu confesor Gonzalo, y pues él te
sirvió dignamente, líbranos, por sus méritos, de nuestros pecados. Por Jesucristo,
nuestro Señor. Amén.
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