LA CARIDAD DE LAS ALMAS
PURGANTES
HACIA NOSOTROS
HACIA NOSOTROS
Antes de hacer el milagro del ciego de nacimiento, Jesús dijo: “Es
necesario que yo haga las obras de quien me ha mandado mientras es de día, después
viene la noche, cuando no se puede trabajar”. (Juan 9,4) El día del que habla
Jesús, es la vida terrena, la noche es la muerte del cuerpo. Mientras se viva
aquí abajo, se puede hacer méritos por la otra vida, pero, con la muerte ya no
se puede; sólo se cosecha lo que se ha sembrado. El tiempo de la prueba termina
cuando cese la vida terrenal y se acaba el tiempo útil para adquirir méritos.
El hacer méritos es propio de la vida terrenal, y nace del esfuerzo, del
sacrificio hecho con amor. Por esto, el sufrir en esta tierra es un don de
Dios, como es un regalo para el obrero cansarse en un trabajo fatigoso que
después se recompensa con creces. Es lógico pues, que el alma del Purgatorio,
con sus castigos, pague las deudas contraídas (y quién paga no gana). Paga, y
tiene sólo la pena de rembolsar la deuda contraída, sin adquirir méritos. Tampoco
pueden conseguir méritos los bienaventurados, porque en su felicidad falta el
elemento esencial del mérito, que es el esfuerzo y el sacrificio. La mente del alma purgante conserva toda su actividad, la
inteligencia tiene un campo más abierto al conocimiento, porque no está frenada
por el cuerpo, y se encuentra en contacto más directo con las obras de Dios. Antes
que nada, el alma purgante recoge todos los recuerdos porque conserva la
facultad de la memoria. El alma, en efecto, mantiene en ella misma la huella de
su vida terrenal, sin peligro de amnesia, o de olvidos, porque cada día de su
vida terrenal está escrito en la página de la conciencia con carácter indeleble: cada palabra, cada pensamiento,
cada deseo, cada acción, viven en la memoria. Con esta explicación se ve lo
absurdo de los que creen en la reencarnación diciendo que el alma ha vivido
otras vidas de las cuales se ha olvidado y de las cuales ya no tiene conciencia.
Las almas del purgatorio rezan por los seres queridos de la tierra
El arrepentimiento que el alma tiene por sus culpas la empuja a
rezar por sus seres queridos de la tierra. Ella mantiene con los suyos
relaciones de conocimiento. Los que nos han dejado y que lloramos no nos han
abandonado, siendo ahora inmateriales no están sometidos a lugares o
distancias, , nos son cercanos, son clarividentes, nos reconocen y nos
acompañan con un amor siempre más puro y nos circundan con solícita atención. Esta
es la opinión de J.A. Collet, que coincide con la de otros teólogos; la razón
de esta opinión es clara: “lo que Dios ha unido no puede separarse”, es lo que
dice Jesús a propósito del matrimonio y es una expresión que vale para todo lo
que Dios ha unido. Ahora bien, la familia está unida por la misma sangre. Los
vínculos de amor que producen la amistad, son santificados por Dios y por lo
tanto, son lazos puestos por Dios y no pueden anularse. Por esta razón y siempre
con el permiso de Dios, las almas pueden aparecerse a aquellas personas que
amaron en Dios y por Dios, como son por ejemplo, las almas de una misma
comunidad religiosa, que no tienen lazo de sangre, pero están unidas por la
caridad. Por este vínculo de amor ellas pueden con la luz que Dios les da,
advertirnos y protegernos de futuros peligros y ayudarnos en los actuales. Hay numerosos ejemplos de estas acciones de
las almas. Ejemplo, la Reina Claudia, esposa de Francisco I de Francia, se le
apareció a la Beata Catalina Racconigi, y le anunció que los franceses
capitaneados por su rey, serían derrotados en Italia y que el Rey sería vencido
y hecho prisionero en Pavia, como de hecho ocurrió pocos meses después. En
general las almas se manifiestan en el sueño y se muestran, o como eran en vida
o con símbolos que equivalen a un discurso casi jeroglífico, que despertándose
puede descifrarse y entender. Para no asustar, buscan el momento del sueño, y
para comunicar un aviso o la predicción de un suceso, se valen de imágenes
formadas en la fantasía bajo su acción. Ellas producen, por así decirlo, en la
persona, los fantasmas latentes que ya tiene, los utiliza así como un tipógrafo
ensambla los caracteres para formar palabras. Así como los caracteres y los
tipos no son entendidos por quién no tiene conocimiento de tipografía, así los
símbolos fantásticos de los sueños no son descifrados por quién no conoce el
valor de las imágenes, por falta de experiencia o porque no son iluminados o
expertos en la materia. Diríamos que es una taquigrafía del alma para prevenir
un dolor o una alegría.
La actividad íntima de un alma purgante
Consideraremos ahora la actividad íntima de un alma purgante. Esta
antes que nada es santa y su santidad es eternamente duradera porque está confirmada
en gracia; ya no puede pecar y puede ejercitar las más bellas virtudes
cristianas. No es un ejercicio hecho con un esfuerzo penoso y por esto no puede
ser meritorio. Ella ama a Dios, prefiere la virtud que conduce a Él, y por esto
acepta la purificación de las propias imperfecciones con perfecta paz y amor. Por
la unión que tiene con Dios y liberada del cuerpo, el alma capta de una sola
mirada las relaciones de todas las cosas con su Creador, ve todo aquello que en
las criaturas se revela como, potencia, sabiduría y amor. Por esto ama al
señor, con un amor de contemplación mayor que aquel de los santos contemplativos
cuando estaban en la tierra. El hombre tiene ojos corporales para ver las cosas
que lo rodean; puede reforzar la potencia de sus ojos con lentes, telescopios,
microscopios y entonces, ve más y descubre tantas maravillas de la creación,
pero, siempre en los límites materiales. En el mundo sensible, el hombre puede
elevarse con la gracia de Dios al mundo sobrenatural por la fe. La fe es un don
de Dios, es como el ojo del alma que ve en la profundidad de los misterios y
creyendo, los ve con la evidencia del intelecto y de la razón, que adhieren a Dios.
Explicamos con un ejemplo: los rayos infrarrojos, permiten descubrir en las tinieblas
lo que no se ve a pleno día. En la última guerra, los japoneses tenían
preparada una emboscada contra los americanos en medio de una selva y en plena
noche. Los americanos tenían aparatos con rayos infrarrojos y sin ser advertidos
por los japoneses, los vieron, los rodearon y los aniquilaron. Su ojo
infrarrojo había visto en las tinieblas. La fe es como el ojo infrarrojo del
alma peregrina, que le permite ver en la oscuridad de los misterios y le hace
ver aquello que no puede ver con su inteligencia y mucho menos con los ojos del
cuerpo. Permanece en las tinieblas y sin embargo, creyendo, ve en la luz de
Dios, a la que se adhiere diciendo: Creo. El alma purgante no está amarrada al
cuerpo, está en una luz intensa, por la percepción más luminosa que tiene de
las obras de Dios, y sin embargo, contempla su grandeza y su majestad en la
sombra de su propio estado de purificación. Por este ojo interior, el alma
purgante no puede no amar a Dios, y no puede sino buscar la virtud que la
conduce a Él; no puede negarse a aceptar sus mandatos y su adorable voluntad,
no puede no amar la obra y la creación de Dios, y el prójimo, en el cual está
la imagen de Dios. Esto parecería una parálisis de la libertad humana desde el
momento que en el Purgatorio el alma no puede ya elegir entre el bien y el mal,
entre la virtud y el pecado, entre lo perfecto y menos perfecto, entre preferir
un camino a otro; sin embargo no es así, porque la voluntad es la facultad que
permite ir al bien, y cuando se vuelve hacia el mal es porque equivocadamente
lo considera como superior, está engañada por una falsa luz y tentada por un
impulso diabólico que es contrario a la gracia de Dios, que ilumina a la
libertad para elegir el bien. En el purgatorio este engaño no es posible, el
alma está en gracia de Dios, está confirmada en la gracia de Dios, su inteligencia
está iluminada, ve las cosas tal como son ante ella: el mal es mal y el bien es
bien. La neblina seductora que esconde el mal y produce como vértigo en el
espíritu, se ha disipado. El alma sufre por la más pequeña imperfección. Es
libre, pero, por esta libertad iluminada por la gracia y por la experiencia no
puede elegir el mal, porque se le presenta como mal. Esto es un mejoramiento
maravilloso de la libertad. Cuando vemos a un artista tocando una hermosa
melodía, porque se sujeta a la regla del arte, ¿lo diríamos menos libre de quien
mueve las teclas desordenadamente para estropear la música de Bach? El alma
purgante no está forzada, está libre en su vuelo siempre más directo a Dios,
que es su luz y su amor. También Dios está libre, infinitamente libre, y sin
embargo no le es posible querer el mal o la imperfección. Su infinita libertad,
es infinita potencia de bien, infinita sabiduría de perfección, infinito amor,
infinita caridad, que se vuelca sobre sus criaturas beneficiándolas.
Fe, Esperanza, caridad, en el alma purgante
El alma purgante practica en grado eminente la fe, no teniendo
todavía la visión de Dios que disipa toda niebla y la hace vivir en la eterna
luz. Ejercita la virtud de la esperanza, que es, se puede decir, una virtud
propia del Purgatorio, porque el alma no conociendo el fin ni los límites de su
purificación, anhela continuamente a Dios y lo anhela con tal intensidad de amor,
del cual no podemos formarnos ninguna idea. También el amor que los más grandes
santos han tenido en la tierra hacia Dios, es pequeña cosa en comparación del
amor de un alma purgante. Yo creo que por esto, los santos, antes de ascender
al cielo han pasado por el Purgatorio, si bien es por poco tiempo, como se
puede suponer por sus manifestaciones a almas buenas. Como el cohete que se
pone en órbita en torno a la tierra, tiene necesidad del último lanzamiento del
cohete vector, que anula su gravedad y su peso poniéndolo en órbita, así el
alma pura y santa, tiene necesidad de su último cohete de amor, que la lanza
hacia Dios y este lanzamiento puede tenerlo sólo en el Purgatorio. Santa
Catalina de Génova, en su admirable tratado sobre el Purgatorio nos da la razón
de ello; dice así: “El Señor, en el Purgatorio imprime al alma un movimiento de
amor atractivo, suficiente para aniquilarla si no fuera inmortal. Este amor y
esta atractiva unión actúan continuamente y potentemente en ella, tanto es así
que ella si pudiera descubrir un Purgatorio más terrible de aquel en que se
encuentra, se precipitaría voluntariamente en él, empujada vivamente por la
impetuosidad de aquel amor, y esto para liberarse lo más pronto posible de lo
que la separa del Sumo Bien” (Tratado del Purgatorio, Cap. IX) El alma santa,
es atraída potentemente por Dios, que la ama infinitamente, y la mente humana
no puede medir la fuerza de esta atracción, que es, como un imán infinito que
atrae al pequeño átomo de fierro. El alma santa atraída así, está por poco
tiempo en el Purgatorio, no en las llamas de la purificación, sino en las
llamas de un inmenso amor que la empuja definitivamente a Dios, que la atrae.
Es así que el alma cumple su plena unión con la voluntad de Dios, que es el Eterno
e Infinito amor, y está totalmente transformada, para poder unirse a Dios en la
eternidad. La atracción de Dios y el impulso del alma, dan un profundo sentido
de humildad, como lo tendría un satélite artificial si pudiera razonar, atraído
en órbita, en la inmensidad del espacio, alrededor de un planeta colosal. Si razonase,
se vería infinitamente pequeño y sin embargo se sentiría atraído y empujado
alrededor del planeta inmensamente más grande y giraría, no con la arrogancia
del hombre que lo lanza y cree ser victorioso frente a los astros, sino con la
humildad de la pequeñez, de quien gira, porque es atraído por algo inmensamente
grande.
Es necesario invocar al alma purgante
En la luz de la fe, de la esperanza, del amor y de la propia
pequeñez impregnada de amor, el alma no puede dejar de considerar con inmensa compasión
a las criaturas peregrinas de la tierra, y porque está llena de caridad para
con ellas, las asiste, las ayuda cuando la invocan y más aún, por reconocimiento
cuando las sufragan, acelerando su purificación y su unión con Dios. Innumerables
son los hechos que demuestran la protección de las almas purgantes hacia los
hombres que la invocan sufragándoles. “Citaré un hecho acontecido a un lejano
pariente joyero. El volvía a casa de noche, llevando consigo las joyas más
preciosas, por temor de una “visita” de los ladrones en su negocio. Un día
volvió a su casa muy tarde, y temiendo ser agredido se encomendó en el camino a
las almas del Purgatorio, rezando por ellas un Rosario. Era medianoche cuando
tomó el cruce que lo llevaba a su hogar y con temor vio a unos hombres con mala
cara que lo esperaban. Con mayor intensidad invocó la protección y defensa de
las almas del Purgatorio. Había una iglesia al principio del cruce y ésta improvisadamente se abrió y salió un cortejo de frailes
con sacos y capuchones blancos que parecían acompañantes de un funeral. El
capuchón era de aquellos antiguos, que hoy ya no se usan, cubría toda la cabeza
y tenía sólo tres aberturas: dos para los ojos y uno para la boca. El joyero no
encontró nada mejor que unirse a aquel cortejo que era visible a los ladrones
apostados en la sombra.
La esposa impaciente por lo avanzado de la hora, estaba en la
ventana aguardando la llegada de su marido. Este, de hecho regresó junto al
cortejo, deshecho por el temor de los ladrones, y a la vez consolado por el providencial
cortejo que lo había salvado. Contó el hecho a su esposa, y fue mayor la sorpresa
de ella porque le había visto regresar a casa solo. Y ya que el marido insistía
en afirmar la realidad del cortejo, ella le hizo ver que a medianoche ningún
funeral podía hacerse. Entonces ambos comprendieron que aquellos frailes del
cortejo fúnebre, eran ánimas del Purgatorio que acudieron en su defensa". He
aquí otro hecho totalmente comprobado:
Una Noche… Una visitante
“Durante la última guerra de 1944, en una ciudad de Francia,
ocupada por los alemanes, un sacerdote, cansado por las muchas actividades del
día, terminaba su jornada rezando su breviario, cuando de repente se oyó el
timbre. Era como la media noche. Una señora de como cuarenta años se presentó a
la puerta y le suplicó diciendo:
- “Padrecito, venga rápido, se trata de un joven que está en
peligro de muerte”.
- “Bueno, iré mañana a primera hora”.
- “No, vaya enseguida, insistió la señora, porque mañana será
tarde”.
- “Bien, en ese caso, déme la dirección”.
Al inclinarse vio el rostro doloroso de la mujer que escribió: “37, calle Descartes, “2do. Piso”. Tranquilizada por la promesa del sacerdote, la señora agradeció y desapareció en la noche. El sacerdote salió enseguida a la dirección mencionada y al llegar al 2do piso, tocó la puerta. Se presentó casi inmediatamente un joven de 20 años, muy sorprendido por la visita a esa hora tan avanzada.
- ¿Es aquí que hay un joven en peligro de muerte? preguntó el
sacerdote.
- Sorprendido y risueño, el joven contesto: “Soy el único joven de
este inmueble, y estoy en perfecta salud”. “Sin embargo, es esta la dirección
escrita por la señora que me fue a buscar” y el sacerdote le mostró el
papelito.
- ¡Qué curioso!... yo conozco esta letra... pero no es posible.
Pase Padre, me parece que tiene frío. Venga a calentarse.
Después de unos instantes el joven dice:
-“Hace mucho tiempo... dos años que deseaba encontrar a un
sacerdote, pues no me atrevía, pues sabe... tengo mucho que reprocharme...” Cuando
el sacerdote se despidió, dejó al joven en paz, feliz de haberse reconciliado
con Dios, por la Confesión. Mientras regresaba, empezaron las explosiones de
los bombardeos, provocando incendios en medio de un ruido ensordecedor. El
sacerdote se precipitó a la posta más cercana donde empezaban a llegar los
primeros heridos, los agonizantes y los muertos. Estaba reconfortando a un herido,
cuando bruscamente, asustado, fijó su mirada en el rostro de un cadáver que
acababan de depositar en el suelo: era el joven de la calle Descartes. Le
sacaron sus documentos para identificarlo. El sacerdote se acercó: de la
billetera cayó una foto, el padre la recogió, era el rostro de la visitante
nocturna. Al dorso de la foto estaba apuntado: “Mamá 1898–1939, y cerca de la
fotografía, había una carta amarillenta por el tiempo....firmada: “Tu mamá...”.
La letra era la misma de la señora que había apuntado la dirección.”
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