E P Í L O G O
(fin de la obra)
Un
día un buen eclesiástico, que más de cuarenta años ha predicaba en toda Francia
y con celo de apóstol numerosas misiones, se hallaba en Roma a los pies de
nuestro bondadoso y Santísimo Padre el Papa Pío IX, que hablaba familiarmente
con él de aquel hermoso misterio: “Predicad mucho las grandes verdades de la
salvación —le decía el Papa—, predicad sobre todo del infierno; nada de
tapujos; decid claramente, toda la verdad sobre el infierno. Nada es más capaz
de hacer reflexionar y de conducir a Dios a los pobres pecadores”.
Recordando
estas palabras tan profundamente verdaderas del Vicario de Jesucristo, he
emprendido este pequeño trabajo sobre el infierno. Y después, al meditar las
penas eternas y la desgracia de los condenados, se me han venido a la memoria
unas palabras de San Jerónimo que excitaba a una virgen cristiana al temor de
los juicios de Dios:
“Territus terreo —le escribía— atemorizado, atemorizo”. A lo menos me he esforzado
en hacerlo aquí, y Nuestro Señor es testigo de que nada he ocultado de lo que
sé sobre este terrible misterio. Sirva te, lector amado, quienquiera que seas, de
provecho. ¡Cuántas almas hay en el cielo, que lo deben principalmente al temor
del infierno! Te ofrezco, pues, este modesto opúsculo, pidiendo a Dios que haga
penetrar hasta el fondo de tu alma las grandes verdades que expone, a fin de
que el temor te excite al amor, y éste te lleve en derechura al paraíso.
Dígnate rogar por mí, a fin de que Dios tenga misericordia de mí, como de ti, y
se digne admitirme contigo en el número de sus escogidos.
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