sábado, 26 de noviembre de 2016

Ite Missa Est

26 DE NOVIEMBRE
SAN SILVESTRE, ABAD

Epístola – Eccli; XLV, 1-6.
Evangelio – San Mateo; XIX, 27-29.


EL FUNDADOR. — Ocurre con frecuencia que Dios lleva el mundo a los que huyen de él; tenemos hoy un ejemplo, entre otros muchos, en Silvestre Gozzolini. Se diría que ha llegado el momento en que maravillada la tierra de la santidad y de la elocuencia de las Ordenes nuevas del siglo XIII, olvida a los monjes y el camino del desierto; pero Dios, que no olvida, conduce silenciosamente a su elegido a la soledad, y otra vez la soledad se estremece y florece como el lirio. La austeridad de los antiguos tiempos, el fervor de las oraciones prolongadas revive de nuevo en Monte Fano y se propagan a otros sesenta monasterios; una nueva familia religiosa, la de los Silvestrinos, conocidos por el hábito azul que los distingue de sus hermanos mayores, hace siete siglos que aclama a San Benito, el Patriarca de Casino, como legislador y como padre suyo.

EL PENSAMIENTO DE LA MUERTE. — Se cuenta que la ocasión de su vocación fué el espectáculo horrible del cadáver de un hombre poco antes muy señalado por su belleza. Silvestre se dijo: "Yo soy lo que éste fué; lo que éste es, seré yo", y recordó la palabra del Señor: "Si alguno quiere venir en pos de mí, se renuncie a sí mismo, tome su cruz y me siga". Entonces lo dejó todo y se retiró a la soledad. Al principio de este mes traía a nuestra memoria la Iglesia el pensamiento de la muerte. Nos inducía a rogar especialmente en este período por las almas del purgatorio. En la fiesta de hoy, todavía desea que pensemos en nuestras postrimerías. No debemos olvidar el juicio de Dios: Hacia Dios caminamos; él es "el que viene"; él es hacia quien debemos tender. Tenemos que desprendernos poco a poco y por su amor de los atractivos de la vida presente y pedirle que no vacile en romper la tela de nuestra vida cuando haya llegado su hora. La muerte es la señal del pecado; y es también su castigo. A pesar de todo, nada tiene de espantosa desde que el Señor gustó de esa bebida amarga y nos libró del terror que infundía a los antiguos. Y si la consideramos como el encuentro definitivo con el que hemos buscado y amado tanto tiempo con la fe, nada nos debe asustar. Ella será para nosotros la verdadera unión, el verdadero comienzo de todas las cosas. En este día, pidamos a San Silvestre que nos alcance la gracia de bien morir, enseñándonos a vivir como él en este austero pero consolador pensamiento y a seguir al Señor renunciando a todo lo que vaya contra su santa voluntad.

VIDA.El gran anacoreta cuya memoria está ligada a Monte Fano, cerca de Fabriano, en las Marcas, es San Silvestre Gozzolini, fundador de la Congregación Benedictina que tomó su nombre. Nació en Osimo en 1177 e hizo sus estudios de derecho y de teología en Bolonia. Su obispo le procuró un canonicato, pero no tardó en dar el adiós a las dignidades que le esperaban, retirándose a las soledades cubiertas de bosques que rodeaban a su ciudad natal, y desde ese momento ya no pensó más que en levantar el ideal de la vida monástica, harto decaído por cierto. En 1231 logró construir en Monte Fano con la ayuda de algunos discípulos, un pequeño monasterio dedicado a la Reina del cielo y a San Benito. Así empezó la rama benedictina de Monte Fano. Inocencio IV la aprobó por medio de la bula del 27 de junio de 1247. Al morir el fundador, el 27 de noviembre de 1267, la Congregación de los Silvestrinos contaba 433 miembros y 12 monasterios. Clemente v m insertó su nombre en el Martirologio en 1598 y León XIII extendió su Oficio y su Misa a la Iglesia universal, el 19 de agosto de 1890.


NO HAY MÁS QUE VANIDAD. — Cuán vanas son nobleza y belleza: la muerte, al hacértelo ver, abrió ante ti los senderos de la vida. La frivolidad de un mundo que tan mal uso hace del espejismo de los placeres falaces, no podía comprender al Evangelio, que difiere la felicidad para la vida futura, y hace consistir el camino que a ella nos lleva, en el renunciamiento, en la humillación, en la cruz. Con la Iglesia pedimos a Dios clementísimo que en atención a tus méritos tenga a bien concedernos el despreciar como tú las felicidades terrenas que tan pronto se disipan, para saborear un día contigo la eterna y verdadera dicha. Dígnate favorecer con tu ruego nuestras súplicas. Esperamos que el que te ha llevado a la gloria, bendiga y multiplique a tus hijos y favorezca juntamente con ellos a todo el Orden monástico.

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