miércoles, 30 de noviembre de 2016

LA RELIGIÓN DEMOSTRADA LOS FUNDAMENTOS DE LA FE CATÓLICA ANTE LA RAZÓN Y LA CIENCIA - por P. A. HILLAIRE

INMORTALIDAD DEL ALMA


CONCLUSIÓN.

O el infierno eterno existe, o Dios no existe; porque Dios no es Dios, si no es sabio, justo y Señor soberano. Pero como quiera que sea imposible, a menos de estar loco, negar la existencia de Dios, así también fuera menester estar loco para negar la existencia de un infierno eterno. La existencia del infierno es un dogma de la razón y un artículo de fe. Con el dogma del infierno acontece lo que con el dogma de la existencia de Dios: el impío puede negarlo con palabras, su corazón puede desear que no exista, pero su razón le obliga a admitirlo. La misma rabia con que el incrédulo niega este dogma prueba a las claras que no puede arrancarlo de su espíritu: nadie lucha contra lo que no existe; nadie se enfurece contra quimeras. Es tan difícil no creer en el infierno, que el propio Voltaire no pudo eximirse de esta creencia. A uno de sus discípulos, que se jactaba de haber dado con un argumento contra la eternidad de las penas, le contestó: “Os felicito por vuestra suerte;  yo bien lejos estoy de eso”. Voltaire tembló en su lecho de muerte, agitado por el pensamiento del infierno, y la muerte de ese impío ha hecho decir: “El infierno existe”. J. J. ROSSEAU, sofista mil veces más peligroso que Voltaire, no se atrevió a contradecir la tradición universal, y se contentó con volver la cabeza para no ver el abismo: – No me preguntéis si los tormentos de los malvados son eternos; lo ignoro – No tuvo la audacia de negarlo. ¡Tanta autoridad y fuerza hay en esas tradiciones primitivas que Platón conoció, que Romero y Virgilio cantaron y que se encuentran en todos los pueblos del Viejo y del Nuevo Mundo; tan imposible es derribar un dogma admitido en todas partes, a despecho de las pasiones unidas desde tantos siglos para combatirlo! 

56. P. ¿Qué valor tienen las suposiciones ideadas por los incrédulos para suprimir la eternidad del infierno?

R. Contra la eternidad del infierno no se pueden hacer más que las tres siguientes hipótesis:

° o el pecador repara sus faltas y se rehabilita;
2° o Dios le perdona sin que se arrepienta;
3° o Dios le aniquila.

Estas suposiciones son contrarias a los diversos atributos de Dios y están condenadas por la sana razón.

1° Para explicar lo que sucederá más allá del sepulcro, ciertos incrédulos modernos proponen teorías absurdas. Juan Reynaud (Tierra y Cielo), Luis Figuier (El Mañana de la Muerte) y Flammarión (Pluralidad de los mundos habitados) renuevan el viejo error de la metempsicosis, y suponen que las almas emigran a los astros para purificarse y perfeccionarse cada vez más. Todas estas teorías no pasan de ser afirmaciones gratuitas, ilusiones y quimeras que hacen retroceder la dificultad sin resolverla. ¡Si es posible rehabilitarse después de esta vida, no hay sobre la tierra sanción de la ley divina! ¿Para qué inquietarse en esta vida? ¡Ya nos convertiremos en los astros! Y si, después de varias peregrinaciones sucesivas, el hombre sigue siendo perverso, ¿será condenado a errar eternamente de astro en astro, de planeta en planeta?... Pero en este caso, el hombre no llegaría jamás a su meta, lo que es contrario al sentido común. Por lo demás, si después de la muerte existiera un segundo período de prueba, nada impediría que hubiera un tercero, un cuarto, y así sucesivamente. ¿Adónde llegaríamos? Llegaríamos a esto: que el malvado podría pisotear indefinidamente las leyes de Dios y burlarse de su justicia Esto no puede ser: La muerte es el fin de  la prueba, la eternidad será su término.

2º ¿Puede Dios perdonar al pecador en la vida futura? 

No; esto es imposible. El perdón no se impone, se otorga y no se concede sino al arrepentimiento. Ahora bien, el réprobo no puede arrepentirse, porque la muerte ha fijado su voluntad en el mal para toda la eternidad. Ya no es libre. El infierno es para él un centro de atracción irresistible, y es tan imposible para el desgraciado elevarse a Dios por un movimiento bueno, como lo es para la piedra elevarse a los aires por sí misma. Las agujas de un reloj cuyo movimiento se detiene, marcarán siempre la misma hora; un alma detenida por la muerte en el mal, seguirá marcando lo mismo por toda la eternidad. Además, el perdón concedido por Dios en la vida futura destruiría toda la eficacia de la sanción de la ley divina. ¿Qué podría detener al hombre en el momento de la tentación, si abrigara alguna esperanza de obtener su perdón en la eternidad? ¡Cuántos perversos se entregarían gustosos a la práctica del mal, si el infierno no fuera eterno! Y si el temor de las penas eternas no sujeta a todos en el sendero del deber, la idea de castigos temporales no ejercería sobre ellos ninguna influencia.

3º ¿Puede Dios aniquilar al culpable? 

No; Dios no puede aniquilarlo sin ir contra los atributos divinos, y esto por diversos motivos:

El aniquilamiento es opuesto a todo el plan de la creación. Dios ha creado al hombre por amor, y le ha creado libre e inmortal; pero quiere que el hombre le glorifique por toda la eternidad. Dios no puede, por mucho que el hombre haya abusado de su libertad, cambiar su plan divino, porque entonces resultaría esclavo de la malicia del pecador. Dios quiere ser glorificado por su criatura y, no podría ser de otra suerte. Es libre el hombre para elegir su felicidad o su desdicha; pero de buen o mal grado, la criatura debe rendir homenaje a la sabiduría de Dios, que es su Señor, o celebrando su gloria en el cielo, o proclamando su justicia en el infierno.

Si Dios aniquilara al culpable, su ley carecería de sanción eficaz. Para el pecador el aniquilamiento, lejos de ser un mal, sería un bien. Eso es, precisamente, lo que él pide: sus deseos son gozar de todos los placeres sensibles, y luego morir todo entero, para escapar de Dios y de su justicia; a esta muerte completa, él la llama reposo eterno. El aniquilamiento, pues, no sería una sanción eficaz de la ley moral, puesto que Dios aparecería impotente y sería vencido por el hombre rebelde.

3º Además, el número y la gravedad de las faltas piden que haya grados en la pena, y le sería imposible a Dios aplicar este principio, si no tuviera otra arma que el aniquilamiento para castigar al hombre culpable. El aniquilamiento no tiene grados: pesa de un modo uniforme, pesa indistintamente sobre todos aquellos a quienes castiga, confundiendo todas las vidas criminales en el mismo demérito. Esta monstruosa igualdad destruiría la justicia. Luego, después de esta vida, el pecador ni puede obtener el perdón ni ser aniquilado; debe sufrir un tormento eterno.


OBJECIONES.

¿No es injusto castigar un pecado de un momento con una eternidad de suplicios?

No; porque la pena de un crimen no se mide por la duración del acto criminal, sino por la malicia del mismo. ¿Cuánto tiempo se necesita para matar a un hombre? Basta un instante; y sin embargo, la justicia humana condena a muerte al asesino; castigo que es una pena, por decirlo así, eterna, puesto que el culpable es eliminado para siempre de la sociedad (lo mismo con la pena de cadena perpetua). ¿Cuánto tiempo se necesita para provocar un incendio? Un instante. Pues bien, el incendiario es condenado a presidio por tiempo indeterminado, es decir, alejado para siempre de sus conciudadanos y de su familia. No se mide, pues, la duración de la pena, por la duración de la culpa, sino por la gravedad de la misma. Hay que considerar también que el crimen de un momento se ha convertido en crimen eterno. La acción del pecado es pasajera, fugitiva; pero sus efectos duran, y la voluntad perversa del pecador es eterna; porque ha de tenerse presente que sólo son condenados aquellos que mueren en pecado, con el afecto persistente en el mal. Pero como después de la muerte la voluntad no se muda, quedando eternamente mala, se comprende que debe ser eternamente castigada. El hombre que se arranca los ojos queda siego para siempre.

¿Puede un Dios infinitamente bueno condenar al hombre a suplicios
eternos?

Sí; porque si Dios es infinitamente bueno, es también infinitamente justo, y su justicia reclama un castigo infinito para un pecado de malicia infinita. Pregunto: ¿Sería bueno un padre que no impidiera a uno de sus hijos el hacer daño a los otros hermanos? – No; sería cruel e injusto -. ¿Sería bueno si perdonara a sus hijos malos que se atrevieran a ultrajar y a herir a sus hermanos?- No; sería un acto de debilidad imperdonable-. ¿Qué remedio le queda a un buen padre de familia para impedir que los hijos malos se entreguen al crimen? – No le queda otro de que encerrar a esos malos hijos en una cárcel y tenerlos allí para que se conviertan-. ¿Cuánto tiempo debe durar la separación de los malos de la compañía de los buenos? – Hasta que los malos se hayan convertido-. ¿Y si siguen siempre malos? – La separación debe ser para siempre Ahora bien, los malos seguir siempre malos, porque  el tiempo del arrepentimiento ha pasado para ellos; maldicen a Dios y desean aniquilarle. ¿Cuándo, pues, han de salir de la cárcel? – ¡Jamás! – Sí, nunca: la bondad de Dios exige la eternidad del infierno. Por otra parte, cuando el hombre ha cometido un pecado mortal, ¿no ha consentido libremente en el castigo eterno? ¿No ha consentido en él, en la hora de la muerte, al no querer arrepentirse de sus culpas?... Nada ha querido saber de Dios en la tierra; ¿no es justo que Dios nada quiera saber de él en la eternidad?... Finalmente, el infierno eterno es el mayor beneficio de la bondad divina. A veces nos imaginamos que Dios ha creado el infierno sólo para ejercer su justicia; no es exacto. Dios ha creado el infierno para obligarnos merecer el cielo. Dios, infinitamente bueno, quiere proporcionar al hombre la mayor felicidad posible por los medios más eficaces. La mayor felicidad del hombre es el cielo libremente adquirido por sus méritos. Pues bien, el medio más eficaz de que Dios puede valerse para obligar al hombre a hacer un buen uso de su libertad, es el temor de una infelicidad eterna. El temor del infierno puebla el cielo. “El‖ infierno, decía Dante, es la obra del eterno amor”.


Dios es demasiado bueno para condenarme.

Tienes razón, mil veces razón: Dios es demasiado bueno para condenarte. Por eso mismo no es Dios quién te condena, son ustedes mismos los que os condenáis. La prueba de que Dios no os condena, es que lo ha hecho todo por tu salvación; es que, a pesar de vuestros crímenes, está pronto a concederte un generoso perdón, el día que le presentes un corazón contrito y arrepentido. Lo que os condena es vuestra obstinación en el mal, vuestra terquedad en despreciar los mandamientos divinos; sois, pues, vosotros mismos, los que os condenáis por vuestra culpa. Dios nos ha dejado completamente libres en la elección de nuestra eternidad. Si nos empeñamos en elegir el infierno, tanto peor para nosotros. En el momento de la muerte, Dios da a cada uno lo que cada uno ha elegido libremente durante su vida: o el cielo o el infierno. Dios no puede salvarnos contra nuestra voluntad. Nos ha criado libres, y no quiere destruir nuestra libertad. A pesar del infierno eterno, la bondad de Dios queda, pues, intacta, como también su justicia; y el dogma de la eternidad de las penas es la última palabra de la razón y de la fe, sobre Dios, sobre el hombre, sobre la moral y sobre la religión: es la sanción necesaria de nuestra vida presente.

Nadie ha vuelto del infierno para testificarnos su existencia.

No: nadie ha vuelto de infierno, y si entráis en él tampoco volveréis. Si se pudiera volver, aunque fuera por una sola vez, yo os diría: Id y veréis que existe. Pero precisamente porque una vez dentro no se puede salir, es una locura exponerse a una desgracia espantosa, sin fin y sin remedio. Nadie ha vuelto del infierno, ¿y, cómo volver, si el infierno es eterno? ¿No ves que apeláis a testigos que no podrán venir jamás a daros una respuesta? No están en el infierno para atestiguar su existencia: están como forzados, condenados a galeras perpetuas para expiar sus crímenes. Si se entra en el infierno, no se sale de él jamás. Y fuera de eso, este testimonio del infierno, ¿es acaso necesario? Acabamos de oír la deposición de todo el género humano; hemos escuchado las conclusiones justísimas de la razón ¿No basta eso para demostrarnos la existencia del infierno? ¡Cuántas verdades conocemos sólo por el testimonio de nuestros semejantes, y cuántas otras hemos aprendido únicamente con la luz de la razón! Decís: Dos y dos son cuatro diez por diez son cien ¿Cómo lo sabes? – El simple raciocinio, me contestáis, basta para daros esas convicciones. – ¡Muy bien! Raciocina, pues, y llegarás fácilmente a convencerte de que Dios es justo y de que su justicia requiere que los malvados sean  castigados  El castigo de los malvados es el infierno, y el infierno eterno. Nosotros, los cristianos, tenemos otra consideración que dar: El Hijo de Dios en persona ha venido del otro mundo a certificarnos la exigencia de un infierno eterno: puedes leer en los sagrados Evangelios sus testimonios inefables< Además, nuestro Señor Jesucristo es una prueba viviente de la eternidad del infierno. ¿Por qué se hizo hombre? ¿Por qué murió en una cruz? Un Dios debe proceder por motivos dignos de su infinita grandeza. Si el pecado no merecía una pena infinita, por lo menos en duración, es decir, eterna, no eran necesarios los padecimientos de un Dios. ¿Se requería acaso, que el Hijo de Dios se encarnara y muriera en una cruz, para ahorrar al hombre algunos millones de años de purgatorio?... No, por cierto. Si la malicia del pecado explica el Calvario, el Calvario, a su vez, explica el infierno. El Calvario nos muestra una Redención infinita; el infierno debe mostrarnos una expiación sin límites. El Calvario es la expiación de un Dios; el infierno es la expiación del hombre, infinita la una y la otra; la una en dignidad, la otra en duración. Así todo se coordina en la religión: el dogma de la eternidad de las penas está perfectamente explicado por el dogma de la Encarnación del Hijo de Dios y de la Redención del mundo.

En resumen: el testimonio de todo el género humano y sus más antiguas tradiciones; el testimonio de la razón, y, especialmente, el testimonio infalible de Dios mismo, se unen para afirmar, con certeza absoluta, que hay un infierno eterno para castigo de los pecadores impenitentes. Si no queremos caer en él, tenemos que evitar el sendero que a él conduce, en la seguridad de que, una vez dentro del infierno, no saldríamos jamás.

NARRACIÓN. – Una religiosa enfermera se encontraba junto al lecho en que, enfermo de muerte, yacía un viejo capitán, que no quería convertirse. El enfermo pide agua; y la religiosa, en su celo por la salvación de esa alma, le dice al servirle la copa.

– Beba usted, capitán, beba hasta hartarse, porque se va al infierno, y durante toda la eternidad pedirá una gota de agua sin obtenerla...

– Le he dicho mil veces que no hay infierno.

– Sí, me lo ha dicho usted, capitán; pero, ¿lo ha demostrado?... Negar el infierno no es destruirlo.

– ¿Lo ha demostrado? ¿Lo ha demostrado?..., repetía en voz baja el enfermo, revolviéndose en el lecho. ¡Vamos! No... no lo he demostrado... ¿Y si fuera cierto?

Después de algunos instantes añadió:

– Dios es demasiado bueno, sí, demasiado bueno para arrojar un hombre al infierno.

– Dios no castiga porque es bueno, sino porque es justo. El simple buen sentido nos dice que Dios no puede tratar de la misma manera a lo que le sirven que a los que conculcan sus santas leyes, a sus fieles servidores que a sus servidores negligentes. Por otra parte, agrega la Hermana con mucha tranquilidad, ya verá usted bien pronto, capitán, si el infierno existe...

La religiosa guarda silencio y continúa su oración. Después de algunas horas de reflexión, el enfermo pide un sacerdote. Se decía hablando consigo mismo: Hay que decidirse por el partido más seguro; no es prudente ir a verlo; cuando se entra no se sale.

57. P. ¿Cuál es el destino del hombre?

R. El hombre ha sido creado para conocer, amar y servir a Dios sobre la tierra, y gozarle después en la eternidad. Se llama destino de un ser, el fin que debe procurar obtener y para el cual Dios le ha dado la existencia. El hombre tiene un doble fin: el fin próximo, que debe cumplir sobre la tierra;  y el fin último, es decir, la meta a que debe llegar después de esta vida, la bienaventuranza eterna.

1º Dios ha creado al hombre para su gloria. 

Todo ser inteligente obra por un fin: obrar sin un fin es absurdo. Dios, sabiduría infinita, no podía crear sin tener un fin, y un fin digno de Él. Este fin digno de Dios no es sino Dios mismo. Nada de lo que se halla fuera de Él es digno de su grandeza infinita  ¿Qué saca Él de la creación? Dios es el bien infinito, y no puede ser ni más perfecto ni más feliz. Pero Dios puede manifestar su bondad, sus perfecciones infinitas, y de esta suerte, procurar su gloria. Debemos distinguir en Dios, la gloria interior, esencial, y la gloria exterior, accidental. La gloria interior es el conjunto de sus perfecciones infinitas, y no es susceptible de aumento. Dios se glorifica exteriormente cuando manifiesta sus perfecciones con los bienes que da a sus criaturas, cada una de las cuales es como un espejo en el que se reflejan, con mayor o menor brillo, las perfecciones divinas. Cuando el hombre conoce, estima, alaba y bendice con amor estas perfecciones divinas, que le son manifestadas por las criaturas, entonces glorifica a Dios y para recibir este homenaje, esta alabanza, esta gloria exterior, Dios ha creado al hombre. Dios podría no haberlo creado, puesto que la creación nada añade a su gloria interior o esencial; pero creando, Dios debía poner en su obra seres inteligentes y libres: inteligentes para que conocieran sus perfecciones; libres, para darle gloria con homenajes voluntarios.

2º El hombre procura la gloria de Dios consagrando su vida a conocerle, amarle y servirle. En esto consiste su fin próximo.

Dios ha dado al hombre tres facultades principales: una inteligencia para conocer, una voluntad, un corazón para amar y los órganos del cuerpo para obrar. Es justo, pues, que el hombre consagre a la gloria de Dios su inteligencia para conocerle cada vez más; su corazón para amarle intensamente; su cuerpo para servirle con abnegación. El hombre es el servidor de Dios; no debe vivir para sí, pues no se ha dado a sí mismo la vida, no es dueño de sí, no se pertenece. El hombre lo ha recibido todo de Dios, ha sido creado para Dios y no tiene otra razón de ser que procurar la gloria de Dios. Como el sol ha sido creado para alumbrar y calentar, el agua para lavar y refrescar, la tierra para sostenernos y nutrirnos, así, el hombre ha sido creado para glorificar a Dios. Todo lo que en mis pensamientos, palabras o acciones no sirva para la gloria de Dios, no sirve para nada, y es del todo inútil. Conocer, amar y servir a Dios, tal es, por consiguiente, el fin próximo del hombre.

3° Sólo Dios es el fin último del hombre. 

Dios podría no haberme creado; si lo hizo, fue por pura verdad: primer acto de amor. – Dios podía crearme únicamente para su gloria, sin reservarme ninguna felicidad ni temporal ni eterna. Pero su bondad infinita ha querido unir su gloria y la felicidad del hombre: segundo acto de amor. La felicidad del hombre, tal es el fin secundario de la creación. Luego, el hombre ha sido creado para ser feliz. Sólo en Dios puede el hombre hallar su felicidad. La felicidad es la satisfacción de los deseos del hombre, el reposo de sus facultades en el objeto que las llena y satisface. La inteligencia del hombre tiene sed de verdad, y la verdad infinita es Dios. – La voluntad, el corazón del hombre ama el bien, la belleza; y Dios es el bien y la belleza infinita. – El cuerpo del hombre ansía la plenitud de la existencia y de la vida, y únicamente en Dios se halla esta plenitud. La experiencia nos dice que ni la ciencia, ni la gloria, ni la fortuna, ni cosa alguna creada, puede saciar al hombre. Él siente deseos de un bien infinito. Por consiguiente, sólo en el conocimiento y posesión de Dios puede el hombre hallar su felicidad. En la vida futura, Dios puede ser la felicidad del hombre de dos maneras, según que sea conocido directa o indirectamente.

1° Se conoce a Dios indirectamente por medio de sus obras. Contemplando las criaturas de Dios se ven resplandecer en ellas, como en un espejo, las perfecciones divinas. Así es cómo el niño reconoce al padre viendo el retrato más o menos parecido. Conocer así a Dios, amarle con un amor proporcionado a este conocimiento indirecto, es lo que constituye el fin natural del hombre.

2° Se conoce a Dios directamente, cuando se le ve en su misma esencia, contemplada cara a cara. Un niño conoce mejor a su padre y le ama mucho más cuando le ve en persona que cuando sólo ve su retrato. Ver a Dios cara a cara, amarle con un amor correspondiente a esta visión inefable, es lo que constituye el fin sobrenatural del hombre y de los ángeles. Dios podía contentarse con proponernos un fin puramente natural; pero por un exceso de amor, como veremos más adelante, nos ha elevado a este fin sobrenatural, infinitamente más grande y excelso.

Ite Missa Est

30 de noviembre 
San Andrés,
apóstol
(†62)

Epístola – Rom; X, 10-18
Evangelio – San Mateo IV, 18-22

El glorioso apóstol san Andrés, hermano mayor de san Pedro, natural de Betsaida en Galilea, y pescador de oficio, fue el primero de los apóstoles que conoció y trató a Jesucristo: porque siendo condiscípulo de san Juan Bautista, un día viendo san Juan al Señor, dijo: «Este es el Cordero de Dios»; y luego san Andrés con otro discípulo suyo, se fué en seguimiento de Cristo; el cual volviéndose a ellos y viendo que le seguían, preguntó- les a quien buscaban, y ellos respondieron que querían saber donde posaba. Díjoselo, llevólos consigo, tuvolos un día en su compañía: y de si* conversación entendieron que era el verdadero Mesías. Dijólo Andrés a su hermano Pedro, y lo llevó a Cristo. Más adelante hallólos al Señor pescando en el mar de Galilea, y los llamó al apostolado. Siguieron los dos hermanos a Cristo todo el tiempo que anduvo predicando por Judea y Galilea; y aunque el primero a quien nombran los Evangelios al nombrar a los apóstoles es san Pedro, no obstante, inmediatamente después de Pedro ponen a san Andrés. Después ¡de haber recibido el Espíritu Santo, fué san Andrés a predicar el Evangelio a los habitantes de la Escitia, de las regiones del mar Negro, y de la que ahora llamamos Albania. Pasó  a Acaya, en donde las numerosas conversiones que con su apostólica predicación obtuvo, suscitaron el furor de los idólatras, los cuales le acusaron de seductor y le llevaron al tribunal de Egeas, procónsul de Patras. Mandóle éste que sacrificase a los dioses del imperio, si no quería morir entre tormentos: y respondiendo Andrés que cada día ofrecía en sacrificio al verdadero y único Dios un Cordero inmaculado, que se inmola en los altares de los cristianos; el feroz procónsul, incapaz de entender el  del santo apóstol, condenóle a morir en una cruz y no enclavado en ella, sino atado con sogas, para que el tormento fuese más prolijo. Al verle el pueblo salir para el lugar de la crucifixión, daba voces diciendo: «¿Qué ha hecho este justo y amigo de Dios? ¿Por qué lo crucifican?» Mas él rogábales que no le impidiesen aquel bien tan grande: y al ver la cruz, desde lejos exclamó: «Yo te adoro, oh cruz preciosa, que con el cuerpo de mi Señor fuiste consagrada: yo vengo a ti regocijado y alegre; recíbeme tú en tus brazos con alegría y regocijo. ¡Oh buena cruz tan hermoseada con los miembros de Cristo! días ha que te deseo: con solicitud y diligencia te he buscado; ahora que te hallé, recíbeme en tus brazos y preséntame a mi Maestro, para que por ti me reciba el que por ti me redimió». Dos días estuvo vivo en la cruz con estos santos afectos, y fervorosas exhortaciones al numeroso pueblo que le rodeaba, y así dio su espíritu al Señor.

Reflexión:
¡Cuánta fué aquella dulzura, dice san Bernardo, que sintió san Andrés cuando vio la cruz, pues endulzó la amargura de la misma muerte! ¿Qué cosa puede haber tan desabrida y llena de hiél, que no se haga dulce con aquella dulcedumbre que hizo suave la muerte? San Andrés, hombre era semejante a nosotros, y pasible; pero tenía tan ardiente sed de la cruz, y con un gozo jamás oído estaba tan regocijado y como fuera de sí, que pronunció aquellas palabras tan dulces y amorosas. ¿Y nosotros nos quejaremos cuando el Señor nos haga participantes de su cruz?

Oración:
Humildemente suplicamos a tu Majestad, oh Señor, que sea el bienaventurado san Andrés nuestro continuo intercesor para contigo, como fué en tu Iglesia predicador y gobernador Por nuestro Señor Jesucristo. Amén. 

martes, 29 de noviembre de 2016

DEMOS GRACIAS A DIOS - por el P. Faber

SECCIÓN 2
El espíritu de los Santos es un espíritu de acción de gracias.


El espíritu, característico de los Santos ha sido en todas las épocas un espíritu de acción de gracias; la acción de gracias fue siempre su oración favorita, y cuando la humana ingratitud angustiaba su amor divino, convidaban entonces a los animales y criaturas inanimadas a bendecir a la infinita bondad de su Hacedor y Padre misericordioso y compasivo. Traslademos aquí un bellísimo pasaje de San Lorenzo Justiniano en su Tratado de la obediencia: «Quienquiera que -son palabras del Santo- intentare enumerar todos los beneficios divinos, se asemejaría a aquel que tratase de encerrar en un pequeño vaso el inmenso piélago de aguas del vasto Océano; y todavía sería más fácil esta operación que la de publicar con la humana elocuencia las innumerables larguezas divinas. Pero si bien semejantes mercedes son inexplicables, no menos por su muchedumbre y grandeza, qué por su incomprensibilidad, no deben, sin embargo, pasarse en silencio, abandonándolas a un olvido completo; porque aunque nos sea imposible apreciarlas debidamente, preciso es, con todo, que sean confesadas con la boca, reverenciadas con el corazón y honradas con cristiana religiosidad, según es dado a nuestra mísera flaqueza humana. La lengua, ciertamente, es incapaz de explicarlas, cero fácil cosa es encarecerlas con los tiernos y piadosos afectos de nuestro corazón; y la misericordia infinita de nuestro eterno Creador y Señor se dignará aceptar benigna no sólo lo que podemos practicar, mas también aquello mismo que deseamos poner por obra, pues que cuenta como méritos del justo, así las obras buenas que ejecuta, como el deseo de su voluntad.»

Cuéntase que el Eterno Padre reveló a Santa Catalina de Sena que el hacimiento de gracias hace al alma deleitarse incesantemente en su soberana Majestad, que libra a los hombres de toda negligencia y tibieza en el servicio divino, e inspira en su ánimo vivísimos deseos de complacerle más y más cada día en todas las cosas. El aumento de la acción de gracias es la razón que el Señor da a Santa Brígida para la institución del sacrificio augusto de la Misa: Diariamente; le dice, se está inmolando mi Cuerpo sobre el ara del altar, para que el hombre se encienda en la llama del divino amor y recuerde con más frecuencia mis beneficios. Dichoso aquel, exclama San Bernardo, que a cada gracia que recibe se vuelve con el pensamiento a Aquel en quien se halla la plenitud de todas las gracias; porque si correspondemos agradecidos a los favores que nos ha otorgado, alcanzaremos ulteriores mercedes de sus divinas manos.

Y en otro lugar añade el mismo Santo Doctor: Hablad a Dios con hacimiento de gracias, y veréis cómo conseguís abundantes beneficios de su infinita liberalidad. Oigamos a este propósito a San Lorenzo Justiniano: Como observe el Señor que correspondéis agradecidos a sus divinas larguezas, os colmará entonces de singulares dones, a cuales más ricos y regalados. Últimamente, le fue revelado a Santa María Magdalena de Pazzi que la acción de gracias disponía el alma a recibir las infinitas larguezas del Verbo Eterno. Detente ahora, lector amado, y medita unos cuantos minutos sobre el Verbo Eterno; recuerda que es la segunda persona de la Beatísima Trinidad, el Hijo Unigénito del Padre, el esplendor de su divina Majestad, la Sabiduría increada, la Persona misma que encamó y murió por nosotros, Aquel que envió al Espíritu Santo, quien nos dio a María y se da a sí mismo en el Santísimo Sacramento; Aquel en cuya mente se revuelven en este momento los innumerables lustros de todas las criaturas posibles.

Pondera igualmente que sus infinitas larguezas carecen de límites y medida, que nos es imposible contar su número, secar su frescura, penetrar su excelencia, abarcar su plenitud y dar inteligibles nombres humanos a sus especies, invenciones, variedades, portentos y singulares maravillas. ¡Oh si tuviésemos una muy especial devoción a la Persona del Verbo Eterno! ¡Si nos fuese dado leer todas las grandezas que la Iglesia puede de Él contarnos, y luego nos resolviésemos a meditar y hacer actos de amor sobre aquello mismo que estamos leyendo! ¡Oh qué medio este tan eficaz para aumentar nuestra devoción hacia la Sacratísima Humanidad del Hijo Unigénito del Padre para velar en su pesebre, y gemir sobre su Cruz, y adorarle en su tabernáculo, y ampararnos y guarecernos en el seno de su Sagrado Corazón!

Pide, pues, a San Miguel, San Juan Evangelista y San Atanasio, que te alcancen esta devoción, pues que sus ruegos tienen un especial valimiento ante el acatamiento divino para procurarnos tan singular beneficio, y verás cómo corres por los caminos de Dios luego que el calor de dicha devoción haya convertido tu corazón en homo de fuego. Ten igualmente presente que el mismo Señor nos ha dicho, por boca de su sierva Santa María Magdalena de Pazzi, que la acción de gracias prepara el alma a las divinas larguezas del Verbo Eterno. Ya ves, pues, la necesidad en que estás de empezar desde hoy, ahora mismo, un nuevo género de gracias más digno del Rey de la majestad que aquellas poco frecuentes formalidades, simples cortesías y meros respetos con que hasta aquí te has contentado para corresponder agradecido a los inestimables favores y señaladas larguezas con que el Señor se ha dignado colmarte a pesar de tu ruindad y bajeza. Hazle, sí, en este mismo momento semejante promesa, y en seguida, más encendido el corazón en la llama del divino amor, prosigue leyendo.

Cuenta San Buenaventura, o mejor dicho, el autor de las Meditaciones sobre la Vida de Cristo, que la Santísima Virgen daba gracias a Dios sin intermisión; y a fin de que las salutaciones ordinarias no la distrajesen en sus alabanzas al Altísimo, cuando alguno la saludaba, tenía la costumbre de contestarle; Deo gradas; adoptando no pocos Santos, a ejemplo suyo, la misma práctica piadosa. El P. Diego Martínez, de la Compañía de Jesús, llamado «el Apóstol del Perú» por su celo por la salvación de las almas e infatigable laboriosidad en aquella provincia, solía diariamente decir cuatrocientos y hasta seiscientos Deo gratias, llevando consigo cierta especie de rosario para ser puntual en el número de veces que se había propuesto recitar semejantes palabras; y sin cesar estaba induciendo a los demás a practicar la misma devoción, asegurando que ignoraba hubiese ninguna breve jaculatoria más acepta a los divinos ojos, siempre, por de contado, que se dijese con devota intención.

Cuéntase igualmente de este religioso, en el sumario de su proceso, que los actos formales de amor de Dios que cada día practicaba llegaban no raras veces a varios miles. Refiere Lancisio, tomándolo de Filón, que existía entre los judío una tradición bastante original, la cual es como sigue: «Luego que Dios hubo creado el mundo, preguntó a los Ángeles qué juicio habían formado sobre esta obra de sus divinas manos, y uno de ellos se atrevió a contestarle, diciendo: que como era tan grandiosa y perfecta, le parecía que faltaba una cosa solamente, es a saber: una voz clara, sonora y armoniosa que estuviese sin cesar llenando con su eco todos los ángulos del mundo, para de esta suerte ofrecer día y noche a su Hacedor continuas acciones de gracias por los beneficios e incomparables mercedes con que la había enriquecido. Ignoraban aquellos espíritus bienaventurados que había de llegar época en la cual tenía que llenar el Santísimo Sacramento la función sublime de alabar, y glorificar al Creador del universo; y ved aquí la razón por qué nuestra acción de gracias no debía ser un ejercicio de devoción practicado de vez en cuando, pues la voz del amor que se mantiene siempre vivo y lleno de frescura y lozanía en el fondo de nuestros corazones preciso es que se oiga sin cesar.

En varios de los pasajes de San Pablo arriba citados habla el Apóstol de los ruegos con acción de gracias como si no pudiese haber oración alguna de la cual no forme parte el hacimiento de gracias; cuyo lenguaje es asimismo una confirmación de lo que llevo dicho, esto es, que el Espíritu de la Eucaristía se encuentra en todo acto de devoción católica. «Paréceme -afirma San Gregorio Niseno- que si durante toda nuestra vida estuviésemos conversando con Dios sin interrupción ni distracción alguna, y no haciendo otra cosa más que rendirle acciones de gracias por sus inefables larguezas, tan lejos estaríamos de corresponder agradecidos a nuestro celestial Bienhechor, como si nunca nos hubiese ocurrido semejante pensamiento. Efectivamente, el tiempo comprende tres partes: pasado, presente y futuro. Si examinamos el presente, veremos que Dios es por quien vivimos; si el futuro, Él es el objeto de todas nuestras esperanzas, y si consideramos, por fin, el pasado, veremos igualmente que jamás hubiéramos existido si Dios no nos hubiese creado. Beneficio suyo fue, pues, el que naciésemos, y aun después de nacidos, nuestra vida y hasta nuestra misma muerte fueron, como asegura San Pablo, singulares mercedes de sus liberales manos, y cualesquiera que sean nuestras esperanzas futuras, están asimismo pendientes de los beneficios divinos. Sólo, pues, somos dueños del presente, y, en su consecuencia, aunque nunca jamás interrumpiésemos las acciones de gracias durante todo el curso de nuestra vida, difícilmente haríamos todavía lo bastante para corresponder agradecidos al favor, que es siempre presente; pero nuestra imaginación no puede concebir ningún método posible para mostrar nuestro reconocimiento por el pasado, y el tiempo futuro.» Como por vía de apéndice a estas autoridades, paréceme que no será inoportuno añadir que la Iglesia ha concedido indulgencias a varias fórmulas de acciones de gracias para aficionar más y más a sus hijos a que glorifiquen a Dios con tan santas devociones.


Ya se nos ofrecerá ocasión de recordar que no pocas de estas son acciones de gracias a la Beatísima Trinidad por los singulares dones y señaladas mercedes con que enriqueciera a la Virgen Maria, Reina y Señora nuestra. Nos servirá, ciertamente, de poderoso auxiliar en nuestro agradecimiento la clasificación de los principales beneficios por los cuales estamos obligados a rendir a Dios continuas acciones de gracias, y yo aconsejaría que en esta materia, como en muchas otras, siguiésemos el orden y método que propone el Padre Lancisio.

Ite Missa Est

29 DE NOVIEMBRE
LA VIGILIA DE
SAN ANDRES


LAS PRIMERAS PIEDRAS DE LA IGLESIA. — La vigilia de San Andrés es la más notable entre las vigilias de los Apóstoles. Punto de unión entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, nos recuerda las promesas divinas y nos hace ver su cumplimiento, mientras se prepara la construcción de la Iglesia con la elección de las primeras piedras. La última lección de la Escritura del Tiempo Profeta Malaquías que anuncia los tiempos nuevos: Desde la salida del sol hasta el ocaso, mi nombre es grande entre las naciones, dice el Señor de los ejércitos y en todo lugar se ofrece mi Nombre el sacrificio de una oblación pura". Y Juan Bautista, en el Evangelio del día nos avisa que el largo esperar del género humano ha terminado ya. Nos señala al Mesías que está ya muy cerca: "He ahí al Cordero de Dios". Andrés oye este pregón y a impulsos de la gracia sigue a Jesús y pasa la tarde con él. Fué el primer Apóstol en reconocer a Cristo y al momento le lleva a su hermano Pedro, el que más tarde va a ser el primero por la autoridad, el primer Papa. Venid en pos de mí", había dicho Jesús. Esta palabra del Señor va dirigida a las almas de buena voluntad. La invitación está llena de bondad: ¿Puede haber, en efecto, algo más dulce que seguir al que es el mismo Amor? ¿Qué cosa más fácil que seguir al Omnipotente? Y, con todo, son muy pocos los que responden a esta dulce presión. Pongamos nuestro porvenir espiritual debajo de la protección de San Andrés y roguémosle que nos conceda la gracia de la fidelidad, para que, a ejemplo suyo, podamos seguir a Cristo a donde nos quiera llevar y, si le parece, hasta la cruz. Terminemos con este deseo de San Agustín en la Homilía del día: "Levantémosle en nuestros corazones una morada, para que venga a ella y nos enseñe y viva con nosotros". Ya se va diseñando todo el Adviento. Pongamos bajo de la bendición del Apóstol de la cruz la temporada santa del Adviento.

Oración:

"Suplicamoste, oh Dios omnipotente, que el Apóstol San Andrés, a cuya festividad nos disponemos, nos alcance tu auxilio, para que, libres de nuestras culpas, salgamos victoriosos también de todos los peligros. Por Jesucristo Nuestro Señor Amén."

lunes, 28 de noviembre de 2016

Ite Missa Est

28 de noviembre.
Santiago de la Marca, confesor.
(†1479)

El celoso predicador de Cristo, Santiagode la Marca, nació en Montebrandón, en la Marca de Ancona. Fué hijo de unos pobres labradores; y pasó los años de su apacentando un rebaño. Un tío suyo materno, sacerdote ejemplar y prudente, echando de ver en él buen ingenio y disposición para las letras, le envió a la universidad de Perusa, para estudiar las letras humanas y divinas; en las cuales salió tan aprovechado, que un caballero muy principal de aquella ciudad, le encomendó la educación de un hijo suyo, y dio su favor para que pudiese ganar mucha hacienda, y medrar en el mundo. Mas no llenaron su corazón las esperanzas y bienes del siglo, sino los verdaderos bienes que hallaba en el servicio del Señor. Habiendo pasado a Asís, para ganar la indulgencia de la Porciúncula, quedó tan edificado de la rara modestia y humilde compostura de los hijos del seráfico padre san Francisco, que se sintió interiormente llamado de Dios a tomar su hábito, y copiar en sí aquellas religiosas virtudes. Echó, en el noviciado los cimientos de su esclarecida santidad; y ordenado de sacerdote, fué destinado por sus superiores al ministerio de la divina palabra. Predicó en Italia, Austria, Dinamarca y Polonia, con tan apostólico celo, y tan grande espíritu y virtud de Dios, que convirtió innumerables pecadores a penitencia. No eran menos eficaces sus palabras, que el ejemplo de su santa vida. En el espacio de cuarenta años, no dejó pasar un solo día sin macerar su cuerpo con ásperas disciplinas; ni se desató jamás el cilicio o ceñidor de hierro, erizado de clavos, que traía puesto a la cintura. Pasaba las noches en oración, sin dormir más de tres horas; no comía carne; su hábito era de sayal pobre y remendado, y gozábase de padecer falta aun de las cosas más necesarias. Habiendo entendido que querían hacerle arzobispo de la iglesia de Milán, rehusó aquella dignidad, con grande resistencia, que jamás pudieron acabar con él que la aceptase. Ilustró el Señor a este su siervo, obrando por él muchos milagros, señaladamente el tiempo que estuvo en Venecia. Sanó repentinamente al duque de Calabria y al rey de Nápoles, que estaban desahuciados de los médicos, y a las puertas de la muerte. Finalmente, lleno de días y merecimientos, a la edad de ochenta y nueve años, llamóle el Señor para darle la recompensa de sus grandes trabajos y virtudes, en el reino de su gloria.

Reflexión: ¿Qué tienen que ver los deleites causados por los bienes sensibles, con los purísimos goces que nos proporcionan los bienes del alma? Aquellos, son vanos o torpes: éstos, verdaderos y puros. Cuando un alma desprecia generosamente todo lo mundano, el Señor, que es generosísimo, no retarda la paga; y su divina providencia ilumina de tal manera el entendimiento, y da tal alegría al corazón, que no cabiendo en él, rebosa y se manifiesta visiblemente en el exterior. Yerran, pues, miserablemente, los pecadores, creyendo que la observancia de la ley de Dios es un sacrificio dolorosísimo y sin recompensa en esta vida.

Oración:
Oh Dios, que nos alegras con la anual festividad de tu bienaventurado confesor Santiago; concédenos benigno, que pues celebramos su nacimiento para el cielo, imitemos el ejemplo de sus virtudes. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


domingo, 27 de noviembre de 2016

Ite Missa Est

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO

Este domingo, primero del Año eclesiástico, lleva en los documentos y crónicas de la Edad Media el nombre de Dominica Ad te levavi, por^ las primeras palabras del Introito, o también el de Domingo Aspicíens a longe, por las primeras palabras de uno de los Responsorios del Oñcio de Maitines. La Estación  se celebra en Santa María la Mayor; la Iglesia quiere comenzar anualmente la vuelta del Año litúrgico bajo el amparo de_ María, en la augusta Basílica que venera la gruta de Belén, y que por esta razón se llama en los antiguos monumentos Santa María ad Praesepe. Imposible escoger un lugar más a propósito para saludar ya el próximo y divino alumbramiento que ha de alegrar al cielo y a la tierra, mostrando el sublime prodigio de la fecundidad de una Virgen. Transportémonos con el pensamiento a este sagrado templo y unámonos a las oraciones que allí se oyen; son las mismas que vamos a exponer aquí. En el Oficio nocturno, la Iglesia comienza hoy la lectura del Profeta Isaías (siglo VIII antes de J. C.), el que con mayor claridad predijo las características del Mesías; continuando esta lectura hasta el día de Navidad inclusive. Tratemos de saborear las enseñanzas del santo Profeta y que el ojo de nuestra fe logre descubrir amorosamente al Salvador prometido, bajo los rasgos ya graciosos, ya terribles, con que nos le pinta Isaías. Las primeras palabras de la Iglesia en medio de la noche son éstas: Al Rey que ha de venir, venid, adorémosle. de haber cumplido con este deber supremo de adoración, escuchemos el oráculo de Isaías, transmitido por la Iglesia. Empieza el libro del Profeta Isaías. Visión de Isaías, hijo de Amos, que tuvo sobre las cosas de Judá y Jerusalén en tiempo de Ozías, Joatán, Acaz y Ecequías, reyes de Judá. Oíd, cielos, y tú, oh tierra, escucha, porque el Señor habla: Crié hijos y los engrandecí; pero ellos me  despreciaron. El buey conoció a su amo y el asno el pesebre de su dueño: mas Israel no me reconoció y mi pueblo no me entendió. ¡Ay de la nación pecadora, del pueblo cargado de pecados, raza maligna, hijos malvados!: han abandonado al Señor, han blasfemado del Santo de Israel, le han vuelto las espaldas. ¿Para qué os heriré de nuevo a vosotros, que añadís pecados a pecados? Toda cabeza está enferma y todo corazón triste. Desde la planta del pie hasta la coronilla de la cabeza, no hay en él parte sana. Ni la herida, ni los cardenales, ni la llaga infectada ha sido vendada ni suavizada con aceite. (7s., I, 1-6.) Estas palabras del santo Profeta, o más bien de Dios, que habla por su boca deben impresionar vivamente a los hijos de la Iglesia, a la entrada de santo tiempo del Adviento. ¿Quién no temblaría oyendo este grito del Señor despreciado, el mismo día de su visita a su pueblo? Por temor a asustar a los hombres, se despojó de su resplandor; y lejos de sentir la potencia divina de Aquel que así se anonada por amor, no le reconocieron; y la gruta que escogió para descansar después de su nacimiento, no se vió visitada más que por dos brutos animales. ¿Comprendéis, cristianos, cuán amargas son las quejas de vuestro Dios?, ¿cuánto sufre con vuestra indiferencia su amor menospreciado? Pone por testigos al cielo y a la tierra, lanza el anatema contra la nación perversa, contra los hijos desagradecidos. Reconozcamos sinceramente que, hasta la fecha, no hemos sabido apreciar en todo su valor la visita del Señor, que hemos imitado demasiado la insensibilidad de los judíos, los cuales no se conmovieron cuando apareció en medio de sus tinieblas. En vano cantaron los Angeles a medianoche y le adoraron y reconocieron los pastores; en vano vinieron los Magos de Oriente, preguntando dónde estaba su cuna. Es verdad que Jerusalén se turbó durante un momento a la nueva de un Rey nacido; pero volvió a caer en la inconsciencia y no se preocupó más de la gran noticia. Así es como visitáis, oh Salvador, a las tinieblas, y las tinieblas no os comprenden. Haced que las tinieblas comprendan a la luz y la deseen. Un día vendrá en que habréis de desgarrar esas tinieblas insensibles y voluntarias con el rayo deslumbrador de vuestra justicia. ¡Gloria a Ti en ese día, oh soberano Juez!, mas líbranos de tu ira en los días de esta vida mortal. — ¿En dónde os heriré todavía?, dices. Mi pueblo no es ya más que una llaga—. Sé, pues, Salvador, oh Jesús, en esta venida que esperamos. La cabeza está muy enferma y el corazón desfallecido: ven a levantar estas frentes que la humillación y a veces viles apegos inclinan hacia la tierra. Ven a consolar y aliviar estos corazones tímidos y ajados. Y si nuestras heridas son graves y antiguas, ven, tú que eres el buen Samaritano, y derrama sobre ellas el bálsamo que ahuyenta el dolor y procura la salud. El mundo entero te aguarda, ¡oh Redentor! Revélate a él, salvándole. La Iglesia tú Esposa, comienza ahora un nuevo año; su primer clamor es un grito de angustia hacia Ti; su primera palabra es ésta: ¡Ven! Nuestras almas, oh Jesús, no quieren continuar caminando sin Ti por el desierto de esta vida. Estamos en el atardecer: el día va declinando y las sombras se echan encima: levántate, ¡oh Sol divino!, ven a guiar nuestros pasos y a salvarnos de la muerte.

MISA
Al acercarse el Sacerdote al altar para celebrar el santo sacrificio, la Iglesia entona un cántico que revela bien su confianza de Esposa; repitámosle con ella, desde lo más íntimo de nuestro corazón: porque, sin duda, el Salvador vendrá a nosotros en la medida que le hayamos deseado y esperado fielmente.

INTROITO  
A ti elevo mi alma: en ti confío, Dios mío: no sea yo avergonzado, ni se burlen de mí mis enemigos: porque todos los que esperan en ti, no serán confundidos. Salmo. Muéstrame, Señor, tus caminos: y enséñame
tus veredas. Gloria al Padre... Se repite: A ti elevo...

Después del Kyrie eleison, el Sacerdote recoge los votos de toda la Iglesia en las oraciones llamadas por esta razón Colectas.

ORACION
Oremos. Excita, Señor, tú potencia y ven, te lo suplicamos: para que con tu protección, merezcamos vernos libres de los inminentes peligros de nuestros pecados y con tu gracia, podamos salvarnos. Tú que vives y reinas con Dios Padre, en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. Amén.


EPISTOLA
Lección de la Epístola del Ap. S. Pablo a los Romanos ( XIII 11-14).
Hermanos: Sabed que ya es hora de que surjamos del sueño, pues nuestra salud está ahora más cerca que cuando comenzamos a creer. Ha pasado la noche, ha llegado el día. Dejemos, pues, las obras de las tinieblas y empuñemos las armas de la luz. Marchemos honradamente, como de día: no en glotonerías y embriagueces, no en liviandades e impudicicias, no en contiendas y envidias: antes revestíos del Señor Jesucristo.

El vestido que ha de cubrir nuestra desnudez es, pues, el Salvador que esperamos. Admiremos aquí la bondad de nuestro Dios, que al acordarse de que el hombre después del pecado se había ocultado sintiéndose desnudo, quiere El mismo servirle de velo cubriendo tan gran miseria con el manto de su divinidad. Estemos, pues, atentos al día y a la hora de su venida y cuidemos de no dejarnos invadir por el sueño de la costumbre y de la pereza. La luz brillará bien pronto; iluminen, pues, sus primeros rayos nuestra justicia o al menos nuestro arrepentimiento. Ya que el Salvador viene a cubrir nuestros pecados para que de nuevo no aparezcan, destruyamos nosotros, al menos, en nuestros corazones toda suerte de afecto a esos pecados; y que no se diga que hemos rehusado la salvación. Las últimas palabras de esta Epístola son las que, al abrir el libro, encontró San Agustín, cuando, instado desde hacía tiempo por la gracia divina para darse a Dios, quiso obedecer finalmente la voz que le decía: Tolle et lege; toma y lee. Fueron las que decidieron su conversión; entonces resolvió de repente romper con la vida de los sentidos y revestirse de Jesucristo. Imitemos su ejemplo en este día; suspiremos con vehemencia por esta gloriosa y amada túnica que, por la misericordia de Dios, será colocada dentro de poco sobre nuestras espaldas, y repitamos con la Iglesia esas emocionantes palabras, con las cuales no debemos temer cansar el oído de nuestro Dios:

GRADUAL
Señor, todos los que esperan en ti no serán confundidos. Hazme conocer, Señor, tus caminos y enséñame tus veredas. Aleluya, aleluya. Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salud. Aleluya.

EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según San Lucas. (XXI, 25-33.)
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Habrá señales en el sol y en la luna y en las estrellas, y en la tierra angustia de gentes por la confusión del sonido del mar y de las olas, secándose los hombres por el temor y la expectación de lo que sucederá en todo el orbe, pues las virtudes de los cielos se conmoverán. Y entonces verán al Hijo del Hombre venir en una nube con gran poder y majestad. Cuando comiencen a realizarse estas cosas, mirad y levantad vuestras cabezas, porque se acerca vuestra redención. Y les dijo esta semejanza: Ved la higuera y todos los árboles: cuando ya producen de sí fruto, sabéis que está cerca el verano. Así también, cuando veáis que se realizan estas cosas, sabed que el reino de Dios está cerca. De cierto os digo que no pasará esta generación hasta que suceda todo esto. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.

Debemos, por tanto, oh buen Jesús, esperar la repentina aparición de tu terrible Advenimiento. Pronto vas a venir en tu misericordia a cubrir nuestra desnudez con un vestido de gloria e inmortalidad; pero un día llegará en que vuelvas con una majestad tan deslumbradora, que los hombres quedarán secos de espanto. ¡Oh Cristo!, no quieras perderme en ese día de incendio universal. Visítame antes amorosamente: yo quiero prepararte mi alma. Quiero que en ella nazcas, para que el día en que las convulsiones de la naturaleza anuncien tu próxima llegada, pueda yo levantar la cabeza, como tus fieles discípulos, que, llevándote ya en sus corazones, no temerán tus iras. Durante la ofrenda del Pan y del Vino, la Iglesia tiene fijos los ojos en el que ha de venir, y entona con perseverancia el mismo cántico:

OFERTORIO
A ti elevo mi alma, en ti confío, Dios mío: no seré avergonzado, ni se burlarán de mí mis enemigos; porque todos los que esperan en ti, no serán confundidos.
Después del ofertorio, recoge en silencio los votos de todos sus miembros en la siguiente Oración:

SECRETA
Purificados con la poderosa virtud de estos Sacramentos. haz. Señor, que lleguemos más puros a su principio. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.
Después de la Comunión del Sacerdote y del pueblo, el Coro canta estas hermosas palabras de David para celebrar la dulzura del Fruto divino que nuestra tierra va a producir y que anticipadamente se acaba de dar a los suyos. Esta Tierra nuestra no es otra que la Virgen María fecundada por el celeste rocío, y que se entreabre, como nos dice Isaías, para darnos al Salvador.

COMUNION
El Señor mostrará su benignidad y la tierra dará su fruto.
A continuación la Oración final y de acción de gracias.


POSCOMUNION
Recibamos, Señor, tu misericordia en medio de tu templo; para que nos preparemos con los debidos honores a las futuras fiestas de nuestra redención. Por Nuestro Señor.

sábado, 26 de noviembre de 2016

Ite Missa Est

26 DE NOVIEMBRE
SAN SILVESTRE, ABAD

Epístola – Eccli; XLV, 1-6.
Evangelio – San Mateo; XIX, 27-29.


EL FUNDADOR. — Ocurre con frecuencia que Dios lleva el mundo a los que huyen de él; tenemos hoy un ejemplo, entre otros muchos, en Silvestre Gozzolini. Se diría que ha llegado el momento en que maravillada la tierra de la santidad y de la elocuencia de las Ordenes nuevas del siglo XIII, olvida a los monjes y el camino del desierto; pero Dios, que no olvida, conduce silenciosamente a su elegido a la soledad, y otra vez la soledad se estremece y florece como el lirio. La austeridad de los antiguos tiempos, el fervor de las oraciones prolongadas revive de nuevo en Monte Fano y se propagan a otros sesenta monasterios; una nueva familia religiosa, la de los Silvestrinos, conocidos por el hábito azul que los distingue de sus hermanos mayores, hace siete siglos que aclama a San Benito, el Patriarca de Casino, como legislador y como padre suyo.

EL PENSAMIENTO DE LA MUERTE. — Se cuenta que la ocasión de su vocación fué el espectáculo horrible del cadáver de un hombre poco antes muy señalado por su belleza. Silvestre se dijo: "Yo soy lo que éste fué; lo que éste es, seré yo", y recordó la palabra del Señor: "Si alguno quiere venir en pos de mí, se renuncie a sí mismo, tome su cruz y me siga". Entonces lo dejó todo y se retiró a la soledad. Al principio de este mes traía a nuestra memoria la Iglesia el pensamiento de la muerte. Nos inducía a rogar especialmente en este período por las almas del purgatorio. En la fiesta de hoy, todavía desea que pensemos en nuestras postrimerías. No debemos olvidar el juicio de Dios: Hacia Dios caminamos; él es "el que viene"; él es hacia quien debemos tender. Tenemos que desprendernos poco a poco y por su amor de los atractivos de la vida presente y pedirle que no vacile en romper la tela de nuestra vida cuando haya llegado su hora. La muerte es la señal del pecado; y es también su castigo. A pesar de todo, nada tiene de espantosa desde que el Señor gustó de esa bebida amarga y nos libró del terror que infundía a los antiguos. Y si la consideramos como el encuentro definitivo con el que hemos buscado y amado tanto tiempo con la fe, nada nos debe asustar. Ella será para nosotros la verdadera unión, el verdadero comienzo de todas las cosas. En este día, pidamos a San Silvestre que nos alcance la gracia de bien morir, enseñándonos a vivir como él en este austero pero consolador pensamiento y a seguir al Señor renunciando a todo lo que vaya contra su santa voluntad.

VIDA.El gran anacoreta cuya memoria está ligada a Monte Fano, cerca de Fabriano, en las Marcas, es San Silvestre Gozzolini, fundador de la Congregación Benedictina que tomó su nombre. Nació en Osimo en 1177 e hizo sus estudios de derecho y de teología en Bolonia. Su obispo le procuró un canonicato, pero no tardó en dar el adiós a las dignidades que le esperaban, retirándose a las soledades cubiertas de bosques que rodeaban a su ciudad natal, y desde ese momento ya no pensó más que en levantar el ideal de la vida monástica, harto decaído por cierto. En 1231 logró construir en Monte Fano con la ayuda de algunos discípulos, un pequeño monasterio dedicado a la Reina del cielo y a San Benito. Así empezó la rama benedictina de Monte Fano. Inocencio IV la aprobó por medio de la bula del 27 de junio de 1247. Al morir el fundador, el 27 de noviembre de 1267, la Congregación de los Silvestrinos contaba 433 miembros y 12 monasterios. Clemente v m insertó su nombre en el Martirologio en 1598 y León XIII extendió su Oficio y su Misa a la Iglesia universal, el 19 de agosto de 1890.


NO HAY MÁS QUE VANIDAD. — Cuán vanas son nobleza y belleza: la muerte, al hacértelo ver, abrió ante ti los senderos de la vida. La frivolidad de un mundo que tan mal uso hace del espejismo de los placeres falaces, no podía comprender al Evangelio, que difiere la felicidad para la vida futura, y hace consistir el camino que a ella nos lleva, en el renunciamiento, en la humillación, en la cruz. Con la Iglesia pedimos a Dios clementísimo que en atención a tus méritos tenga a bien concedernos el despreciar como tú las felicidades terrenas que tan pronto se disipan, para saborear un día contigo la eterna y verdadera dicha. Dígnate favorecer con tu ruego nuestras súplicas. Esperamos que el que te ha llevado a la gloria, bendiga y multiplique a tus hijos y favorezca juntamente con ellos a todo el Orden monástico.