INMORTALIDAD DEL ALMA
CONCLUSIÓN.
O el
infierno eterno existe, o Dios no existe; porque Dios no es Dios, si no es sabio,
justo y Señor soberano. Pero como quiera que sea imposible, a menos
de estar loco, negar la existencia de Dios, así también fuera menester estar loco
para negar la existencia de un infierno eterno. La existencia del infierno es
un dogma de la razón y un artículo de fe. Con el dogma del infierno acontece lo
que con el dogma de la existencia de Dios: el impío puede negarlo con
palabras, su corazón puede desear que no exista, pero su razón le
obliga a admitirlo. La misma rabia con que el incrédulo niega este dogma prueba
a las claras que no puede arrancarlo de su espíritu: nadie lucha contra lo que
no existe; nadie se enfurece contra quimeras. Es tan difícil no creer en el
infierno, que el propio Voltaire no pudo eximirse de esta creencia. A uno de
sus discípulos, que se jactaba de haber dado con un argumento contra la eternidad
de las penas, le contestó: “Os felicito por vuestra suerte; yo bien lejos estoy de eso”. Voltaire
tembló en su lecho de muerte, agitado por el pensamiento del infierno, y la
muerte de ese impío ha hecho decir: “El infierno existe”. J. J. ROSSEAU,
sofista mil veces más peligroso que Voltaire, no se atrevió a contradecir la
tradición universal, y se contentó con volver la cabeza para no ver el abismo:
– No me preguntéis si los tormentos de los malvados son eternos; lo ignoro – No
tuvo la audacia de negarlo. ¡Tanta autoridad y fuerza hay en esas tradiciones primitivas
que Platón conoció, que Romero y Virgilio cantaron y que se encuentran en todos
los pueblos del Viejo y del Nuevo Mundo; tan imposible es derribar un dogma
admitido en todas partes, a despecho de las pasiones unidas desde tantos siglos
para combatirlo!
56. P. ¿Qué
valor tienen las suposiciones ideadas por los incrédulos para suprimir la eternidad del infierno?
R. Contra la eternidad del infierno no se pueden hacer más que las
tres siguientes hipótesis:
° o el pecador repara sus faltas y se rehabilita;
2° o Dios le perdona sin que se arrepienta;
3° o Dios le aniquila.
Estas
suposiciones son contrarias a los diversos atributos de Dios y están condenadas
por la sana razón.
1° Para
explicar lo que sucederá más allá del sepulcro, ciertos incrédulos modernos
proponen teorías absurdas. Juan Reynaud (Tierra y Cielo), Luis Figuier (El
Mañana de la Muerte) y Flammarión (Pluralidad de los mundos habitados)
renuevan el viejo error de la metempsicosis, y suponen que las almas emigran a
los astros para purificarse y perfeccionarse cada vez más. Todas estas teorías
no pasan de ser afirmaciones gratuitas, ilusiones y quimeras
que hacen retroceder la dificultad sin resolverla. ¡Si es posible rehabilitarse
después de esta vida, no hay sobre la tierra sanción de la ley divina! ¿Para
qué inquietarse en esta vida? ¡Ya nos convertiremos en los astros! Y si,
después de varias peregrinaciones sucesivas, el hombre sigue siendo perverso,
¿será condenado a errar eternamente de astro en astro, de planeta en
planeta?... Pero en este caso, el hombre no llegaría jamás a su meta, lo que es
contrario al sentido común. Por lo demás, si después de la muerte existiera un segundo
período de prueba, nada impediría que hubiera un tercero, un cuarto,
y así sucesivamente. ¿Adónde llegaríamos? Llegaríamos a esto: que el malvado
podría pisotear indefinidamente las leyes de Dios y burlarse de su justicia Esto
no puede ser: La muerte es el fin de la
prueba, la eternidad será su término.
2º ¿Puede
Dios perdonar al pecador en la vida futura?
No;
esto es imposible. El perdón no se impone, se otorga y no se concede sino al
arrepentimiento. Ahora bien, el réprobo no puede arrepentirse, porque la muerte
ha fijado su voluntad en el mal para toda la eternidad. Ya no es libre. El
infierno es para él un centro de atracción irresistible, y es tan imposible
para el desgraciado elevarse a Dios por un movimiento bueno, como lo es para la
piedra elevarse a los aires por sí misma. Las agujas de un reloj cuyo
movimiento se detiene, marcarán siempre la misma hora; un alma detenida por la
muerte en el mal, seguirá marcando lo mismo por toda la eternidad. Además, el
perdón concedido por Dios en la vida futura destruiría toda la eficacia de
la sanción de la ley divina. ¿Qué podría detener al hombre en el momento de
la tentación, si abrigara alguna esperanza de obtener su perdón en la
eternidad? ¡Cuántos perversos se entregarían gustosos a la práctica del mal, si
el infierno no fuera eterno! Y si el temor de las penas eternas no sujeta a
todos en el sendero del deber, la idea de castigos temporales no
ejercería sobre ellos ninguna influencia.
3º ¿Puede
Dios aniquilar al culpable?
No; Dios
no puede aniquilarlo sin ir contra los atributos divinos, y esto por diversos
motivos:
1º El
aniquilamiento es opuesto a todo el plan de la creación. Dios ha creado al
hombre por amor, y le ha creado libre e inmortal; pero quiere que el hombre le glorifique
por toda la eternidad. Dios no puede, por mucho que el hombre haya abusado de
su libertad, cambiar su plan divino, porque entonces resultaría esclavo de la
malicia del pecador. Dios quiere ser glorificado por su criatura y, no podría ser
de otra suerte. Es libre el hombre para elegir su felicidad o su desdicha; pero
de buen o mal grado, la criatura debe rendir homenaje a la sabiduría de Dios,
que es su Señor, o celebrando su gloria en el cielo, o proclamando su
justicia en el infierno.
Si
Dios aniquilara al culpable, su ley carecería de sanción eficaz.
Para el pecador el aniquilamiento, lejos de ser un mal, sería un bien. Eso es,
precisamente, lo que él pide: sus deseos son gozar de todos los placeres
sensibles, y luego morir todo entero, para escapar de Dios y de su justicia; a
esta muerte completa, él la llama reposo eterno. El aniquilamiento, pues, no
sería una sanción eficaz de la ley moral, puesto que Dios aparecería
impotente y sería vencido por el hombre rebelde.
3º
Además, el número y la gravedad de las faltas piden que haya grados en la pena,
y le sería imposible a Dios aplicar este principio, si no tuviera otra arma que
el aniquilamiento para castigar al hombre culpable. El aniquilamiento no tiene grados:
pesa de un modo uniforme, pesa indistintamente sobre todos aquellos a quienes
castiga, confundiendo todas las vidas criminales en el mismo demérito. Esta
monstruosa igualdad destruiría la justicia. Luego, después de esta vida, el pecador
ni puede obtener el perdón ni ser aniquilado; debe sufrir un tormento eterno.
OBJECIONES.
1ª ¿No es injusto castigar un pecado de un
momento con una eternidad de suplicios?
No;
porque la pena de un crimen no se mide por la duración del acto
criminal, sino por la malicia del mismo. ¿Cuánto tiempo se necesita para
matar a un hombre? Basta un instante; y sin embargo, la justicia humana
condena a muerte al asesino; castigo que es una pena, por decirlo así, eterna,
puesto que el culpable es eliminado para siempre de la sociedad (lo mismo con
la pena de cadena perpetua). ¿Cuánto tiempo se necesita para provocar un
incendio? Un instante. Pues bien, el incendiario es condenado a presidio por tiempo
indeterminado, es decir, alejado para siempre de sus conciudadanos y de su
familia. No se mide, pues, la duración de la pena, por la
duración de la culpa, sino por la gravedad de la misma. Hay que considerar
también que el crimen de un momento se ha convertido en crimen eterno.
La acción del pecado es pasajera, fugitiva; pero sus efectos duran, y la voluntad
perversa del pecador es eterna; porque ha de tenerse presente que sólo son condenados
aquellos que mueren en pecado, con el afecto persistente en el mal. Pero
como después de la muerte la voluntad no se muda, quedando eternamente mala, se
comprende que debe ser eternamente castigada. El hombre que se arranca los ojos
queda siego para siempre.
2ª ¿Puede
un Dios infinitamente bueno condenar al hombre a suplicios
eternos?
eternos?
Sí;
porque si Dios es infinitamente bueno, es también infinitamente justo, y su
justicia reclama un castigo infinito para un pecado de malicia infinita. Pregunto:
¿Sería bueno un padre que no impidiera a uno de sus hijos el hacer daño a los
otros hermanos? – No; sería cruel e injusto -. ¿Sería bueno si perdonara
a sus hijos malos que se atrevieran a ultrajar y a herir a sus hermanos?- No;
sería un acto de debilidad imperdonable-. ¿Qué remedio le queda a un
buen padre de familia para impedir que los hijos malos se entreguen al crimen?
– No le queda otro de que encerrar a esos malos hijos en una cárcel y
tenerlos allí para que se conviertan-. ¿Cuánto tiempo debe durar la
separación de los malos de la compañía de los buenos? – Hasta que los malos
se hayan convertido-. ¿Y si siguen siempre malos? – La separación debe
ser para siempre Ahora bien, los malos seguir siempre malos, porque el tiempo del arrepentimiento ha pasado para
ellos; maldicen a Dios y desean aniquilarle. ¿Cuándo, pues, han de salir de la
cárcel? – ¡Jamás! – Sí, nunca: la bondad de Dios exige la eternidad del
infierno. Por otra parte, cuando el hombre ha cometido un pecado mortal, ¿no ha
consentido libremente en el castigo eterno? ¿No ha consentido en él, en la
hora de la muerte, al no querer arrepentirse de sus culpas?... Nada
ha querido saber de Dios en la tierra; ¿no es justo que Dios nada quiera saber
de él en la eternidad?... Finalmente, el infierno eterno es el mayor
beneficio de la bondad divina. A veces nos imaginamos que Dios ha creado el
infierno sólo para ejercer su justicia; no es exacto. Dios ha creado el
infierno para obligarnos merecer el cielo. Dios, infinitamente bueno,
quiere proporcionar al hombre la mayor felicidad posible por los medios
más eficaces. La mayor felicidad del hombre es el cielo libremente
adquirido por sus méritos. Pues bien, el medio más eficaz de que Dios puede
valerse para obligar al hombre a hacer un buen uso de su libertad, es el temor
de una infelicidad eterna. El temor del infierno puebla el cielo. “El‖
infierno, decía Dante, es la obra del eterno amor”.
3ª Dios
es demasiado bueno para condenarme.
Tienes
razón, mil veces razón: Dios es demasiado bueno para condenarte. Por eso mismo
no es Dios quién te condena, son ustedes mismos los que os condenáis. La prueba
de que Dios no os condena, es que lo ha hecho todo por tu salvación; es que, a
pesar de vuestros crímenes, está pronto a concederte un generoso perdón, el día
que le presentes un corazón contrito y arrepentido. Lo que os condena es
vuestra obstinación en el mal, vuestra terquedad en despreciar los mandamientos
divinos; sois, pues, vosotros mismos, los que os condenáis por vuestra culpa. Dios
nos ha dejado completamente libres en la elección de nuestra eternidad. Si nos empeñamos
en elegir el infierno, tanto peor para nosotros. En el momento de la muerte,
Dios da a cada uno lo que cada uno ha elegido libremente durante su vida: o el
cielo o el infierno. Dios no puede salvarnos contra nuestra voluntad. Nos ha criado
libres, y no quiere destruir nuestra libertad. A pesar del infierno eterno, la
bondad de Dios queda, pues, intacta, como también su justicia; y el dogma de la
eternidad de las penas es la última palabra de la razón y de la fe, sobre Dios,
sobre el hombre, sobre la moral y sobre la religión: es la sanción necesaria de
nuestra vida presente.
4ª Nadie
ha vuelto del infierno para testificarnos su existencia.
No: nadie
ha vuelto de infierno, y si entráis en él tampoco volveréis. Si se pudiera
volver, aunque fuera por una sola vez, yo os diría: Id y veréis que existe.
Pero precisamente porque una vez dentro no se puede salir, es una locura exponerse
a una desgracia espantosa, sin fin y sin remedio. Nadie ha vuelto del
infierno, ¿y, cómo volver, si el infierno es eterno? ¿No ves que apeláis a
testigos que no podrán venir jamás a daros una respuesta? No están en el
infierno para atestiguar su existencia: están como forzados, condenados a
galeras perpetuas para expiar sus crímenes. Si se entra en el infierno, no se
sale de él jamás. Y fuera de eso, este testimonio del infierno, ¿es acaso
necesario? Acabamos de oír la deposición de todo el género humano; hemos
escuchado las conclusiones justísimas de la razón ¿No basta eso para
demostrarnos la existencia del infierno? ¡Cuántas verdades conocemos sólo por
el testimonio de nuestros semejantes, y cuántas otras hemos aprendido
únicamente con la luz de la razón! Decís: Dos y dos son cuatro diez
por diez son cien ¿Cómo lo sabes? – El simple raciocinio, me contestáis,
basta para daros esas convicciones. – ¡Muy bien! Raciocina, pues, y llegarás
fácilmente a convencerte de que Dios es justo y de que su justicia requiere que
los malvados sean castigados El castigo de los malvados es el infierno,
y el infierno eterno. Nosotros, los cristianos, tenemos otra consideración que
dar: El Hijo de Dios en persona ha venido del otro mundo a certificarnos la
exigencia de un infierno eterno: puedes leer en los sagrados Evangelios sus testimonios
inefables< Además, nuestro Señor Jesucristo es una prueba viviente de
la eternidad del infierno. ¿Por qué se hizo hombre? ¿Por qué murió en una
cruz? Un Dios debe proceder por motivos dignos de su infinita grandeza. Si el
pecado no merecía una pena infinita, por lo menos en duración, es decir,
eterna, no eran necesarios los padecimientos de un Dios. ¿Se requería acaso, que
el Hijo de Dios se encarnara y muriera en una cruz, para ahorrar al hombre
algunos millones de años de purgatorio?... No, por cierto. Si la malicia del
pecado explica el Calvario, el Calvario, a su vez, explica el infierno. El
Calvario nos muestra una Redención infinita; el infierno debe mostrarnos
una expiación sin límites. El Calvario es la expiación de un Dios; el
infierno es la expiación del hombre, infinita la una y la otra; la una
en dignidad, la otra en duración. Así todo se coordina en la
religión: el dogma de la eternidad de las penas está perfectamente explicado por
el dogma de la Encarnación del Hijo de Dios y de la Redención del mundo.
En
resumen: el testimonio de todo el género humano
y sus más antiguas tradiciones; el testimonio de la razón, y, especialmente, el
testimonio infalible de Dios mismo, se unen para afirmar, con certeza
absoluta, que hay un infierno eterno para castigo de los pecadores
impenitentes. Si no queremos caer en él, tenemos que evitar el sendero que a él
conduce, en la seguridad de que, una vez dentro del infierno, no saldríamos jamás.
NARRACIÓN.
– Una religiosa enfermera se encontraba junto al lecho en que,
enfermo de muerte, yacía un viejo capitán, que no quería convertirse. El
enfermo pide agua; y la religiosa, en su celo por la salvación de esa alma, le
dice al servirle la copa.
– Beba
usted, capitán, beba hasta hartarse, porque se va al infierno, y durante toda la
eternidad pedirá una gota de agua sin obtenerla...
– Le he
dicho mil veces que no hay infierno.
– Sí, me
lo ha dicho usted, capitán; pero, ¿lo ha demostrado?... Negar el infierno no es
destruirlo.
– ¿Lo ha
demostrado? ¿Lo ha demostrado?..., repetía en voz baja el enfermo, revolviéndose
en el lecho. ¡Vamos! No... no lo he demostrado... ¿Y si fuera cierto?
Después
de algunos instantes añadió:
– Dios es
demasiado bueno, sí, demasiado bueno para arrojar un hombre al infierno.
– Dios no
castiga porque es bueno, sino porque es justo. El simple buen sentido nos dice
que Dios no puede tratar de la misma manera a lo que le sirven que a los que conculcan
sus santas leyes, a sus fieles servidores que a sus servidores negligentes. Por
otra parte, agrega la Hermana con mucha tranquilidad, ya verá usted bien
pronto, capitán, si el infierno existe...
La
religiosa guarda silencio y continúa su oración. Después de algunas horas de
reflexión, el enfermo pide un sacerdote. Se decía hablando consigo mismo: Hay
que decidirse por el partido más seguro; no es prudente ir a verlo; cuando se
entra no se sale.
57. P. ¿Cuál
es el destino del hombre?
R. El hombre ha sido creado para conocer, amar y servir a Dios sobre
la tierra, y gozarle después en la eternidad. Se llama destino de un
ser, el fin que debe procurar obtener y para el cual Dios le ha dado la
existencia. El hombre tiene un doble fin: el fin próximo, que debe
cumplir sobre la tierra; y el fin
último, es decir, la meta a que debe llegar después de esta vida, la
bienaventuranza eterna.
1º Dios
ha creado al hombre para su gloria.
Todo ser
inteligente obra por un fin: obrar sin un fin es absurdo. Dios, sabiduría
infinita, no podía crear sin tener un fin, y un fin digno de Él. Este fin digno
de Dios no es sino Dios mismo. Nada de lo que se halla fuera de Él es digno de
su grandeza infinita ¿Qué saca Él de la creación?
Dios es el bien infinito, y no puede ser ni más perfecto ni más feliz. Pero
Dios puede manifestar su bondad, sus perfecciones infinitas, y de esta
suerte, procurar su gloria. Debemos distinguir en Dios, la gloria interior,
esencial, y la gloria exterior, accidental. La gloria interior es
el conjunto de sus perfecciones infinitas, y no es susceptible de aumento. Dios
se glorifica exteriormente cuando manifiesta sus perfecciones con los bienes
que da a sus criaturas, cada una de las cuales es como un espejo en el que se reflejan,
con mayor o menor brillo, las perfecciones divinas. Cuando el hombre conoce,
estima, alaba y bendice con amor estas perfecciones divinas, que le son
manifestadas por las criaturas, entonces glorifica a Dios y para recibir
este homenaje, esta alabanza, esta gloria exterior, Dios ha creado al hombre.
Dios podría no haberlo creado, puesto que la creación nada añade a su gloria
interior o esencial; pero creando, Dios debía poner en su obra seres inteligentes
y libres: inteligentes para que conocieran sus perfecciones; libres,
para darle gloria con homenajes voluntarios.
2º El
hombre procura la gloria de Dios consagrando su vida a conocerle, amarle y servirle. En esto consiste su fin próximo.
Dios ha
dado al hombre tres facultades principales: una inteligencia para conocer,
una voluntad, un corazón para amar y los órganos del cuerpo
para obrar. Es justo, pues, que el hombre consagre a la gloria de Dios su
inteligencia para conocerle cada vez más; su corazón para amarle intensamente;
su cuerpo para servirle con abnegación. El hombre es el servidor de Dios;
no debe vivir para sí, pues no se ha dado a sí mismo la vida, no es dueño
de sí, no se pertenece. El hombre lo ha recibido todo de Dios, ha sido creado
para Dios y no tiene otra razón de ser que procurar la gloria de Dios.
Como el sol ha sido creado para alumbrar y calentar, el agua para lavar y
refrescar, la tierra para sostenernos y nutrirnos, así, el hombre ha sido
creado para glorificar a Dios. Todo lo que en mis pensamientos, palabras o
acciones no sirva para la gloria de Dios, no sirve para nada, y es del todo
inútil. Conocer, amar y servir a Dios, tal es, por consiguiente, el fin
próximo del hombre.
3° Sólo
Dios es el fin último del hombre.
Dios
podría no haberme creado; si lo hizo, fue por pura verdad: primer acto de
amor. – Dios podía crearme únicamente para su gloria, sin reservarme
ninguna felicidad ni temporal ni eterna. Pero su bondad infinita ha querido
unir su gloria y la felicidad del hombre: segundo acto de amor.
La felicidad del hombre, tal es el fin secundario de la creación. Luego, el hombre
ha sido creado para ser feliz. Sólo en Dios puede el hombre hallar su
felicidad. La felicidad es la satisfacción de los deseos del hombre, el reposo
de sus facultades en el objeto que las llena y satisface. La inteligencia
del hombre tiene sed de verdad, y la verdad infinita es Dios. – La voluntad,
el corazón del hombre ama el bien, la belleza; y Dios es el bien y la
belleza infinita. – El cuerpo del hombre ansía la plenitud de la
existencia y de la vida, y únicamente en Dios se halla esta plenitud. La
experiencia nos dice que ni la ciencia, ni la gloria, ni la fortuna, ni cosa
alguna creada, puede saciar al hombre. Él siente deseos de un bien
infinito. Por consiguiente, sólo en el conocimiento y posesión de Dios puede el
hombre hallar su felicidad. En la vida futura, Dios puede ser la felicidad
del hombre de dos maneras, según que sea conocido directa o indirectamente.
1° Se
conoce a Dios indirectamente por medio de sus obras. Contemplando las
criaturas de Dios se ven resplandecer en ellas, como en un espejo, las
perfecciones divinas. Así es cómo el niño reconoce al padre viendo el retrato
más o menos parecido. Conocer así a Dios, amarle con un amor proporcionado a
este conocimiento indirecto, es lo que constituye el fin natural del
hombre.
2° Se
conoce a Dios directamente, cuando se le ve en su misma esencia,
contemplada cara a cara. Un niño conoce mejor a su padre y le ama mucho más
cuando le ve en persona que cuando sólo ve su retrato. Ver a Dios cara a
cara, amarle con un amor correspondiente a esta visión inefable, es lo que
constituye el fin sobrenatural del hombre y de los ángeles. Dios podía
contentarse con proponernos un fin puramente natural; pero por un
exceso de amor, como veremos más adelante, nos ha elevado a este fin
sobrenatural, infinitamente más grande y excelso.
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