28
de noviembre.
Santiago
de la Marca, confesor.
(†1479)
El celoso predicador de
Cristo, Santiagode la Marca, nació en Montebrandón, en la Marca de Ancona. Fué
hijo de unos pobres labradores; y pasó los años de su apacentando un rebaño. Un
tío suyo materno, sacerdote ejemplar y prudente, echando de ver en él buen
ingenio y disposición para las letras, le envió a la universidad de Perusa,
para estudiar las letras humanas y divinas; en las cuales salió tan
aprovechado, que un caballero muy principal de aquella ciudad, le encomendó la
educación de un hijo suyo, y dio su favor para que pudiese ganar mucha
hacienda, y medrar en el mundo. Mas no llenaron su corazón las esperanzas y
bienes del siglo, sino los verdaderos bienes que hallaba en el servicio del
Señor. Habiendo pasado a Asís, para ganar la indulgencia de la Porciúncula,
quedó tan edificado de la rara modestia y humilde compostura de los hijos del
seráfico padre san Francisco, que se sintió interiormente llamado de Dios a
tomar su hábito, y copiar en sí aquellas religiosas virtudes. Echó, en el
noviciado los cimientos de su esclarecida santidad; y ordenado de sacerdote, fué
destinado por sus superiores al ministerio de la divina palabra. Predicó en
Italia, Austria, Dinamarca y Polonia, con tan apostólico celo, y tan grande
espíritu y virtud de Dios, que convirtió innumerables pecadores a penitencia.
No eran menos eficaces sus palabras, que el ejemplo de su santa vida. En el
espacio de cuarenta años, no dejó pasar un solo día sin macerar su cuerpo con
ásperas disciplinas; ni se desató jamás el cilicio o ceñidor de hierro, erizado
de clavos, que traía puesto a la cintura. Pasaba las noches en oración, sin
dormir más de tres horas; no comía carne; su hábito era de sayal pobre y
remendado, y gozábase de padecer falta aun de las cosas más necesarias. Habiendo
entendido que querían hacerle arzobispo de la iglesia de Milán, rehusó aquella
dignidad, con grande resistencia, que jamás pudieron acabar con él que la
aceptase. Ilustró el Señor a este su siervo, obrando por él muchos milagros,
señaladamente el tiempo que estuvo en Venecia. Sanó repentinamente al duque de
Calabria y al rey de Nápoles, que estaban desahuciados de los médicos, y a las
puertas de la muerte. Finalmente, lleno de días y merecimientos, a la edad de
ochenta y nueve años, llamóle el Señor para darle la recompensa de sus grandes
trabajos y virtudes, en el reino de su gloria.
Reflexión: ¿Qué
tienen que ver los deleites causados por los bienes sensibles, con los
purísimos goces que nos proporcionan los bienes del alma? Aquellos, son vanos o
torpes: éstos, verdaderos y puros. Cuando un alma desprecia generosamente todo
lo mundano, el Señor, que es generosísimo, no retarda la paga; y su divina providencia
ilumina de tal manera el entendimiento, y da tal alegría al corazón, que no
cabiendo en él, rebosa y se manifiesta visiblemente en el exterior. Yerran,
pues, miserablemente, los pecadores, creyendo que la observancia de la ley de
Dios es un sacrificio dolorosísimo y sin recompensa en esta vida.
Oración:
Oh Dios, que nos alegras
con la anual festividad de tu bienaventurado confesor Santiago; concédenos
benigno, que pues celebramos su nacimiento para el cielo, imitemos el ejemplo
de sus virtudes. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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