7
de setiembre
Santa
Regina,
virgen
y mártir.
(† 224)
La gloriosa virgen y
mártir santa Reina fué natural de la ciudad de Alisia, sita en la parte
septentrional de Germania; su padre fué gentil y se llamó Clemente. Siendo de
edad de quince años creyó en Cristo sin que su padre lo supiese, y bien
instruida en la fe católica se bautizó y ofreció a Dios su virginidad y pureza.
Era tan hermosa, esmalte que divinamente sale sobre el oro de la virtud, que
pasando acaso por Alisia Olibrio, prefecto, y viéndola, se enamoró de ella. Hózala
venir a su presencia, y sabiendo de ella misma que era cristiana, la mandó
poner en la cárcel, advirtiéndola que él iba a un viaje y que si al volver de
él no había mudado de religión, experimentaría su rigor. Volvió de su viaje, y
habiendo sacrificado a sus falsos dioses, hizo sacar de la cárcel a la santa
virgen Reina. Mandóle sacrificar, y hallándola firme y constante en la fe que
había prometido a su esposo Jesús, la hizo suspender en el ecúleo, después
herir por mucho tiempo con varas de hierro, y atormentar y rasgar sus delicadas
carnes con uñas de acero. Tan cruel fué este martirio y con tan grande
inhumanidad fué herida y despedazada la santa virgen, que el mismo Olibrio y
todos los demás circunstantes cubrían sus rostros de horror por no ver tan
lastimoso espectáculo. Los arroyos de sangre que corrían no parecía posible que
de tan tierno y delicado cuerpo manasen. Pero viéndola constante siempre el
cruel Olibrio la mandó descolgar del ecúleo y volver a la cárcel. En ella fué
admirablemente consolada por su divino Esposo, el cual le envió una cruz de oro
de maravillosa hermosura, sobre la cual tremolaba una hermosísima paloma, que
sin duda era el Espíritu Santo, que bajó a consolarla y sanarla de sus heridas,
y animarla para el fin de la pelea. Pasados^ dos días Olibrio la mandó ot~a vez
poner en el ecúleo, y que debajo encendiesen una grande hoguera que la
abrasase; y cuando ya el fuego había hecho su oficio la mandó descolgar, y que,
atada de pies y manos, como inocente cordera, la metiesen dentro de un baño de
agua muy fría para que con la contrariedad de los tormentos padecier e más crudamente;
y al entrarla en el baño hubo un horrible terremoto, y aquella hermosa paloma
que en la cárcel la había consolado bajó sobre ella. Este prodigio fué tan
patente a todos los que habían concurrido a ver el espectáculo, que se
convirtieron a la fe de Jesucristo ochocientos cincuenta gentiles. Con esto se encendió
más en furor diabólico el presidente, y la hizo degollar, con que acabó gloriosamente
su triunfo la santa virgen Reina. Fué sepultado su glorioso cuerpo por los cristianos
en la misma ciudad de Alisia, donde resplandece en milagros.
Reflexión:
En el martirio de esta
santa doncella hay como en los martirios de los demás santos un gran misterio.
¿Cómo permitía el Señor que fuesen tan cruelmente atormentados con todo linaje de
suplicios? ¿Por ventura no les amaba o no se acordaba de ellos? Sí: mira con qué
maravillas del cielo consolaba a santa Reina, y con qué finezas de amor curaba
las llagas de otros mártires. Pero no por esto les sacaba de las manos de los
sayones, porque por el martirio quería darles grande gloria en los cielos.
Entendamos, pues, que nunca permite el Señor que ninguno de sus escogidos
padezca mucho en este mundo, sino porque está destinado a grande gloria.
Oración:
¡Oh Dios! que entre las
demás maravillas de tu poder, diste también al sexo frágil la victoria del
martirio; concédenos propicio, que los que veneramos el nacimiento para el
cielo de la bienaventurada Reina, tu virgen y mártir, guiados por sus ejemplos,
caminemos hacia Ti. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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