El Credo
(segunda parte)
Por nuestra salvación bajó
de los cielos
¿Por qué Nuestro Señor se encarnó realmente? ¿Era necesario
que Nuestro Señor se encarnara para salvamos? Santo Tomás responde resumidamente
a esto que la Encarnación y la Pasión de Nuestro Señor eran el medio que convenía
mejor: Per quod melius. No era un medio indispensable pero sí el mejor. De
esa manera, se alcanzó el fin del modo más perfecto. Dios hubiera podido perdonarnos
sin hacer nada en particular. Siendo omnipotente, incluso si ya había sido deshonrado
por el hombre, Dios podía eliminar esa ofensa sin faltar por ello ni a su gloria,
ni a su Majestad ni a sus derechos. El no debe nada a nadie... Sin embargo, Dios
quiso encarnarse porque era el medio más adecuado para reparar la falta, para hacernos
entrar en su gracia y para devolvemos la vida. Era también la mejor manera de manifestar
su caridad y de incitarnos a un amor más grande hacia Él. El hecho de ver hasta dónde nos amó Dios nos impulsa a la vez a adorarlo con todo nuestro corazón. Si examinamos la vida pública de Nuestro Señor
y escuchamos particularmente sus palabras sobre su sacrificio, nos damos cuenta
del verdadero fin de su venida. Nuestro Señor siempre habla de lo que Él llama
su hora: "Mi hora todavía no ha llegado; ha llegado la hora!" Habla
de su Sacrificio. Está orientado hacia su Sacrificio. Anuncia a sus Apóstoles su
Sacrificio, su Pasión y su Muerte. Pero los Apóstoles no lo comprenden y no quieren
que se hable del tema. Recordemos las reprensiones que San Pedro dirigió a Nuestro
Señor sobre ello. Nuestro Señor dijo a sus Apóstoles que tenía que ir a Jerusalén,
sufrir mucho de parte de los Ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas,
ser conducido a la muerte y resucitar al tercer día!" Entonces San Pedro
se enfadó y le dijo: "! No, no, eso no puede ser!" Inmediatamente Nuestro
Señor se indignó con él, diciendo: "Tú no tienes el espíritu de Dios sino
el espíritu de los hombres". San Pedro no podía entender que Nuestro Señor
Jesucristo pudiera ser crucificado y sacrificado. Y sin embargo Nuestro Señor procura
mostrar a los Apóstoles que todos los profetas y todo el Antiguo Testamento auguraban
y preparaban su sacrificio. El cordero inmolado a la salida de Egipto prefiguraba
el acontecimiento más grande que iba a producirse en la historia de la humanidad:
la muerte de su Creador, la muerte corporal del Creador de todo el universo. Nuestro
Señor Jesucristo siempre tuvo esta meta. ¿Por qué esta insistencia? Porque era
a través de su Sacrificio, su Pasión, su Sangre y su Cruz que nos iba a redimir
y abrimos las puertas del Cielo. Si la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo no hubiera
intervenido, las puertas del Cielo hubieran permanecido cerradas para nosotros.
La Providencia de Dios ha querido que haya una Víctima divina para abrir otra vez
las puertas del Cielo, porque el pecado es algo infinito: es una oposición a Dios.
Dios es infinito y por lo tanto el pecado es algo muy malo, porque se opone a quien
ha creado todo y a quien es infinito. Por eso, hacía falta una reparación equitativa.
¿Quién la iba a hacer? Ningún hombre es infinito ni puede hacer un acto infinito.
Sólo Dios puede hacerla. Por eso Dios resolvió tomar una naturaleza humana y ofrecerla,
muriendo, para hacer un acto infinito que pudiera abrir el Cielo. Éste es el plan
extraordinario de Dios.
4. Fue crucificado, padeció y fue
sepultado.
Quisiera leeros algunas líneas del catecismo del concilio
de Trento sobre el cuarto artículo del Símbolo de los Apóstoles: "Padeció bajo
el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado". Oigamos bien
esta frase muy importante: "Pues la religión y la fe cristianas se apoyan en
este artículo como en fundamento seguro". Repito: "En este artículo [Padeció
bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado la religión
y la fe cristianas se apoyan como en fundamento seguro y, fijo éste, fácilmente
se establecen todos los demás. Porque si alguna cosa causa repugnancia al espíritu
y a la razón humana, y no hay duda que el misterio de la Cruz se debe considerar
como vi más difícil de creer de todos, y apenas podemos concebir que nuestra salvación
esté pendiente de una cruz y del que por nosotros fue colgado de aquel madero.
Mas en esto, como enseña el Apóstol, se debe admirar la suma Providencia de Dios.
'Porque ya que el mundo, a vista de las obras de la sabiduría divino, no conoció
a Dios por medio de la ciencia humana, plugó a Dios salvar a los que creyesen por
medio de la locura de la predicación' (1 Cor 1, 21) de un Dios crucificado. No
es, pues, de extrañar que los profetas antes de la venida de Cristo, y los Apóstoles después de su muerte y resurrección, trabajasen tanto en persuadir a los hombres que Él era el Redentor del mundo y en someterlos a la potestad y obediencia al Crucificado".
Dios, en su inmensa misericordia, en lugar de abandonar
los hombres a su suerte -como dice San Agustín, esa massa damnata: esa masa condenada- quiso traerles la salvación. ¿Pero como traerles la salvación? ¡De un modo increíble! Quiso expiar Él mismo para reparar lo que la ofensa de los hombres tenía, en cierto modo, de infinito; fue en cierta medida necesaria que Dios mismo viniera a encarnarse, tomando un alma y un cuerpo de hombre para ofrecer
la debida reparación, una reparación infinita, y para restablecer la unión entre
la humanidad y Dios. ¿Y cómo lo hizo? ¿Cómo lo efectuó? Hubiera podido hacerla
con una simple palabra humana dicha en cuanto Dios, o hubiera podido dar una simple
gota de sangre: una stilla, como dice el cántico. Una sola gota de Sangre
de Nuestro Señor bastaba para redimir a todos los hombres. Pues bien, ¡no!, Quiso
dar toda su Sangre y manifestar su misericordia hasta morir en la Cruz por nosotros!" Nuestro Señor Jesucristo no murió a causa de la lanzada
que recibió en el corazón. Murió de amor. El Alma de Nuestro Señor se separó de
su Cuerpo porque Él lo quiso. Murió, en primer lugar, por amor a su Padre y luego
por amor a nosotros, para restablecer el vínculo entre la humanidad y su Padre!"
Nuestro Señor, Sacerdote, se ofreció a Sí mismo en la
Cruz. Dijo realmente: "Ofrezco mi vida. Nadie puede
quitármela, ni siquiera los que me hacen subir al patíbulo de la Cruz. No son
ellos los que ofrecen mi vida sino Yo" "Yo pongo -había dicho- mi alma
voluntariamente". Nadie hubiera podido
quitarle su Alma si Él no lo hubiese querido, porque es Dios. Quiso como Hombre-Dios
morir en este mundo para salvamos. Cuanto más se reflexiona y se medita sobre este método
extraordinario que empleó Dios para salvamos por medio de su Cruz, más se percibe
que para las almas bien nacidas, para las sencillas y para las que no buscan hacer
prevalecer su razón por encima de la fe, era el medio ideal para acercarse, del
mejor modo posible, a todos los misterios: el misterio de Dios, el misterio de la
Encarnación, el misterio de la Redención, el misterio de la Trinidad, el misterio del pecado, el misterio del amor de Dios, el 'misterio
de la gracia, de la vida que Dios vino a traer- nos, y todas las virtudes de Nuestro
Señor: todo esto se expresa en la Cruz de Nuestro Señor.'" Nuestro Señor
mismo dijo antes de expirar: "Todo está consumado". (Jn 19,30) Todo se ha acabado, todo está consumado. Entonces Nuestro Señor puso el punto final a la Redención.
Las consecuencias se seguirían: la Resurrección, la Ascensión
y su glorificación. Luego empezó el trabajo de aplicación de los méritos de la
Cruz y de la Redención a las almas por medio del sacrificio de la santa misa y de
los sacramentos.
5. Resucitó al tercer día
Nuestro Señor Jesucristo quiso por medio de su muerte
libramos de nuestros pecados, y por su Resurrección resucitar nuestras almas a la
gracia de Dios. Toda la ceremonia de la vigilia Pascual lo expresa. Es admirable
la ceremonia de la bendición el cirio pascual, que simboliza a Nuestro Señor mismo
iluminando otra vez al mundo, e igualmente la bendición del agua bautismal, que
significa la resurrección de nuestras almas al con- tacto con el Alma de Nuestro
Señor Jesucristo. Como dice San Juan: "De su plenitud hemos recibido todos,
y gracia por gracia". (jn 1, 16) El Alma de Jesús estaba llena de gracia y
de verdad."! La gracia en nuestras almas es una participación de la gracia
que hay en el Alma de Nuestro Señor. Se nos da en el bautismo. El bautismo, por
el cual morimos a nuestros pecados y resucitamos a la vida divina, queda significado
con la muerte de Jesús en la Cruz y con su Resurrección. Por esto nos alegramos
hoy. Cantamos el Aleluya y el Gloria porque Él nos ha hecho revivir.
Hemos resucitado, como dice San Pablo, de una manera admirable: "Hemos sido
sepultados en el agua del bautismo y hemos muerto como Jesucristo en la Cruz, y
a través de este agua resucitamos a la vida de Dios". Este es el gran misterio
de nuestra vida cristiana. Pero, ¿podemos decir que desde ahora hemos resucitado para siempre como Nuestro Señor? Pues no, nuestro cuerpo
todavía no ha resucitado y sabemos bien que tendremos que morir. Todavía no hemos
llegado al término de esta resurrección. Aunque hay una prenda y una semilla de
esta resurrección por la gracia que se nos da en el bautismo, esta gracia tiene
que germinar, desarrollarse y crecer hasta nuestra muerte. Nuestra alma es como
una barquita sobre las olas agitadas que representa nuestra carne, esta carne
pecadora que tiene que morir porque lleva todavía en sí el pecado. Sí, a pesar
de la gracia del bautismo, tenemos en nosotros una tendencia al pecado, un desorden
fundamental. La mejor prueba de ello es que los padres bautizados y que viven
en plena conformidad con la Ley de Dios, transmiten sin embargo el pecado original
a sus hijos. Esto significa que esta carne está todavía manchada por las consecuencias
del pecado, razón por la cual tiene que morir y resucitar un día al contacto precisamente
de nuestras almas santificadas y resucitadas con la gracia de Nuestro Señor Jesucristo.
Pero desde ahora, si Jesús está realmente presente en nosotros y si nuestras almas
están purificadas del pecado, nuestras almas han resucitado. Por eso tenemos que
tomar firmes resoluciones para evitar todo pecado, con el fin de guardar la vida
sobrenatural, la vida de la gracia y la vida de Nuestro Señor Jesucristo en nuestras
almas, y alcanzar el puerto de la salvación llenos de esta gracia y con la seguridad
de que un día nuestros cuerpos resucitarán al contacto con nuestras almas resucitadas.
Este es el gran misterio de la vida cristiana.'?
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