25 de junio
San Guillermo,
abad.
(† 1142)
Misa
– Os Justi
Epístola
– Eccli. XLV, 1-6
Evangelio
– San Mateo XIX, 27-29
El venerable padre de los
ermitaños del Monte-Virgen, San Guillermo nació en Vercelli de ilustre linaje,
y aunque perdió en su infancia a sus padres, corrió su educación a cargo de
unos parientes que le criaron noble y cristianamente. A los catorce años no
cumplidos de su edad, tocado de Dios, dio libelo a todas las cosas del mundo, y
en hábito de pobre peregrino, cubierto de un tosco sayal y descalzos los pies,
vino a visitar el glorioso sepulcro de Santiago de Compostela. En este camino
hizo jornada en la casa de un piadoso herrero que tenía devoción de hospedar a
los peregrinos, y para añadir el santo mancebo nuevos rigores a su penitencia rogó
le que le labrase dos cercos de hierro y luego le rodease con ellos el pecho,
trabándoselos por los hombros de manera que jamás pudiesen desasirse ni caerse.
Esta manera de cilicio llevó el santo todo el tiempo de su vida. Volviendo
después a Italia pasó al reino de Nápoles y retiró se en lo más áspero de un
monte llamado Virgiliano, que de entonces acá lleva el nombre de Monte- Virgen,
donde el santo anacoreta edificó¿ una iglesia en honra de la Virgen santísima,
y echó los cimientos de su nueva religión. Era tan admirable la vida que allí
hacía san Guillermo con los numerosos discípulos que se le juntaron, que no
parecía sino que la Tebaida se había trasladado al Monte-Virgen. La regla viva
de aquellos fervorosos monjes era el ejemplo de su santo abad, y sus constituciones
los consejos del santo Evangelio. Y como se esparciese por todas partes el buen
olor de sus religiosas virtudes, fué menester se edificasen en breve tiempo
otros muchos monasterios. Cada día ilustraba el Señor la santidad de su siervo
con nuevos dones y carismas celestiales: porque daba vista a los ciegos, oído a
los sordos, habla a los mudos y salud a toda suerte de enfermos. Habiéndole
llamado el rey de Sicilia, Rogerio, a su corte, le edificó un nuevo monasterio no
lejos de su palacio, para tener consigo a aquel varón de Dios, y aprovecharse
de sus consejos. En esta sazón unos malignos cortesanos, cuyos ojos, no podían
sufrir el resplandor de tan grandes virtudes, calumniaron al santo delante del
príncipe, poniendo mácula en su honestidad, y echando mano de una mujer
desenvuelta para que le tentase. Súpolo el siervo de Dios, y mandó encender una
hoguera, en la cual se arrojó, a vista de aquella dama, con lo cual la convirtió
y deshizo toda aquella trama infernal. Finalmente habiendo profetizado delante
del rey y de muchos señores de le
llamaba para sí, acabó su vida llena de virtudes y milagros con la preciosa muerte
de los justos, y su santo cuerpo fué enterrado en un magnífico sepulcro de
mármol, acreditando Dios la santidad de su siervo con numerosos prodigios.
Reflexión; Cuando
el rey de Nápoles y Sicilia, Rogerio llamó a su corte a nuestro santo, le encomendó
toda la familia real y le pedía su consejo en todos los graves negocios del
reino. Y ¿crees tú que aprovechaban menos los consejos de un santo, para la
felicidad de todo el reino, que las maniobras de políticos ambiciosos, que sólo
ponen los ojos en mezquinos intereses de partidos? ¿Qué otra cosa es ese malestar
general, y ese desconcierto social de que todos se lamentan, sino un resultado
necesario, y un castigo bien merecido de la sacrílega locura de los hombres,
que prescindiendo de la ley de Dios, pretenden gobernarse a su antojo?
Oración: Suplicamos te, Señor, que la
intercesión del bienaventurado Guillermo, abad, haga nuestras preces aceptables
ante tu divino acatamiento, para conseguir por su patrocinio lo que no podemos
alcanzar por nuestros méritos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario