La
Evangelización
De
RUSIA
Así, decidió enviar una embajada al
emperador alemán Othón, llamado el Grande. Los autores dan la fecha del 959,
cuatro años después de su bautismo que suele ponerse en el 955, y dos después
de su viaje a Constantinopla. La embajada tenía como principal misión, pedir el
envío de un obispo y de algunos misioneros occidentales que se encargaran de la
evangelización de su pueblo. Hay autores que quieren ver en esta embajada una
medida específicamente política: su bautismo en Kiev o Constantinopla -en todo
caso por medio de bizantinos-, la ponía en relaciones con el imperio de
Oriente; ahora, su demanda de misioneros de Alemania, la relacionaría con los
latinos. Lo mismo había hecho años antes
el rey Boris de Bulgaria.
Como consecuencia de la embajada, fue nombrado y consagrado un obispo
para la naciente cristiandad de Kiev, el monje Libucio, de la abadía de San
Albano de Maguncia. No pudo llegar a su destino, porque vino a morir poco
después. Fue entonces cuando el monje Adalberto, el futuro arzobispo de Magdeburgo,
era designado para cumplir esta misión. Era el año 961. Llegó efectivamente a
Kiev, recibido con todos los honores por la princesa regente, que veía
realizados así sus mejores sueños. Pero no había calculado bien las
consecuencias de la inmediata sucesión y subida al trono de su hijo Sviatoslav,
que era afecto al paganismo, y muy pronto se manifestaría adverso a la misión
de los latinos.
El partido pagano reaccionó, por su parte, también en contra de ellos,
y al año siguiente hubieron de regresar a Alemania. El obispo Adalberto recibió
malos tratos, y algunos de sus compañeros sucumbirían bajo las penalidades del
camino. Lo -que demuestra que el' partido pagano tenía aún mucha fuerza en
Kiev, cuando el fervor de la princesa Oiga andaba buscando por todos los medios
organizar definitivamente la iglesia cristiana en su principado. Algunos
autores rusos" como el citado Prosvirnine, niegan que- la embajada rusa al
rey Othón fuera idea de la princesa, afirmando que, muy al contrario, la
iniciativa había partido del propio Othón. Sea lo que fuere, lo cierto es que
el obispo Adalberto vemos que fue expulsado de Kiev al año de su llegada.
Por su parte, la princesa Oiga siguió cristiana ferviente el resto de
su vida, dedicada a obras de beneficencia y de apostolado. No pudo conseguir la
conversión de su hijo, y con esa espina moría en el año 969, a la edad de 82
años. Enterrada primero en la iglesia de San Elías, fue- trasladado su cadáver
en el 1007 a la nueva iglesia de los deciatinos, construida por su nieto
Vladimir, y colocado en un sepulcro de piedra. Desde entonces, comenzaría a ser
venerada como santa por toda la Iglesia rusa. En cuanto a Sviatoslav, sería
derrotado en una expedición desgraciada a los Balcanes, por los búlgaros.
Pagano murió, y pagano sería su sucesor, su hijo Jaropol I, aunque se mostró
tolerante con los cristianos. También él moría cinco años después, en el 978,
víctima de las intrigas de sus otros hermanos, a causa de la división del
gobierno. Iba a ser al fin el príncipe Vladimir, hijo natural de Sviatoslav y
de madre varega, el que recogiera toda la herencia paterna. Había vivido casi
siempre alejado de la corte, por susceptibilidad de su abuela Oiga; desde el
969 estaba encargado por su padre del gobierno septentrional de Novgorod. Semi-escandinavo
de origen por su madre, se había casado en, ese mismo ambiente.
Durante dos años sostuvo empresas para apoderarse de todo el Estado que
había constituido su padre, no importándole aniquilar a sus propios hermanos.
Pero, a pesar de las intrigas sostenidas, Vladimir fue un gran soberano, un
verdadero predecesor de aquellos "recolectores de la tierra rusa",
que, una vez terminada la dominación de los mongoles, constituyeron la grandeza
del Estado moscovita. No importa destacar aquí, las numerosas reformas del interior
y las guerras que afrontó, pero sí recordar detalles de su acción religiosa,
decisiva para la Rusia kieviana. De hecho, él había regresado a Kiev como un
verdadero pagano, y las tropas varegas que habían abierto el acceso, también
parecían haber pesado mucho en su decisión de restablecer el paganismo en la
capital. No hada siquiera diez años que había muerto Santa Oiga, y si bien
'ella no había destruido "todas las casas de oración de los paganos",
como pretenden los cronistas rusos, su acción sí había comprometido, por lo
menos, el prestigio del paganismo. Los varegos pidieron, y lo obtuvieron, que
se restaurasen los templos y que se volvieran a levantar las, estatuas de los
dioses. Y si las crónicas rusas son dignas de crédito, contra los cristianos se
llevaron a cabo ciertas represalias. Por ejemplo, no habiendo consentido un
varego cristiano entregar a su hijo, al que los paganos querían inmolar en
sacrificio, fue degollado con su hijo. El hecho no tiene nada de inverosímil,
aunque puede ponerse en duda la autenticidad de los detalles.
Pero Vladimir era demasiado inteligente para perseverar en esta
actitud. Permanecer pagano significaba rebajarse al nivel de los petcheneqes,
salvajes bandas de la estepa, contra los que guerreaba; significaba aislarse de
los polacos, de los que Boleslao el Valiente hacía en aquel momento un reino
cristiano; significaba separarse de los búlgaros, a quienes el zar Samuel
aseguraba la hegemonía sobre la península balcánica; y significaba, sobre todo,
cortar toda relación cordial con la "Ciudad protegida por Dios"
(Constantinopla), cuyo prestigio se imponía más que nunca en aquel final del
siglo X, Vladimir tenía en sus miras casarse con una princesa "porfirogénita"
(nombre que se les daba a los hijos de los emperadores de Constantinopla, reinantes
al nacer sus hijos, porque al nacer éstos se les recibía en un paño de
púrpura), e introducirse de esta manera en la familia de los 'basileis' para gozar de los honores y provechos de esta
parentela imperial. Pero esto no lo podía obtener más que haciéndose cristiano.
Ahora bien, en torno a él ya se venía practicando ampliamente el cristianismo,
y precisamente por un cierto número de varegos a los que él mismo pertenecía.
Así es que asistió a las escuelas catequísticas para escuchar las predicaciones
de los misioneros, fuesen griegos o latinos, o incluso eslavos, que no faltaban
en sus Estados.
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