II
DESOBEDIENCIA
APARENTE, PERO OBEDIENCIA REAL
Querido Padre, hoy tenéis la
alegría de celebrar la Santa Misa en medio de los vuestros, rodeado de vuestra
familia, de vuestros amigos, y con gran satisfacción nos hallamos hoy cerca
vuestro para deciros también toda nuestra alegría y todos nuestros augurios
para vuestro apostolado futuro, por el bien que haréis a las almas. Rezamos en
este día especialmente a San Pío X, nuestro santo patrono, cuya fiesta
celebramos hoy y que estuvo presente en todos vuestros estudios y en toda
vuestra formación. Le pediremos que os dé un corazón de apóstol, un corazón de
santo sacerdote como el suyo. Y puesto que estamos aquí, muy cerca de la ciudad
de San Hilario y de Santa Radegunda y del gran cardenal Pie, ¡pues bien!,
pediremos a todos estos protectores de la ciudad de Poitiers que vengan en
vuestro auxilio para que sigáis su ejemplo, y para que conservéis, como ellos
lo hicieron en tiempos difíciles, la Fe católica. Habríais podido ambicionar
una vida feliz, quizás fácil y cómoda en el mundo, puesto que habíais preparado
ya estudios de medicina. Habríais podido, por consiguiente, desear otro camino
que el que habéis escogido. Pero no, habéis tenido la valentía, incluso en
nuestra época, de venir a pedir la formación sacerdotal en Ecône. Y, ¿por qué
en Ecône? Porque allí habéis encontrado la Tradición, porque allí habéis
encontrado lo que correspondía a vuestra Fe.
Esto fue para vos un acto de
valentía que os honra. Y es por eso que quisiera responder, con algunas
palabras, a las acusaciones que se han hecho estos últimos días en los diarios
locales a raíz de la publicación de la carta de monseñor Rozier, obispo de
Poitiers. ¡Oh!, no para polemizar. Tengo buen cuidado de evitarlo, no tengo por
costumbre el contestar a esas cartas y prefiero guardar silencio. Sin embargo,
me parece que está bien el que os justifique porque en esa carta estáis
implicado igual que yo. ¿Por qué ocurre esto? No a causa de nuestras personas,
sino por la elección que hemos hecho. Somos incriminados porque hemos elegido
la supuesta vía de la desobediencia. Pero se trataría de que nos entendamos
precisamente sobre lo que es la vía de la desobediencia. Pienso que podemos en
verdad decir que si hemos elegido la vía de la desobediencia aparente, hemos
elegido la vía de la obediencia real. Entonces pienso que aquéllos que nos
acusan han elegido quizás la vía de la obediencia aparente pero de la
desobediencia real. Porque los que siguen la nueva vía, los que siguen las
novedades, los que se adhieren a unos principios nuevos, contrarios a los que
nos fueran enseñados en nuestro catecismo, contrarios a los que nos fueran
enseñados por la Tradición, por todos los Papas y por todos los Concilios, esos
tales han elegido la vía de la desobediencia real. Porque no se puede decir que
se obedece hoy a, la autoridad desobedeciendo a toda la Tradición. La señal de
nuestra obediencia es precisamente seguir la Tradición, ésa es la señal de
nuestra obediencia: "Jesús Christus heri, hodie et in saecula".
Jesucristo ayer, hoy y por
todos los siglos. No se puede separar a
Nuestro Señor Jesucristo. No se puede decir que se obedece a Jesucristo de hoy
y que no se obedece a Jesucristo de, ayer, porque entonces no se obedece a
Jesucristo de mañana. Esto es muy importante. Por ello no podemos decir:
nosotros desobedecernos al Papa de hoy y por ello mismo desobedecemos también a
los de ayer. Nosotros obedecernos a los de ayer, por consiguiente, obedecemos
al de hoy y por consiguiente obedecemos a los de mañana. Porque no es posible
que los Papas no enseñen la misma cosa, no es posible que los Papas se
desdigan, que los Papas se contradigan. Y es por ello que estamos persuadidos
de que siendo fieles a todos los Papas de ayer, a todos los Concilios de ayer,
somos fieles al Papa de hoy, al Concilio de hoy y al Concilio de mañana y al
Papa de mañana. Una vez más: "Jesús Christus heri, hodie et in
saecu-la". Jesucristo ayer, hoy y por todos los siglos. Y si hoy, por un
misterio de la Providencia, un misterio que para nosotros es insondable,
incomprensible, estarnos en una aparente desobediencia, realmente no estamos en
la desobediencia, estamos en la obediencia. ¿Por qué estamos en la obediencia?
Porque creemos en nuestro Catecismo, porque tenemos siempre el mismo Credo, el
mismo Decálogo, la misma Misa, los mismos Sacramentos, la misma oración: el
Padre Nuestro de ayer, de hoy y de mañana. He ahí por qué estamos en la
obediencia y no en la des-obediencia. Por el contrario, si estudiamos lo que se
enseña hoy en la nueva religión, advertimos que ellos ya no tienen la misma Fe,
el mismo Credo, el mismo Decálogo, la misma Misa, los mismos Sacramentos, ya no
tienen el mismo Padre Nuestro. Basta abrir los catecismos de hoy para darse
cuenta de ello, basta leer los discursos que se pronuncian en nuestra época
para darnos cuenta de que aquéllos que nos acusan de estar en la desobediencia
son ellos quienes no siguen a los Pupas, son ellos quienes no siguen a los
Concilios, son ellos quienes están en la desobediencia. Porque no se tiene el
derecho a cambiar nuestro Credo, a decir que hoy los Ángeles no existen, a
cambiar la noción del pecado original, a afirmar que la Virgen ya no es más la
siempre virgen, y así con lo demás. No
hay derecho a reemplazar el Decálogo, por los Derechos del hombre; ahora bien y
hoy ya no se habla sino de los Derechos del hombre y no se le habla de sus
deberes que constituyen el Decálogo. ¡Aún no hemos visto que en nuestros
catecismos debamos reemplazar el Decálogo por los Derechos del hombre!... Y
esto es muy grave. Se ataca a los Mandamientos de Dios, ya no se defiende a
todas las leyes que conciernen a la familia y así con lo demás. La Santísima
Misa, por ejemplo, que es el resumen de nuestra Fe, que es precisamente nuestro
catecismo viviente, la Santísima Misa está desnaturalizada, se ha vuelto
equívoca, ambigua. Los protestantes pueden de-cirla, los católicos pueden
decirla. A este propósito, nunca he dicho y nunca he seguido a quienes han
dicho que todas las Misas nuevas son Misas inválidas. No he dicho nunca cosa
semejante, pero creo que, en efecto, es muy peligroso habituarse a seguir la
Misa nueva porque ya no representa nuestro catecismo de siempre, porque hay
nociones que se han vuelto protestantes y que han sido introducidas en la nueva
Misa. Todos los Sacramentos han sido, en cierta manera, desnaturalizados, se
han vuelto como una iniciación a una colectividad religiosa. Los Sacramentos no
son eso. Los Sacramentos nos dan la gracia y hacen desaparecer en nosotros
nuestros pecados y nos dan la vida divina, la vida sobrenatural. No estamos
sólo en una colectividad religiosa puramente natural, puramente humana. Es por
ello que estamos adheridos a la Santa Misa. Y estamos adheridos a la Santa Misa
porque es el catecismo viviente. No es únicamente un catecismo que está escrito
e impreso sobre páginas que pueden desaparecer, sobre páginas que no dan la
vida en la realidad. Nuestra Misa es el catecismo viviente, es nuestro Credo
viviente. El Credo no es otra cosa que la historia, yo diría, el canto en
cierta manera de la redención de nuestras almas por Nuestro Señor Jesucristo.
Cantamos las alabanzas de Dios, las alabanzas de Nuestro Señor, nuestro
Redentor, nuestro Salvador que se hizo Hombre para derramar su sangre por
nosotros y así dio nacimiento a su Iglesia, al Sacerdocio, para que la
Redención continúe, para que nuestras almas sean lavadas en la Sangre de
Nuestro Señor Jesucristo por el Bautismo, por todos los Sacramentos, y para que así tengamos participación de la
naturaleza de Nuestro Señor Jesucristo mismo, de su naturaleza divina por medio
de su naturaleza humana y para que seamos admitidos en la familia de la
Santísima Trinidad por toda la eternidad. He ahí nuestra vida cristiana, he ahí
nuestro Credo. Si la Misa ya no es más la continuación de la Cruz de Nuestro
Señor, del signo de su Redención, no es más la realidad de su Redención, no es
más nuestro Credo. Si la Misa no es más que una comida, una eucaristía, un
reparto, si uno puede sentarse alrededor de una mesa y pronunciar simplemente
las palabras de la Consagración en medio ele la comida, esto ya no es más
nuestro Sacrificio de la Misa. Y si ya no es más el Santo Sacrificio de la
Misa, lo que se realiza ya no es la Redención de Nuestro Señor Jesucristo.
Necesitamos la Redención de
Nuestro Señor, necesitamos la Sangre de Nuestro Señor. No podemos vivir sin la
Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. Él vino a la tierra para darnos su Sangre,
para comunicarnos Su Vida. Hemos sido creados para eso, y nuestra Santa Misa
nos da la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. Su Sacrificio continúa realmente,
Nuestro Señor está realmente presente con su Cuerpo, con su Sangre, con su Alma
y con su Divinidad. Para esto Él creó el Sacerdocio y para esto hay nuevos
sacerdotes. Y es por ello que queremos hacer sacerdotes que continuarán la
Redención de Nuestro Señor Jesucristo. Toda la grandeza, la sublimidad del
Sacerdocio, la belleza del sacerdote es celebrar la Santa Misa, pronunciar las
palabras de la Consagración, hacer descender a Nuestro Señor Jesucristo sobre
el altar, continuar Su Sacrificio ele la Cruz, derramar Su Sangre sobre las
almas por el Bautismo, por la Eucaristía, por el Sacramento de la Penitencia.
¡Oh! la hermosura, la grandeza del sacerdocio, ¡una grandeza de la cual no
somos dig-nos! de la cual ningún hombre es digno. Nuestro Señor Jesucristo ha querido
hacer esto. ¡Qué grandeza! ¡Qué sublimidad! Y esto es lo que han comprendido
nuestros jóvenes sacerdotes. Estad seguros de que ellos lo han comprendido. Han
amado la Santa Misa durante todo su seminario. Han penetrado su misterio. No
penetrarán nunca su misterio de una manera perfecta incluso si Dios nos
concediera una larga vida aquí abajo. Pero aman su Misa y pienso que han
comprendido y que comprenderán siempre mejor que la Misa es el sol de su vida,
la razón de ser de su vida sacerdotal
para dar Nuestro Señor Jesucristo a las almas y no simplemente para
partir un pan de la amistad en el cual
ya no se encuentra Nuestro Señor Jesucristo. Y por consiguiente la gracia ya no
existe en unas Misas que serían puramente una Eucaristía, puramente significación
y símbolo de una especie de caridad humana entre nosotros. He ahí por qué
estamos aferrados a la Santa Misa. Y la Santa Misa es la expresión del
Decálogo. ¿Qué es el Decálogo sino el amor de Dios y el amor del prójimo? ¿Qué
realiza mejor el amor de Dios y el amor del prójimo sino el Santo Sacrificio de
la Misa? Dios recibe toda gloria por Nuestro Señor Jesucristo y por su
Sacrificio. No puede haber acto de caridad más grande hacia los hombres que el
Sacrificio de Nuestro Señor. Él mismo, Nuestro Señor Jesucristo, lo dice: ¿hay
un acto más grande de caridad que dar su vida por aquéllos a quienes se ama?
Por consiguiente, se realiza en el Sacrificio de la Misa el Decálogo: el acto
más grande de amor que Dios pueda tener de parte de un hombre y el acto más
grande de amor que podamos tener de parte de Dios para con nosotros. He ahí lo
que es el Decálogo: es nuestro catecismo viviente. El Santo Sacrificio de la
Misa está allí continuando el Sacrificio de la Cruz. Los Sacramentos no son
sino la irradiación del Sacramento de la Eucaristía. Todos los Sacramentos,
son, en cierta manera, como satélites del Sacramento de la Eucaristía. Desde el
Bautismo hasta la Extremaunción, pasando por todos los demás sacramentos, no
son sino la irradiación de la Eucaristía, porque toda gracia viene de
Jesucristo que está presente en la Sagrada Eucaristía. Ahora bien, el
sacramento y el sacrificio están íntimamente unidos en la Misa. No se puede separar el sacrificio del
sacramento. El Catecismo del Concilio de Trento explica esto magníficamente.
Hay dos grandes realidades en el Sacrificio de la Misa: el sacrificio y el
sacramento, el sacramento dependiente del sacrificio, fruto del sacrificio.
Esto es toda nuestra santa religión y por ello estamos aferrados a la Santa
Misa. Comprenderéis ahora mejor quizás de lo que lo comprendisteis hasta hoy
por qué defendemos esta Misa, la realidad del Sacrificio de la Misa. Ella es la
vida de la Iglesia y la razón de ser de la Encarnación de Nuestro Señor
Jesucristo. Y la razón de ser de nuestra existencia es unirnos a Nuestro Señor
Jesucristo en el Sacrificio de la Misa. Entonces, si se quiere desnaturalizar
nuestra Misa, arrancarnos en cierto modo nuestro Sacrificio de la Misa,
¡comenzamos a gritar! Estamos siendo desgarrados y no queremos que se nos
separe del Santo Sacrificio de la Misa. He aquí por qué mantenemos firmemente
nuestro Sacrificio de la Misa. Y estamos persuadidos de que nuestro Santo Padre
el Papa no lo ha prohibido y no podrá nunca prohibir que se celebre el Santo
Sacrificio de la Misa de siempre. Por otra parte, el Papa San Pío V dijo de
manera solemne y definitiva, que suceda lo que suceda en el futuro no se podría
nunca impedir a un sacerdote la celebración de este Sacrificio de la Misa y que
todas las excomuniones, todas las suspensiones, todas las penas que podrían
sobrevenir a un sacerdote por el hecho de celebrar este Santo Sacrificio serían
nulas de pleno derecho. Para el porvenir: "in futuro, in perpetuum".
Por consiguiente, tenemos la conciencia tranquila, pase lo que pase. Si podemos
estar con la apariencia de la desobediencia, estamos en la realidad de la
obediencia. He aquí nuestra situación. Y conviene que la digamos, que la
expliquemos, porque somos nosotros los que continuamos la Iglesia. Los que
desnaturalizan el Sacrificio de la Misa, los Sacramentos, nuestras oraciones,
los que ponen los Derechos del hombre en lugar del Decálogo, que transforman
nuestro Credo, son ellos quienes están en la realidad de la desobediencia.
Ahora bien, esto es lo que se hace por los nuevos catecismos de hoy. Es por eso
que sentimos una pena profunda de no estar en perfecta comunión con los autores
de estas reformas... ¡y lo lamentarnos infinitamente! Quisiera ir de inmediato
a ver a monseñor Rozier para decirle que estoy en perfecta comunión con él.
Pero me es imposible, si monseñor Rozier condena esta Misa que celebramos,
poder estar en comunión con él, pues esta Misa es la de la Iglesia. Y los que
rechazan esta Misa ya no están en comunión con la Iglesia de siempre. Es
inconcebible que obispos y sacerdotes que fueron ordenados para esta Misa y con
esta Misa, que la han celebrado durante quizás veinte, treinta años de su vida
sacerdotal, la persigan ahora con un odio implacable, nos echen de las
iglesias, nos obliguen a decir Misas acá, al aire libre, cuando están hechas
para ser celebradas, precisamente, en esas iglesias construidas para decir esas
Misas. Y, ¿no es verdad que monseñor Rozier mismo dijo a uno de vosotros que si
fuéramos herejes y cismáticos nos daría iglesias para celebrar nuestras Misas?
Es una cosa inverosímil. Y por consiguiente, si ya no estuviéramos en comunión
con la Iglesia y fuéramos herejes o cismáticos, monseñor Rozier nos daría
iglesias. Así pues, es evidente que estamos todavía en comunión con la Iglesia.
He ahí una contradicción en su actitud que los condena. Saben perfectamente que
estamos en la verdad, porque no se puede estar fuera de la verdad cuando se
continúa lo que se hizo durante dos mil años, porque se cree únicamente en lo
que se creyó durante dos mil años. Esto no es posible. Una vez más, debemos
repetir esta frase y repetirla siempre: "Jesús Christus heri, hodie et in
saecula". Si estoy con Jesucristo de ayer, estoy con Jesucristo de hoy y
estoy con Jesucristo de mañana. No puedo estar con Jesucristo de ayer sin estar
con Aquél de mañana. Y porque nuestra Fe es la del pasado lo es también la del
futuro.
Si no estamos con la fe del
pasado, no estamos con la Fe del presente, no estamos con la Fe del porvenir.
He ahí lo que es necesario creer siempre, he ahí lo que es necesario mantener a
toda costa y sin lo cual no podemos salvarnos. Pidámoslo hoy de manera
particular para estos queridos sacerdotes, para este querido padre, a los
santos protectores del Poitou: en especial, a San Hilario, a Santa Radegunda
que tanto amó la Cruz fue ella quien trajo aquí, a esta tierra de Francia la
primera reliquia de la verdadera Cruz; ella amaba la Cruz y tenía una gran
devoción por el Sacrificio de la Misa, y, finalmente, al Cardenal Pie que fue
un admirable defensor de la Fe católica durante el siglo pasado. Pidamos a estos protectores del
Poitou nos concedan la gracia de combatir sin odio, sin rencor. No seamos nunca de aquéllos que buscan
polemizar, desunir y dañar al prójimo. Amémoslos de todo corazón pero mantengamos
nuestra Fe. Mantengamos a toda costa la Fe en la divinidad de Nuestro Señor
Jesucristo. Pidámoslo a la Santísima Virgen María. Ella no puede no haber
tenido la fe perfecta en la divinidad de su Divino Hijo. Ella lo amó con todo
su corazón, Ella estuvo presente en el Santo Sacrificio de la Cruz. Pidámosle
la Fe que Ella tenía. En el nombre del Padre...
(Homilía en Poitiers, 2 de
setiembre de 1977)
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