CAPITULO II
EL ORDEN NATURAL Y
EL LIBERALISMO
“La libertad no existe al
comienzo sino al fin. Ella no está en la raíz, sino en las flores y los
frutos.” Charles Maurras, Mis Ideas Políticas Hay una obra que recomiendo
particularmente a aquellos que deseen tener una visión concreta y completa del
liberalismo, a fin de poder luego preparar conferencias destinadas a personas
que conocen poco este error y sus ramificaciones, y que acostumbran “pensar de
modo liberal”, incluso entre católicos apegados a la tradición. A menudo no se
dan cuenta de la penetración profunda del liberalismo en toda nuestra sociedad
y en todas nuestras familias. Uno confesará fácilmente
que el “liberalismo avanzado” de un Giscard d'Estaing en los años 1975 ha
conducido a Francia al socialismo; pero seguirá creyendo de buena fe que la
“derecha liberal” podrá librarnos de la opresión totalitaria. Las almas
conformistas no saben muy bien si deben alabar o censurar la “liberalización
del aborto”, pero estarían dis-puestas a firmar una petición para liberalizar
la eutanasia. De hecho, todo lo que lleva la etiqueta de libertad lleva, desde
hace dos siglos, la aureola del prestigio que ciñe esa palabra “sacrosanta”. Y
sin embargo es de esta palabra que nos estamos muriendo, pues es el liberalismo
que envenena tanto la sociedad civil como la Iglesia. Abramos este libro del cual
hablé – Libéralisme y Catholicisme [Liberalismo y Catolicismo] del Padre
Roussel, aparecido en 1926 –, y leamos esta página que pinta muy concretamente
al liberalismo (págs. 14-16), agregando un pequeño comentario. “El liberal es
un fanático de independencia, la proclama hasta el absurdo, en todos los
ámbitos.” Se trata de una definición; veremos cómo se aplica y cuáles son las
liberaciones que reivindica el liberalismo.
1. “La independencia de lo verdadero y del bien en relación al
ser: es la filosofía relativista del movimiento y del devenir. La independencia
de la inteligencia en relación a su objeto: la razón soberana no tiene que
someterse a su objeto, sino que lo crea; de allí, la evolución radical de la
verdad; subjetivismo relativista.”
Subrayemos las dos palabras
claves; subjetivismo y evolución.
Subjetivismo es introducir la libertad
en la inteligencia, cuando por el contrario, la nobleza de ésta consiste en
someterse a su objeto; consiste en la adecuación o conformidad del sujeto que
piensa con el objeto conocido. La inteligencia funciona como una cámara
fotográfica, debe reproducir exactamente los rasgos inteligibles de lo real. Su
perfección consiste en su fidelidad a lo real. Por esta razón, la verdad se
define como la adecuación de la inteligencia con la cosa. La verdad es la
cualidad del pensamiento que está conforme con la cosa, es decir con lo que es.
No es la inteligencia quien crea las cosas; son éstas las que se imponen tal
como son a la inteligencia. En consecuencia, la verdad de lo afirmado de-pende
de lo que es: es algo objetivo; y aquel que busca lo verdadero debe renunciar a
sí, renunciar a una construcción de su espíritu, renunciar a inventar la
verdad. Al contrario, en el subjetivismo, es la
razón la que construye la verdad: ¡nos encontramos con la sumisión del objeto
al sujeto! El sujeto se vuelve el centro de todas las cosas. Estas no son más
lo que son, sino lo que se piensa de ellas. El hombre dispone entonces a su
gusto de la verdad: este error se llamará idealismo en su aspecto filosófico, y
liberalismo en su aspecto moral, social, político y religioso. Por eso la
verdad será diferente según los individuos y los grupos sociales. La verdad es
necesariamente compartida. Nadie puede pretender poseerla exclusivamente y en
su totalidad; ella se hace y se busca sin fin. Uno vislumbra cuán contrario es
todo esto a Nuestro Señor Jesucristo y a su Iglesia.Históricamente, esta emancipación del
sujeto con relación al objeto (a lo que es) fue realizada por tres personajes.
Lutero, en primer lugar, rechaza el magisterio de la Iglesia y no conserva más
que la Biblia, al rehusar todo intermediario creado entre el hombre y Dios.
Introduce el libre examen a partir de una falsa noción de la inspiración de la
Escritura: ¡la inspiración individual! Luego Descartes, seguido de Kant,
sistematiza el subjetivismo: la inteligencia se encierra en sí misma, sólo
conoce su propio pensamiento: es el “cogito” de Descartes, son las “categorías”
de Kant. Las cosas mismas son incognoscibles. Finalmente Rousseau: emancipado
de su objeto y habiendo perdido el sentido común (el recto juicio), el sujeto
queda sin defensa frente a la opinión común. El pensamiento del individuo se
di-luye en la opinión pública, es decir, en lo que todo el mundo o la mayoría
piensa; y esta opinión será creada por las técnicas de dinámica de grupos,
organizadas por los medios de comunicación que están en las manos de los
financieros, de los políticos, de los francmasones, etc. Por su propio peso, el
liberalismo intelectual lleva al totalitarismo del pensamiento. Del rechazo del
objeto se pasa a la desaparición del sujeto, maduro entonces para sufrir todas
las esclavitudes. El subjetivismo, al exaltar la libertad de pensamiento,
desemboca en el aplastamiento del mismo.
La segunda nota del liberalismo
intelectual, según hemos señalado, es la evolución. Rechazando la sumisión a lo
real, el liberal es arrastrado a rechazar también la esencia in-mutable de las
cosas; para él, no hay naturaleza de las cosas, no hay naturaleza humana
estable, regida por leyes definitivas, establecidas por el Creador. El hombre
vive en una perpetua evolución progresiva; el hombre de hoy, no es el hombre de
ayer; se cae en el relativismo. Más aún, el hombre se crea a sí mismo, él es el
autor de sus propias leyes, que debe remodelar sin cesar, según la sola ley
inflexible del progreso necesario. Es el evolucionismo en todos los ámbitos:
biológico (Lamarck y Darwin), intelectual (el racionalismo y su mito del
progreso sin fin de la razón humana), moral (emancipación de los “tabúes”),
político-religioso (emancipación de las sociedades con respecto a Jesucristo). La cima del delirio evolucionista es
alcanzada con el Padre Teilhard de Chardin (1881-1955) quien afirma, en nombre
de una seudociencia y de una seudomística, que la materia se transforma en espíritu, lo
natural en lo sobrenatural, la humanidad en Cristo: triple confusión de un
monismo evolucionista inconciliable con la fe católica. Para la fe, la
evolución es la muerte. Se habla de una Iglesia que evoluciona, se busca una fe
evolutiva. “Debe someterse a la Iglesia viviente, a la Iglesia de hoy”, me
escribían de Roma en los años 1976, como si la Iglesia de hoy no debiera ser
idéntica a la Iglesia de ayer. Yo les respondo: “¡En esas condiciones, mañana
ya no será verdad lo que ustedes dicen hoy!” Esas personas no tienen ya noción
de la verdad, ni del ser. Son modernistas.
2.
“La independencia de la voluntad en relación a la inteligencia: fuerza
arbitraria y ciega, la voluntad no tiene por qué preocuparse de los juicios de
la razón, ella crea el bien, así como la razón la verdad.”
En una palabra, es lo arbitrario: “Así
lo quiero, así lo mando; así, sencillamente, por mi voluntad.”
3.
“La independencia de la conciencia en relación a la regla objetiva y a la ley;
la conciencia se erige ella misma como regla suprema de la moralidad.”
La ley, según el liberal, limita la
libertad y le impone una coacción primeramente moral: la obligación, y en
segundo lugar física: la sanción. La ley y sus coacciones se oponen a la
dignidad humana y a la dignidad de la conciencia. El liberal confunde libertad
y libertinaje. Ahora bien, Nuestro Señor Jesucristo por ser el Verbo de Dios es
la ley viviente; se ve entonces, una vez más, cuán profunda es la oposición del
liberal a Nuestro Señor.
4.
“La independencia de las fuerzas anárquicas del sentimiento en relación a la
razón: es uno de los caracteres del romanticismo, enemigo de la primacía de la
razón.”
El romántico se complace en lanzar
“slogans”: condena la violencia, la superstición, el fanatismo, el integrismo,
el racismo, sólo en la medida en que estos términos despiertan la imaginación y
las pasiones humanas y con el mismo espíritu, se hace apóstol de la paz, de la
libertad, de la tolerancia, del pluralismo.
5.
“La independencia del cuerpo en relación al alma, lo animal en relación a lo
razonable: es la inversión radical de los valores humanos.”
Se exaltará la sexualidad, se la
sacralizará; se invertirán los dos fines del matrimonio (procreación y
educación por una parte, sedación de la concupiscencia por otra) fijándole como
fin primario el placer carnal y la “realización de los dos cónyuges” o de los
dos “socios”. Es la destrucción del matrimonio y de la familia; sin hablar de
las aberraciones que transforman el santuario del matrimonio en un laboratorio
biológico, o que ven al niño no nacido como material de base para cosméticos y
fuente de jugosos beneficios.
6.
“La independencia del presente en relación al pasado; de allí el desprecio de
la tradición y el amor enfermizo de lo nuevo, bajo pretexto de progreso.”
Es una de las causas que San Pío X
asigna al modernismo: “Nos parece que las causas remotas
pueden ser reducidas a dos: la curiosidad y el orgullo. La curiosidad que no ha
sido sabiamente ordenada explica suficientemente todos los errores. Tal es la
opinión de nuestro predecesor Gregorio XVI: ‘es un espectáculo lamentable ver hasta dónde llegan las
divagaciones de la razón humana una vez que se ha cedido al espíritu de
novedad’.
7.
“La independencia del individuo en relación a toda la sociedad y a toda
autoridad y jerarquía natural: independencia de los niños con respecto a sus
padres, de la mujer con relación a su marido (liberación de la mujer); del
obrero hacia su patrón; de la clase obrera en relación a la clase burguesa (lucha
de clases).”
El liberalismo político y social es el
reino del individualismo. La unidad de base del liberalismo es el individuo.
Este es considerado como un sujeto absoluto de derechos (los “derechos
humanos”) sin referencia alguna a los deberes que lo ligan a su Creador, a sus
superiores o a sus semejantes, y particularmente sin referencia a los derechos
de Dios. El liberalismo borra todas las jerarquías sociales naturales, y
haciéndolo, deja finalmente al individuo solo y sin defensa frente a la masa,
de la cual no es más que un elemento inter-cambiable y que acaba por absorberle
totalmente. Por el contrario, la doctrina social de la Iglesia afirma que la
sociedad no es una masa informe de individuos, sino un organismo formado de
grupos sociales coordinados y jerarquizados: la familia, las empresas y
oficios, las corporaciones profesionales y por fin, el Estado. Las
corporaciones unen patrones y obreros en una misma profesión para la defensa y
promoción de sus intereses comunes. Las clases no son antagónicas, sino naturalmente
complementarias. La ley “Le Chapelier” (del 14 de junio de 1791), que prohíbe
las asociaciones, aniquila las corporaciones que fueron el instrumento de la
paz social desde la Edad Media; esa ley fue el fruto del individualismo
liberal, pero en lugar de “liberar” a los obreros, los aplastó. Y cuando en el
siglo XIX, el capital de la burguesía liberal hubo aplastado la masa informe de
los obreros, transformada en proletariado, se ideó, siguiendo la iniciativa de
los socialistas, la reunión de los obreros en sindicatos; pero los sindicatos
no hicieron más que agravar la guerra social, al extender a toda la sociedad la
oposición artificial del capital y del proletariado. Se sabe que esta
oposición, o “lucha de clases”, fue el origen de la teoría marxista del
materialismo dialéctico; así, un falso problema social ha creado un falso
sistema: el comunismo. Y después, desde Lenín, la lucha de clases se volvió,
por medio de la praxis comunista, el arma privilegiada de la revolución
comunista.
Retengamos entonces esta verdad
histórica y filosófica innegable: el liberalismo lleva, por su inclinación
natural, al totalitarismo y a la revolución comunista. Se puede decir que es el
alma de todas las revoluciones modernas y simplemente, de la Revolución.
CONTINUA...
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